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VI. ━━ Comodità

Luca había tenido que irse ya, dejando sola a Bianca, aunque saltando de alegría ante la noticia de que volvería todos los días. Ella estaba sentada frente al océano, bajo las estrellas y la luz de la luna iluminando su rostro. Sacó la caracola que aún llevaba en el bolsillo de su overol y la volvió a contemplar, deseosa de que todo aquello tan solo fuese un sueño del que pronto despertaría, aunque supiese que no era así, y había algo que le impedía desearlo del todo. Y, eso, era Luca; había tenido amigos, pero no uno que fuera un monstruo marino, no uno que fuese tan dulce, tierno e inocente. Aquel niño semiacuático le había brindado su ayuda, además de su amistad.

Con la caracola entre sus manos y percatándose de que ésta tenía un pequeño orificio, Bianca se levantó y comenzó a rondar por la isla en la que se encontraba. No sabía exactamente dónde estaba, solo que era una isla.

Caminó unos cuantos metros antes de encontrar una gran torre de piedra, era extraño el hecho de que no la hubiera visto cuando caminaba junto a Luca, ésta comenzaba a deteriorarse, eso era bastante notable.

Guardó la caracola en su bolsillo y se dispuso a subir, pues no había peldaños para subir o alguna puerta para acceder.

Con determinación, Bianca comenzó a subir la torre, apoyándose en las piedras que sobresalían de la estructura. Con mucho esfuerzo y cuidado por fin llegó a la cima. Se tiró al suelo de madera que había y recuperó el aliento.
Una vez que se recuperó, se levantó y miró a su alrededor, no había más que cajas de madera vacías, sogas, clavos, algunas herramientas y redes de pesca. Tal vez, anteriormente, era un faro o algo parecido.

—esperaba algo mejor,... Pero me conformo —dijo, observando el lugar de arriba a abajo, se encogió de hombros.

Ella esperaba encontrar algo más interesante, pero con aquello se conformaba para poder quedarse, necesitaba un lugar que la acogiera y buscar un pueblo cercano no era una opción, lo más seguro era que la policía la buscaría por todos lados hasta encontrarla. Quedarse en la isla, en esa torre deteriorada, y conseguir comida por su cuenta era lo mejor. Probablemente tendría que aprender a pescar y también que recolectar frutas de los árboles, inclusive iniciar un cultivo orgánico.

Rebuscó entre algunas cajas amontonadas que se encontraban en un rincón de la torre hasta encontrar un trozo de soga. Hizo pasar el lazo por el orificio que tenía la caracola que llevaba en el bolsillo y se la colgó del cuello como forma de collar.

La europea estaba cansada, así que, simplemente, tomó una vela desgastada que encontró entre el montón de cajas, se cubrió con ella y se quedó dormida.

Las tijeras que fueron lanzadas por Chiara cayeron ante los pies de su hija, ella se vio obligada a retroceder. Las lágrimas comenzaban a escaparse de sus ojos por más que intentase reprimirlas.

—¡No llores! —le gritó la mujer de tez pálida con una mueca en su rostro, mirándola fijamente a los ojos y fulminándola con la misma —¡Ni siquiera eres capaz de guardar unas putas tijeras! ¡Por algo te pasa lo que te pasa, y mejor ni digas que yo me desquito contigo!

Bianca lloraba desconsoladamente, intentando que los gemidos no se escaparan de sus labios. Su respiración era agitada, sus ojos reflejaban terror. Deseaba haber guardado las tijeras para evitarse aquel sermón, una casi herida y el horrible susto que estaba pasando.

«eres una imbécil, Bianca. No eres más estúpida porque no eres más grande.» se dijo la niña de seis años a sí misma.

—¡Más te vale que no vuelva a encontrarlas fuera de su lugar o te voy a...!

La morena cayó abruptamente al suelo, totalmente paralizada de lo idiota que se sentía, si tan solo hubiera guardado la noche anterior esas tijeras que había utilizado para su tarea. Estaba recostada en el piso de madera, con los ojos bien abiertos y el cuerpo temblando mientras la mujer la seguía llenando de sermones.

Un golpe azotó su cuerpo en el momento en que menos se lo esperó, logrando que silenciosas lágrimas se escapasen de sus ojos.


