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XX ⸻.

Noé surcó el jardín extenso perteneciente a su familia muchos años atrás. El aire removía los mechones que sobresalían por su capucha. De forma inmediata, observó el sol que surcaba aquel cielo angosto de color azul.

Parecía muy fácil estar donde más buscabas permanecer; parecía, en sus más metafóricos pensamientos, como si aquel espejismo de nubes pudiera llevarlo hacia la persona que más ansiaba querer. 

Le dolía muchísimo tener que comportarse de aquella forma con el humano. Tan solo ver sus ojos azules tan tristes, y escuchar su voz temblorosa, hacía que no pudiese evitar sentirse pésimo; queriendo arrodillarse frente a él, besar su frente, sus lágrimas y eliminar cualquier rastro de dolor hasta invadirlo de amor. Pero no lo hacía, solo le decía cosas hirientes y eso lo estaba destruyendo.

Sus pasos se hicieron más rápidos, hasta que comenzó a correr, quería liberarse de todo, quería huir de sus pensamientos, de su amor hacia el humano, de las conversaciones que tenía que llevar aquel día, de tener que romper su compromiso con Dominique o tener que llevar la corona ahora. No se sentía listo, tenía miedo, y lo que más le aterraba era saber que un día podría levantarse y podría haber destruido todo lo que amaba en cuestión de segundos. Desconocía el poder en su cuerpo y, eso le aterraba.

Inevitablemente nuevas lágrimas se aproximaron y salieron de sus amatistas ojos; la brisa removía su cabello, y sus pisadas cada vez eran más rápidas y ligeras. Nunca en toda su vida se había sentido de aquella forma, tan inseguro y tan decepcionado de sí mismo y de las decisiones que estaba tomando.

No tardó en detenerse tras un buen rato, tosiendo y sintiendo sus lágrimas secas a causa del viento; respiró forzosamente y acomodó su cabello hacia atrás, observando aquel pálido cielo nuevamente ante él. 

El castillo podía verse a lo lejos, como le había dicho su abuelo, era una mota en la lejanía; ahora estaba envuelto entre los árboles, junto a las ramas secas y raíces exuberantes en la tierra. Cerró sus ojos, tratando de estabilizar su respiración y corazón latiente.

Debía centrarse, iba a ser rey de un pueblo, de personas humanas con sueños y esperanzas. Tenía que hacer un buen trabajo y, se había estado preparando para ello toda su vida. Debía encontrar su hogar de nuevo, aquel palacio era su sitio, dónde estaban todos sus antepasados e historias que lo marcaban en la sangre; no podía abandonarlos. Sus brillantes violetas luceros se mostraron firmes.

Tenía que protegerlos y esa era la única forma de hacerlo. Sí, podía gritarlo a los cuatro vientos, quería estar con Vanitas, lo amaba irremediablemente, pero, esa realidad nunca podría ocurrir, y no sería más que un sueño. Debía tener descendencia, llevar a otro hijo o hija al trono, y con su destinado, era imposible.

Esperaría hasta la información que pudiera hallarle su abuelo sobre su don, y aprendería a controlarlo y, a no tener miedo de él.

La luz le cegó por un instante y para cuando regresó su vista a enfocarse, se dio cuenta de que ya no estaba en el bosque, frente a los árboles y la hierba fresca acariciando sus botas; había un completo paisaje en blanco, que se fue acomodando al invernadero, aquel que su abuelo tanto había cuidado. 

En aquella mesa de cristal, escondida entre las flores, se encontraba una mujer de un precioso cabello blanco, y tez morena, vestía un traje rosado; un hombre la acompañaba, de tez blanca y cabello albino. Se veían felices y enamorados, y hablaban con el pequeño junto a ellos, que leía un libro en sus manos. Inmediatamente supo que estaba en un recuerdo, que aquellos eran sus padres y aquel niño, era él.

Mère*, cuándo crezca y me vaya lejos, ¿Recordarme te haría feliz? —escuchó que su menor persona, le cuestionaba a la mujer de belleza exótica.

Esta con sus azulados mirares, observó curiosa al pequeño, siempre se sorprendía de la inteligencia que mostraba, cada vez más al devorar aquellos incesantes libros, siendo además la que debía contestar a todas y cada una de sus maravillosas y extrañas preguntas. 

