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+𝑬𝒑𝒊́𝒍𝒐𝒈𝒐.

En aquel tiempo, cuando Noé pudo observar como el cielo se teñía de rojo, y la sangre a su alrededor se acumulaba, un sentimiento desgarrador nació en su corazón. Había sido difícil crecer con la incertidumbre de regresar a ver aquel recuerdo bloqueado en su interior —refiriéndose a la muerte de sus padres—, y pese a todo lo que había vivido y descubierto en el último tiempo, la vida le sonrió, y pudo encontrar un lugar al que pertenecer, un hogar que cuidar y un corazón que amar. 

Lo días no eran todos fáciles, sobre todo cuando se levantaba a las madrugadas sudoroso, con su cabello reluciente en oro y, sus ojos destelleando miedo. No sabía como contener su don, como proteger a los de su alrededor, como evitar ir al cuarto del lechoso y querer absorber toda su sangre; sin embargo, con el pasar del tiempo había conseguido crear una protección en su habitación, el cuál lo retenía en su cuarto cuando aquel poder lo dominaba.

Le producía un inmenso terror la idea de levantarse un día y haber destruido todo lo que tanto amaba, por ende, los sentimientos agonizantes lo estaban destruyendo. Lo único que podía tranquilizarlo era escuchar a Vanitas a través de la puerta, diciéndole que todo estaría bien y que él siempre estaría ahí para acompañarlo. 

Noé estaba muy seguro de que aquel ser que recorría su sangre y su piel, no era natural. Era poderoso, demasiado y, podía sentirlo. Muchas veces solo pensaba en disculparse, en buscar una salida y marcharse de aquel hogar, pero, no podía abandonar. No después de todo lo que habían luchado por salir adelante.

Su abuelo, el querido maestre de Noé de aquellos preciosos orbes heterocromáticos, había buscado sin cesar —desde el día después de la coronación—, el lugar donde había residido Faustina, tratando de encontrar alguna información que pudiera ayudar a su nieto. Y tras buscar de forma incansable y dar con personajes que pudieran ofrecerle el paradero, logró encontrar aquel hogar donde había estado la mujer de cabellos rubios durante tanto tiempo.

A entrar al lugar en cuestión, pudo encontrar varios retratos de la mujer con algunos de los neófitos que habían muerto en el último enfrentamiento, y no pudo evitar ofrecer una mirada lastimera. Halló, por otro lado, en un tablón hueco, un pequeño cofre en el que la mujer guardaba quizás, lo más valioso para ella. Un cuaderno de notas, que tras ofrecer una lectura rápida, dio con lo acertado y la información necesaria para ayudar a su nieto; sin embargo, su corazón mostró tristeza al ver un pequeño retrato en este, junto a unas flores negras.

Era un dibujo, que extrañamente nunca había recordado haberse hecho nunca. Estaba él, junto a la mujer de cabello rubios que abrazaba feliz al pequeño moreno y sostenía de la mano a su nieta mayor; por el otro lateral, estaban sentados su hijo y su mujer. Una lágrima, quizás algo imperceptible, recorrió su pálida piel, guardando así el dibujo, en uno de sus maletines.

Regresó a abrir el cuaderno, y al ver como una tira roja mantenía una parte enmarcada, tiró de este y abrió dicho por ende. Sus ojos se desorbitaron, y con el ceño fruncido, aquel rostro sonriente que mantenía con habitualidad, desapareció para llorar amargamente.




Al regresar a palacio, el abuelo se mantuvo apartado de su nieto, y de todos los residentes, hasta un punto en el que Noé no lo soportaba más, es decir, sí; él sabía que su abuelo era muy reservado pero aquello ya superaba los límites habituales. Por lo que un día, acudió a su recamara y buscó a su amado familiar. Giró el picaporte y entró con seguridad. 

—Abuelo, ¿puedo pasar? —cuestionó asomando apenas sus ojitos amatistas por el hueco recién abierto.

Este estaba sentado en el borde de su gran ventanal, aquel que ofrecía el paisaje del jardín trasero. El ambiente estaba algo melancólico, y con un aroma a jazmín, habló con voz pausada, nuevamente, el nieto de ojos violáceos. —Si no quieres hablar, no hables. Pero, quiero ayudarte y no sé como, sino me dejas abuelo. Me has ayudado en mis momentos más duros, incluso ahora estás imponiendo todo tu esfuerzo por ayudarme a encontrar una respuesta a este ser de oro. Por favor, abuelo —le pidió el moreno.

