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«Teoría del helado»

13 𝖉𝖊 𝖔𝖈𝖙𝖚𝖇𝖗𝖊 𝖉𝖊 2019



Con el otoño, la gente comenzaba a recordar cómo era el frío en Dieppe; al salir a la calle, a cada esquina que observaras, las personas usaban gruesos abrigos, algunas guantes, y unas que otras, botas. Los árboles estaban teñidos de colores cálidos que Charlie disfrutaba de ver, inspirándose en obras que sabía no tendría la fuerza de voluntad de realizar; sin embargo, eso no quitaba que su mente volara al presenciar los tonos que la vida nos regalaba, desde un precioso anaranjado en el ocaso, como un gris tormenta, que tan solo entre ambos formaban una corta diferencia del ciclo de las cosas. Para el ojiverde, cada matiz era mágico y precioso, lo que le decepcionaba que no todos obtuvieran el mismo reconocimiento que el azul o el rojo, mismos que se consideraban como vibrantes. 

Así como el tiempo pasaba, el cierre de semestre se acercaba, lo cual significaba dos cosas: entrega de proyectos finales, y fiestas decembrinas, las preferidas de la familia Gillespie. Una vez que terminó sus deberes de los cursos que llevaba fuera de la Academia de Artes Pete's, y confirmara en su reloj de bolsillo la hora, se armó con su mochila y salió de casa, previamente dejando una nota a su madre.

No tardó en llegar al parque Rotary St-Anselme, pues disfrutaba del corto camino que hacía desde su hogar hasta el ya mencionado lugar. Sonrió al ver una que otra familia tomando la merienda, y, aunque le encantaba saber que ese viejo punto de reunión no era olvidado, necesitaba seguir. Atravesó los caminos entre los pinos, mismos que se sabía de memoria debido a los cientos de veces que tuvo que tomarlos para llegar al destino que, ni con el pasar de los años, cambiaba: la pequeña colina que alguna vez fue mirador.

Expulsando vaho por la boca, y frotándose las manos en busca de calor, esperó sentado bajo el árbol. Se recordó que debería llevar un rastrillo para quitar las hojas y colocarlas en un montículo, justo como la gente lo hacía últimamente en sus jardines. Sacó algunas semillas y las tendió, pronto, los arrendajos grises llegaron hasta él y comenzaron a picotear su comida, uno que otro se posaba en el regazo del castaño, dejándose acariciar el plumaje.


Los pensamientos del jovencito revoloteaban como si de alas se tratara, rotas o desplumándose, solo que estas se encontraban en su mente, creando embrollos entre ramitas para formar nidos tortuosos. Charlie había tenido mejores días que aquel, y justo por ello, es que pasaban de las siete de la tarde y prefirió salir de casa a esconderse a su lugar seguro. Un suave aleteo lo trajo de vuelta —Tú eres muy pequeño, apuesto a que te acabas de unir a ellos, ¿cierto? —el inocente animalito, con toda la confianza que pudiera tener, no se inmutó en huir de las manos del ojiverde cuando este lo tomó entre ellas y lo acercó a su cara. Sonrió ante el placer que le otorgaba la vida de poner sentir más que solo la delicadeza del chiquitín 

—¿Hablando solo de nuevo, Gillespie?

Miró de golpe hacia el lugar de donde provenía la voz, con su mirada mezclándose con aquella azul —Alguien continúa atrasándose —silbó con diversión entre dientes. Martha rodó los ojos y se sentó a su lado, admirando la magia que poseía Charlie con la naturaleza, llegando a sospechar que no por nada su mirada era fresca, como la hierba en primavera 

—¿Ha pasado algo? —él le regaló una ojeada confundida, sin desconcentrarse de entregar semilla tras otra a los arrendajos que los visitaban, sabiendo que pronto se irán a las copas de los árboles a descansar —No es muy temprano que digamos —se encogió de hombros dentro de su sudadera gris, refiriéndose a la hora

—Supongo que hoy no me fue tan bien como me gustaría —esbozó una mueca, viendo cómo el pajarito en su mano lo abandonaba, guiando su vuelo más arriba de ellos. Y aunque se fue, él continuaba sonriéndole —¿Qué tal tu cita con la psicóloga? —siguió diciendo, bajando la mano