Pareció pensar sus palabras, bajo la atenta mirada del hombre a su lado. —Muchas personas piensan que los recuerdos pueden hacerte feliz, y aquellos que son buenos, te ayudarán en tus momentos más duros —explicaba la mujer con un dulce tono de voz. —Pero, para mí, el recuerdo más hermoso que pueda tener, siempre puede convertirse en el más doloroso.

El niño pareció confuso ante su respuesta, y la mujer dejó una baja risa para continuar explicando: —Se pueden volver dolorosos y terroríficos, tanto para cómo el que se queda como para el que se va. 

—¿Entonces qué podría hacerte feliz, si no estoy contigo? —preguntó el niño, con miles de cuestiones cruzando su mente.

—Nada podría hacerme más feliz que estar con la persona que amo, además de sabiendo que tú y tú hermana también lo sois, y estáis con vuestro ser amado —explicó la mujer con una reluciente sonrisa, para que la mano del hombre se entrelazará con la delgada de ella.

Noé enfurruñó sus labios y frunció sus cejas: —¿Y cómo podría encontrar a una persona que me pueda querer y que me haga feliz?

El hombre de orbes amatistas dejó una gran risa tras las ocurrencias de su hijo pequeño: —Noé. No hace falta que la busques, esa persona te encontrará. Es tu destino.

Noé se confundió aún más: —¿Mi destino?

Un niña, algo más grande que Noé se levantó del suelo, escondida entre tantos lirios y suspiró agobiada, para acercarse y abrazarlo por el cuello: —¡Noé, no me digas qué no sabes lo de los destinados! —exclamó la pequeña de largos cabellos blancos y ojos azules. —¡Es que todo hay que explicártelo, corniaud*!

El padre carraspeó nuevamente para llamar la atención de sus pequeños críos: —Es una persona que está unida a ti, que conocerás y podrás amar. —añadió depositando un beso en la mejilla de la mujer —Así como tu madre y yo, Noé.

—¿Y si no la encuentro nunca? —preguntó el niño esta vez, emocionado de aquella revelación y de saber que alguien esperaba por él.

—No importa cuánto tiempo pase, vuestras almas están unidas y lograrán encontrarse algún día, en esta Tierra —habló la mujer con cariño en sus ojos.

Los ojitos violetas del chico brillaron intensos y con alegría —¡Prometo que la haré muy feliz! ¡No me alejaré nunca de su lado y le enseñaré todos mis libros favoritos! ¡Podremos jugar juntos y comeremos mucha Tarta Tatin!—añadió con sus mejillas rojas, para sentir seguido, un tironeo de estas por su hermana mayor.

Los presentes rieron tras las ocurrencias del niño nuevamente, quien parecía haberse ahogado en la vergüenza y ahora quería enterrar su rostro entre las páginas de los libros. No tardaron en hacerse presentes su abuelo, y..., Faustina, sonriendo y felices junto a aquella familia. 

—¡Abuela! —vociferó Noé, apartando a su hermana y corriendo hacia ella para abrazarla, dejando la escena con unos toques tristes, que comenzaban a volver borrosos.

Inmediatamente, la imagen desapareció de su cabeza, y el cielo regresó a reflejarse en sus ojos. ¿Quién hubiera imaginado que toda aquella felicidad estaba cerca de su fin? Pero, lo que más le extrañaba era que había tenido un nuevo recuerdo, y que había dejado una tocable calidez en su pecho.

El único recuerdo que había tenido de sus padres y hermana, había sido únicamente su muerte; exceptuando la imagen que le mostró Faustina sobre la vez que estaban en el campo, todos unidos. Pero este había sido un recuerdo propio, un recuerdo extraído de sus más ocultas memorias, y prometía, no olvidarlo nunca jamás.

Cuando su abuelo, tras la muerte de sus padres, le explicó lo del destinado, él pensó que era la primera vez que alguien le hablaba de eso, pero había sido el suceso traumático el que había encerrado todos sus recuerdos, y se había olvidado de cómo sus amados padres, se lo habían explicado de aquella forma tan amorosa. 

Recordarlos tan cariñosos y felices, dejaba algo de amargura en su pecho, y, el recordar como él mismo se prometía amar y hacer feliz a su destinado, le hacía odiarse. Estaba fallando los deseos del dulce niño que una vez fue.