—Noé —lo llamó este, tras un corto silencio, para estirar sus brazos, y verle con un rostro triste y melancólico.

El albino, cerró la puerta y acudió a sus brazos para sentirse protegido, como cuando había sido pequeño. Sentía su pecho cálido y triste, con una respiración pausada. Tras un suspiro y algunos minutos en silencio, lo escuchó de nuevo. 

—Faustina..., había encontrado una forma de crear un ser con el poder que ahora recae en tus manos y, mis suposiciones me hacen creer que quería traer a nuestro hijo de vuelta. —explicó el hombre de cabellos rubios.

Noé se separó abruptamente, para verlo con un rostro asustado. —¿Qué?

El hombre con una sonrisa suave, acunó el rostro de su amado nieto. —Escucha Noé..., tengo que contarte algunas cosas. Y quizás, una de ellas, debería habértela explicado hace un tiempo. ¿Recuerdas que cuando eras pequeño, te dije que había dos secretos muy importantes en este reino y, que debíamos ocuparnos de protegerlos con nuestra sangre?

El de expresiones finas asintió a las palabras de su abuelo. —Por supuesto, gran-père*. Recuerdo que me explicasteis la razón de nuestra naturaleza, el que éramos vampiros y, que debíamos ocultarlo ante la sociedad. Pero, el segundo, según recuerdo, dijisteis que me lo explicaríais cuando fuera el tiempo correcto, ¿es ese segundo secreto el que tratáis de contarme ahora, o es la razón de vuestra tristeza? 

El maestre con un rostro suave y unos ojos encariñados, acariciaron el cabello blanco de su amado pupilo. —Es hora, mon chaton.




El viento removía el cabello de Noé, quien mantenía su mirada fija en el horizonte reflejado. Unos colores anaranjados, y rosáceos se mostraban en sus pálidos amatistas. Por otro lado, un joven de piel clara y orbes azulados, no había tardado en acudir a su lado, y sentarse junto a él; en aquel tejado que mostraba algo de inseguridad. Era una superficie amplia, donde el gris lo inundaba todo, a excepción del cielo que atardecía con su multitud de colores. Habían logrado subir a través de una ventana.

El humano, ahora junto al albino, reposó su cabeza en el hombro contrario. Este otro poseía una mirada tempestuosa. —¿Todo bien, Noé?

El rey, tornó con delicadeza su rostro para ver a su pequeño ser. Aquellas mareas azules calmaban todos sus pesares. —Es mi abuelo..., ha descubierto la forma de canalizar este poder y ser capaz de controlarlo a tus deseos.

Vanitas se separó con brusquedad, y con una enorme sonrisa, habló: —¡Esa es una noticia grandiosa, Noé! —señaló, para continuar viendo el rostro apabullado del más alto, por lo que no tardó en acariciar su mejilla con suavidad. —¿Cuál es entonces la razón de tu pesar, mi Noé?

Los ojitos amatistas se removieron melancólicos, mientras se dejaba acunar en la mano cálida del otro. —Se debe a que ha descubierto que este don, es capaz de crear a un ser y, que Faustina buscaba traer a mi padre de vuelta. Pero para ello, necesitaba, como ya sabes, a otro ser primordial y tragar la sangre de su corazón.

Vanitas asintió a sus palabras. —Supongo que no hay nada que este poder no pueda hacer..., ¿me trajo a la vida, recuerdas?

El moreno recordó aquel nefasto día, y confirmó las palabras del otro con suavidad, para regresar a escuchar a su amado humano. —¿Así que..., además de querer tu corazón y sangre para ser la única primordial y el ser más fuerte de este mundo, quería traer a su hijo de vuelta?

—Así es, Vani. —le respondió con pesar.

El de cabello oscuro dedicó una mirada detallada a su pareja. —¿Y cómo funciona? Es decir, ¿se puede crear el ser así como así? 

Noé lo observó con sus pestañas blancas y negó. —Es con una especie de ritual, necesitas arcilla, y la sangre de las dos personas en cuestión. En este ejemplo, sería la de Faustina y mi abuelo; si esta buscaba traer de vuelta a su hijo, tendría que ser necesaria la intervención de los padres. Más tarde, se llevarían a cabo otra serie de pasos, con el poder del primordial. Pero, al final de todo el ritual, es posible traer vida.

