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IX






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El palacio de Westminster era gigantesco. Catalina jamás supo la cantidad exacta de habitaciones y salones del gran palacio de Enrique. Unas de las tantas construcciones que su esposo se enorgullecia.

Una noche en Westminster fue suficiente para que la Reina de Inglaterra se arrepintiera de la decisión de dejar a su esposo a la merced de la seducción de Ana Bolena. La bella dama de compañía de Catalina, era diferente a las demás. Lo sabía, y lo veía a través de los ojos de Enrique Tudor.

—¿Habéis escrito la carta para Balmaceda? —preguntó la Reina de Inglaterra en español en el momento que ambas hermanas paseaban alrededor del jardín.

—No —respondió Maria frunciendo su ceño aun disgustada por las mentiras dichas por su hermana menor—. No confío en las cartas. Iré personalmente.

—Gracias Maria —agradeció Catalina girando su rostro para tomar las manos suaves de su hermana mayor—. Se que no compartes mi decisión...

—Os equivocáis. —La Reina de Portugal interrumpió a su hermana—. Te entiendo a la perfección, pero no quiere decir que no tenga miedo. Si alguien os averigua de nuestro plan, nuestras cabezas rodaran por el suelo.

—Enrique jamás osaría realizar tal barbaridad —bramo Catalina indignada por los pensamientos de su hermana. Retiró sus manos con rapidez al momento de escuchar esas palabras insensatas.

—Creéis que conocéis a Enrique, pero os equivocáis —susurro Maria siguiendo los pasos de su hermana menor que había salido enfurecida de su lado. —¡Catalina! —bramo Maria el nombre de su hermana.

—Habéis llegado hace unas semanas y creéis que conocéis a mi esposo mejor que yo —exclamó Catalina enfurecida caminando sin rumbo por el gran jardín del castillo.

—Perdonadme —suplico la Reina de Portugal tratando de alcanzar los pasos de Catalina—.No quiero que os ocurra nada. Tengo miedo Catalina, este no es mi país, no es mi gente y no está mi esposo a mi alrededor. —La Reina de Inglaterra detuvo su andar al momento de escuchar esas palabras. Con un gran suspiro dio vuelta para observar a la arrepentida Maria—. Se escuchan tiempos de guerras contra Francia.

—España, Inglaterra y Portugal serán una alianza inquebrantable —aseguró Catalina con tranquilidad para acercarse al cuerpo de su hermana—. Francia caerá. Enrique es un mal esposo, pero un excelente enemigo y estratega —aseguro la Reina de Inglaterra.

—Francisco aceptara la alianza —admitió Maria observando los ojos azules de Catalina—. Y él querrá participar en la guerra.

—Es lo que hace un Rey o Emperador. —Catalina esperaba que Enrique saliera a batallar provocando un alejamiento con Ana Bolena, pero la falta de un heredero lo obligaba a cuidar de su integridad quedandose en el castillo ante un enfrentamiento.

—Es lo que hace Felipe — admitió Maria negando con su cabeza ante los recuerdos de su esposo. Un hombre valiente, terco, pero un gran luchador. Su fuerza había sido la primera cualidad que se había percatado Maria De Aragon—. Pero será un gran distractor para Enrique y sus consejeros.

—Espero que lo suficiente —proclamó Catalina suplicando a Dios que Enrique se alejara de Ana Bolena ante su inexistente embarazo.

—Realizaré una reunión con Balmaceda, os quedaréis hasta al anochecer conversando y ofreceros la estadía a un diplomático —explicó Maria el plan que había ideado en su primera mañana en el Castillo—. Con los pocos sirvientes y guardias que tenemos, no será peligroso que se escabulle a tu habitación. 

—¿Creéis que acepte? —preguntó Catalina con nerviosismo ante la traición que estaban ideando.

—Es el único que aceptaría —respondió Maria encogiendo sus hombros—. No le interesa la política, ni los protocolos. Si lo hacéis bien, creo que será suficiente.

—¿A qué te refieres? —pregunto la Reina de Inglaterra sonrojándose ante esas palabras. Maria no respondió, simplemente sonrió ante la ingenuidad de su hermana. La ingenuidad que la iglesia Católica les entregaba a todas sus devotas.









María De Aragón cabalgó con rapidez por el bosque de Londres a través del camino real del país. Evito animales y personas que se cruzaban a su alrededor. A la Reina de Portugal no le interesaba conversar con nadie, solo tenía un objetivo y era que su hermana menor quedara embarazada para asegurar el trono de Inglaterra, que cada día peligraba por la presencia de las Bolenas y la ausencia de un heredero.

Al llegar al palacio Real sus integrantes se sorprendieron ante su imagen. Todos sabían que María De Aragón acompañaba a la gestación del heredero de Inglaterra.