Con un mirar melancólico, observó como un colorín azul, un ave muy característico de la zona, volaba al frente suyo. Su color azul mezclado con tonos violetas y más oscuros en su pico, este lo veía con sus profundos ojos negros, y se acercó hasta su mano, para posarse en ella con tranquilidad.  

—¿Eres una señal acaso? —dejó el moreno en el aire, viéndolo con detenimiento.

Esta ave giraba su cuello e inclinaba su cabecita para ser acariciado por el moreno; no podía dejarse de preguntar si la decisión que estaba tomando, era la idónea. 

"Esos ojos, esa voz, estos sentimientos"

"¿Es lo correcto?"




Regresando con Vanitas, que tras tener tener aquella conversación con el abuelo de Noé; se marchó a bañarse y arreglarse. 

Sus ojos cristalinos y tan azules como el mismo cielo, tras haber terminado, se fijaron en un maletín que habían dejado en la esquina de la habitación. Por supuesto, sabía que había sido Noé quien lo había puesto allí, después de todo, él había pasado muchos días inconsciente en el lugar. 

Se acercó y lo depositó en el camastro que habían cambiado ya los sirvientes. Abrió su pequeño cerrojo, y una sonrisa lastimera no tardó en mostrarse. Primero, halló aquel traje transparente que Noé le compró en la aldea, —aquel con el que había sido atacado y aquel con el que murió, renaciendo con el poder de Noé—, supo que este moreno lo había limpiado de la sangre, y aún cuando un sentimiento amargo se instalaba en su pecho al recordar cómo le habían cortado el cuello, no podía olvidar los recuerdos con el albino, la forma en que bailaron bajo el fuego, la forma en que se vieron a los ojos y se demostraron tanto cariño. 

Lo depositó en la cama, y tomó un ramo de flores, ahora algo muertas y marchitas, aquellas que le había regalado Noé. Las acercó y sonrió con tristeza al hallar algo de su aroma impregnado. Nunca fue consciente del momento en el que cayó enamorado de aquel príncipe. 

Siempre se había prometido alejarse de aquella atadura tan dolorosa como el amor, y con todo, ahí estaba, tragado por un chico que no hacía más que alejarlo; y del que además, un poder sobrenatural ya los había unido. El tan glorioso y temido destino.

Por último, aparte de los muchos medicamentos y artilugios con los que había sanado al moreno, encontró el reloj de su padre. ¿Cómo este aceptaría que estuviera enamorado de un hombre? 

Por mucho que fuera príncipe o rey de Francia, seguía siendo un varón y su padre no lo aceptaría. Pero, ¿acaso le importaba? Había hecho toda su vida lo que su padre le había obligado, y por mucho que le doliese desobedecerlo, no iba a renunciar de Noé. 

Intentó recomponerse, ahora debía salir y ayudar al maestre de su ser amado, recibiendo a los invitados. Escuchó algarabía en el jardín y no tardó en asomarse, poniéndose aquel reloj de su padre en la muñeca. 

Los sirvientes tiraban del moreno, quien había llegado de aquella pequeña excursión que había realizado a primera hora de la mañana, había tardado algunas horas y parecía que ya iban en retraso con él. Este sonreía avergonzado, estaba sudando y por lo que suponía, había llegado corriendo. Una sonrisa se cruzó por sus labios, era solo un estúpido idiota.

Cuando se dio cuenta de que ya lo habían desaparecido para asearlo y cambiarlo, salió del cuarto, dejando un último vistazo a las flores. Ayudaría al abuelo de Noé, estaría presente en la ceremonia y cuándo todo estuviera todo tranquilo, volvería a insistir con el moreno.

Al cerrar la puerta, se encontró con la persona que menos se esperaba ver. Dominique de Sade, la princesa de la gran Italia. Vestía un vestido violeta, que dejaba entrever sus hombros; en sus brazos recaían a la mitad telas de seda que llegaban hasta la cola del vestido. Tenía la zona superior de un color rosado, con dos aberturas en su estómago, a los lados, y el resto era de un violeta intenso. 

Su cabello dejaba unos mechones sueltos, el resto era recogido en una cola alta que se cruzaba con un decorado de flor violeta y, su cascada castaña recaía en maravillosos tirabuzones. Esa mujer era preciosa y de aquello, no tenía duda alguna. Su mirada afilada y maquillaje violeta sobre sus párpados enmarcaba sus pálidas facciones.

—Alteza, Dominique —la llamó al verla.

