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«Mi azul»
18 𝖉𝖊 𝖆𝖇𝖗𝖎𝖑 𝖉𝖊 2026
El siguiente mes, fue el más triste de todos. Y eso, solo era el inicio.
Martha se aisló, aunque en realidad, el resto también lo hizo; no soportaban demasiado juntarse y ver que faltaba alguien. A la mayoría le parecía aún poco creíble que Charlie Gillespie, el chico de ojos verdes, que montaba su bicicleta amarilla a diario, y que a pesar de que algunos desconfiaran de él, siempre saludaba a todos con una sonrisa... simplemente ya no estuviera. No obstante, jamás faltó a las clases con sus pequeños estudiantes, que la recibían con abrazos, sonrisas y secaban sus lágrimas cuando alguna se escapa al recordar; como la vez que Charlie la encontró cantando sola ahí y jugando con flautas como si de espadas se tratase.
Tres días después de su muerte, cuando la primavera llegó, la ojiazul ni siquiera lo sintió. Sin embargo, y extrañamente, se preparó a sí misma un pastel de mango no muy apetecible, tampoco tenía las florecitas deformes que Charlie decoró el año pasado, pero sí que colocó, justo como él tenía la costumbre, el número exacto de velas que representaba su edad: veintitrés. Martha las sopló sola, con Delilah en su regazo, aun sabiendo que sus deseos jamás se cumplirían; suena sencillo al pensar que todos se trataban de uno, cuando en realidad no es tan fácil hacerlos realidad.
A finales de abril, se llevó a cabo la ceremonia de graduación del curso. Amelia, quien era como su hermana, la obligó a levantarse de la cama para arreglarse: peinó su cabello en una cola lacia, aplicó la cantidad de rubor adecuada y le ayudó a colocarse un bonito vestido azul con estampado de puntos blancos que le llegaba unos centímetros más arriba de los pies.
Arribaron a la Academia, y Martha se detuvo a presenciar un mural que habían hecho con la fotografía de todos los graduados, y es que casi al medio de este, colocaron la imagen de un ojiverde sonriendo. Por inercia, acarició la superficie.
"Lo logramos" no pudo evitar pensar.
—Martha —Amelia la llamó detrás, reventando su burbuja —Cariño ya es hora, vamos, casi todos están en la sala —con ternura la tomó de los brazos y caminaron juntas dentro de donde se llevaría a cabo la entrega de diplomas. Media hora más tarde, y justo como Charlie Gillespie lo predijo, Martha había ganado un reconocimiento especial que la llevaría directo a Francia... algo muy prometedor para su carrera
Acabada la ceremonia, la gente a su alrededor se dispersó tomando fotografías y repartiéndose flores. Pero sus amigos y ella solo podían pensar en una cosa: que no importaba la cantidad de rosas en sus brazos, los diplomas terminados ni las cámaras de vídeo, porque ahora, en lugar de poder disfrutar de risas y un triunfo, lo único que tenían frente a ellos era haber terminado una misión en honor de alguien... alguien que no pudo estar físicamente ahí, y justo por esto, fueron ellos quienes subieron al podio a recibir los papeles que yacían en sus manos con el nombre Charles Jeffrey Gillespie, y menciones honoríficas del club de música y ajedrez.
No obstante, usaron sus últimas fuerzas para sonreír a la fotografía, y en el centro, una fotografía de buen tamaño del ojiverde, con su diploma. La escena era dolorosa, pero todo en esta vida lo es.
Al dar un último recorrido por el lugar que les dio tanto, especialmente a Martha, se dirigieron al destino final.
Savannah fue quien se encargó de depositar las flores frente a donde yacían las cenizas de Charlie, también colocaron algunos globos de graduación —¿Creen que algún día lo volvamos a ver?
—Por supuesto que lo haremos.
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Martha sostuvo nuevamente la carta; parecía fácil, pero no lo era, tener que tomar una decisión tan precipitada cuando estabas intentando sanar. Su plan solía ser perfecto, incluso poco antes de esa noche; regresaría a Dieppe después del año prometido, abrirían una escuela de música y tal vez tendrían hijos. No sabía si estaba haciendo lo correcto, y afortunadamente para ella, recibió una llamada de Jeanette pidiéndole que fuera, pues con la muerte de su hijo, lo mejor era mudarse de casa para evitar recuerdos, y que seguramente ella querría conservar algo.