—Charlie, estamos hablando sobre ti. ¿Qué sucedió? —la preocupación en su tono no se hizo esperar, y ella, tampoco se molestó en ocultarla. El chico soltó un suspiro, dejando su espalda caer sobre el tronco de nueva cuenta 

—Discutí con mi madre, ella suele ser una persona muy tranquila, pero lleva ya una semana actuando raro. Es como si todos sus nervios se hubieran activado, incluso me pidió ayuda para encender la hornilla porque sus manos se encontraban temblando —Martha podía notar lo estresado que se encontraba, y el desasosiego con la situación actual, cualquiera podría hacerlo tan solo analizando las posturas del chico —Le he preguntado qué tiene, y no me quiere decir nada. Únicamente que estamos bien y seguramente son las tazas de café por tanto trabajo, pero no es verdad. Ella detesta el café, y cuando se queda hasta tarde, me pide que le prepare té; yo soy quien lo hace —soltó decaído, bajando la vista a sus uñas; se recordó que debía cortarlas pronto. Concentración, pensó, cuando algo lo ponía mal se ausentaba del resto fijándose en las más pequeñas cosas, y digamos que la mirada azul a unos centímetros de él no ayudaba en nada —No creo que sea la menopausia, eso sucedió hace tiempo. Está actuando como... —entonces se quedó callado, con el cabello cubriéndolo los ojos ahora cerrados 

—¿Como...?

La punzada en su pecho aún quemaba como si de brasas se trataran, igual que el tiempo que había pasado desde el verano de 2008 —Como el día que murió papá, y tenía a cuatro hijos hambrientos esperando en la sala, sin saber cómo decirles que ahora estábamos solos —jadeó una sonrisa triste, y por una fracción de segundo, ella pudo ver el dolor atravesar el rostro del ojiverde —Estábamos pasando por un periodo no muy grato en ese entonces, especialmente con el trabajo de papá. Mi madre había enfermado, y los gastos fueron... nos jodió completamente. Nos mudamos y tuvimos que vender casi todo, incluyendo mi primera guitarra y demás; ¿dolió? sí, pero lo hacía más ver a mi familia sufrir. Lo material es lo de menos.

Por unos instantes ella se sintió culpable, pues, aunque no llevaba una buena relación con su progenitor, ambos aún vivían. Malas rachas económicas sí, las había, pero lo de menos para ella era el dinero, Martha posó una de sus manos sobre el hombro de él —Fueron tiempos grises, Charlie. Pero ahora las cosas están bien, verás que sí, ya se le pasará.

—El color gris también es precioso —murmuró distraído, habría querido creerlo, pero algo le decía que el tormento tan solo comenzaba —Nunca le he contestado de mala manera, hasta ahora. Me arrepiento, pero sé que darle vueltas a un asunto no hará que cambie lo pasado, solo disculparme.

Martha sonrió recordando, quitando una hoja de árbol del cabello de él —Mi madre siempre dice eso. Grübeleien darüber, was man hätte tun und was man hätte lassen sollen, sie führen zu nichts —Charlie la miró, escuchando atentamente cómo pronunciaba cada palabra; aunque no entendía el idioma en el que hablaba, le gustaba el sonido de su voz, y solo por eso sería capaz de callar su boca tan parlanchina para contemplarla. La ojiazul le devolvió la mirada, aún con una sonrisa, la diferencia es que la había contagiado a él también —Dar vueltas a lo que deberías haber hecho o no, no te lleva a ninguna parte. Es una frase de Lion Feuchtwanger, es un autor alemán, ¿has escuchado sobre la novela de "La duquesa fea"? —negó con la cabeza, aún perdido en ella —Lo leí cuando era pequeña, y sinceramente fue de mi agrado. Quizá te lo pueda prestar después.

Esta vez Charlie asintió —Gracias.

Martha le restó importancia con un ademán —No es nada, en sí mi casa no es grande, pero tenemos...

—No me refería al libro, bueno sí. Pero también por...ya sabes, por acceder a venir sabiendo que es importante para mí —la mirada de ambos destellaba a pesar de la oscuridad que crecía conforme los minutos pasaban

—En realidad, sí es algo que debe apreciarse —Martha se colocó en la misma posición que su amigo, recostados en el árbol. Su vista se desvió a sus alrededores, con el canturreo del viento pegándole el cabello en la cara —Le temo a las noches, no lo sé, es como si todo rastro de melancolía y tristeza aguardara en ellas. Por eso tampoco me gusta el invierno, es frío y en él son más largas. Prefiero la primavera —confesó por primera vez, casi respirando el olor a pastizales recién podados, las flores amarillas que crecían en los matorrales a un costado de su casa... el verde de la temporada. Ah... la primavera... justo como la veía en él —Además, es cuando las pesadillas aumentan su frecuencia.