Esta dejó un vistazo rápido bajo el humano con un atuendo bastante pintoresco, y sonrió con suavidad. Su colgante brilló con sus movimientos —Vanitas, me agrada veros antes de la llegada de la visita, os buscaba por un motivo específico. 

Este apretó sus manos, asintiendo a la mujer de apariencia tan hermosa y figura curvilínea —Podéis decirme con tranquilidad, madeimoselle.

—Sé que esta pregunta puede importunaros en este momento, y está muy fuera de lugar..., —habló la joven desviando su mirada hacia uno de los pasillos, desolados —Pero, ¿sabéis si Noé, durante vuestra travesía..., conoció a alguien más?

Aquella pregunta le cayó como un balde de agua fría. Tragó grueso varias veces antes de responder. Sabía que se refería a si su amado príncipe, había conocido a alguien de quien se hubiera enamorado. —Desconozco la presencia de alguien más; lo único que sé, es que conoció a una chica entre los de su especie, pero fue muy poco el tiempo que cruzaron juntos —le respondió el chico, refiriéndose a la joven Amelia, aquella dulce vampiresa que le tendió la sopa tras despertar de su muerte.

Esta lo escuchó atentamente y habló seguido: —¿Os referís a la joven vampiresa que huyó con los sirvientes por los túneles, cuando ocurrió el accidente, y se mantuvo al cuidado de ellos?

—Así es, mi señora —respondió Vanitas, y tras ver su mirada algo frágil, añadió. —La señorita Amelia no es más que una amiga para Noé. Ahora que descansa junto a los sirvientes, no ha mostrado signo de acercarse a él. 

Ella pareció pensativa. —Solo estoy preocupada, desde que llegó del viaje, parece cambiado. Apenas me ha dirigido la palabra, y desde..., la muerte de Faustina se encerró únicamente a saber de tu bienestar y a conversaciones con su abuelo.

Vanitas no sabía que decirle, podía entender el sufrimiento a través de sus ojos, estaba dolida, y claramente, muy enamorada del albino. Maldito vampiro con sus maravillosos encantos, no estaba dejando más que corazones rotos por todos lados. Aquello le hizo pensarse dos veces si debía hablar con el albino o, si debía dejarle el camino abierto a la chica.

No estaba completamente seguro de que Noé lo amase, pero, él era su destinado y ella no. Se acercó a sus delgados hombros, y observó sus dorados ojos bajo las tupidas pestañas. —Lo mejor sería que hablaseis directamente con él. Parece que nos está dejando a todos con conversaciones pendientes —añadió bajo una sutil sonrisa.

Esta le observó, con un pequeño brillo en sus mirares, y recuperando su postura, compartió su idea. —Gracias Vanitas, de verdad, discúlpame si os he molestado —señaló la mujer con una corta reverencia.

Este negó con una suave sonrisa, y realizó una reverencia por consiguiente —Solo os pido que seáis fuerte, mi señora. Noé ahora mismo no está en sus mejores cabales, y puede que acabe diciendo solo cosas hirientes.

La mujer de un largo cabello oscuro lo observó con confusión —¿Os ha hecho daño a vos?

Este respingó a sus palabras, sin embargo, no pudo mentir a aquellos sinceros ojos que lo veían: —Como he dicho, el momento que está pasando es crucial, y puede que hayamos compartido algunas discusiones. 

—Me extraña mucho, parece que le importáis tanto como nosotros.

Vanitas sintió calidez en su corazón —Gracias mi señora, pero no os preocupéis por mi. 

Esta tratando de animar el ambiente, dejó una gran sonrisa tratando de enterrar sus sentimientos tristes —Según me he enterado, ya que pude preparar algunas invitaciones junto al maestre de Noé, se ha invitado a vuestra prometida. Me supongo que estaréis muy emocionado, ¿no es así?

La realidad se impuso mucho antes de lo imprevisto. Había olvidado por completo que Noé la invitaría, y tendría que enfrentar de nuevo a la mujer con la que su padre estaba dispuesto a casarlo. Escudriñó una pequeña sonrisa: —En verdad, tengo muchas ganas de ver a Jeanne. 

Y en eso no se equivocaba, tenía que acabar aquel compromiso cuánto antes y aún, antes de confesarse por completo al moreno, debía terminar muchas cosas, al menos era lo que intentaría. 

