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«Promesas rotas»

19 𝖉𝖊 𝖒𝖆𝖗𝖟𝖔 𝖉𝖊 2020



Debajo de un árbol frondoso, en el cual los primeros capullos comenzaban a brotar, un joven de ojos tan verdes como las hojas que el viento hacía caer a sus costados yacía sentado con un bolígrafo entre sus delgados labios, aquellos cerca de la fina y pequeña nariz que acompañaba su rostro ceniciento. Él sería fácilmente una obra perfecta que contar a través de matices, colores y pinceles, pues las sombras bajo sus ojos, el entrecejo fruncido y las gruesas manos que poseía lo hacían digno de plasmar; probablemente nadie sabría qué podía esconderse detrás de ese semblante, ni mucho menos descubrir toda la oscuridad oculta en cada línea de expresión que aparecía en sus comisuras al sonreír, las mismas que dolían tanto cuando tenía que fingir alegría. Bueno... la verdad es que sí había alguien que lo sabía. Ella.

Pero ella ya no estaba.

Se había ido hacía mucho tiempo, y él tuvo que enfrentar solo una batalla que en algún momento compartió. 

La verdad es que Charlie Gillespie sabía disimular las luchas internas con sus demonios.

Con pensamientos crueles en mente, se obligó a tomar el bolígrafo y tratar de terminar una canción en la que había estado trabajando hacía años, quizá era la culpa o tal vez solo un vasto remordimiento el que lo hacía sentir poco merecedor de escribir algo así, que le impedía acabarla. Repitió en un susurro el inicio de la melodía, tarareando tantas veces para convencerse de que no le cambiaría nada por vigésima vez tan solo en ese día.


—¿Qué haces aquí? Las clases acabaron hace dos horas.

La voz surgiendo tras del árbol lo hizo sobresaltarse del susto, en otro momento no sería el caso, sin embargo llevaba sin dormir varias noches; la ansiedad regresaba poco a poco a su cuerpo, justo como hacía unos conocidos ayeres en que recurría a otras cosas con tal de conciliar el sueño. Solo recordarlo, y pensar en que podía volver a lo mismo, le provocaban arcadas —Mierda —un poco de tinta se había corrido en la hoja, manchando sus apuntes, y por ende, el escaso avance de su creación —A la próxima ten más cuidado, Owen. Pude ser una viejecita con problemas del corazón, y ahora mismo tendrías que buscar como reanimarme si no es que ya me morí de un infarto. —gruñó con molestia salpicándose tinta en la ropa y básicamente a su alrededor; parecía que el bolígrafo había explotado, pero en realidad solo lo había mordido fuertemente con sus dientes cuando lo regresó a su boca segundos antes del espanto. Tan distraído en salvar su libreta, pasó por desapercibido el sabor a bilis y químicos mezclados —O, ¿qué tal si era un niño asmático?

—Al menos es un bonito lugar para morir —admitió Owen sentándose a su lado y señalando las florecitas. El rubio se ganó una mala mirada de su parte —Okay ya va, perdón. Pero en serio, ¿qué haces quedándote tan tarde los últimos días?

Charlie suspiró, y se rindió al ver que su intento de limpiarse era inútil: la tinta ya había traspasado el papel, y su ropa, difícilmente podría deshacerse de las manchas en la lavadora —Solo necesito un poco de... mmmm... no lo sé... Privacidad, espacio personal, silencio, tranquilidad, y un lugar cerca de puestos de comida —le recriminó aún enfadado (más bien harto de su mala suerte), contando con los dedos

—¿Siguen las peleas? —el ojiverde asintió y terminó aceptando una barrita de arroz inflado que Owen le ofreció

—Mamá no dejó a Meghan ir al campamento de baile, desde entonces no dejan de gritarse y maldecir, y si trato de meterme me gano yo el odio de ambas, sobre todo ahora que saben no estoy de ningún lado, las posiciones neutras me vienen mejor y atraen menos traumas a mi vida de los que ya tengo. —aseguró masticando el bocado que acababa de dar —No quiero decir que mujeres, pero mujeres, ¿quién las entiende? —Owen meneó la cabeza afirmativamente, adoptando una expresión de obviedad —Bueno, solo a las que me tocó aguantar, no me gusta generalizar. El punto es, que no puedo hacer la tarea así, mucho menos componer. Y con las actividades extras, Pete's está cerrando más tarde lo que me viene bien.

