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«Por mi azul...»

18 𝖉𝖊 𝖓𝖔𝖛𝖎𝖊𝖒𝖇𝖗𝖊 𝖉𝖊 2019



El mundo de Martha Taffinder no se derrumbó esa noche, pero las paredes se volvieron más estrechas sin dejarle suficiente espacio para poder andar con calmar, apretándose en ella al punto que se sofocaba. Mallory había sufrido de una recaída, tan intensa que apenas fue posible estabilizarla, lo que derivó internarla en el hospital, sin tener derecho a salir; en caso de hacerlo (pues era una mujer necia), corría el riesgo de terminar antes de tiempo dentro de una caja. Esa era su cruda verdad. 

Luego de enterarse por boca de Milton de lo ocurrido, y siendo desplazada por este en su carro de lujo, desde aquel día, Martha no se separó de su madre; Amelia, enfermera asignada a las Taffinder hacía dos años, se vio en la obligación de confesarle lo que realmente estaba ocurriendo, y eso incluía la custodia de su padre a pesar de ser ella mayor de edad, entre otras relevaciones, como lo era el estado crítico de Mallory.

Para su suerte, sería fin de semana y no tendría que preocuparse por los deberes o las clases (tampoco es que le importara demasiado tomando en cuenta la gravedad de la situación), sin embargo, sus amigos terminaron enterándose y llegando al centro médico en su búsqueda, convenciéndola de ir a comer mientras se turnaban en cuidar a su madre y distraerla de la blancuzca pesadilla en la que se encontraba. Martha sí tenía amigos, después de todo.

Pero si algo nunca olvidaría la mujercita, eran esos ojos verdes postrados en ella; lo primero que pudo ver al fondo del pasillo, abiertos como dos luceros grandes y de intenso color, ni mucho menos las cálidas manos de él sobre las suyas, acoplándose a la perfección con sus dedos.


"—Como personas, vamos a alcanzar un punto en que seremos auténticos monstruos, nos veremos en el espejo, temerosos, y nada se comparará al pavor de tener que descubrir lo que está detrás de ese reflejo, que no somos más nosotros. Es un buen castigo, si lo ves desde cierta perspectiva. Probablemente cuestionarnos algo como ¿En qué carajos me convertí? sea una buena opción. —tensó los labios, haciendo que su nariz se arrugara debido a la expresión esbozada. Martha no pudo evitar compararlo con un molesto, y adorable gatito pardo; pese a ello, seguía asimilando a qué se refería el castaño —Entonces, también podemos tornarnos los malos del cuento, la gente se asustará de lo inusual en que nos convertiremos y algunos lo tomaran como un arma extra para juzgar, incluyéndonos. Así que no debes asustarte de qué tan trágica o única serás —al decirlo, sus orbes buscaron las azuladas de ella, como si su mirada pudiera traspasarla, y con el gesto consiguiera que la chica descifrara con más que palabras lo que deseaba transmitirle; iba más allá de solo motivarla, de la misma manera que sus ojos solo veían lo superficial de su físico

        »—Porque al final somos humanos, y sentiremos... sentiremos incluso lo que no nos corresponde, las partes de alguien igual de roto que nosotros mismos. Se llama empatía, pero también puedes llamarla amor —su voz se volvió un murmullo, y sus manos palmearon las de ella con ternura. Como una lección de vida dada —Y por eso yo estoy y estaré contigo, donde sea y lo que conlleve, estoy decidiendo quedarme. No importa tener que pasar la noche en sillas duras del hospital... no es la primera noche que te dedico a ti. —ni la última, tenía experiencia respecto a compartir oscuridad Ahora escoge, ¿sándwich de atún o jamón de pavo? —le preguntó esto último separándose y sacando de su mochila dos emparedados de Subway en sus respectivas bolsas de papel —Porque, en lo personal, prefiero el de jamón. Tengo una especie de contradicción con el atún..."