Para su sorpresa, aquella parecía una mudanza mucho más seria; la parte delantera de la casa tenía un tiradero de cosas. Y dentro, no había absolutamente nada.
—Martha, cariño —la mujer rubia, con ojeras pronunciadas bajo sus ojos, se acercó a darle un cálido abrazo. Pero Martha continuaba absorta en su alrededor
—No pensé que se fueran a llevar todo...
—Sí, bueno... nada de qué preocuparse —Jeanette se puso nerviosa —Neil encontró un par de cosas pensé que te gustaría quedarte con ellas, seguramente Charlie habría querido que las tuvieras —al mencionar el nombre de su hijo, sus labios temblaron —Adelante, querida. Esta siempre será tu casa, y nosotros tu familia.
—Gracias, Jean —le sonrió débilmente y subió al cuarto de Charlie. Los Gillespie se portaban aún más amables con ella, cuando a su pensar, tal vez debería ser lo contrario, ya que, de intentar salvar a su hijo, él jugó chueco y dio su vida por ella
La ventana aún estaba abierta, lo cual significaba que, a pesar de no tener que hacerlo, aquel día el chico tuvo la sencillez de continuar la tradición y escaparse de casa. La cama estaba bien tendida, y sus pinceles fielmente ordenados en una encimera junto a las pinturas acrílicas, bocetos y otros papeles. De hecho, la habitación del ojiverde era lo único que se mantenía intacto fuera de la casa, que parecía deshabitada de tan vacía que se hallaba. La pieza aún conservaba ese olor característico a madera, bosque, jabón de ropa y pintura.
Martha tomó asiento sobre el colchón, e inspeccionó la caja que habían preparado. No estaba muy llena. Todos, a su manera, se estaban despidiendo de él. Pero ella aún no se sentía lista para hacerlo.
Lo que más llamó su atención, fue la cámara de vídeo que Charlie llevaba a todos lados. La encendió y fue a la galería, encontrándose con cientos de recuerdos, sin embargo, abundaban grabaciones de ella. Desde las pequeñas reuniones hasta fotos del día de playa.
Entre lágrimas, y con la caja en brazos, se acercó a cerrar la ventana y de paso las cortinas, justo antes de bajar al sótano. Como la primera y única vez que estuvo ahí, encendió una velita y pasó por las escaleras, agachándose; en una esquina del cuartito, aún permanecía la vieja botarga de conejo y artículos navideños. Entonces, iluminó las dos manos, azul y verde, pintadas sobre la pared; extendió la suya, colocándola por encima de donde la puso aquel día.
—Perdóname por no haberlo hecho mejor —comenzó a decir —Voy a terminar lo que un día comenzamos. Confío en que eres ese alguien, pero no eres para mí, y voy a seguir Charlie. Voy a encontrar a alguien... a alguien con quien vuelva a poder conectar. Tiene que haber alguien, ¿cierto? —murmuró en voz baja, limpiándose las mejillas y abandonando la casa de los Gillespie, no sin antes despedirse de todos
—Tengo la sospecha... que tú conociste una parte de Charlie, que nadie más vio, ni siquiera yo, y solo salía cuando estaba contigo. —dijo Jeanette tomándola de las manos —Tienes que saberlo, aunque probablemente ya lo haces; él realmente se enamoró de ti. Debías de verlo hablar de ti, sus ojos brillaban. Así que atesora esa parte, con todas tus fuerzas. Te lo dice alguien que ha perdido a un niño magnífico. —sus ojos mostraban una tristeza desmedida —Pero no por eso dejes de amar. Ahora más que nunca, debes comprender lo rápido que pasa la vida, lo fácil que el tiempo se desvanece, que las personas no somos eternas. No esperan a nadie. Sigue tus estudios, vuelve a reír, enamórate de alguien más. Que él y yo estaremos bien con eso. Creo que Charlie vivió todo lo que quiso, no desgastó ningún segundo... y eso, de cierta forma me da consuelo. Él merecía más, pero, lo único que podemos hacer por él, es seguir el curso de las cosas. —con su pulgar, y tal como una madre lo haría, consoló a Martha— Ahora que no estará, alguien necesita brillar por él también, y querida, temo que yo no podré hacerlo. Y no tengas miedo de amar, eres una chica preciosa con un gran futuro; se van a enamorar de ti, de lo que eres, nunca se iría sin enviarte a alguien que te ame así. Pero recuerda esto, nadie nunca va a amarte en la medida que él lo hizo, ni la forma en que admiraba tus cicatrices o pegaba tu corazón roto, nadie te amará de la misma forma que Charlie. Y eso está bien, nada es igual jamás, Martha. Pero único sí. —asintió con una pequeña sonrisa material —Antes de irte, sea cual sea la decisión que tomes... déjalo ir.