La chica dejó un pequeño rubor en sus mejillas: —Jeanne..., es una mujer preciosa, por lo que puedo recordar de la fiesta..., hacéis una maravillosa pareja.

El humano de índigos ojos dejó una sonrisa forzada a sus palabras. Si tan solo supiera que la noche anterior se había estado besando con su prometido...., no le estaría hablando de esa forma.

No tardaron en acompañarse juntos a la entrada del palacio, los carruajes estaban llegando y como principales personajes de la fiesta —a excepción del protagónico Noé— debían recibirlos.




El olor a savia de pino, se imponía en el aire fresco al perfume húmedo de las hojas secas, que se acercaba con los carruajes y la aristocracia. De tal forma, un nudo en su garganta se presentó, estaba inquieto. Sabía que, al observar bajar a todas aquellas personas con sus presuntuosos trajes, y con un sol ocultándose, debía ver a Jeanne, un recuerdo latente y vivo de su antigua vida. Solo podía pensar en lo rápido que iba todo, apenas era capaz de asimilar la cruda realidad. 

Noé no estaba por ninguna parte, seguramente aún lo estaban arreglando; a su lado estaba Dominique con una dulce sonrisa, tener además frente a él, al maestre y abuelo del moreno, solo le clavaba más aún en su corazón cuanto quería verlo.

Muchas de las personas llegaban de distintas villas de renombre, como: Gien, Saint Fargeau, Mézilles, Auxerre, Saint Florentin o Saint Paul. Desde Gien, por ejemplo, se habían enviado durante la pasada noche, por el maestre de Noé, invitaciones a diversas autoridades para asistir a la consagración del dauphin, quien por especificaciones de su abuelo, quería hacer saber a todo el mundo que sería oficialmente el nuevo legítimo rey de Francia.

La consagración real y tradicional en el país, explicaba que lo más importante era la unción con un óleo sagrado sobre el cuerpo del rey, algo más destacable que colocar la corona en la cabeza del monarca, pero que sin embargo, también se realizaba. Se decía que esto permitía legitimar el poder por derecho divino. 

La leyenda francesa sostenía que un frasco de aceite, la Santa Ampolla —un recipiente o vaso en el que se guardaba el óleo santo—, descendió del cielo para ungir a Clodoveo I; así se adoptó la flor de lis como símbolo bautismal de pureza. El rito personificaba la sanción de la Iglesia Católica por parte del monarca, más sin embargo, se creía que la unión elevaba a los reyes a una categoría sacerdotal o casi de un estatus santo.

Consistía en rociar al destinado a suceder con un aceite impuesto en una débil cuchara, en su frente con la famosa cruz y tras ello, la corona sobre su cabeza. Estaba seguro de que Noé se vería hermoso en aquella situación. Un coloreo no tardó en aparecer en sus pómulos, aquellos pensamientos intrusivos sobre el moreno no lo dejarían en paz.

Tras saludar a los invitados, que eran guiados por los sirvientes —uno de ellos siendo Louis, quien vestía un traje elegante—, llegó el carruaje que tantos retortijones le estaban produciendo. Frenó con su impetuosa apariencia, y la puerta fue abierta por el cochero de su familia, que no dudó en sonreír con banalidad. Ahí estaba, la mujer de sus pesadillas..., realmente, Jeanne no era tan mala, pero no podía evitar asemejarla con aquello.

Su delgado tacón se posó en las escaleras colgantes y aquella pomposidad de vestido se hizo presente. Incluso para ella, estar en el palacio real era algo que jamás podría haber imaginado. Podía apreciar su pálida piel, acompañada de su vestido, dividido en dos secciones: un corsé blanco, muy ceñida a su delgada figura, tenía un escote corazón que dejaba entrever su presuntuosa delantera, con encajes azules a su alrededor, y unas cortas mangas de volantes en seda cubrían sus brazos. 

Todo su vestido era ancho, y pomposo, estaba seguro de que llevaba un miriñaque, aquella estructura ligera con aros de metal que mantenía hueca la falda y le daba gran tamaño. Un color azul lo cubría con seda brillante; su cabello rosado estaba suelto y caía por sus hombros. 