—¿Lo extrañas? —la muchacha de cabello marrón frunció el ceño, desconcertada por la pregunta —A Adam.

—Oh —bajó la mirada, aún le avergonzaba el problema que ocurrió dentro del colegio, sin contar que mucho menas era su tema preferido. Había sido una tontería ponerse a discutir —Creo que solo extraño lo que alguna vez fuimos, como amigos. No estoy de acuerdo en lo que se ha convertido, y realmente no sé si quiero volver ahí sabiendo que solo va a lastimar meterme en su vida.

Pensándose bien lo que dijo, en su mente carburó lo correcto por decir —Martha, ¿te gusta el helado? —él era raro, y ella siempre terminaba extrañada por sus ocurrencias. A pesar de encontrarse desconcertada, le dio una respuesta afirmativa —¿Conoces la teoría del helado?

—¿Eso existe? —la ojiazul estaba consciente que Charlie era un amante de los postres, especialmente de lo antedicho, pero no creyó que a tal grado de tener preparado algo sobre mantecados

—Sí —rebuscó en el morral, hasta dar con una servilleta limpia de color rosa fucsia y con un logo de oso; Martha se abstuvo de preguntar. La dobló y enredó de tal manera que adquirió la forma de un helado —No sé si lo prefieres en forma de espiral, en bolas o paleta, pero de cualquier manera aplica. Y antes que digas algo, te juro que esto es más inteligente de lo que piensas —le advirtió con una sonrisita —Como puedes ver, esta es una buena representación del helado. Uno no se come el helado pensando en que se va a acabar, ¿cierto? Si de eso se tratara, nadie lo comería sabiendo el final donde se quedará sin nada de este. ¿Cuál es la conclusión? Que disfrutes de un rico helado de vainilla sin cuestionarte tanto el qué sucederá, y si te hace feliz, añade una esfera de fresa o dulce de leche con muchas chispas de colores, jarabe de chocolate y una galleta debajo.

Vaya. Charlie Gillespie, señores, sí que era sorprendente —¿Eso fue una especie de fábula, o solo demostrar tu amor a los sabores? —bromeó haciéndolo rodar los ojos, ambos divertidos. El ojiverde, con suavidad, chocó su hombro con el de ella, riendo finalmente. La sonrisa de él resplandeció, escociendo en Martha una parte de su pecho que creía permanecería cerrada por siempre; esa noche significaría más para ellos de lo que sabían. Se percató que regularmente cuando Charlie lo hacía, su lengua se posaba entre sus dientes, dándole un aspecto aún más tierno

—Si a una persona le da igual perderte o no, no vale la pena. Uno no sana en el lugar que dolió —azul y verde volvieron a cruzarse, a centímetros el uno del otro, esta vez sellándose con una chispa —Confía en lo que te digo.

Martha estiró un brazo y, con su mano, tomó la más cercana de él para entrelazar sus dedos —Lo hago —afirmó regalándole un apretón reconfortante. Pero Charlie había sentido más que eso, y por un momento, sus ojos creyeron ver lo mismo en los de ella; fue como si se encontraran dentro del sueño de un sueño, algo parecido a lo que sería la magia en una corriente. Sabiendo que quizá eso no acabaría en nada bueno, se permitieron sentir por esa noche



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Luego de que dieran las nueve, cada uno tuvo que volver a la realidad, y esa siempre se encontraba en el hogar. Mientras Martha se dispuso a llegar a casa, el ojiverde, con los dedos congelados por el gélido clima, envió un mensaje de texto a sus amigos, avisándoles que iba de camino a verlos, pues sabía iban a pasar juntos la tarde y harían pijamada. 

Prefirió ignorar la tensión en las desiertas calles de Dieppe, y lo mucho que cambiaron en cuanto a seguridad. Una hora después, con pies cansados y el cabello tan desordenado como de costumbre, tocó a la puerta de los Shada. Jeremy fue quien abrió, invitándolo a pasar; sin embargo, su sonrisa se borró al ver el fantasmal rostro de uno de sus mejores amigos.