Seguido, Charlie Gillespie se explayó con sus clásicas pláticas sobre sabores y comida que solo él y Bonny se entendían. La jovencita desconoció en un principio el por qué Charlie comenzó a contarle toda esa cátedra, sin embargo, acabó comprendiendo al menos la mitad del relato; Martha ni siquiera recordaba con exactitud qué conflicto tenía con ese pescado, pues su mente se congeló antes de que pudiera dejar de hablar.

Los siguientes días no fueron muy distintos a los anteriores, no obstante, el ambiente sí; preocupaciones iban y venían, pero esos ojos verdes parecidos a dos esmeraldas brillantes, nunca se esfumaban, tanto que podría jurar la castaña los veía hasta en el cielo. Aunque, claro está no podía negar lo reconfortarte que significaba saber que nunca la abandonarían; si sus oídos habían oído bien, él, de una u otra forma, lo prometió.

Con el cabello desaliñado (lo cual era ya era un hábito en la ojiazul), se echó el morral sobre un hombro y corrió entre las calles; la sensación de apremio parecía ser tan intensa, que pasó por desapercibido lo crucial que fue chocar contra el hombro de un chico muy alto, corpulento, y ojeroso de mirada oscura sin el sentido literal.


Entschuldigung —se disculpó la jovencita en voz baja, como de costumbre, el segundo idioma natal se hizo presente; entonces, miró a la persona que tenía frente. Sus ojos eran del color de la nieve sucia, tan claros que llegó a pensar podían bien ser blancos; su tez estaba ligeramente bronceada y tenía una sonrisa chueca, casi desdeñosa —¿Me das permiso? —le pidió amablemente con la voz hecha un hilo. Ni siquiera se movió ante su petición —Estás obstruyendo el paso, y tengo prisa —siguió diciendo con impaciencia palpable en sus dientes mordiendo el interior de sus mejillas; la incomodidad que sintió con la vista del desconocido pegada a su cuerpo, era como el sexto sentido que te avisaba de no fiarte en nada

—Claro, la alemana faldera —Martha frunció el ceño, desorientada por su manera de expresarse sobre ella. Entonces, atrás de él vio otros tres muchachos de aproximadamente la misma edad. Los reconoció unos segundos más tarde, la clase de rateros con los que su ex, Adam Melnik, se juntaba para fumar. La diferencia se debía a que el de orbes grises era igual o mil veces peor que el pelinegro. —No sabía que vivías aquí —fue que recordó su nombre. Hendrick. Así se llamaba.

—Sí, bueno... tengo que irme —ganas de hablar era lo que le faltaba, sobretodo tratándose de él. Quiso escapar, pero al darse vuelta, la mano de Hendrick se enroscó sin cuidado sobre el brazo de ella, deteniéndola de su escape

Con sus dedos libres, se despeinó a sí mismo el cabello de un café muy oscuro, más largo en la parte de la frente, donde caía de manera sensual. Era una lástima que alguien tan lindo físicamente, por dentro no quedara nada que valiera la pena —Me dio gusto verte, Martha. Espero hacerlo de nuevo pronto. Bonito día —con una sonrisa seria, y aún inspeccionándola, la dejó ir —...Y Martha.

Odiando ser así, se giró al chico —¿Ajá?

—No andes solas por las calles de noche, es peligroso —una parte de ella lo sintió más bien como una advertencia, escudriñando con disimulo la postura intimidante de él. Asintió como aparente agradecimiento, y esta vez, no miró atrás

Vieron caminar a la ojiazul lejos de ellos, hasta que se perdió al doblar una esquina. El castaño escondió la sombra de una sonrisa, el peor error de Martha era seguir siendo igual de distraída, ¿es que no se daba cuenta de la presa fácil que podía ser? Había tantos maliciosos ahí fuera... —¿Por qué permitiste que se fuera? La niña... —Hendrick calló a uno de sus seguidores con tan solo un ademán, el cual consistió en dos dedos levantados 

—Dense un respiro, y créeme, no es solo una niña.

