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«La corcholata»

25 𝖉𝖊 𝖆𝖌𝖔𝖘𝖙𝖔 𝖉𝖊 2019



Charlie Gillespie detestaba la impuntualidad, pero solo aquella ocasión, era una completa excepción; en realidad, se encontraba nervioso sentado sobre uno de los bajos muros de piedra por encima de un canal casi congelado. Miró nuevamente la hora en la pantalla táctil de su móvil, era la décima vez que lo hacía en menos de quince minutos; regresó su clara vista a los alrededores, escudriñando por alguna señal de la persona que esperaba, lo que fuera sería bueno para tener al menos una pista de si llegase o no.

Finalmente, como si alguien le hubiera leído la mente, una figura de estatura media y de rostro pálido escondido en una maraña de cabello, llegó hasta él. La chica tomó asiento a su lado, y ambos permanecieron en silencio por algunos segundos.


—¿Ya estás lista, para lo que sea que me necesitas? —decidió romper el hielo, tratando de sonar tranquilo y no desesperado como se sentía desde la tarde anterior

Sus ojos azules buscaron, confundidos, los de él —¿No me preguntarás por qué tardé? —en su voz se notó la sorpresa. Charlie sonrió divertido, regresándole una mirada verde hazel brillante, pareciera que esta chispeaba dando saltitos; ella lo llamaría un puño de estrellas titilantes,pues es justo lo que le recordaba cada que lo veía... y eso que solo habían sido dos días de coincidir

—Martha, ¿crees que lo haré si ni siquiera te he cuestionado tu falta de hoy a clases, siendo el segundo día? —se levantó de su lugar, sacudiendo sus jeans de cualquier rastro de polvo que hubiera quedado en ellos; procuraba mantenerse impecable la mayor parte del tiempo —Creí que no querías que me metiera en tus asuntos, ya sabes, soy un niño bonito —esto último lo soltó con un dejo de burla, recordando cómo lo llamó la primera vez

La ojiazul blanqueó los ojos, imitando su acción —Y aún lo mantengo —afirmó, haciéndose de quien tomara las riendas de la situación. Los dos jóvenes se dispusieron a caminar por los senderos del lugar, y cada que el chico buscaba entablar alguna conversación, la castaña se encargaba de callarlo —Shhh espera a que lleguemos, podrás preguntar y decir lo que quieras, en serio —le prometió con una mirada. Su objetivo se cumplió poco más de media hora después, luego de subir la conocida colina. Martha se sentó sobre el césped, cruzándose de piernas y descolgando la mochila que llevaba; él la imitó, colocándose de frente a ella

—Entonces, ¿qué hacemos aquí? —Charlie jugó con sus dedos, entrelazándolos repetidas veces

Ella tomó una bocanada de aire, preparándose para hablar —Es... complicado decir esto, puesto que llevamos ¿qué? ¿dos días de apenas y hablar? —dijo dudosa, entrecerrando el azul de su mirada, impidiendo a su compañero de admirarlo; él bajó la vista al suelo, deseando que ella no lo hubiera notado —Si llegué tarde, fue porque tenía que asistir a terapia y el bus tardó en pasar. Gillespie, ¿por qué quieres ayudarme? —sintió un nudo en la garganta de solo pensarlo, pues muy rara vez, a alguien le importaba lo que le ocurría

Su pregunta sí que captó su atención, pues el efecto fue instantáneo: sus movimientos se detuvieron de golpe, aunque no la miró. En su lugar, se encogió de hombros —¿Por qué no hacerlo? Somos humanos, Martha Taffinder, y todos merecemos una oportunidad para mejorar; nadie nunca debería de estar solo.

—¿Quién te asegura que estoy sola? —aunque no era su intención, contestó a la defensiva; y es que detestaba tener presente esa idea tan cierta

—Tienes razón, no es necesario. Puedes estar rodeado de personas, y sentirte vacío —Charlie recargó sus manos en el suelo, echándose atrás

—¿Te has sentido tú así? —se miraron fijamente por varios segundos

Él fue el primero en apartar la mirada —A lo que voy, es que... —se relamió los labios, antes de brindarle de su conocimiento e ignorando rotundamente la pregunta. Sus manos buscaron las de ella —No importa qué tanto queramos volver el tiempo y cambiar las cosas, o simplemente vivir nuevamente un momento. No podemos volver atrás, Martha. Tenemos que seguir —le aseguró, dándole un apretón reconfortante al agarre —¿Por qué crees que estás sola? ¿Tu familia? ¿Amigos?