—Martha, espera —Neil apareció con una capa de sudor en su frente, consecuencia de estar acarreando cosas —Cielo, yo la llevaré a casa, debo de enseñarle algo antes —desconcertada, la ojiazul aceptó y subió al coche del hombre; no tardaron mucho en llegar a su destino, lo cual la confundió aún peor, pues conocía de memoria el camino que estaban tomando dentro del parque Rotary St-Anselme
—¿Cómo es que...?
Neil quitó la enredadera para pasar —Charlie me había pedido que lo ayudara a reconstruir el lugar que mantenían en secreto —dicho esto, se apartó, dejando a la vista una colina preciosa que me es casi imposible describir
El césped estaba bien podado y era de un verde brillante, con algunos matorrales de flores silvestres azules, blancas y amarillas, y mariposas de todos los colores sobrevolándolos. También, habían colocado barandillas de madera, con enredaderas de florecitas diminutas recorriéndolo sin fin. Al centro, había un arbolito creciendo justo de donde había caído el otro, y al frente, en medio de todo, un prismático para mirador.
—Creo que también deberías conservar esto —extendió su mano hacia ella, revelando una armónica que descansaba en su palma derecha
Martha entreabrió la boca, recordando la historia que un día Charlie le contó, justo en ese mismo lugar —Es su armónica, señor Gillespie...
—Considero que es momento de tutearnos, ¿cierto? —le sonrió con calidez —Anda, tómala. Te vi tocarla con Charlie la vez de la excursión, así que seguro recuerdas lo que le dije a ese chiquillo, ¿cierto? Que siempre es importante dar algo. —él mismo la colocó en una mano de ella
—Conocía la curva de su sonrisa, las arrugas en sus ojos... Pero no su color favorito —confesó ella con pesadez, acercándose al borde del barandal. Sintió a Neil caminar hasta su lado
—El azul —le respondió perdido en el cielo —Era el azul.
—Lo extraño todas las noches —su voz, como un silbido, se fue transformando en un sonido más audible. Sonrío para sí —Sus ojos eran como tener las estrellas, como una tarde fresca de verano. Pensé que tendríamos todo el tiempo del mundo, pero me equivoqué; el para siempre no existe, y todo tiene su fin. Supongo que nunca lo entendí hasta el día que murió.
—Yo también lo extraño —se atrevió a decir Neil, guardando la compostura, la misma que Martha vio quebrarse el día del funeral —Hice mal las cosas, y a pesar de eso, la vida y él me dieron la oportunidad de que me perdonara, y pasar un año a su lado. Aún me faltaban historias de la abuela que contarle, pero sé que lo veré algún día, y nos diremos todo lo que nos faltó —dijo con seguridad, aclarándose la garganta —No reprimas tus emociones solo porque el resto lo diga. Deja que duela lo que tenga que doler, pero después, tienes que soltar. Aprenderás a reír bajo la lluvia, recuerda que las lágrimas también brillan bajo el sol. Sueña en grande, pero sobre todo, siempre debemos de ser agradecidos con lo que tenemos, incluso, con lo que queda como recuerdo de lo que alguna vez fue. Que aparezca solo en tus sueños, no significa que no esté. Él vive en nuestro interior, lo hace cada que lo recordamos.
Decididos a retirarse, Martha tomó la armónica, armándose de valor, y tocó una suave melodía, que atrajo a cientos de arrendajos grises que la reconfortaban, como si inclusive ellos supieran que Charlie no volvería jamás.
Se retiraron al cabo de un rato, pues Martha no quería permanecer sola ahí... no ahora que él no estaría esperándola con un nuevo libro al que aventurarse, sentados bajo un árbol y alimentando arrendajos grises. De hecho, deseaba jamás volver a ese lugar; solo veía tonos grises en el atardecer de la Bahía de Fundy, el viento arriba no soplaba llevándola hasta él, hacía frío y no encontraba calor en ningún abrazo que no fuera el de él, con su cabeza reposando justo donde su corazón vibraba contra su pecho.