—Es bonita. —habló otro, de cabellera corta y cubierta por un gorrito beanie de lana beige

Hendrick sonrió de lado, tan socarronamente que su gesto dejaba de ser encantador —Sí, lo es —confirmó en un susurro, llevándose un cigarrillo a su boca delgada y rojiza por el frío


Aquel encuentro le había puesto los pelos de punta a Martha, quien no dejaba de darle vueltas a lo que pasó. Y es que a pesar de ser cercana a Melnik, no se atrevía a acompañarlo a sus andadas; podría contar perfectamente las ocasiones en que, por descuidos de él, tuvo que encontrarse con esa pandilla a la que varios temían. La ciudad de Dieppe cambió años atrás, cuando las calles dejaron de ser tan seguras como lo fueron anteriormente.

Se habría seguido cuestionando internamente, si no fuera porque Bonny Martínez se interpuso en su camino, tendiéndole un vaso térmico junto a pan dulce que ella misma preparó una noche antes.


—En serio vales oro —suspiró con alivio, aceptando el desayuno que su amiga le trajo, pues su estómago se encontraba vacío desde una noche antes 

Mientras Martha daba un mordisco cuidadoso al postre, Bonny se cruzó de brazos, inconforme con ella —Entiendo que necesitas cuidar de Mallory, pero por favor, no te descuides a ti misma.

JÁ, claro, como si no lo hubiera hecho ya antes, pensó Martha masticando con lentitud el bocado —Se me fue, pero te prometo que esta es la última vez —la morena rodó los ojos, pues sería millonaria si le pagaran por cuántas veces la escuchó jurarlo. 


Optando por mantenerse callada, juntas atravesaron los pasillos hasta llegar al aula en la que pasarían todo el día; eran ya finales de semestre, la entrega de proyectos estaba a la vuelta de la esquina, y eso conllevaba tener que trabajar el doble por el festival navideño que debían montar; Savannah no se había equivocado cuando escuchó a la perfección que interpretarían el musical de Wicked. 

Máquinas de coser trabajando en disfraces de distintos tipos de tela, satín de color brillantes, zapatillas de ballet volando por aquí y por allá, narices distraídas con toques de pintura para la escenografía. Y por último, pero no menos importante (de hecho, la parte fundamental de un musical), los alumnos de semestres avanzados trabajando en las melodías y letras que serían interpretadas sobre el escenario el veinticuatro de diciembre. 

Trabajo cansado, sí, no obstante el resto no se detenía y debían continuar con sus clases diarias, que, con suerte, gracias a ellas se harían de un buen lugar en la música; no sería la primera vez que un actor de Hollywood o algún cantante de ópera salía del lugar más recóndito en Nuevo Brunswick. Por mientras, debían de arreglárselas para los exámenes, así tuvieran que desvelarse para acabar a tiempo las tareas; apenas y tenían tiempo de tomarse un respiro, con suerte. Por allí y por allá, que los días pasaban, con las precipitaciones de nieve retrasadas para la fecha.

Y así fue como a última hora, tomaron asiento en butacas desplegadas alrededor del salón, expectantes a la llegada de la maestra; Yanika May era una mujer de mediana edad, con arrugas bajo los ojos y cabello corto tan rubio que podría considerarse amarillo. Definitivamente no se parecía en nada a Savannah, su única hija, y quien a veces se avergonzaba de lo intensa que podía llegar a comportarse su madre con los compañeros de clase.


—Amor, tiempo, muerte, ¿alguien ha escuchado sobre esto? —preguntó en general, haciendo su entrada triunfal con tacones altos y una falda negra tan elegante que no se escuchaba ni un respiro cortar la atmósfera. Una maestra difícil, mas también una clase de poesía particularmente hermosa —Will Smith en su interpretación en la película Belleza inesperada, se refiere a ellas como las tres cosas que conectan a cada ser humano sobre la tierra. —respondió al ver tantos pares de ojos sin despegarse de ella, en silencio transmitiendo duda —¿Alguna idea de qué quiere decir? ¿Nadie? Para encontrarse en Pete's, les falta conocimiento cinematográfico.