Bianca se despertó con gritos penetrando en sus oídos, alarmándola, algunas pequeñas lágrimas estaban presentes en sus ojos tras esa pesadilla pero no les prestó atención. Se levantó y, aturdida, asomó su cabeza por una de las paredes de la torre que ya estaban derribadas para encontrar a nadie más y nadie menos que a Luca, muy preocupado y caminando de un lado a otro alrededor de la torre con esperanzas de que ella estuviese ahí.

Cuando el rizado miró hacia arriba, ahogó un grito de felicidad, conmocionado por el reciente susto que había sufrido, pensando que algo malo le había pasado a la oji-verde.

—¡Bianca! —exclamó el niño con vacilación, extendiendo sus brazos, como si esperase que ella saltara hacia él —¿Cómo subiste ahí? Pero más importante, ¿Cómo subo yo hasta allá arriba?

Un poco apenada y ruborizada por la vergüenza ante haber hecho que su amigo pasara aquel susto, la mencionada volvió a recorrer el lugar con la mirada, una idea surgió en su cabeza al instante.

—¡Espérame ahí un poco! —indicó, levantándose y entrando a la torre, dejando pasmado al mayor.

Bianca buscó entre las herramientas algo que le sirviera para cortar la madera, encontrando un serrucho. Tomó una caja de madera y la comenzó a desbaratar para formar tablas; después de hacer suficientes tablas, con un clavo y un martillo, hizo orificios en las tablas, uno en cada extremo; finalmente, utilizó dos sogas para formar una escalera, pasando la primera por los orificios del lado derecho de las tablas ,haciendo nudos al pasarla para poder apoyarse sin miedo a caer, y repitió los mismo con los orificios del lado izquierdo. Al final, obtuvo una escalera, aunque fuera de soga y tablas de madera.

Ató las sogas a algunas rocas firmes y grandes para asegurarse de que ésta no se cayera. Una vez hecho ésto, Bianca arrojó la escalera, dejando que colgara.

Luca dio un sobresalto al ver la escalera caer pero rápidamente se recuperó del susto para acercarse de nuevo.

—¿Qué esperas? ¡Sube! —lo animó la morena desde arriba con una sonrisa.

El pecoso tragó grueso, asustado por subir hasta allá arriba.

Lentamente se acercó más y comenzó a subir, un pie detrás del otro con sumo cuidado de no caer. Intentaba no mirar abajo, seguramente, si lo hacía, le daría un infarto y caería.
Continuó subiendo, aterrado por lo alto que estaba en aquel momento.

Cuando finalmente llegó hasta arriba, la pelinegra le ayudó a subir por completo y le sonrió.

Él solo la miró, la miraba con ¿angustia?, ¿dolor?, ¿enojo?, ¿tristeza?, ¿conmoción? Quién sabe, pero en sus ojos cristalizados por las lágrimas se reflejaba desesperación.

—¿Pasa algo? —cuestionó Bianca al percatarse de las miradas del castaño. Él no respondió, solo continuó mirándola —¿Luca...?

Su pregunta se quedó en el aire al sentir como el mencionado se lanzó hacia ella para abrazarla, rodeándola con sus brazos e intentando cubrirla lo más posible del viento de otoño que hacía, como si quisiera protegerla de algo. La cabeza de la morena estaba sobre el pecho del contrario, mientras, la de él, se encontraba posada sobre la suya. Casi de inmediato, comenzó a escuchar que él sollozaba.

Confundida y asustada, Bianca le siguió el abrazo, dando suaves caricias a su espalda para tranquilizarlo.

—estaba muy preocupado —balbuceó el de tez blanca entre lágrimas —. Creí que te había pasado algo... ¡No me vuelvas a hacer ésto!

La oji-verde dió un respingo al escuchar aquella exclamación, no se esperaba eso, viniendo de el dulce niño que era Luca. Se sentía culpable por ser la causante de aquel llanto descontrolado, quería hacerse bolita y esconderse para no tener que ser más una carga o algo de que preocuparse.
El llanto del rizado aumentó, al igual que la fuerza del abrazo en el que se habían unido ambos niños.