—Las mujeres siempre traen problemas.

Charlie le dio un codazo, aunque sonrió ligeramente al recordar algo en particular —¿Te refieres a tu madre o Savannah? —aunque Owen prefería la actuación a la música, su rostro los primeros segundos se transformó en uno sorprendido, expresión que se apresuró a cambiar 

—¿A qué viene eso?

El ojiverde volvió a reírse de él —¿Y decías que soy yo el que se hace el loco? —volvió su vista al cuadernillo justo cuando Owen buscaba hablar, pero unas risitas a lo lejos los hacían mirar hacia el mismo punto. Un chico de cabello blanco teñido y cejas muy negras, parecía estar contando la mejor historia de todas, pues la mujercita a su lado reía agraciadamente; Zion Lewis aprovechó para pasar un brazo sobre los hombros de ella, atrayéndola a su cuerpo y besando su coronilla

Owen carraspeó —Ahora entiendo qué haces aquí tan tarde —Charlie negó frunciendo los labios y regresó a lo que hacía: la maldita canción. Pero la música ya ni siquiera tenía sentido para él, o al menos eso creía la mayoría de las veces cuando quería tirar por la borda todo —¿La has estado viendo?

Negó en un intento inútil de ignorar cómo su pecho se estrujaba —Ya no tiene tiempo para salir, ha estado teniendo citas con Zion... supongo que no tardan en formalizar. —lo aceptó por primera vez a sí mismo, tras unos segundos, volvió a hablar —Estaba seguro de que no duraría más de una semana que fuera tras Martha. Pero ha pasado más de un mes, Owen; creo que él de verdad la quiere, y va en serio con ella. Nunca tuve oportunidad.

—No quería decir que te lo dije, pero...

—Calla. —lo interrumpió de malas, sin dejar de repetirse internamente lo tonto que era. Si tan solo hubiera insistido y dicho la verdad...

—Iré al puesto de taquitos que hay en la esquina de la cuadra, te espero ahí —silbando entre dientes, se marchó de ahí con las manos metidas en sus bolsillos y con un cabeceo se despidió de la pareja, haciendo que Martha Taffinder se percatara de la presencia de Charlie 

—Te veré después —mirando de reojo a Charlie, Zion esbozó una mueca mas no insistió y se despidió de un beso en la mejilla de Martha. La ojiazul admitía que la ponía nerviosa esa clase de gestos, sobre todo viniendo de alguien con quien salía desde hacía más de un mes; sí, Zion le parecía lindo y posiblemente comenzaba a sentir cosas por él... pero había una gran diferencia: simple y sencillamente no era el chico que la había hecho experimentar de nuevo esas mariposas. Sin embargo, Martha estaba mejorando su relación consigo misma, y no quería volver a cerrarse a oportunidades. Además... no podía sentarse a esperar eternamente por unas palabras que no llegaban a ella —Heyyy —se echó a un lado de Charlie con una sonrisita tonta en los labios

—Hey, ¿cómo te fue en tu cita? —en lo personal, al ojiverde le parecía de lo más extraño que Zion la invitara a pasar el rato dentro de la escuela, ¿qué clase de método de conquista era ese? Fuera lo que sea, estaba funcionando.

—Adivinaaaaaa —canturreó Martha con un perfecto timbre que bien sonaba irreal cómo una sola palabra alargada podía sonar tan melodiosa

Charlie sonrió de lado —No lo sé, tú dime —al haberse vuelto una especie de mejor amigo para Martha, era quien tenía que escuchar cada sumo detalle de sus salidas con Zion y más; no lo malinterpreten, estaba feliz por ella... mas preferiría que toda esa alegría él se la pudiera dar, sería aún más fácil tomando en cuenta el hecho de que cada pedacito de su felicidad la compartía con la ojiazul

—Me dijo que me tiene una sorpresa para mi cumpleaños, ¿cómo se enteró? ¡No lo sé! Digo, detesto mi cumpleaños pero es un gesto lindo que lo haya investigado, nadie lo sabe —aquello fue lo más parecido a recibir un balde de agua fría estando en bañador y sin camiseta estando en los peores días nevados de Dieppe. Claro que Charlie sabía el arduo trabajo (nótese el sarcasmo) que Zion había hecho en saber la fecha exacta

El ojiverde carraspeó, jugueteando con la esquina de las hojas de papel —¿Y...?