—¿Qué sucedió? —lo llevó dentro. Su expresión era tal que incluso Owen dejó su plátano de lado y se desconectó del teléfono móvil

—E-Ella me tomó de la mano —extendió sus palmas en dirección a ellos. Ahora, los tres formaban una gran "O" en sus bocas 

Oh oh.

¿"Oh oh"? ¿Qué significa "Oh oh", Jeremy? —sus labios temblaban con nerviosismo, se acercó al fregadero de la cocina y lavó sus manos en un intento de dejar de sentirlo. Pero la sensación continuaba ahí a pesar de tener los dedos enrojecidos por el frío. —Digo, es que... se supone que es normal, ¿no? Owen, si te tomo la mano, no sientes nada ¿verdad? Como cosquillas recorriéndote o algo —preguntó tomando la del rubio y estrechándola de distintas formas. Nada.

—Charlie, ¿de qué hablas? Vas a romperme la muñeca —se quejó separándose del castaño y sobando la extremidad dañada —De acuerdo, no entremos en pánico. ¿Te dijo algo más?

—¿Me quitó una hoja del pelo?

—Uhhh...

¿Uhhh qué?

—Es como decir te amo —le aseguró Jeremy, echándose de nueva cuenta sobre el sofá y tomando palomitas del cuenco a su derecha

Owen frunció el ceño, arrugando la nariz —Eso no es verdad, Charlie. Y tú, deja de leer tanta botánica barata —el castaño maldijo por lo bajo ante el regaño, aunque el rubio ni siquiera lo escuchó

—¿S-sonaré como un loco si digo que comienzo a sentir cosas por ella? —balbuceó con inseguridad en sus ojos. Tomó asiento en otro sillón, mordiéndose los labios. Los nervios en el ambiente eran palpables, tanto que incluso a los otros dos chicos le transmitía

—No, solo acabas de aceptarlo —sonrió Jeremy, llenándose la boca de golosinas que había en otro bowl. Owen esbozó una mueca de asco al verlo comer —Te tardaste en hacerlo, amigo mío.

—Hey, Charlie —lo llamó al ver el temor en sus ojos, sirviéndole una taza de chocolate caliente —Tranquilo, tómalo con calma, quizá solo fue una coincidencia. Ya es tarde, lo mejor será que te quedes a dormir, dame eso —tomó su mochila y fue a acomodarla a alguna parte, con Jeremy acercándose al ojiverde, aprovechando que Owen dejó su lugar vacío 

Palmeó la espalda de Gillespie —Está bien si tienes miedo y aún no quieres intentarlo, Charlie. Pero recuerda que, cuando te sientas listo, si decides amar, no temas —con ese pensamiento rondando su cabeza, fue a dormir a una de las habitaciones de arriba; la casa de la familia Shada podría ser con facilidad era inmensa, con candelabros de cristal tallado y tétricas estatuas de piedra con forma de animales exóticos

Cerraron la puerta, murmurando entre ellos fuera del pasillo —¿Por qué no le dijiste que las coincidencias no existen? —ambos volvieron a mirar hacia el cuarto en el cual descansaba su amigo después de un día largo; si bien era cierto que se preocupaban, sus sospechas con respecto a Charlie comenzaban a cumplirse, y eso solo significaba que quizá, por primera vez en un largo tiempo, la vida del Caos en Dieppe, podría retomar su rumbo. Pero a veces, tiempo es lo que nos falta

—Él solo se dará cuenta. —justo como ese día.




"Los corazones rotos son los más difíciles de amar, pero también, los que valen la pena. Porque han sabido hacerlo tan bien, entregando todo de sí, que se han agrietado por las desilusiones y decepciones de quienes no saben cuidar de la bondad."








꧁· Por esta noche — Charlie Gillespie ·꧂


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De paso les comento que inicié otra historia de Charlie Gillespie is the type of boyfriend, para que se pasen por ella💗

Se me pasó comentarles en el capítulo anterior, una observación. Por si no lo notaron, en cuanto a las fechas en cada uno, el 26 de agosto que es el cumpleaños de Charlie, no se narró👀 ¿alguna idea?


Frida

tw/ig: @glownandi


*cualquier error ortográfico/de dedo será corregido posteriormente

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