Martha regresó al nicho donde descansaba una parte de las cenizas de Charlie. Acarició la superficie de la fotografía, tan lentamente como si aún pudiese tocarlo a él.
—La vida es cruel, Charlie. Demasiado. No es como tú la pintabas; ya no es más rosa, ni azul, ni verde... solo está ahí, vacía, y mis dedos no son capaces de tomar una brocha y simplemente borronear nuestro pasado, los errores que cometimos, ni los cientos de "te quiero" y "para siempre" que juramos frente al mar. —dijo jugueteando con el anillo de madera —En ocasiones deseo que no lo hubiésemos intentado, pero tampoco quiero renegar de nuestro amor; no sería justo. —esbozó una mueca, e ignoró un ruido lejano sobre el suelo de mármol —Estoy muy molesta, porque yo no quería a nadie mejor, ni a nadie más. Te quería a ti. Y ahora lo único que tengo son fotos, recuerdos y este maldito duelo con lo que tendré que vivir por no sé cuánto tiempo, porque ahora cuesta pensar en los segundos, minutos y horas, es como si el reloj se hubiera detenido y pasara tan lento. Me duele siquiera contar cuánto debo de aguantar hasta que te vuelva a ver. Y los recuerdos... ¡Carajo! No quiero compartirlos con nadie... pero también sé que debo dejarte ir. La gente dice que te olvide, que ya llegará alguien más que sane esa herida y te reemplace con facilidad, que solo fue un amor adolescente que dolerá al principio. Pero yo sé que me dolerá toda la vida, porque eras tú y me salvaste, pero yo a ti no.
» —Y cuando les cuento la historia de tus ojos, dicen que el verde es un color común que puedo encontrar en cualquier lado. Pero ambos sabemos que no es verdad, ¿puedes creerlo? —negó con impotencia, apretando ambos puños sobre el dobladillo de su vestido —No me gusta escucharlos, pero no dejan de venir porque... piensan que no soportaré. Y yo también me pregunto si lo lograré. Entre sus palabras, está que amores hay varios, y que nuestro amor no iba a ser duradero de todas formas. Savannah dice que son idiotas, y bueno, yo le creo a Savannah.—sabía que si Charlie estuviese ahí, estaría de acuerdo
» Bajó la vista a sus dedos, haciéndolos contar conforme hablaba —Mamá decía que en la vida solo se tienen tres amores; el primero es quien te enseña a querer y te llena de ilusiones, el segundo te ayuda a madurar, duele y aprendas lo que es aferrarse... y el tercero... ese es el verdadero amor. —pausó para remover el nudo en su garganta —Aquel momento de serendipia, que llega por casualidad y te hace sentir todo. —sus ojos, de repente, se nublaron de memorias coloridas que ahora lucían tan nítidas en su mente —¿Cómo les explico que tú eres los tres de ellos? Porque, a tu manera, me enseñaste a llorar, a aceptar el dolor... pero también a dejarlo ir como mariposas desprendiéndose de un arbusto, de esas que en primavera espiabas para fotografiar y continuar con tu libro de biología.
» Entonces, retomó el tema, pues se estaba desviando —Los que se compadecen un poco, dicen que amores como el nuestro los encontraré fácilmente, y que debería de irme de aquí. No importa lo que digan, Charlie, porque sé que eras tú. Y aunque encuentre a otra persona, sé que eras tú y solo tú. Estaba tan preocupada en no volver a sentir esto en otro momento, que ahora no podré sentirlo en esta vida. —confesó con la tristeza desprendiéndose en su interior, justo como las flores se marchitan cuando el agua decide dejar de correr —Tenía miedo de crecer, aunque envejeciera a tu lado, porque no quería que esto tuviera un fin. No quería que este amor terminara pronto, pero creo que lo ha hecho... y nunca dejaré de renegar por qué nos fue apartado tan pronto. Nunca seremos los mismos, sí que te equivocaste, amor —no pudo aguantarlo más, y se soltó a llorar, escondiendo la cabeza entre sus rodillas —¿Y si no logro seguir? ¿Y si no te puedo dejar ir? ¿Y si termino sola, porque no me puedo enamorar de alguien más que no seas tú? ¿Y si nada se siente como amor después de ti?
—Lo harás.