—¿Y se lograría traspasar el don de vampiro, nuevamente, aunque no fuera un nacimiento natural?

—Supongo. Por lo que leía en las notas de Faustina, es lo que esperaba que sucediera, pues al ser la sangre de los padres, se traspasarían sus genes. Por ende, su hijo regresaría a ser un vampiro.

—Es algo muy extraño, crear vida con arcilla y un don sobrenatural..., —decía el humano con un mirar brillante. —¿Nacería como un bebé o ella podría haberlo creado a la imagen y edad en que lo perdió?

El moreno lo observó asombrado por sus preguntas. Su humano era muy curioso, y podía entenderlo, él estudiaba la medicina, por lo que aquello era demasiado descabellado para su cabeza. —Según los estudios de Faustina, podía crearlo como ella quisiera. Ya fuera un niño de nuevo o a la edad en la que murió.

—Pero, ¿el maestre quiere traerlo de vuelta? En fin si tú tienes la sangre de Faustina, ¿habrá alguna forma de poder hacerlo, no?

Noé negó. —Mi abuelo está en desacuerdo con esto. Si esta revelación hubiera sido antes, cuando recién lo había perdido, habría aceptado sin dudar. Pero ahora, lo que está muerto, para él debe quedar así. Y tampoco hay seguridad de que mi sangre mezclada con la de Faustina, pueda traerlo exactamente.

—¿Pese aún cuando eres su hijo?

—Claro. Mi sangre está mezclada con la de mi madre, y si hiciéramos eso, quizá no podría resultar mi padre el final del trabajo. —le señaló con suavidad. —De todos modos, mi abuelo no quiere, así que ahí acaba todo.

Tras un rato en silencio, en el que se quedaron observándose y pensando en aquella conversación con suavidad, añadió el humano.

—¿Entonces..., podríamos tener un hijo de esa forma? —cuestionó Vanitas con suavidad.

Noé se separó de la mano del otro y su rostro se tornó colorado, con unas orejas completamente rojas. Haciendo desaparecer esa expresión triste por una avergonzada. —¡¿Qué estás diciendo, Vanitas?!

El lechoso dejó una sutil risa tras eso. Sonrojado en sus pómulos, regresó a hablar tras la sorpresa del moreno. —Bu-bueno, era solo una pregunta. Es decir..., tú eres rey, rompiste tu matrimonio con Dominique, una mujer que podría darte hijos, para estar conmigo..., si tan solo hubiera una posibilidad en la que yo también pudiese... no sé, darte un heredero..., bueno-

El albino lo tomó de las mejillas con delicadeza. Sabía que Vanitas, durante el último tiempo había estado pensando en algo, pero había sido incapaz de descubrir lo que era. Y todo se resumía a la incapacidad de poder darle un hijo. —Escúchame, yo te elegí a ti. No importa que no puedas darme un heredero, eres lo único que quiero.

Vanitas arrugó su naricita avergonzado, evadiendo la mirada intensa y brillante del otro. —Pero es una posibilidad, y..., —le decía el humano acariciando con su dedo índice el lazo del cuello de su pareja. —¿no te parece..., al menos la idea de intentarlo?

Noé se acercó al otro, y depositó un beso en los labios contrarios. El moreno estaba avergonzado, claro que lo estaba, pero no podía evitar sonreír tras las ocurrencias del humano. Al separarse, le señaló sonrojado. —Todavía ni siquiera hemos compartido lecho, ¿y ya quieres que tengamos un hijo?

El más bajo se coloreó aún más, y Noé podía afirmar que estaba a punto de convertirse en un tomate. Por lo que comenzó a reírse tras las reacciones de su amado. 

—Te amo, Vanitas.

Este cerró sus ojos con fuerza, y aplastó su rostro en el pecho del moreno. —No lo digas tan a la ligera..., —señaló con vergüenza—, puedo explotar con solo esas palabras.

Noé tornó una expresión preocupada, y tomó la cara de su humano. —No lo hagas, por favor. 

Vanitas dejó una sonrisa nerviosa por consiguiente. —Eres un mamerto —señaló para acercarse y darle un beso al albino.