—¿Cómo que "y"? ¡Acepté, obvio! —chilló incorporándose para poder mirarlo; Martha se encontró con un semblante indiferente que ni siquiera se atrevía a verla —No te ves tan emocionado como pensé. Eres la primera persona que sabe acerca de esto, porque eres mi mejor amigo —ya no estaba tan segura de que fuera buena idea decírselo; el primer pensamiento que le vino fue que Charlie estaba pasando por un mal momento y no obstante fue maleducada en no preguntarle cómo se encontraba. El estómago se le revolvió, haciéndola sentir culpable —¿Charlie? —de un momento a otro se perdió en algún punto, obligándola a buscar sus ojos verdes que tanta paz le brindaban

—Lo siento, es solo que amanecí con jaqueca y no se me ha quitado. —dijo cerrando de golpe la libreta y sacudiendo su cabeza como si eso le sirviera para despejarse —Creo que ya me iré a casa, ¿quieres que te acompañe? —le preguntó poniéndose en pie, con Martha imitándolo

—Oh no, descuida. De todas formas tengo que ir a ver a los niños, ya sabes, las clases con la tía de Zion —le recordó sin poder dejar de analizarlo de pies a cabeza —Charles, ¿seguro que todo bien? Creo que debería ser yo quien te acompañe a casa, realmente te ves aturdido.


Charles.

Le había llamado por su nombre.

Aquello solo ocurría cuando tocaban un tema serio y ella activaba su modo materno con él. ¿Es que lo veía como una criaturita indefensa? ¿como un hermano menor al que cuidar? Pffff. ¿Por qué no podía verlo como alguien más?, era todo lo que el menor Gillespie se cuestionaba, sabiendo que en gran parte era su culpa, pues tampoco debía de esperar mucho si no decía nada: las cosas no funcionan con telepatía.


—Todo en orden, tranquila, iré a recostarme un rato y ya. Pero gracias —agradeció con un asentimiento de cabeza, y sin esperar una respuesta más, caminó hacia la salida de la academia

—¿Irás al rato? Podemos posponer la salida si no te sientes bien, no es problema —Charlie la miró sobre su hombro, frunciendo el ceño —La quedada, Charlie, después de clases. Hoy. Dijimos que iríamos a la colina. Hace mucho que no nos vemos ni platicamos sobre nada; te extraño.

"Bueno, eso ha sido porque no tienes tiempo", pensó él, claro está no lo dijo —¡Ah! Lo había olvidado por completo, descuida, me tomaré una pastilla para el medicamento y ahí estaré. —Martha lo miró desconfiada —Lo prometo, ¿alguna vez te he fallado? —la ojiazul dejó escapar la sonrisa contenida y se marchó al lado contrario del de él

—Y Charlie —se regresó a verlo, señalando su boca con los dedos. El ojiverde se miró en el reflejo de la pantalla de su móvil: su boca estaba manchada de tinta



.

.

.



Eliza veía cómo su nieta caminaba de un lado a otro buscando su mochila, la misma que estaba justo sobre el sofá pero no se detenía a mirar; pasaban más tiempo juntas luego de que Mallory fuera internada en el hospital. 

Tuvieron que pasar más de diez minutos para que notificara que aquel objeto que tan arduamente trató de encontrar, se hallaba a menos de un metro de ella. 