—¿Qué haces aquí? —Martha no se molestó en apartar las lágrimas enjuagadas en su rostro cuando Adam Melnik se sentó a su lado, y, sorprendentemente, tomó su rostro ceniciento con sus manos grandes y fuertes, y lo limpió por ella
—¿Qué fue diferente en él? —la ojiazul frunció el ceño, confundida; simplemente su actuar la terminaba de alejar de la realidad —Tuviste varios pretendientes después de mí... buenos partidos, y los rechazaste. Pero por él... caíste tan rápido, ¿qué tenía él de especial?
"¿Qué tenías de especial?" era casi gracioso preguntárselo a sí misma, sin embargo, conocía perfectamente la respuesta —Su mirada —sonrió Martha con sus estrellas azuladas volviendo a empañarse, cristalinas ante el reflejo de los candiles de los cuales las llamas brotaban en silencio, respetando el descanso de quienes habían partido a otro plano
—El verde puedes encontrarlo en varias personas, Mar. —además de Mallory y ocasionalmente Bonny, solo había una persona, que en viejos tiempos, la llamaba así cariñosamente: Adam
—No el de él. —le comentó Martha —El suyo es... era... esperanzador. Como si solo con verlo, supieras que todo estaría bien. Me daba seguridad... ya no más. Ahora me siento indefensa, débil, y odio sentirme de esta manera, porque toda mi vida me he sentido así y estoy harta.
El pelinegro colocó su mano más cercana sobre la de ella, que involuntariamente se apretó en un puño —Estarás bien, Martha. Quizá no ahora, pero lo estarás —la ojiazul negó con cansancio
—¿Por qué lo dices?
—Te he observado todo este tiempo —dijo él con la misma expresión de seriedad, solo que esta se suavizó un poco —Siempre encuentras una forma, o ellas te encuentran, de estar bien. Seguirás teniendo tropezones pero serán mínimos a estos, y en cada uno, te levantarás al recordarlo a él. Gillespie daba tres pasos por uno que tú retrocedías... creo que es tu turno de hacerlo por él —dicho esto, y como de costumbre, se levantó dispuesto a irse como un rayo
—No me importa si me odias.
Melnik se giró sobre su cabeza, con una sonrisa torcida —No te odio...
—Te vas a meter a un centro de rehabilitación y saldrás de esta ¿entiendes? —le interrumpió pasando de él —No perderé más. Y sí tienes alguien a quien le importas, Adam. A mí. —el corazón del chico aflojó, al igual que su semblante se derrumbó por unos segundo, pasando de herido a estupefacto y cohibido —A veces no tienes que esperar recibir para dar algo; siempre que sea de corazón, no será algo perdido. —siguió diciendo con confianza —Tú no eres un caso perdido. Joder, ¡cantas precioso! Eres el rockero más malditamente genial que podría conocer jamás, carajo ¿te has oído tocar la batería? Ni hablar de tu barítono...
—Es verdad, tengo buena voz —se mofó él con una sonrisita tímida que le contagió a ella
—Sé que eres buena persona, Adam. Porque sé qué clase de personas le gustaban a Ariana, y tú la tenías locamente enamorada. Yo fui una amiga horrible —se sinceró pesadamente —El tiempo, las circunstancias y tu asqueroso padre te han arrastrado a la miseria, pero aún puedes salir, tienes el potencial para ir directamente a un auditorio y demostrarle a todo el mundo que tienen al hijo perdido de Elvis Presley.
—Creo que sería mejor nieto.
—Como sea, sabes a lo que me refiero —él asintió, moviendo nerviosamente su pie, justo como cuando alguien ve algo valioso en ti pero que no consideras real y solo quieres negarlo —Nunca dudes de tu valor, ¿me escuchaste? Y sin rencores, Adam... aunque no me lo hayas pedido, te perdono. Pero hazme sentir orgullosa para intentar seguir... hazlo también por ella.
—¿Crees que en algún momento se irán? —preguntó mirando el antebrazo de Martha, el cual aún mantenía marcas
—No, bueno, no lo sé. —se corrigió ella sin saber qué decir —Quizá sí. Pero si deciden quedarse, estará bien, es una guerra ganada que sola no habría podido vencer. —volvió a mirarle —Supongo que él fue la única persona que logró ver más allá de mí; él no vio niebla, ni tristeza, él... él me vio. Se fijo en mí, y solo con eso, yo ya había ganado.