Una mano se alzó al fondo al cabo de unos segundos, parecía tímida, con miradas posadas en él —Que todos anhelamos amor, deseamos tener más tiempo, y le tememos a la muerte.

—A alguien le gusta ir más allá de simples películas —le alabó Yanika sonriendo ligeramente, sin dejar de moverse por toda la sala —Dígame, señor Gillespie, ¿usted le teme a la muerte? ¿al amor? ¿el tiempo? —el castaño se aclaró la garganta, sintiendo su nuca picar por los nervios de ser el centro de atención con un tema tan particular

—Creo que no hay nadie que no desee al menos un poco de amor ¿qué, no? —inquirió al resto con una sonrisa pequeña —Podemos negarlo, pero en el fondo esas ansias nunca se irán —dijo echando vistazos de reojo, pese a que algunos estaban aburridos al borde de dormirse, fue como si de la nada el cansancio se hubiera esfumado y estuviesen alertas —El tiempo es relativo, Einstein en su teoría lo establecía como una ilusión. 

—¿Usted cree eso?

Charlie se distrajo, jugando con un bolígrafo y tocando con este la superficie del pupitre repetidas veces; o quizá solo le avergonzaba confesar su pensar frente a tantos rostros que no dudarían en juzgarlo —Creo que está en lo que experimentamos, cualquier emoción, cualquier deseo, incluso en cualquier noche estrellada. —dijo tensando los labios en un mohín concentrado —Lo interpretamos como un puente entre el amor y la muerte, ¿no ponemos nuestra esperanza en el tiempo, esperando que nuestra vida sea mejor? Todos soñamos con un futuro bueno, no uno en el que estemos desempleados y sufriendo de desamor. —se había ganado el interés de sus colegas —Y respondiendo a su pregunta sobre la muerte... no le tengo miedo —admitió encogiéndose de hombros, antes de recargar su espalda en el respaldo de su sitio. He vivido más de lo que creen, pensó

Permanecieron en silencio hasta que Yanika volvió a hablar, ahora con ojos más vivos y brillantes, igual que dos canicas miel —Nuestros sentimientos suelen estar ligados a un núcleo que nos ayude a sobrellevarlo. Alegría, tristeza, amor, luto... por decir algunos, necesitamos crear un balance que lo sostenga. Por ejemplo, un helado y felicidad, ese dulce manjar que tantos nos gusta es el causante de encontrarnos satisfechos —Charlie le sonrió a Bonny con la comparación, eran cómplices cuando de postres y Martha se trataba —Nos distrae... incluso mitiga dolores, pero eso no signifique que se vaya. Solo son excusas para prolongar que tengamos que enfrentarnos a ellos, siendo tal vez nuestros más grandes temores. Da pavor dar vuelta a la página, y no poder dejar ir algo, sin importar qué tan bien o mal nos hace; estamos rehusándonos a decirle adiós, posiblemente se deba al miedo de jamás ser capaces de sentir lo mismo, o de recuperar momentos que se fueron ya. La verdad es que no es posible eliminar aquello que no pertenezca al interior del tiempo, es una especie de máscara. Porque no... no hay cura para la melancolía, para la añoranza, para el hubiera. —fue la manera más sencilla de darle la razón al ojiverde, quien parecía saber con certeza lo que decía —Tres maneras sencillas en las que esta película nos enseña que el amor es creación, la muerte es destrucción, y, efectivamente, el tiempo lo que ocurre entremedio. El tiempo es un lujo, no lo gasten. Así que Greeny, al centro con la poesía.


La reacción fue casi instantánea, pues cada quien sacó apresuradamente su tarea (incluso Owen, concentrado en comer una banana), repasando repetidas veces el poema que escogieron para la clase del día presente.