—Ese chico... Charlie. ¿De dónde lo conoces? —la anciana rompió el silencio, atrayendo la mirada azul de la joven. Extrañada, frunció el ceño, pues de todas las cosas que podía preguntarle para actualizarse todos los años que se perdió, decidía especular sobre su mejor amigo

Martha se removió incómoda, recordando cuál había sido. Claro que lo sabía bien; casi podía saborear el café que bebió esa mañana, el olor a pinos impregnar sus fosas nasales, el frío sobre su nariz... y la misma mirada verde que la salvó —Mmm... hace unos meses, era nuevo en el semestre. Él ya vivía aquí pero se distanció por un tiempo y recién regresaba a Dieppe —por obvias razones omitió la parte en que la encontraba llorando en el mirador y le quitaba el bote de pastillas

—Ja, me pregunto por qué —aunque lo murmuró, Martha alcanzó a oírla, y sus palabras la hicieron detenerse de aplicar mal el rubor en sus mejillas

—¿Por qué? —inquirió la mujercita irguiéndose en su lugar y dejando de lado la brocha: era un intento inútil, los dotes de maquillaje no habían venido en sus genes al grado que a pesar de intentos, sus delineados siempre terminaban en ángulos extraños que encapotaban su ojo más de lo que ya

Las comisuras arrugadas de Eliza se curvaron en la sombra de una sonrisa cínica que Martha no vio. La anciana se giró y tomó a su nieta de los brazos, con sus dedos clavándose en la piel de ella a través del suéter —Recuerda que no todo lo que brilla es oro, tu peor enemigo puede estar detrás del espejo y ni siquiera te darás cuenta... cuando menos lo esperes, lo estrellará. —hablaba en voz tan baja que cuando escupió esto último, la ojiazul se sobresaltó —No te encariñes, Martha. Sé lo que te digo, y es por tu bien. Aléjate de ese chico.


El tiempo no le sobraba, debía de ponerse en camino ya hacia la casa de Margot Lewis si no quería retrasarse para la clases de "sus niños", como Martha los había apodado; generalmente llegaba temprano a sus compromisos, algo que Mallory le enseñó bien.


—Hablaremos de esto después —la miró de manera severa antes de retirarse; no quería comenzar una discusión en un día tan bueno como aquel, así que solo salió por la puerta de esa oscura vivienda. Martha tomó su bicicleta roja y pedaleó hasta haber llegado a la casa rústica en la que trabajaba desde hacía cosa de dos meses —Disculpen la demora, aquí estoy —sonrió a sus alumnos y repartió unas golosinas veganas antes de comenzar con la clase del día; a pesar de que los pequeñines recién iniciaban su aprendizaje en cuanto a la música, entre desafinadas variaciones de tono de flautas y claves sin un ritmo contiguo aparente, la ojiazul podía ver en esos ojitos brillantes lo mucho que disfrutaban el rato... si de algo estaba segura, es que de ahí saldría un gran talento


Dos horas más tarde, apoyándose unos a otros acomodaron las butacas y se despidieron de Martha Taffinder, quien permanecía más tiempo que sus alumnos pues debía dejar arreglados todos los instrumentos, borrar pizarrones, hacer el itinerario del día siguiente, y más. En realidad, prefería quedarse ya que eso le aseguraba no pensar tanto en la salud de su madre, pues permanecía estable mas sin ninguna mejoría.

Charlie sonrió fuera del lugar y miró a través de la ventana cómo la ojiazul jugaba con unas flautas; al menos ahora sabía que no era su fuerte, pero no podía dejar de ser gracioso las expresiones que hacía y cómo simulaba espadas con cualquier objeto larga que encontrase.


—¿De casualidad hoy tienes un tiempecito para mí que no te distraiga de tus habilidades samurái? —el susto fue lo suficiente grande para que la flauta saliera volando a una esquina de la habitación, y los pies de Martha chocaran contra un sillón puf haciéndola caer sobre este (menos mal que no fue turno del piso de besarla). Charlie abrió mucho los ojos y corrió a ayudarla a levantarse —Lo siento, ¿estás bien?