—Charlie siempre supo dónde estaba su lugar. —la apoyó Adam, sus ojos eran pequeños pero brillantes cuando su padre no le golpeaba —Su lugar estaba contigo, Mar, cualquiera que viera cómo te miraba podía notarlo tras unos segundos —miró la hora en su reloj de mano —Deberíamos de irnos, es tarde ¿te llevo a casa?
—Si no es mucha molestia, pero espere —consigo llevaba una jaulita, donde un arrendajo gris estaba desesperado; Charlie logró aprenderlo a domar, y ahora, merecía ser libre —Ve por ello, Yiyi —lo soltó antes de caminar hacia la motocicleta y montarse sobre ella, que estaba algo magullada pero bueno, al menos Adam seguía vivo ¿no? Y si algo le pasase a ambos en el trayecto, Martha estaría finalmente con Charlie
—¿Vendrás a pasar las Navidades?
—Quizá —se sujetó con fuerza al torso de él.
—Auch, no muy fuerte... por favor —pidió él amablemente, y Martha entendió: los golpes le dolían —Tú aún tienes un futuro. Un futuro que a él le hubiera gustado tomar.
—Lo sé —dijo distraída mirando hacia arriba, con el gélido aire azotando su rostro, con los árboles creándole sombras extrañas sobre este
—¿En qué tanto piensas? —inquirió Adam por encima del viento que amortiguaba sus voces
—El cielo es inmenso... Pero es hermoso, para personas hermosas. Y él merece estar en un lugar así para descansar
Adam miró en la misma dirección por una fracción de segundo justo antes de que Martha lo comenzara a regañar —¿En qué parte crees que esté?
Aunque se mantuvo callada, Martha Taffinder sabía en dónde estaría el chico Gillespie, con sus ojos verdes centelleando en la eternidad: al final del arcoíris. El mismo final en el que un día se reencontrarían.
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—¿Señorita Taffinder?
—Buenas noches, señor Tax —saludó gentil al anciano que pasaba frente a su casa, y extendía la correspondencia en los buzones de las personas. Entonces, él extrajo un sobre y se lo tendió. Pero Martha no esperaba ninguna correspondencia —Iba a dejarla en el buzón de su abuela, pero ya que la veo... Tome, es para usted.
—¿Para mí? —preguntó tomándola con curiosidad
—Hace un tiempo, en vísperas navideñas, el joven Charlie se acercó a la casa del viejo Papá Noel —comenzó a decir acomodándose el bigote blanco. Y vaya que sí se parecía a Santa Claus, pensó Martha —Como el resto de los niños, le dejé pedirme un deseo para regalarle... pero él terminó dándomelo a mí, oh sí que sí —afirmó el cartero secándose el sudor de la frente con un pañuelo bordado —Sabía que intentaba ganarme la vida como diera lugar, porque repartiendo cartas no es suficiente; estuve trabajando de Santa Claus con los niños, que tanto me gustan, tengo unos nietecitos por ahí que hace mucho no me visitan, pero me gusta jugar con ellos y hacerlos felices, como me enseñó mi bisabuelo. Creo que es porque no tengo Internet... debería de invertir en eso ¿cierto? Así quizá quieran venir... la gente se olvida de sus viejitos, que harto amor tenemos para dar.
Martha lamentó que las personas abandonaran a sus abuelitos y abuelitas, pero estaba más ocupada en otra cosa —¿Qué tiene que ver eso con Charlie, señor Tax?
—¡Ah claro, qué olvidadizo! Los años envejecen ¿eh? —soltó una carcajada adorable —Por un año el niño Gillespie estuvo dándome cierta cantidad de dinero con tal de dejarle a usted una carta suya a diario cada mañana a la misma hora; la suma me salvó de quedarme sin hogar, y a pagar los medicamentos de mi señora —aquella confesión la dejó sin palabras —Hace aproximadamente un mes, él me entregó una última carta, pero tenía que cuidar a mi señora así que dejé de trabajar hasta ahora.
—¿Cómo está ella?