Iban pasado alternadamente, pues Yanika no daba importancia como tal a llevar un orden, consideraba eso solo les daba razones para acobardarse y/o bajar su desempeño. Martha declamó uno corto, dirigido a las estaciones, mas centrándose en la belleza de la primavera y lo que conllevaba recibirla; Bonny le aseguró que fue atrapante y nostálgico, tanto que se limpió una lagrimita.


—Para finalizar... Charlie Gillespie. —el mencionado alzó la vista de su butaca, y tomando una gran bocanada de aire, se puso en pie caminando al centro —¿Qué nos recitará hoy?

—Colores. —contestó con voz segura, mirando a su alrededor. Entonces vio la misma mirada que no lo dejaba dormir desde el primer día en que la conoció —Específicamente, el azul.



"No era primavera, ni mucho menos verano

Pero eras tú

No eras el mar

Pero seguías siendo azul

Y aunque no estaba lloviendo

Te veías tan gris

Pero qué bonitos se veían los colores en ti

No necesitabas ser de un rojo intenso,

O un amarillo brillante para que yo te fijara mis ojos

No me veías, pero yo sí que te veía a ti


...


Ella es como contemplar arte entre las ruinas

Mucho menos era mía,

es verdad,

pero quería que fuera suya

Entonces comprendería los ojos,

con los que yo veo los de ella

No de un verde hazel simplón como el mío,

pues nunca podría parecerse a mí,

ella es todo y ni siquiera se da cuenta,

y yo soy algo gracias a ella.

...Sino de todos los colores que puedo ver desde que la conocí

Ya no era más gris,

Ya no era más azul,

Solo era ella y ya...

...Quitemos el "solo" y "ya"

Por ella, mi cielo ahora es multicolor

Desde un naranja cálido hasta un rosa chillón 

cuando se pone el sol

Aunque, siendo sincero, solo tengo ojos para su azul

Azul azul azul

No puedo bajarle la luna, aun cuando se parecen tanto

Pero soy capaz de robar todos los tonos del arcoíris

para verla sonreír

Así de loco estoy por mi azul

Como si las estrellas brillaran por su luz

Piensa que es una sombra opaca,

pero ella no sabe que hasta el gris es bonito

¿Por qué menospreciamos los colores?

Si todos fuimos hechos para cada uno en su totalidad

Un día somos grises, al otro chartreuse

Al siguientes dorados, tal vez azul

Lima o solo rosa en matiz

Puede ser tan bello como el azul...

...que puede convertirse en gris

Quizá se deba a que este necesita del otro,

para ser precisamente eso: gris

No somos tan diferentes como humanos,

¿o sí?

Y aunque mi azul me rompiera el corazón,

mi negro sería precioso...

...porque seguiría siendo suyo,

Al igual que todos los colores que creé para ella, 

con las más bellas pinceladas que me inspira a dar

tan delicadas como su piel porcelana

Cada una se la dedico

Y es que mi mundo tiene sentido,

cuando mi azul los pinta

Y por mi azul, no me refiero al cielo o al mar

...Esos han quedado aburridos a su lado

Porque sí, hablo de ella

¿Por qué querría ver un cielo, si puedo ver sus ojos?

Azul azul azul"



Una vez que terminó, el silencio reinó por lo que fueron varios segundos, hasta que poco a poco los aplausos comenzaron a surgir; la gran mayoría consideró el poema había sido de lo más cautivador —Ha sido... un muy buen trabajo, señor Gillespie, felicitaciones. ¿Lo extrajo de alguna página? —le preguntó aún con ojos cristalinos

Charlie miró el papel que sostenía entre sus manos (algo arrugado), como método de ayuda por si llegaba a olvidar las palabras —¿Eh? Ah... sí, yo... sí... ¿ya puedo sentarme? —contestó con una sonrisa nerviosa. Yanika asintió, y luego de dar ciertas instrucciones que abordaban, dio por terminada la clase

—Debo decir que he quedado bastante sorprendida con su actuación de hoy —la voz de la mujer lo detuvo de salir, Owen y Jeremy se ofrecieron a esperarlo afuera, dejándolo a solas con Yanika —Así que... ¿una buena página de Internet? 