No podía negarlo, estaba preciosa. Hacía tanto que no la veía, que incluso creía, que había olvidado por completo como se veía. Sus mirares dorados cruzaron una conexión y aquellas pestañas rosadas, se elevaron con alegría. No tardó en acercarse con gentiles movimientos, dejando una reverencia ante el hombre rubio, quien del que ella desconocía su título o nombre, pero que, correspondiéndola, la saludó con simpatía; para tirarse, literalmente a sus brazos. Gracias a su posición etérea, no cayeron pero sentir el cuerpo de la muchacha sobre el suyo, que lloraba sobre su hombro, arrugó su corazón. Noé no era el único que iba a dejar corazones rotos por el camino.

La chica se separó y besó sus mejillas y labios con felicidad, para sostenerlo de las manos con una gigantesca sonrisa —¡Vanitas, estoy tan contenta de verte con vida! —le dijo esta con su dulce tono de voz y sus mejillas coloreadas.

Vale, no esperaba que ella lo fuera a besar en los labios, por ende, le dejó un amargo sabor; después de haber besado los de Noé, aquello le parecía un insulto, y lo peor, es que se sentía mal por la chica, después de todo le tenía cariño. 

Carraspeó antes de hablar: —Jeanne, me alegro de veros.

Unos ojos amatistas lo veían todo desde su ventana, con un sentimiento ocre en su pecho y una clara mueca de disgusto en su boca. No le había gustada nada aquella escena, y sus puños enmarcados lo reflejaban.

Jeanne dejó una sonrisa suave y ahora más calmada, se dirigió a la joven que estaba junto a su prometido. —Mi señora, es un placer veros de nuevo —añadió, refiriéndose a Dominique.

Esta le dejó una sutil sonrisa para unir sus manos: —El placer es mío, dulce doncella. Ahora que nuestros prometidos son grandes compañeros, podremos conocernos más, Jeanne.

La chica dejó una risa baja tras las palabras de la otra joven, y tirando del brazo de Vanitas, entraron juntos al interior, quién habló de inmediato tratando de zafarse. —De-debo quedarme para seguir ayudando a- 

—¡Tonterías Vanitas! ¡Disfrutad vuestro tiempo con vuestra prometida! —interrumpió feliz la chica de cabellos oscuros, bajo un vistazo serio del abuelo de Noé.

—¿Lo escucháis, querido Vanitas? Vamos a hablar de todo lo que ha sucedido en estas semanas —le dijo la mujer, mientras se adentraban por el pasillo para ser conducidos hacia la sala de la ceremonia, dónde los mandarían a sentarse en la primera fila, pues Vanitas era un personaje muy importante también.

Sentados, uno frente al otro, Vanitas podía sentir que algo de aire le faltaba. Todo estaba pasando muy rápido. La mirada brillosa de la chica lo ponía más nervioso y, esta no tardó en tomar ambas manos para entrelazarlas juntas. Las manos de Jeanne eran frías en su piel.

Era tan distinto al moreno; las pequeñas manos de la mujer de porcelana apenas ocupaban las suyas, siendo las suyas más grandes, cuando..., las del moreno lograban superar con creces las suyas, y las cubrían por completo. 

No buscaba comportarse de aquella forma con la chica, él era muy consciente del cariño que contraía por esta, aún cuándo no hubiera sido muy gratificante el día en que su padre decidió comprometerlo con ella, no podía olvidar los buenos amigos que habían sido durante tantos años.

Pero cuando observó la forma en la que empezaron a brillar sus ojos cuándo lo veían, supo inmediatamente que Jeanne ya no lo veía más como un amigo y, se sentía molesto y dolido. Era la única amiga con la que se había criado en su niñez, y acababa de perderla por algo tan fastidioso como el amor. Él no era que fuese un marginado total hacia aquel sentimiento, más sin embargo, no lo buscaba, no lo quería cerca.

La razón a ello se debía a su madre. Una mujer que hacía muchos años dejó de ver, solo pudiendo recordar de forma borrosa su imagen para cuando se marchó con otro hombre, lejos de Francia, de su vida y del lado de su padre. Tras haberlo visto tan derrotado y como si su alma hubiera sido destruida en mil pedazos, se juró a si mismo, como una promesa eterna, jamás enamorarse; esa era la razón de su gran resentimiento hacia aquella emoción.

Pero, pese haber tenido a Jeanne a su lado, muchas doncellas que habían pasado a lo largo de su vida o inclusive, el haber conocido el amor entre dos hombres —como había sido el caso de su gran amigo Dante y Johann—, nunca se había sentido atraído hacia nadie y tampoco había querido. 