—Está descansando en un lugar mejor, justo como él —le sonrió con añoranza
—Lo siento —la abuela tantas veces le decía que hablaba de más, lo que la hacía lamentarse por ser tan bocona
—Yo también, y de paso, le doy mi más sincero pésame. Jamás vi un amor tan joven y puro como el de ustedes, al menos desde que tenía su edad y trataba de conquistar a Minerva —siguió sonriéndole radiante —Como le comento, yo no había podido asistir al trabajo, y como era un negocio secreto entre ambos, la guardé hasta que pudiera venir. Es precisamente la que acabó de entregarle, ¿no sabía? —Martha suspiró aguantando el llanto al percatarse que el sobre tenía dibujos hechos a mano delicadamente, como los que enviaba su admirador secreto hacía un año, y que desapareció de la nada. Ahora cobraban sentido los parecidos de los bocetos en el estudio de Charlie...
—¿Dónde envió el resto de las cartas?
—Las dejo en casa de su abuela, hace unos días pasé y olvidé dejar esta, pero vi que aún había unas cuantas amontonadas en...
—¡Nos vemos, señor Tax, muchas gracias espero verlo pronto! —le dejó una propina antes de echarse a correr. Por casi media hora, trotó hasta llegar sin aliento frente a la casa de Eliza Schneider, quien la recibió con una sonrisa seria
—Cariño, me alegra que llegues, ¡pero mírate esa cara! No es el fin del mundo —la regañó contemplando su rojez y lágrimas —Estás dejando que el dolor te absorba, y no permitiéndote sanar, ahora entremos, sé que como decía mi madre, tu bisabuela, que en paz descanse Dios la tenga en su Gloria, una taza de té soluciona...
—¡No me digas cómo debe ser mi luto! No es tu dolor, es el mío —gritó como desquiciada. En las casas vecinas, las luces se encendían por el escándalo —¿CÓMO TE ATREVES? ¡RESPONDE! ¡Confíe en ti, abuela, CONFIÉ EN TI! —exclamó pegándole en el pecho con la carta, haciendo que ella la viera, abriendo mucho los ojos —¿Pensabas que jamás me iba a enterar? ¡PUES AHORA LO SÉ! Y quiero saber dónde están.
—Estás haciendo un escándalo, Martha, entra ya mismo a...
—¡NO VOY A ENTRAR A ESE MALDITO LUGAR JAMÁS! —la cortó —Deja de ser tan cínica y dime dónde están las putas cartas. Porque tú y yo sabemos bien de qué hablo, no eres una anciana lenta, tú das pasos más grandes que cualquiera.
Eliza estiró su larguirucho cuello arrugado, con un ridículo corte de holanes —Las quemé.
Martha negó; su cabello estaba esponjado a más no poder y se pegaba a su frente por el sudor —No te creo. —¡no podía ser cierto! Era lo único que le quedaba de él...
—Las quemé, no existen, yo...
—Miente —dijo una voz tras ella. ¿Por qué todos aparecían ahora? Zion estaba a espaldas de Martha, mirando retador a Eliza —Por varios meses me pidió que le ayudara a esconder las cartas que Charlie te enviaba; rompió algunas pero yo junté los pedazos, y hace unos días me quemé los dedos salvando otras —mostró como evidencia sus manos con quemaduras recientes —Decidió quemarlas para que jamás pudieras encontrarlas, y quitarse culpa de lo que hizo, así que me pidió me las llevara; no accedí y me amenazó. Pero no le tengo miedo, señora —tomó un morralito y se lo lanzó a Martha —Estoy harto de esta mierda, y a eso venía, qué bueno que te encuentro, Martha. Ahí están.
Lentamente, la ojiazul se acercó hasta ella, rozando su nariz con la aguileña de su abuela —Por eso estás sola como un perro. Nadie te quiere, y se alejan de ti porque eres mala. Sí, eres una mala persona. Y Rosetta debe estar revolcándose en su tumba por haber amado a alguien como tú, tan fría como un pedazo de hielo en el corazón y podrida que ni siquiera los gusanos se animan a tragarte—Eliza intentó cachetearla, pero Martha fue más rápida —Me das pena, abuela. Porque sola estás, y sola morirás. Pero es lo que la gente como tú se merece, y en verdad espero que sigas siendo así de infeliz, como a muchos nos has hecho. —se dio vuelta, esquivó a Zion ignorando sus explicaciones y disculpas, y tomó las últimas cartas del buzón, guardándolas bien en la bolsa, al menos hasta que llegara a su lado
Junto a Charlie, toda la noche leyó cada una de las cartas, que iban con fechas ordenadas pulcramente.
La primera iniciaba con dos letras: "Mi azul"
Y así consecutivamente, pareciera que escribían un poema sobre alguien a quien conoció y cómo se sentía vivir a su lado.
