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II. ━━ Giocando forte

La mañana había llegado y Bianca de nuevo estaba sentada en la arena, mirando a un punto fijo y en completo silencio.
Las gaviotas y las olas del mar era el único sonido audible mientras la niña se sumergía en la tristeza de su pérdida.
Espontáneamente, la pelinegra vió algo que llamó su atención, algo brillante que parecía acercarse junto con una ola.

Rápidamente se levantó y corrió para ir en busca de aquello que había captado su atención.
Dejó que el mar tocara sus pies, llevándole la cosa brillante, la tomó entre sus manos, sin saber que era.

Regresó a su lugar y volvió a sentarse, admirando lo que el mar le había llevado.

Era algo extraño, pero bonito. Se trataba de un pequeño caracol de mal, era pequeña y resplandeciente, de color lila.
Una lágrima recorrió su mejilla al recordar que aquellas eran las favoritas de su madre.
Otra ronda de llanto se desató en su ser, siendo consumida por sus lágrimas, ahogándose en un mar de éstas; la extrañaba muchísimo, sus ojos, su sonrisa, su cabello, los besos llenos de amor maternal que le daba y, especialmente, todas las veces que la había llevado a la playa a recolectar caracolas iguales a la que tenía en sus manos.

A pesar de las lágrimas, inspeccionó cada centímetro de la caracola, cada detalle de esta, su brillo, los patrones se su textura, el brillo que se distinguía a la luz del sol. Era pálida, y brillante, hermosa y resistente, como su madre.

Pasó un largo rato sin moverse, solo admirando la caracola y jugueteando con ella entre sus manos.

Finalmente, después del llanto, pensó que ella debía ser como su madre, igual de fuerte, tanto física como mentalmente, tenía que ser fuerte, y, si no lo era, al menos jugar a serlo hasta que se volviese realidad.

—ella dijo que escapase, la policía vendrá pronto a buscar mi cuerpo si piensan que estoy muerta —murmuró para sí misma, comenzando a ponerse las botas y amarrar las agujetas de estas con rapidez —. Debo ocultarme.

Se levantó y, de forma rápida, guardo las pocas pertenencias que tenía en la mochila para colgarla en su espalda. Miró la palma de su mano derecha, volviendo a ver la caracola, frunció los labios y la guardó en el bolsillo de sus pantalones; miró al frente, tenía un largo camino que recorrer.
La brisa salada de la costa agitaba su larga cabellera negra y lacia, y ella se quedó así, estática, dejando que el viento secara las lágrimas se su rostro.

Miró una última vez al océano, pensando que sería el mejor lugar para esconderse, si tan solo pudiera respirar bajo el agua.

—que el viento te guíe —dijo, flexionando sus brazos para tomar ambas correas de la mochila, mirando con determinación la larga costa con arena caliente que tenía que recorrer.

En lugar de concentrarse en ella, comenzó a caminar en dirección contraria de la que se encontraba su hogar.

Bianca seguía caminando, sin saber a dónde se dirigía o cuánto tiempo llevaba haciéndolo; las botas comenzaban a ser demasiado pesadas para sus débiles pies y necesitaba descansar.
Se sentó en la arena sin importarle nada y se quitó ambos zapatos, dejándose los calcetines puestos, para levantarse, tomar vuelo y lanzar las botas al océano, una por una, dejando que este se las tragara y no dejara rastro de ellas.

—debería hacer lo mismo conmigo. —propuso, pero con el inconveniente de que no se podía lanzar a sí misma.

Dejando aquel pensamiento atrás volvió a caminar.

El sol hacía que su piel ardiera, le dolía.
Volvió a detenerse para acercarse al mar y tomó un puñado de arena húmeda, la untó sobre su brazo y esparció hasta que todo este quedara cubierto, la sensación de alivio que le producía era hermosa. Hizo lo mismo con el otro brazo y continuó con su camino.

Caminó y caminó hasta que sus pies no pudieron más, se tumbó en la arena y concilió el sueño al instante.
Nada pasaba por su mente, estaba exhausta, no había comido nada, ni bebido agua, su cuerpo se comenzaba a debilitar.