Pero, Noé, aquel chico era algo que jamás había visto o conocido, lo había calado desde el primer día, había robado su interés; su amabilidad y protección habían tocado su corazón y, sin darse cuenta, había caído a sus pies. Había caído, y caído como la lluvia en la tierra, que al principio era seca, árida y luego se había teñido de sensibilidad, de amor..., era como si todos sus engranajes se hubieran conectado en su interior, solo quería caer y volar y repetirlo por siempre, junto al moreno. 

Nunca podría haber imaginado que toda su vida cambiaría al solo haber cruzado la vista con aquellos inconfundibles orbes violetas, tan majestuosos y llenos de paz. 

Para cuando se perdió en los recuerdos borrosos y felices entre su madre y padre, recordó que para él, siempre había sido suficiente el amor de esa forma. Lejana, dedicada a otros; no podía permitirse imaginar algo más que eso, no después del dolor que vio en su padre, y por eso, toda aquella situación aún le seguía pareciendo extraña y difícil para su frágil alma.

—¿Vanitas? —cuestionó la chica, al haber estado hablando sobre su tiempo lejos de la compañía del joven, pero al ver aquella mirada azul desubicada y el coloreo completo en sus orejas y mejillas, se vio interrumpida. 

Este la vio, cruzando vista con aquellos dorados ojos. Vanitas cayó en cuenta, recordando dónde estaba, la situación con Noé, y recordando quien era la mujer a su lado. Con aquel vestido tan ceñido a su figura, y aquel precioso y largo cabello rosado. —¿S-sí? —respondió tratándose encontrar su voz y evadiendo sus tímidos ojos.

Esta dejó una sutil sonrisa, que surcaba sus labios pintados de un color suave. La mirada proveniente de aquellos orbes dorados se le clavan en el pecho como una daga, le dolía hacerle daño, ya que era consciente del sufrimiento que llegaría a ocasionarle, pero era lo mejor.

Tratando de calmarse, tomó una larga bocanada de aire y disimuló con dificultad la reacción a sus sentimientos explosivos y burbujeantes por el moreno. —¿Hace algo de calor? ¿No te parece?

La joven dejó una risa cálida y entrañable —Creo que estás emocionado por ser condecorado, dejarás de ser marqués para ser titulado como un archiduque. Tu posición subirá de mucho rango, es algo que te llena de nervios, supongo. 

El de cabello oscuro asintió a sus palabras, viéndose más calmado. La algarabía comenzaba a iniciarse, la sala llenándose de personajes importantes, con trajes cuidados y estilizados; le recordaba a la vez de la fiesta, ahora ya tan lejana. Ocupaban sus asientos, entre conversaciones amenas e inentendibles para él. El agarre en sus manos se hizo más presente, y giró para ver nuevamente a la chica de tierno corazón.

—Cuéntame Vanitas, ¿cómo ha sido la travesía con el dauphin? ¿Ha sido alguien de grata compañía? —cuestionó ella.

Vanitas dejó una sonrisa, y asintió. —Imaginé que sería alguien mimado y excéntrico, insoportable a decir verdad, pero me equivoqué, es quizás la persona más gentil y buena que haya conocido nunca —dejó escapar con un tono dulce.

La chica se extrañó de aquella forma que había optado por tomar para hablar del albino, pues, por lo que podía recordar, él siempre había sido algo reservado y con presuntuosos sentimientos hacia todo el mundo, sobre todo negativos; pero aquellos había sido sinceros, casi del corazón. 

Sin embargo, dejó una sonrisa nuevamente, feliz de estar junto a su amado. —Cuando regresemos a casa, podrás contarme con más detalles todo lo sucedido.

Vanitas solo asintió con algunos dejes de cansancio. El ruido comenzó a mecerse con más altitud, y pudo fijarse en como la señorita Dominique se sentó a su lado, con algunos otros personajes que quizá, pertenecían a la realeza italiana. Por otro lado, Jeanne regresó a saludar a la mujer de preciosa apariencia, y se mantuvieron en un silencio cómodo, hasta que la sala se silenció. El sacerdote real se posicionó en lo alto del lugar, junto al atril que sostenía la corona y la Santa Ampolla. 

El abuelo de Noé, lo que era algo obvio, no estaba en la sala. No podía dejar ver su apariencia joven, por lo que simplemente no estaría presente, pero según le había dicho, estaría por ahí, oculto entre las sombras, viendo la consagración de su amado nieto.  