Ante aquel desahogo de parte de Luca, la morena no pudo evitar que un par de lágrimas cristalinas recorrieran sus sonrosadas mejillas.
Le dolía escucharlo llorar, parecía ahogar gritos de llanto.

Cuando se calmó, el oji-marron se separó y la miró, sus ojos estaban hinchados, rojos al igual que su nariz, cristalizados, y su rostro ahora mostraba sus escamas verdosas.

Un poco tentada, y con la intención de hacerlo sentir seguro, la italiana se comenzó a acercar en pequeños pasos, elevando sus manos, hasta llegar frente a él y que sus manos tocaran su mojado rostro.
Comenzó a acariciar las mejillas del mayor con delicadeza, secando sus lágrimas. Apartaba los rizos caídos de su cara y recorría con las yemas de sus dedos su sien y mejilla hasta llegar a su barbilla, dependiendo de qué lado se tratase. Otras veces, repetía lo mismo, pero con el dorso de su mano y solo hasta su mandíbula.

El de hebras marrones se sentía en paz al sentir el dulce tacto de las pequeñas manos de la femenina, tan suaves y delicadas. Cerró sus ojos en señal de tranquilidad, dejando que ella recorriera cada centímetro de su rostro con sus manos.

Aquella ronda de llanto había sido desatada debido a que él había llegado y esperaba encontrarla en ese característico árbol donde la había conocido, pero no estaba. Se había puesto a buscar por toda la isla y ella simplemente no aparecía, estaba convencido de que algo malo le había pasado y, hasta el momento, sabía que no iba a soportar algo así.

De pronto, se estremeció al sentir que los labios de Bianca plantaban un beso en su mejilla y, después, rozó su oreja para susurrar:

—lo lamento, no era mi intención asustarte y provocarte esa desesperación de una madre buscando a un hijo —se disculpó con una dulce voz —. Te prometo que no volverá a pasar.

—¿Lo prometes? —inquirió con la voz temblorosa, dudando de aquella palabra.

—Lo prometo, Luca.


Ambos se miraban a los ojos, con el rostro totalmente ruborizado después del reciente incidente. Luca tenía sus manos apoyadas en la, no muy gruesa, rama del árbol para no caer sobre Bianca, quien estaba debajo de él, mientras, ella, hacía lo posible por no sonrojarse aún más al tener sus manos apoyadas en el pecho desnudo del contrario para evitar que cayese sobre ella del todo.

La morena miró a su costado, intentando no volver a hacer contacto visual con Luca y disimular que no parecía una fresa.

—¿Crees que puedas levantarte sin caerte? —inquirió la niña entre tartamudeos, aún evitando mirarlo a los ojos.

—no lo sé —dudó él, igual de nervioso.

—pues, hay que intentarlo.

Luca asintió levemente y comenzó a intentar levantarse. Apoyó bien sus pies en la rama, cuidando no pisar los de la menor, después, buscó algo en qué apoyarse para poder levantarse del todo.

—¿Te importa? —preguntó con nerviosismo, apuntando con la mirada a su pecho, logrando que ella se sonrojara aún más, tornándose de un color rojo escarlata.

—en lo absoluto —le dijo con una leve sonrisa, intentando brindarle la confianza para que lo hiciera y recuperarse de su sonrojo —. De todas formas, no sentirás nada, a lo mejor y el hueso. Pero solo eso y nada más.

Luca le devolvió la sonrisa, todavía más leve, y simplemente se apresuró a apoyarse en la parte indicada del cuerpo de Bianca y se levantó, con el riesgo de caer desde esa altura. Cuando recuperó el equilibrio, le ofreció su mano a la oji-verde, la cual ella aceptó, gustosa, y fue ayudada para levantarse.

—si quieres mi opinión, eso fue incómodo —expresó la pelinegra con la voz más tranquila y fluida —. No todos los días le enseñas a un monstruo marino a subir a los árboles y luego cae uno encima de otro.

—sí, opino lo mismo —concordó el mayor aún con los nervios de punta. Tenía que admitir que le había gustado esa nueva perspectiva que había tenido de Bianca, sus ojos, su cabello, su rostro. Se veía tierna. Lo reconfortaba el hecho de haberla visto en ese estado sin que ella le reclamase algo.

Qué bonita era esa sensación.

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