Charlie se llevó una mano a la nuca, rascándola con nerviosismo —Sí, algo así... ¿necesita algo?

—En realidad no, solo quería hablar contigo un momento, a solas —se quitó los lentes del puente de la nariz y los dejó sobre el escritorio a un costado de ella, tallándose los ojos unos segundos pues el cambio de vista le costaba un tanto por la edad —No como maestra, sino como un humano, y como una madre —la mitad de los que conocían a ambos, no podrían saber todo lo que pasaron juntos, como si de una familia se tratara. Charlie suspiró, detestando por unos instantes no haber aceptado que sus amigos se quedaran ahí, así se habría podido evitar lo que se venía —Escuché que en casa las cosas no van muy bien...

Charlie frunció el entrecejo —¿Quién le dijo? Fue Savannah, ¿verdad?

—Existen otras maneras en que yo pude enterarme, pero si te hace sentir mejor saber la respuesta, no, no fue mi hija —dijo levantándose, y caminando delante del escritorio, recargándose en este para quedar más cerca de su alumno —Es normal que la herida aún arda a pesar de los años, en ustedes dos. Y también entiendo que no puedas dejar ir, después de todo, eres tú quien ha vivido la muerte en carne propia. La muerte no siempre se encuentra en los ajenos, Charlie, también vive en uno mismo.

—¿Me está diciendo que yo morí con ellos?

—Estoy diciendo que debes de tratar de superar, no dudo que lo hayas intentado, pero creo que has fallado rindiéndote —lo corrigió frunciendo sus labios

—Con todo respeto, señora May, pero creo que yo puedo solo con eso, no necesito ayuda de nadie más. Buena tarde —le aseguró antes de darse vuelta y marcharse. Los traicioneros, a su parecer, del rubio y castaño, no estaban ahí

—Fue precioso.

—Felicidades Gillespie, buen trabajo —eran tan solo uno de los tantos halagos que sus compañeros le hacían desde la clase con la madre de Savannah. En la salida aprovecharon para acercarse a él, sin embargo, Charlie se ponía de puntillas para ver si la persona que buscaba, se aparecía por los pasillos en los que estaba

—Gracias, amigo —les sonrió de vuelta, despidiéndose. Para su mala suerte, otros más del grupo con el que compartía clases, llegaron hasta ellos y comenzaron a opinar sobre los futuros festejos a celebrarse, y es que faltaba cosa de nada para diciembre —¿Les molestaría que...? —de repente lo ignoraron, y sus ojos verdes se encontraron con los azules de Martha. Alzó una mano para decirle que se esperara, mas ella lo interpretó como un ademán de despedida, a lo que le sonrió —Permiso, gracias, ya vengo —se disculpó a la vez que se abría paso entre los alumnos que también vaciaban las aulas. Finalmente llegando al punto en el que la vio, Martha ya no estaba ahí. Con un suspiro, se dio por vencido; no le había podido decir lo que quería, y era tarde para hacerlo



.

.

.



Julieeeeeta, deja caer tu cabello —fue lo primero (más raro) que escuchó Martha, antes de percatarse que, quien fuera que había dicho aquello, se encontraba tras la puerta de la entrada. La ojiazul hizo un espacio para poder ir a casa y adelantar su tarea, la cual era mucha pues se retrasó con las visitas al hospital

—¿Qué haces aquí? —le preguntó con una sonrisa al chico de ojos verdes, haciéndose a un lado para invitarlo a pasar en silencio, con Delilah saliendo de su escondite para saludarlo con un maullido amoroso

—¿Demasiada literatura y poesía por hoy? —inquirió Charlie sin dejar de sonreír, y, con permiso de Martha, ambos se dirigieron al cuarto de ella. Seguía igual de aburrido que las veces anteriores en que la visitó, la única diferencia era la ausencia de Amelia y Mallory, y que el edredón fue sustituido por uno puramente grisáceo —¿Cómo sigue tu madre?