—Majestad. —Maria observó como Thomas Wolsey salía del castillo al momento que ella bajaba del caballo—. La Reina ha tenido un aborto. —El Cardenal no realizó la pregunta, simplemente confirmó que su llegada era por ese motivo.

—La Reina está perfectamente de salud —aclaró Maria con frialdad ante el cardenal. Un perro fiel del Rey—.He venido a despedir a mi sobrino.

—Su sobrino se ha marchado esta mañana —le comunicó el Cardenal frunciendo su ceño con incomodidad ante su impertinente acción.

—Lastima. —La Reina de Portugal entristeció su rostro por esas palabras, pero ella sabía a la perfección la partida de su sobrino. Solo quería una excusa para llegada a la corte y una excusa para su encuentro con Alfonso—. Pensé que llegaría a tiempo. ¿Dónde está el embajador de España?

—En la corte —respondió el Cardenal realizando una reverencia al momento que Maria pasaba a su lado para entrar al castillo Real—. El Rey se preocupara por su llegada —musito el cardenal detrás de la Reina de Portugal.

—No hay nada de qué preocuparse —aclaro Maria caminando con pasos rápidos para alejarse del Wolsey. El entrometido cardenal de Inglaterra.

La Reina de Portugal entró al salón de la corte sin dar aviso. A ella solo le interesaba encontrar a Alfonso, pero su mirada se congeló ante la imagen de Enrique en el trono al lado de Ana. Aquella dama usaba el asiento de Catalina.

—Majestad os veo con una excelente compañía —bramo Maria provocando el silencio del salón y que los ojos de los hombres se posaran en ella. Ana Bolena quiso levantarse con rapidez ante la presencia de la hermana de la Reina, pero Enrique detuvo su movimiento tomando su brazo para que se volviera a sentarse a su lado.

—Catalina tuvo otro aborto —afirmó Enrique sin moverse de su trono y sin mover sus ojos del cuerpo de Maria. La Reina de Portugal se encaminó con elegancia entre los hombres para llegar a los pies de las pequeñas escaleras que guiaban al trono.

—La salud de la Reina está perfectamente —aseguró Maria con tranquilidad sin dejar de mirar al indecoroso Rey de Inglaterra—. Está en Westminster cuidando a su hijo y al futuro de Inglaterra. Ahora entiendo la decisión de mi hermana de partir de este lugar, si os viera... su corazón no aguantaría tanto dolor. Al parecer la salud de su hijo no es primordial para usted.

El silencio se hizo insoportable en aquel lugar. Las palabras osadas de Maria quedarían recordadas por varios años en la corte. Maria de Aragon sería admirada y odiada por su osadía en la historia Inglesa.

—Que alegría escuchar la perfecta salud de la Reina. —Maria no pudo reconocer esa voz, pero al girar su rostro el cuerpo grande del amigo del Rey fue fácil de reconocer. Charles Brandon trataba de apaciguar la situación. La Reina de Portugal quiso sonreír, pero no pudo. Sin dar reverencias ni palabras de arrepentimiento María De Aragón salió de la habitación ofuscada por el comportamiento del Rey. Su objetivo de hablar con Balmaceda había quedado en el olvido. Solo quería desaparecer de aquel lugar, de esa vil corte que humillaba a una Aragón.

—¡María! —La voz de Balmaceda detuvo los pasos de Maria. Y su memoria volvió al momento de ver el rostro de Alfonso—. Os maravilleis con su presencia —musito Alfonso en Español con voz de diversión al momento que llegaba a su lado.

—Ven, camina conmigo —pidió Maria tratando que el sabor amargo que había quedado en su boca desapareciera. Alfonso frunció su ceño ante esa petición, pero accedió sin preguntar. Los originarios de España caminaron con tranquilidad y en silencio hasta llegar al establo donde se habían llevado a su caballo—. Os necesitamos —susurro Maria en voz baja en el establo al observar que nadie estaba en el lugar—. Necesitamos que vayas a una reunión diplomática.

—¿A dónde? —preguntó Alfonso volviendo a fruncir su ceño sin entender las palabras de Maria. La Reina de Portugal no pudo evitar voltear sus ojos ante esa estúpida pregunta. No soy adivino —puntualizó Balmaceda entendiendo ese gesto de Maria. —¿Catalina solicitó mi presencia? —pregunto al momento que una gran sonrisa se asomaba por su rostro. Maria asintió con su cabeza—. Iré mañana.

—Necesitamos que os quedéis en la noche para una reunión...ilegal. —Trato de explicar Maria a Alfonso sin entregar detalles obscenos. Balmaceda retiró su sonrisa al no entender la solicitud de Maria, su vieja amiga. De todas las mujeres Maria era fácil de entender, era sincera, realista y divertida en sus palabras. No entendía su comportamiento, ni sus extrañas solicitudes—. Solo ve. Os explicaré cuando lleguéis.