El humano tenía el pulso muy acelerado. No podía creerse que estuviera en aquella situación, que hubiera sido capaz de terminar su matrimonio con Jeanne y, hubiera acabado enamorado de aquel personaje. Se dieron un beso corto y sencillo, sin embargo, Noé regresó a acercarse con suavidad; sus mejillas estaban ruborizadas, pero no tanto como las de Vanitas. Los dos estaban nerviosos, después de aquella conversación sentían que estaban flotando en mareas ardientes.

Por fin, sus labios se tocaron de nuevo. El corazón del joven lechoso le martilleaba el pecho, y casi podía notar el de Noé contras sus dedos aferrados a su blusa. Sentía cosquillas en las zonas donde el otro le tocaba, en sus orejas, en su cuello, en su mandíbula. La presión de sus huellas en su pálida piel, lo estaba matando de apoco. Y esta no era la primera vez, cada vez que se sostenían de las manos, que se besaban o simplemente se veían, sentía que explotaba. Sus labios se tocaron una y otra vez, hasta que Vanitas dejó un suave jadeo al recuperar el aire. 

Regresaron a verse con cariño, el color índigo y amatista envolviéndose una vez más; les encantaba aquella sensación, y era lo único que querían por el resto del mundo. —Vanitas, de verdad..., te amo —repitió el moreno.

La sonrisa del humano era nerviosa y resplandeciente. Se dejó acunar entre las manos cálidas y morenas, para añadir: —Yo también Noé, yo también.

Así, dejando el moreno de sostener el rostro ajeno, tomó sus pálidas manos para acariciarlas con sus dedos. 

—Tengo que contarte algo, Vani.

Este lo vio con sus ojitos encariñados, decorados de sus pestañas negras. —Dime, Noé.

—Como bien sabes, uno de los mejores secretos más bien guardados en mi reino, ha sido la existencia de los vampiros. Pocos dentro de palacio y fuera de él, saben de esto. Y son únicamente personas de confianza, los que conocen esto. 

Vanitas asintió a sus palabras, experimentando el aire remover su largo cabello negro. Podía ver el gentil rostro del albino tornarse con preocupación, y como en un ágil movimiento, lo tomó de la cintura, para girarlo y sentarlo en su regazo. Noé siempre conseguía levantarlo como si no pesase nada, pero, en el fondo le encantaba. Le encantaba sentirse protegido por alguien tan tierno y dulce. 

Experimentó el roce del cabello del más alto en su mejilla, para sentir como apoyaba la barbilla en su propio hombro. —¿Qué sucede Noé? ¿Qué quieres decirme? —cuestionó este, aún con un ligero rubor en sus mejillas. 

—Existe..., otro secreto guardado en este reino. Y quiero contártelo..., —señaló viendo de reojo la pálida piel del cuello humano.

Este sostuvo las manos morenas entre sus pequeñas y blancas. —Si es lo que quieres, sabes que puedes confiar en mí, Noé.

—Siendo así, necesito que me acompañes a un lugar —señaló con suavidad en su voz. Para tomarlo entre sus brazos y saltar desde el tejado del castillo, al jardín inferior, el cuál estaba muchos metros abajo. Cayó de rodillas y se irguió de forma natural, por otro lado, Vanitas se había aferrado con fuerza a su pecho y ropa. Su expresión era asustada, y no entendía como su amado moreno podía tener un rostro tan natural y tranquilo, después de haber saltado desde tanta altura.

Le dio unos ligeros golpeteos en el pecho y musitó: —Tienes que avisarme cuando saltes del tejado así, por dios.

La suave carcajada del moreno se escuchó por el lugar. Algunos de los sirvientes se encontraban cuidando de los jardines, y acostumbrados a que el chico siempre saltase de los tejados o árboles desde su juventud, continuaron con sus quehaceres. Después de todo, eran los que lo habían visto crecer y casi como de la familia, guardaban el secreto de su ser con todo el cariño del mundo.

—¿No te dije una vez que me la pasaba tirándome de los árboles junto a Louis? —respondió el moreno con una deslumbrante sonrisa.

Vanitas con su rostro coloreado y el corazón agitado, veía el cielo y las nubes flotantes bajo el moreno. Quien con su cabello blanco y ojos amatistas, parecían convertirse en su única luz. Acercó su mano y apartó el rostro del otro, de forma juguetona: —Deslumbras, Noé.