Los gritos desesperados de Bianca resonaban en su habitación, ella golpeaba la puerta de ésta con frustración mientras gritaba y lloraba, desesperada por que su madre la dejara salir de ahí.

¡Mamá! ¡Déjame salir, ya no lo voy a volver a hacer! —gimió, golpeando con todas sus fuerzas la solida puerta de madera, esperando que su madre la escuchase y se compadeciera, al menos, un poco y la dejase salir.

Las gruesas gotas de agua salada corrían por sus mejillas y sus gritos le desgarraban sus cuerdas vocales, sacando éstos con un gigante nudo en la garganta. Quería que la sacaran de ahí. No había ordenado la habitación del todo bien, pero ¿Qué podía esperar la mujer de su hija de cinco años? Era una niña, no tenía otra preocupación más que jugar y divertirse, ordenar no era relevante para ella y odiaba hacerlo, especialmente cuando aquello pasaba.

¡MAMÁ! ¡MAMÁ! —gritó la niña, sintiendo como su garganta apenas podía producir aquellos llamados y disculpas. Quería toser. —¡YA DÉJAME SALIR!

Chiara sí escuchaba sus gritos desesperados, pero hacía caso omiso de ellos. No abriría la puerta hasta que le dijera que había terminado de ordenar su habitación.

¡MAMÁ!

Antes de que el sol saliera, la europea ya estaba levantada, empapada en sudor frío y con la respiración agitada tras aquella pesadilla, y continuaba caminando en silencio con el único sonido del mar.
De repente, sintió como alguien comenzaba a seguirla, sus pasos iban a un ritmo diferente al de ella. Comenzó a acelerar aquella caminata, la cual, pronto se convirtió en una persecución.

¿Por qué la perseguían? ¿Acaso había hecho algo malo? Parecía estúpido y ridículo al pensar que lo único malo que había hecho en su vida había sido nacer, dudablemente, aquello, merecía pena en prisión. Además, ¿Para qué querrían a una huérfana en su prisión? No habría quien la acogiera cuando saliera y tendría que ser enviada a un orfanato, lo cual sería mucho peor que la prisión.

No se atrevió a mirar hacia atrás hasta que pudo ver que había un muelle cerca de donde se encontraba.

Cuando llegó a este y logró subir fue cuando se volvió hacia quien la perseguía.
No era solo una persona, eran diez oficiales de policía, al parecer, la habían rastreado durante aquellos últimos dos días.

—¡Es ella! —gritó el oficial que los dirigía —¡Es igual a la de la foto!

Al instante, todos los hombres comenzaron a subir rápidamente al muelle. Ella miró hacia su costado, esperando que hubiera alguien que la ayudara, pero no lo había, estaba sola.
Miró a su otro costado, donde solo estaba el mar que se la llevaría.

Los hombres comenzaban a acercarse y ella debía tomar una decisión, esperar a que se la llevaran o dejar que el mar se la llevara.
Algo se la iba a llevar, eso era lo único de lo que estaba segura.
Desesperada y recordando las palabras de su madre, corrió hacia donde terminaba el muelle y saltó, escuchando, como último pensamiento, los gritos de los oficiales.

Luego, sintió un horrible golpe en la espalda, sumergiéndose en el agua. No fue hasta que no pudo respirar y el mar de la tragaba que se arrepintió de haber saltado.
Intentó volver a la superficie, en un intento fallido por nadar.
Sus pulmones comenzaban a vaciarse, el poco oxígeno que le quedaba se iba tan rápido que, antes de una última exhalación, pudo ver algo o, tal vez, a alguien.

Pudo distinguir la silueta de la persona, su piel parecía ser verde, su cabello azúl, era algo extraño con unos preciosos ojos marrones; esa cosa intentaba hablarle, pero ella no alcanzaba a comprenderlo, ya ni siquiera estaba consiente de lo que pasaba.

Intentó hablar, soltando burbujas debajo del agua, el extraño se acercó y ella cerró los ojos, cayendo en un profundo sueño.



/C va y los deja con la intriga de lo que va a pasar después

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