—Esto solo lo sabe Bonny, así que escucha atención. Estoy depositando mi confianza en ti, Charlie Gillespie —comenzó a decir con seriedad, soltándose de él. Algunos mechones de cabello mal cuidado se vinieron hacia su cara; los apartó lentamente —¿Familia? Solo a mi madre, y una gatita de nombre Delilah. Nací en Campbellton, me crie en el condado de Saint John. Así fue hasta hace dos años que me mudé a Dieppe a petición de mi madre; quería darme una mejor vida, y yo... perdí lo poco que tenía en el pueblo. —su boca se volvió un mohín, demostrando su concentración —Cuando tenía dieciséis, mi abuela murió, era la segunda persona más importante para mí y fue un golpe duro, después de su muerte se me detectó depresión y ansiedad. Nunca he sido una persona sociable, pero tenía dos amigos. Ariana y Hansel —miró el paisaje frente a ellos, sus ojos se llenaron de acuosa nostalgia —A ellos también los perdí. Mamá dijo que cambiar de aires me ayudaría, pero mírame —aunque el ojiverde no lo sabía, Martha continuaba guardándose cosas para sí —A veces solo quiero echarme en la cama y llorar hasta consumirme, la gente no lo entiende. Todos los días tengo que agradecer la fortaleza de estar viva, porque no sé si al siguiente podré ser lo suficientemente valiente de continuar. Charlie ¿crees en Dios? —soltó de la nada, extrañándose incluso a sí misma

—Una pregunta complicada, eh. —sonrió de lado, mirando en la misma dirección que ella —Tal vez sí, tal vez no. Cada uno busca creer en algo ¿no? Depositar su fe —explicó, rememorando a sus padres, sus abuelos, incluso amigos —Así quizá, nos aferraremos a alguien, y no estaremos perdidos del todo. No es tan diferente a creer en las personas, Martha. Buscamos la más mínima verdad en este mundo tan mie-... particular, que, si caemos, pensamos que alguien más nos dará su mano para sostenernos —sus ojos verdes se perdieron en el cielo, pálido y blancuzco; hacía días que se hallaba así, por lo que el único rastro azul deslumbrante, lo encontraba en ella. Claro estaba, lo guardaba para sí —Pero no siempre es verdad. Algunos lo hacen, otros nos dejan ahogarnos en nuestro mismo dolor. Por eso, tienes que aprender a salvarte a ti, antes que los demás. Así no esperarás por una mentira, y cuando tropieces, sabrás que, si ya lo hiciste una vez, te levantarás mejor que la anterior. Sé que puedes hacerlo, creo en ti. Pero tampoco eso significa que debes estar sola, o dejar de creer en el resto, aún queda bondad; no es fácil encontrarla, pero tampoco imposible.

—Es extraño ¿no? —murmuró después de callarse por un buen rato, mientras ambos procesaban la información

Charlie levantó la cabeza, frunciendo el ceño —¿Qué cosa? —ese azul de nuevo. Charlie necesitaba dejar de mirarla tanto, se recordó

—Cómo tu mundo se detiene, pero el resto sigue su curso normal —contestó ella, esbozando una sonrisa cargada de ironía

—Si algo he aprendido en mi corta vida, es que de uno depende calmar a nuestros propios demonios. Aún me queda mucho, así que espero seguir aprendiendo.

—¿A qué te refieres? 

Charlie jadeó una sarcástica sonrisa, cortando con un cuchillo pequeño un trozo de manzana y repartiéndolo con ella —Creo que solemos pensar que esos monstruos son grandes, de colmillos afilados y ojos amarillentos esperando jalarnos los pies desde abajo de la cama, o al fondo del armario. O sombras hechas de humo negro que se esfuman en el aire. Pero la tonta y cruda realidad es que solo tenemos que vernos al espejo para encontrarlos —dijo masticando un trozo de la fruta verde y ácida

Permanecieron unos segundos en silencio, y él siguió hablando »—Muchas veces esperamos que otros los domen, cuando solo es tarea nuestra hacerlo. Somos los dueños y según lo que seamos, ellos van a aparecer para atormentarnos. O, podemos demostrarles nuestra fiereza —le extendió su bolsita con semillas que sacó de su mochila, al muchachito le gustaba comerlas todo el tiempo —Yo los domo con la música. Entre cada acorde, compás... los ato, y de ellos hago una bonita melodía.  ¿Y tú?