—Entiendo —asintió Balmaceda alejándose al momento que Maria subía a su caballo—. Llegaré al atardecer. —La Reina de Portugal asintió con su cabeza para palmear a su caballo y salir del nefasto encuentro del esposo de su querida hermana.







Catalina de Aragón no pudo conciliar el sueño aquella noche. Una extraña sensación se ha posado en su vientre al momento que Maria relataba de la aceptación de Alfonso de venir a su socorro. La Reina de Inglaterra estaba a un día de realizar una traición a Inglaterra. A su Rey, a su esposo, a su Enrique.

—¿Durmió bien Majestad? —preguntó Lady Nusayba al momento que entraba a la habitación de la Reina de Inglaterra con su desayuno en bandeja.

La curandera no estaba segura si Catalina estaba embarazada o no. El cuerpo de una mujer mayor era diferente al de una joven doncella, pero la curandera prefería darle todo los cuidados correspondientes. Al final para los sirvientes Catalina de Aragón estaba embarazada.

—No —respondió Catalina con sinceridad. Si hubiera preguntado a algunas de sus damas, habría mentido. Pero con la curandera de su hermana era diferente, se sentía familiar—. Estoy nerviosa.

—Saldrá todo bien —musito la curandera colocando la bandera en la mesa de la habitación para ayudar a la Reina de Inglaterra levantándose de la cama. —¿Ha sangrado? —pregunto en susurro cerca del oído de Catalina al momento que la ayudaba a colocarle el albornoz de seda.

—Si —respondió del mismo modo, tratando de ocultar su dolor por su respuesta.

—¿Mucho? —Volvió a preguntar Nusayba en voz baja.

—Solo unas gotas —respondió con voz triste la Reina de Inglaterra acercándose a la mesa para desayunar. La curandera entendía el dolor de Catalina por la ausencia de un hijo en su vientre, así trató de darle las únicas palabras que quizás la tranquilizaba y le entregaría el valor para realizar el plan de acostarse con Balmaceda.

—Os diré algo —expresó la curandera cerrando la puerta para quedar en privacidad con la hermana de la Reina de Portugal—. Es el secreto de nuestra familia para quedar embarazada. Debe colocar en una maceta tierra fértil y sembrar algunas semillas de su flor favorita. Mientras lo haces, concéntrese en su objetivo e imagina que siembras en su vientre a un bebé y Repita con firmeza la siguiente oración: "Así como esta planta crece en esta maceta, que así mismo crezca en mi vientre el bebé que tanto deseo y llegue la luz a mi vida".

—¿Por qué me lo decís? —preguntó Catalina analizando las palabras de la curandera. La bella Nusayba le entregó la respuesta que quedaría grabada en su mente por años.

—Porque os considero mi familia.








El atardecer llegó. Y con ello la presencia de Alfonso Balmaceda.

—Tranquila —musito Maria de Aragon posando sus manos en el pie de Catalina que se movía con rapidez—. Pareces una niña.

—No soy una niña, soy la Reina de Inglaterra. La esposa de En...

—Oh Calla Catalina. Él no merece tu respeto. —Maria la interrumpió con rapidez para no escuchar ese horrible nombre del Rey de Inglaterra. 

—Majestad, Alfonso Balmaceda ha venido solicitando una reunión con usted —manifestó Margarethe, unas de las pocas sirvientas que había llegado al castillo junto a Catalina. La Reina asintió con su cabeza aceptando la reunión.

—Mis Reinas —saludo Alfonso entrando con una elegancia española, y una sonrisa atrevida.

—Embajador —saludo Catalina levantando de su asiento para acercarse al cuerpo de Balmaceda, que al momento que la Reina llegó a su lado tomó de su mano para besar su dorso. Un gesto protocolar en España, pero no en Inglaterra. Catalina sintió una corriente a través por su espalda al sentir los labios de su viejo amigo—. Trae un poco de vino y comida para el embajador —ordenó Catalina retirando su mano de la boca de su amigo para observar a su sirvienta, la cual realizó una reverencia para acatar la orden.

—Sois muy amables —musito Balmaceda buscando los ojos de Catalina. La Reina sonrió con elegancia tratando de contener el nerviosismo que empezaba aparecer en su cuerpo.

—¿Cómo fue la despedida de nuestro sobrino? —preguntó Maria al percatarse de que su contacto visual estaba durando más de lo protocolar.  Catalina reaccionó al escuchar la voz de su hermana para volver a su asiento.  Alfonso se sentó al frente de las reinas, una pequeña mesa los separaba.

—Excelente –respondió  Alfonso al momento que se sentaba en los cómodos sillones del palacio—. Está emocionado por la alianza con Inglaterra y Portugal. Deseaba hace años derrotar a Francia.