Martha asintió, aún aturdida por la caída y vergüenza que sentía —Sí, solo estaba buscando motas de polvo. Al parecer los Lewis están obsesionados con la limpieza —dijo sarcásticamente —¿Cuánto tiempo llevabas observando? —inquirió con las manzanas de sus cachetes tornándose a auténticos tomatitos (esta vez no gracias al colorete). El ojiverde se tomó el atrevimiento de acomodarle el cabello y pasarlo por detrás de sus orejas 

—Mmmm —se mordió nerviosamente los labios —¿Qué te hace sentir mejor? ¿que te diga la verdad o pretendamos que acabo de llegar? Hola, un gusto, soy Charlie Gillespie y me preguntaba si aceptarías un encuentro conmigo —dedujo rápidamente extendiéndola una mano para estrechar la suya de manera formal

—¿Un encuentro? —mientras Martha se desternillaba de la risa, era él quien se sonrojaba

—Un paseo en bicicleta —le aclaró soltándola y comenzando a caminar; Martha se tuvo que dar prisa en cerrar bien todo y correr tras él para poderlo alcanzar. Aún los acompañaban algunos rayos del sol que los convertían a ambos en dos faros dorados, con matices ámbar en el cabello y gemas cristalinas en sus ojos; si mirabas de cerca, podrías ver un arcoíris en ellos. Porque ella lo hacía brillar, y él le daría todo su brillo


Y ahí estaba de nuevo.

El zoológico que revoloteaba en el estómago de Martha, y los nervios postrándose en mordidas en el interior de las mejillas de Charlie.

Todo en ella le parecía sumamente hechizante: desde la ropa holgada que solía usar, como el suéter verde pavorreal y la falda crema con estampado de florecitas que vestía ese día, y que por nada del mundo parecía incomodarle al subir a su bicicleta y comenzar a pedalear con sus converse negros atados a prisa. Entre sonrisitas y bromas, bajaron de sus velocípedos dejándolos a un costado del camino entre el bosque antes de andar cuesta arriba de su lugar.


—¿Qué haces? —Martha no dejaba de reírse por uno de los pésimos chistes que Charlie solía contarle, fue que se percató que la filmaba con su cámara pequeña que llevaba a todos lados

—Capturando recuerdos —le respondió encogiéndose de hombros y poniéndose a la par de ella. La ojiazul aspiró el aroma a pino que la llevaba meses atrás a precisamente en su lugar, solo que en diferente situación... no dejaba de cuestionarse, ¿qué tan rápido podía cambiar alguien por una persona? Una que estaba ahora de pie frente a ella, con una lente activa y tropezando por ir caminando de espaldas. El cabello largo de Charlie se movía en la misma dirección que el viento

—¿Para qué?

—Porque al final del día son ellos los que nos sacuden, y no la vida —contestó distraídamente, silbando a los arrendajos grises. —¿Alguna vez escuchaste la frase "Lo efímero de un momento, siempre se hace eterno en la memoria"? A eso me refiero. Son lo único que nos queda al final, cuando nos hemos hecho polvo.

—Te gusta demasiado la poesía, ¿no?

—Me gusta quien la hace cobrar vida en mí —corrigió mirándola fijamente unos segundos, decidiéndose por caminar bien, de lo contrario caería rodando toda la colina. Borrones grises volaron sobre ellos, posándose en el suelo cuando se sentaron bajo el único árbol plantado ahí —Esto de compartir árboles es incómodo, deberíamos sembrar otro.

—¡Oye! A mí me parecía lindo hacerlo.

Charlie chocó su hombro con el de ella suavemente a modo de juego —Solo te estaba tomando el pelo. —añadió con una sonrisita, mientras ambos compartían semillitas a los pajaritos, que no dejaban de saltar sobre el regazo de los dos jóvenes. 

—¿Aún te sientes mal?

—Un poco, ¿pero sabes qué me haría sentir mejor? Que me cuentes la historia de siempre, o cantar pero...

—Eso no —completó por él (aún estaba trabajando en la confianza consigo misma). Charlie asintió, y ella, con una sonrisita divertida, palmeó sus piernas estiradas para que él se recostara en ellas —Más allá del horizonte, dicen que los creadores decidieron regalar una luz brillante a la ciudad, antes de alzar sus cimientos. Nos regalaron el atardecer en la Bahía de Fundy, los bosques encantados, el movimiento de los ciervos... —comenzó a hablar mirando la fina línea en que el sol de perdía, siendo la estrella más grande de todas. Pero la historia nunca lograba terminar


Entonces, ocurrió algo inesperado.