—¿Yo qué?

Charlie frunció el ceño —¿Qué haces para domarlos?

—Supongo que no lo he visto desde esa perspectiva.

Asintió comprensivo, por un rato se mantuvieron callados sin saber bien qué hacer; la chica Taffinder cortaba césped con sus dedos, mientras el ojiverde silbaba una vieja canción de cuna que, de repente, le vino a la mente —¿Por qué entraste a Pete's? —curioseó, sumamente interesado 

—¿Esa es tu pregunta? —fue turno de Martha el burlarse, se llevó césped a la boca, sin tragarlo y mascando la punta de un pedacito. La expresión de asombro en él la hizo reír —Te dije que podías hacer la que quisieras, pero ya que lo dices... 

—Dijimos que paso a paso ¿no? Quiero respetarlo —se encogió de hombros, restándole importancia —De paso podría preguntarte por qué muerdes el pasto, ¿sabes que puede tener gérmenes?

Este chico es raro no pudo evitar pensar, irónicamente —Desde pequeña he dibujado, y también me gusta la fotografía —hablar del tema sí que la lograba alegrar, pues era una de las pocas ilusiones que habían prevalecido en su vida —Tal vez algún día te muestre. Y mi padre se orientaba más a lo musical, gracias a él comencé a cantar y tocar instrumentos.

—¿Ah sí? ¿Cuáles?

—Piano, guitarra y violín —dijo contando con los dedos, a pesar de ser solo tres que fácilmente pudo explicar —Las letras que compongo están inspiradas en mi propio arte, en ellos plasmo mis sentimientos... o lo que me gustaría sentir. La gente. Los paisajes.

—¿Escribes? Vaya, ¿puedo preguntar qué? —Charlie comenzaba a pensar, en que quizá, eran más parecidos de lo que pensaban

—Música, poesía, historias... de todo un poco. —El tiempo fluía, y la confianza entre ambos crecía más y más. —Te desconcierta que muerda pasto, y a mí que en tu mochila quepan tantas cosas —esa fue la primera vez que Charlie la escuchó reír; aunque la risa fue corta, era sincera y melodiosa, parecida a un pajarito. Se sonrieron mutuamente, inevitablemente la consideró sumamente tierna —¿Sabías que este parque tiene leyendas?

—¿De verdad? —extrajo una segunda bolsita, esta contenía gomitas de fruta —Llevo toda una vida aquí y no había escuchado algo parecido.

—Sí, mira —llegó hasta él, pegando hombro con hombro mientras alzaba un pálido brazo y señalaba al horizonte —Más allá de ahí, dicen que los creadores decidieron regalar una luz brillante a la ciudad antes de alzar sus cimientos. Nos regalaron el atardecer en la Bahía de Fundy, los bosques encantados, el movimiento de los ciervos... —a pesar de ser una historia atrapante, lo era aún más la cercanía de ella. Los ojos verdes de Charlie se perdían constantemente en la sonrisa de la mujer, que parecía haber vuelto a la vida, su emoción posada en cada palabra, la pequeña arruga que se formaba en su entrecejo al soltar risitas, sus mejillas sonrojadas por la alegría



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Para las siete de la tarde, las nueces se habían acabado y el sol ido a dormir, tan solo restaba el viento soplando entre ambos; habían aprovechado al máximo esas pocas horas de luz, pues un sinfín de historias y anécdotas surgieron. Tan solo eran ellos dos en una burbuja. Justo cuando se levantaron, y previamente despidieron, Charlie preguntó aquello que más le intrigaba desde que la vio ahí el primer día —¿Cómo encontraste este lugar? —su voz hizo eco entre los árboles del oscuro sendero, el ayuntamiento debía de añadir un alumbrado ahí urgentemente