—Espero que Carlos sea distinto a nuestro padre —proclamó Catalina recordando como su padre había llegado a Inglaterra para crear una alianza con Inglaterra, pero solo era una falsa. Su padre había creado una distracción con el ejército Inglés para atacar en soledad y recuperar algunas tierras de las manos de Francia.  La Reina de Inglaterra aún recordaba la vergüenza que sintió ante Enrique por su padre.

—Su padre jamás se hubiera comprometido con una niña —expresó Alfonso sin percatarse que aquellas palabras resultan hirientes a Catalina.

—¿Cómo os atrevéis? —bramo Catalina ofendida ante esa comparación. Esa niña, era su hija. La princesa de Inglaterra.  La Reina quiso despachar a Alfonso de su salón, pero la voz de su sirvienta la detuvo.

—Majestad, excelencia —saludo Margarethe acercando en una bandeja lo que la Reina le había ordenado. Con tranquilidad la sirvienta colocó en la mesa el vino, queso, uvas y pan para la reunión con el embajador.

—Gracias Margarethe. —agradeció María de Aragón tratando de llenar el silencio que había creado su hermana con el embajador.

—Entendemos su punto —proclamó la Reina de Portugal al momento que recibía una mirada de odio por parte de su hermana menor—. No son iguales.

—No lo son. —Alfonso se arrepintio de aquellas palabras. Catalina era tan inocente, que no era capaz de ver las infidelidades por parte de su padre a la Reina de España. Catalina miraba a sus padres como los perfectos esposos.

—¿Participaras en la guerra? —preguntó Maria tratando de entablar una conversación, que su hermana trataba de crear.

—No. —Alfonso negó con rapidez al momento que se sirvió una copa de vino—. Prometí no volver a luchar. Y pretendo cumplir esa promesa.

—¿A quién se lo prometiste? —preguntó la Reina de Portugal intrigada ante esas revelación.

—A mis hijos. —Aquella revelación sorprendió a ambas. Que se quedaron estoicas ante esas palabras, si Alfonso estaba casado su objetivo se complicaba. Catalina observo los ojos negros del embajador comprendiendo que el no podria estar solo. Balmaceda era un gran hombre y un excelente guerrero—. Quedé viudo hace unos años, mi hija menor quedó en silencio por varios meses por la tristeza. Le prometí que me quedaría a su lado, y ella prefirió que prometiera que jamás volvería a batallar... Hubiera prometido cualquier cosa por volver a ver esa sonrisa.

—¿Dónde están? —preguntó Catalina sintiendo un extraño alivio por la viudez de su viejo amigo.

—En España. Todos casados —puntualizó Alfonso bebiendo con tranquilidad—. Ya no me necesitan. Tienen sus propias familias. —Maria entendió a la perfección el sentimiento de Alfonso. Cinco de sus hijos estaban casados. El último casamiento fue de Luis, aquel niño se había casado en secreto con una judía ofendiendo a la Iglesia Católica y al Santo Papa.

—Los hijos se alejan, para seguir sus propios caminos —manifestó Maria con melancolía, pensando por primera vez en sus hijos en la estadía en Inglaterra—. Prefiero no pensar en ellos. Los hijos no son de unos.

—Son de sus esposas y esposos —comentó Alfonso con diversión. Maria asintió con su cabeza riendo por esas palabras dichas.

—Maria ya no es mía —musito Catalina analizando las palabras de Alfonso. Maria, la princesa de Inglaterra dejó de ser suya al momento que firmaron el acuerdo prenupcial entre su hija y el emperador Carlos.

—Nunca lo fue —proclamó la Reina de Portugal con seguridad. Ella lo supo al momento de ver los ojos de su hijo mayor. Que al momento de nacer fue comprometido con Catalina de Austria.

El atardecer pasó con rapidez, y el fuego de la fogata se prendió para entregarle el calor que le faltaba a la noche de Inglaterra. Catalina le entregó una habitación a Alfonso para la noche, le ordenó a Margarethe que ordenara la habitación mientras ellos cenaban con tranquilidad, o era lo que Catalina quería aparentar. Su nerviosismo creció al nivel de su primera noche con Enrique.

—Iré a descansar —proclamó Catalina levantándose de la mesa dejando las cartas de lado, deteniendo el juego. Alfonso levantó su mirada con lamento. Le era exquisita la presencia de la infanta de España—. Que pase una excelente noche embajador. —Alfonso se levantó con rapidez para realizar una reverencia ante la salida de Catalina.

—Respira, respira Catalina. - Se recordaba por décima vez la Reina de Portugal por el pasillo del palacio que la guiaba a su habitación. Maria le entregará su pedido al momento que se quedaran solos. Y la presencia o ausencia de Alfonso en su habitación sería la única respuesta.

No habría palabras. Solo un acto.












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