A pesar de las ráfagas de frío viento del atardecer y la escasa luz, Charlie vislumbró una polilla de alas azules con gris revoloteando alrededor del árbol en el que yacían recostados. Claro está, el ojiverde la reconoció la instante; se trataba de una Glaucopsyche lygdamus, muy veloz y difícil se atrapar.

Y justo por ello, fue sorprendente cuando la pequeña se colocó sobre el dedo que Charlie le tendió, sin siquiera dudar en volver a montarse en vuelo. Con su mano libre, rebuscó en una bolsita que llevaba y sacó un trocito de manzana para ofrecerle.


—Me recuerdes a una mariposa —murmuró el ojiverde a Martha, sin embargo ella continuaba concentrada en los arrendajos y el relato del que Charlie ya estaba pasando, perdido en el azul que atisbaba su mirada. Su mirada era de un azul claro y profundo, ¿cómo carajos era posible perderme tanto en ella?, pensó . Sonrió por la casualidad de que la lepidóptera poseyera su color favorito. Sus ojos le recordaban la primavera —¿Así se ve?

—¿Qué cosa? —Martha no le estaba prestando atención a los detalles

—La primavera —contestó regresando su vista a Martha —Puedo verla en tus ojos —sus palabras hicieron hormiguear de pies a cabeza a la chica, haciendo así que fuera imposible romper el contacto visual. Charlie se había incorporado tan solo un poco, con su peso apoyado en sus antebrazos recargados en el pasto. Estiró uno de sus brazos detrás de la oreja de ella, acercándose lo suficiente para que sus respiraciones se mezclaran; por consiguiente, su mano acarició su cabello y a la altura de sus rostros, mostró una flor diminuta de color morado —Para ti.

—¿Qué es esto? —preguntó aguantando una bocanada de aire cuando él se alejó de ella muy a su pesar

—Siempre debemos dar algo a las personas que queremos, Martha. —comenzó a decir mirando a la mariposa, posándola en la ojiazul —Una flor, un libro, un recuerdo, un beso... y en ocasiones, algo diferente pero no menos preciado. 

—¿Como qué? —se perdió en la polilla, que con confianza andaba sobre sus dedos y revoloteaba entre su cabello como si de una corona trazada se tratase, hasta llegar a su hombro 

—El corazón —Charlie sonrió cuando vio a su nueva amiguita reconfortar a Martha —¿Ves? No me equivoqué, te dije que eras como la primavera. —añadió al hecho de que, además, su cumpleaños era en esa fecha

—A mi madre le encantan las mariposas —comentó la ojiazul sonriéndole de cerca a la mariposa, que pasó a picar un poco de la fruta roja antes de montarse en vuelo y rodearlos como una despedida para perderse en su destino, alto muy alto —La mayoría se pregunta la manera en que surgió el día. Existen diversos mitos y leyendas de cómo el sol lo alumbró todo. Pero nadie se ha cuestionado lo solaque se sintió la noche al ser olvidada junto a la luna, sumida en su propia oscuridad —citó como final de su relato sobre Dieppe. Ambos tragaron grueso, identificándose con el fragmento

Charlie sabía que la estaba pasando mal, y justo por ello, estaba dispuesto a darle la poca luz que le quedaba así conllevara apagar la suya; a fin de cuentas, ya suficiente había disfrutado, pero también suficiente había perdido —Cuando inicie la primavera, todos nuestros pedazos rotos volverán a unirse. Te lo prometo, Martha.


Martha sonrió.

Martha creyó aquella promesa.




"No más sueños, no más sonrisas, no más planes. No quedaba más. Solo recuerdos borrosos y malditas promesas rotas".








꧁· Por esta noche — Charlie Gillespie ·꧂


Holaaaa;) me alegra mucho volver con todxs ustedes. Como sabrán, me encuentro cursando la universidad y en serio, es más complicada de lo que muchos creerán si le das la dedicación que quiere, esa es la razón por la que he tardado un mes en volver y les agradezco la paciencia que me tienen para actualizar. Mañana salgo de vacaciones y tendré dos meses libres para actualizar y finalizar con la novela.

Recuerden que me ayudarían MUCHO votando, comentando, compartiendo la novela y agregándola a sus bibliotecas y listas+


Frida

*cualquier error ortográfico/de dedo será corregido posteriormente

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