—Dime, ¿qué con tu poderosa declamación en clase? —Martha, aún en calcetas, acostándose bocabajo y destapando nuevamente el marcador de tinta amarillo, miró con pesadez la libreta frente a ella —Y, está mejor, gracias por preocuparte —desde que su progenitora ingresó al centro médico, no hubo día en que el ojiverde no estuviera al pendiente por si se les ofrecía algo

—¿Te gustó? Tengo una más para ti...

—Oh vamos, ¿ya me dirás qué haces aquí? 

Charlie soltó una risita divertida —Solo dime que me vaya y lo haré. —bromeó husmeando lo que ella hacía. Lucía como si sufriera de un debate interno consigo misma

—No lo digas nunca —respondió Martha mirándolo de golpe —Por favor. 

Después de esos segundos extraños, se decidió por romper la silenciosa atmósfera que le causaba ansiedad —¿Es el proyecto de la señorita Clair? —asintió esbozando una mueca inconforme

—Estoy aún atorada con la lírica, tengo todo excepto la última parte, mira —deslizó el cuaderno hasta él, de modo que pudiera verlo con facilidad. Siguiendo los apuntes que hizo, más la letra, Charlie comenzó a tararear

—Bien, lo terminaremos juntos.

—¿Te quedarás a ayudarme?

—Claro, solo si tú me permites estar contigo —la sonrisa de Martha fue todo lo que necesitó para entender que ella estaba aceptando.


Por eso de las diez de la noche, con los estómagos llenos debido a la cantidad inhumana de pizza que ambos consumieron luego de que él se ofreciera a pedir una a domicilio y pagar por ella (argumentando que fue quien buscó quedarse), se tendieron sobre la cama mirando al techo. Bueno, en realidad al tragaluz. Hacía años que no era posible de abrir, puesto que la manija se había atorado gracias a la oxidación del fierro.

El cielo que se alcanzaba a ver, ahora que Amelia limpió las hojas cobrizas del tejado, destellaba con motitas titilantes que serían estrellas, y la luna en su máximo esplendor, los hizo suspirar.


—¿Sabías que van a montar la feria navideña después de varios años sin abrirla? —Charlie continuó acariciando el lomo de la gata, quien se había subido a su pecho y recargado en este. Martha la envidió tan solo un poco

—Algo oí decir a Bonny —dio unos últimos vistazos a la libreta, quería asegurarse que el trabajo era presentable. Escondió una sonrisa, distinguiendo la caligrafía irregular de Charlie

—Hay juegos mecánicos, puestos de chocolate caliente y un montón de cosas, pensé que... —siguió diciendo el muchacho, con los nervios a flor de piel; ¿por qué era tan difícil invitarla a salir? ... ¿Y si mejor no lo hacía? Sería más fácil, además de evitarse quedar en ridículo

—¿Qué cosa? —a pesar de que ella sospechó de sus intenciones, calló, igual o más nerviosa que él

Charlie se enderezó de golpe, cuidando de Delilah, y miró directamente los ojos azules de su amiga. Necesitaba hacerlo, no había vuelta atrás —Martha, cuando nos desocupemos ¿te gustaría ir conmigo?




"—¿Por esta noche? 

El ojiverde sonrió, acariciando su mejilla —Por todas las que nos resten"







꧁· Por esta noche — Charlie Gillespie ·꧂


En lo personal, estoy segura que este es uno de mis capítulos preferidos de la novela♡ Quería que quedara lo mejor posible, para yo sentirlo y terminar de escribir, a eso se debe la tardanza; ¡espero lo disfruten tanto como yo!

Recuerden votar, comentar y compartir la novela con sus conocidos para que se unan a esta historia+

Agradecería me dieran sus opiniones sobre la historia, esto con el propósito de mejorar :) Gracias por el apoyo


Frida

tw/ig: @glownandi





*cualquier error ortográfico/de dedo será corregido posteriormente

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