Este se extrañó y depositándolo en el suelo con cuidado, besó sus labios de nuevo. Estaba tan feliz que creía ser el hombre más afortunado de aquel mundo. Mientras Vanitas se sentía abrumado con tantas demostraciones de amor.

Se tomaron de las manos, y fue cuando Noé lo condujo hacia el jardín trasero. Caminaron bajo la hierba fresca; el de cabello oscuro se sentía aún agitado de tantas emociones y trataba de calmar su corazón.

Se adentraron por una puerta, en la que el humano creía no haber entrado nunca. Aunque aún estaba aprendiendo todas las salas que ocultaba aquel magnífico palacio. 

Estaba oscuro, pero al sentir el apretón en el agarre del moreno, lo siguió en la oscuridad. —Vamos a bajar unas escaleras, Vani. Ten cuidado —escuchó que le decía su moreno. —Hay algo de luz, pero aún así pisa donde yo lo hago.

Era cierto, en una de las paredes superiores apareció un pequeño ventanal. Entraba algo de luz, pero incluso para él, seguía estando muy oscuro. Una sonrisa permanecía en sus labios, no sabía que era lo que quería mostrarle el albino y, por ende estaba muy nervioso.

—Como bien sabes, tras el suceso del asesinato de mi familia, muchos neófitos murieron también. No únicamente mis padres. —indicó el moreno que caminaba con seguridad, mientras bajaba por el lugar.

Vanitas tragó grueso, que el moreno trajese aquello en aquel momento, significaba que lo que iba a mostrar, estaba relacionado con ello. —Sí, Noé. Lo recuerdo.

—Pues..., supongo habrás imaginado que tras la muerte de Faustina, los únicos vampiros sobrevivientes son los que se resguardan ahora en palacio, y quienes han jurado fidelidad a mi reino. Pero, no es así —explicó el rey de toda Francia.

Pisaron el último escalón y juntos, cruzaron un umbral. No había nada allí, más que las paredes y una puerta de madera con remarques dorados. El picaporte era color bordó y brillaba como si tuviera una magia propia en su interior.

Noé tiró del picaporte de metal, y abrió la puerta con sutileza, bajo los confundidos ojos del más bajo. La luz del lugar tras la madera, atacó sus ojos en una primera instancia, y por ende, con la mano libre, Vanitas cubrió su rostro. Al poder ver con más claridad, se mostró un paisaje a sus ojos. Había otra sala tras aquella puerta, y una gran ventana de cristalera azul. Se podía observar un lago, por el circulaban barcos. El cielo era oscuro y una luna color bordó se presentaba en lo alto.

—Bienvenido al mundo de los vampiros —soltó su pareja con una sonrisa. 

Vanitas entreabrió sus pálidos labios, maravillado y asustado ante aquella revelación. Los latidos en su corazón se hicieron más presentes, y sus manos temblaron ligeramente. 

¿Cómo era posible que Noé, quien le había dicho que no conocía la existencia de más vampiros tras el descubrimiento de su gente y Faustina, ahora le mostrase todo un lugar repleto de ellos?


‧͙⁺˚*・༓☾𝑶𝒏𝒆 𝒍𝒂𝒔𝒕 𝒅𝒂𝒏𝒄𝒆?☽༓・*˚⁺‧͙


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Traducción:

 gran-père: abuelo.


¡Ey, sé lo que estás pensando! ¿Pero autora, qué significa esto, y/o cómo puedes dejarnos así? 

Vengo a decirles que puede que " One last dance? ", esté terminada. Pero las aventuras con nuestro humano Vanitas y nuestro rey, Noé Archiviste, no han acabado todavía. De ahí a que haya tardado tanto en publicar este capítulo final. Por la preparación de esta nueva noticia. Así que sin más dilación, les vengo a presentar el segundo libro que continuará con la historia de estos dos tórtolos.

Pueden encontrarlo ahora en mi perfil, con el nombre de: Inmortal Dance. Sean bienvenidos al nuevo camino que desarrollarán mis amados Vanitas y Noé. No dejan que muera el shipp, y vayan a apoyar la continuación de esta historia. No olviden que tengo muchas otras historias Vanoé que también pueden gustarles, y muchas más, que estarán en próximos proyectos.

¡Gracias a todos por su inmenso amor, mer chers chatons ♡! 

Nos leemos en la última actualización que tratará sobre agradecimientos, detalles y curiosidades. 

¡All the love, Ella!

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