—¿El mirador? —se giró a verlo, sin dejar de abrazarse a sí misma por el frío —Cuando llegué a la ciudad, busqué uno; en el pueblo solía visitar el único que había. No entiendo por qué las personas olvidan lo que debería durar para siempre; dejan apagar lo más brillante. —Charlie les dio toda la razón a sus palabras —Además, encontré esto aquí y desde entonces lo llevo conmigo, fue como la señal que necesitaba para saber que este era mi escondite elegido —extendió una corcholata hacia él, misma que tomó sin dejar de sonreír

Arqueó una ceja, divertido —¿Me estás diciendo que una corcholata fue tu amuleto? —entonces volteó la cara de la que fue tapa de una Coca-Cola, dejando ver su interior. Pintado a mano, un ruiseñor bien detallado era lo que se podía ver; Charlie sintió el color abandonar su rostro, y sus piernas flaquear... ¿cómo era eso posible? —Martha, ¿de dónde sacaste esto? —apretó el metálico objeto, tanto que se lastimaba la piel

—El ruiseñor, mi abuela tenía uno de mascota; un día lo encontró lastimado de un ala, y lo ayudó, desde entonces no se quiso separar de ella y se volvieron como uno solo. Cuando falleció, él emprendió su vuelo... no sé a dónde fue, pero un día después regresó a la casa, y por la noche su corazón se detuvo al igual que ella. —esa era una de sus historias favoritas a contar —A ella le gustaba el viejo mirador, cuando era pequeña fue que lo construyeron y aún con los años, dejándolo olvidado, la abuela se aseguró de mantener vivo el sitio; me lo mostró, y fue de los tantos secretos y aventuras que compartimos. Reír con ella era todo una experiencia —la imagen de una mujer de la tercera edad, de cabello canoso y manos expertas en el crochet, apareció en su mente —Estaba ahí tirado, te digo que fue hace dos años. Charlie ¿estás bien? —se acercó hasta él, preocupada por su cambio drástico de actitud. Pero el ojiverde se alejó, aún shockeado —Vamos, solo es una corcholata ¿no? —se la quitó con dificultad, guardándola en el bolsillo de su chamarra —Este lugar me inspira, y la mayor parte de mis letras, han surgido aquí. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien que te inspire? —de nueva cuenta, la chica lo sacaba de sus ensoñaciones

—No lo sé, ahora soy yo quien no lo ha empezado de esa forma —era turno de Charlie ser quien mentía. 

—¿Sabes? Realmente aprecio tu valentía de querer ayudar a alguien como yo. No cualquiera lo hace, requiere de coraje y fortaleza —bajó la mirada a sus botines, un poco sucios por el lodo —¿De verdad podrás contra algo así?

—Hey, tengo un amigo de toda la vida que ha lidiado con esa mierda, y ni un segundo lo he dejado.

—Me parece raro que quieras quedarte, la mayoría suele irse, eso es todo —argumentó ella, esbozando una mueca

—No sé si lo notaste, pero yo no formo parte de ese grupo. —dijo con una sonrisa pequeña

Martha, debatiéndose en su interior, terminó llevándose una mano al abrigo y extendió la corcholata —Me dio fuerzas cuando la necesitaba al estar en un lugar desconocido, y veo que te gustó mucho. Puedes quedártela, ya sabes, un intercambio —le sonrió sin mostrar los dientes, y posando su mano sobre la de él, para cerrarla sobre el pequeño regalo. Esa fue la primera promesa que se hicieron

—¿Un intercambio de qué? —susurró él mirándola a los ojos; la ojiazul la desvió, con las mejillas sonrojadas

—De cosas buenas.




"—¿Qué te gustaría sentir?

—Amor. "







· Por esta noche — Charlie Gillespie ·


¡Holaaaaa! Primero que nada quiero agradecerles porque SOMOS #8 EN TRÁGICO! Sé que para muchos será algo equis, pero para mí es muy especial así que GRACIAS!

No olviden que me es de gran ayuda si votan, comentan y agregan la novela a sus bibliotecas y listas+

Nos vemos muy prontito, pls agradecería si me dijeran qué les va pareciendo la novela o qué les gustaría ver;)


Frida

tw/ig: @glownandi


*cualquier error ortográfico/de dedo será corregido posteriormente

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