"Sus ojos eran de un azul precioso como el mar, como el mismísimo cielo... y si te tomabas el tiempo para verla con detenimiento, te encontrarías los más bellos colores que pintaban mi mundo... en eso se convirtió para mí".
Martha descubrió a su vez, datos de Charlie que jamás se preguntó, y ahora la hacían cuestionarse si realmente lo conoció, pues desconocía que la razón por la que no ingería bebidas alcohólicas es porque le ocasionaron cierta adicción después de la muerte de Ellis.
Mike, el chico de la apuesta de la mosca en sexto grado, era el único y pelirrojo hermano de Hendrick Foster, quienes fueron vecinos de Charlie cuando eran pequeños, y crecieron en un ambiente nada familiar, pues su madre, con problemas de ira, vendía drogas en el cabaret donde trabajaba, y su padre era un alcohólico con seria bipolaridad. Gracias a esto, ambos niños se moldearon de esa forma; el pelirrojo era más cercano a Charlie, a excepción que tenía conductas cuestionables con los animales, y es por eso que no logró integrarse al Caos; después de esto, se volvió un chico fumador, a veces violento, y depresivo. Es por eso que se reprimió tanto socialmente que Hendrick, explosivo y envidioso, guardó rencor al ojiverde, armó su propia pandilla, y al morir Ellis, consideró era la mejor oportunidad de sonsacar al menor Gillespie y llevarlo por el mal camino.
Sin embargo, la envidia de Hendrick hacia el chico iba desde mucho más allá, pues él se encargaba que en la primaria, los brabucones molestaran a Charlie, le hicieran llorar, rompieran sus útiles escolares bonitos y caros, y a veces le golpearan, lo cual explicaba las cicatrices en las rodillas y codos de él. Y la gota que derramó el vaso, fue su enamoramiento hacia Ellis, quien lo rechazó repetidas veces, y él, harto, abusó de ella, ocasionando que la chica se deprimiera aún más y terminara por quitarse la vida, pues aquello la dejó seriamente afectada.
No contó con que el mismo Charlie optaría por cambiar su vida, abandonar la pandilla y rehabilitarse, pasando por encima de Hendrick en una golpiza donde el castaño intentó persuadirlo de quedarse bajo amenazas. Al tiempo, luchó contra la depresión y ansiedad que sufría desde que Neil murió.
¿Él habría pensado que ignoró las cartas, o ni siquiera supo que jamás llegaron a ella? Con ojeras pronunciadas y sedienta, extrajo el sobre que el señor Tax le entregó esa tarde. Sus dedos temblorosos la abrieron, y, a diferencia de las redacciones en las anteriores, esta carta tenía una única frase escrita en cursiva. Una que conocía a la perfección.
"Si pudiera regresar el tiempo, siempre me llevaría al día en que nos conocimos. Ninguna noche será un desperdicio siempre que tú estés en ella para acompañarme a recorrerla. Bajando lunas, pintando estrellas.
Te amo hasta con el corazón roto -C.G."
Martha se llevó una mano a la boca, ahogando inútilmente sus sollozos —Tenías razón, ojitos bonitos... la beca fue para mí. Creo que la aceptaré y me marcharé en unos días, después de todo, ya no me queda nada aquí. —tomó una bocanada de aire con tanta fuerza que los pulmones le dolieron —Intentar olvidarte es de las decisiones más difíciles que debo tomar, y tengo que encontrar el coraje de hacerlo. Pero también, será la más liberadora. Porque no solo me liberaré a mí, como dijeron tus padres, también te dejaré ir a ti y descansarás. —acarició las letras doradas en el mármol —No volveré, Charlie, estar aquí me duele y espero que lo entiendas; este no es más mi hogar. —se sorbió la nariz —Ya encontraré pronto un nuevo lugar al que llamarle hogar. Pero te prometo algo. Algún día floreceré yo también, y te amo, te amo hasta con el corazón roto, mi cielo —besó la superficie y se alejó de ahí para siempre
Él se había llevado la primavera consigo. Y ella no sabía si algún día podría verla de nuevo.
"Sentía que contigo lo tenía todo. Y ahora, no tengo nada"
꧁· Por esta noche — Charlie Gillespie ·꧂
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Frida
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*cualquier error ortográfico/de dedo será corregido posteriormente
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