Las trompetas sonaron y el abrir de la madera se escuchó por fin. El albino apareció por la gran puerta, respaldado por unos guardias que lo dejaron en el umbral. Vestía un atuendo elegante y sofisticado, una blusilla blanca de encaje que cubría su cuello, protegido bajo un pañuelo con una joya incrustada en su centro, una amatista, una gran variedad del cuarzo en un precioso color violeta. 

La camisa estaba cubierta por un traje negro de cinturón en el centro, además llevaba una condecoración con la bandera de Francia. Este traje, también estaba cubierto por una capa violeta atada en el pecho, que cubría su brazo derecho. Unos pantalones blancos de traje y unas botas largas negras, algo que le encantaba ver en el moreno. Junto a unos ligeros guantes blancos que cubrían sus muñecas. Estaba hermoso, no creía poder haber visto a otro ser más perfecto que aquel albino.

Aunque, podía ver su mirada seria, demasiado para la expresión alegre que le encantaba y a la que se había acostumbrado, y la que, hacía tanto no veía.

Noé dejó un suspiro suave, y con sus amatistas firmes, inició a caminar por todo el pasillo bajo el suelo de mármol. Entre todo aquel silencio, sus pisadas suaves se escuchaban, y las miradas lo analizaban. Apretó sus puños, estaba tenso y podía notarlo. Trataba de no observar a nadie, pues su abuelo le había recomendado mantener una vista firme, para que no se pusiera más nervioso. 

Todos parecían asombrarse ante su presencia, muchos de los personajes nunca habían visto la apariencia del príncipe, un joven alto, atractivo, de piel morena y cabello blanco. Era casi algo inexistente.

Noé no pudo evitar ver hacia los palcos principales, ahí estaban Domi, y algunos de sus parientes..., también estaba Vanitas junto a Jeanne. No podía fijarse mucho en el humano, pero se veía tan precioso. Apenas pudo prestar atención a Dominique quien le sonreía con ilusión. 

Desvió su vista de aquellos zafiros que lo veían intensamente y observó al sacerdote. Realizó una reverencia al subir el primer escalón, hasta llegar a su presencia y arrodillarse frente a él. El diálogo por parte del hombre anciano comenzó, algunos palabras en latín declarando la nueva sangre que los llevaría a un reinado de paz y tranquilidad. 

Elevó el recipiente, tras haber terminado su largo monólogo, y retiró con la cuchara el aceite que enmarcó en la frente del moreno. Una perfecta cruz que se deslizaba en su piel, para seguido, junto a la corona que fue impuesta tras aquella acción.

Al terminar se levantó, y con una sonrisa nerviosa escuchó los aplausos frente a él. Ahí estaba, el nuevo rey de Francia. Vanitas no podía estar más orgulloso de él. 

Fue una celebración espléndida, pese a las circunstancias de la desaparición del dauphin y la guerra algo silenciosa que hubo para el resto del mundo, con la ayuda de algunos neófitos sobrevivientes, que no estaban de acuerdo con las decisiones de Faustina, y los más fieles trabajadores, consiguieron dejar satisfecha a la corte completa. Habían dejado un lugar precioso, donde por fin había sido coronado aquel hombre de piel morena.

Unos minutos después, se llamó al joven Vanitas a subir a la tarima, una autoridad real condecoró al humano con una estrella amatista, en honor a su valentía por salvar al príncipe. 

Vanitas y Noé apenas cruzaron miradas, y después de aplaudir al caballero que ahora se convertía en archiduque, recibió aplausos y silbidos por toda la multitud. El de cabello oscuro se sintió orgulloso también, pero lo que más le importaba, era la sonrisa discreta en los labios del moreno.




La fiesta no tardó en comenzar. Todos los presentes marcharon hacia el salón principal, que estaba decorado con la mayor elegancia que podrían haber conseguido en aquellos pocos días. La música inició, con los múltiples violines y especialmente, el piano que compaginaba los movimientos sutiles de las mujeres con sus preciosos vestidos; le recordaba a la primera fiesta dónde inició todo. 

Los colores se repartían por el suelo brillante, y le relajaba pensar que ya todo había pasado, y se había quitado una responsabilidad de encima. Ya había sido coronado, y ahora podía centrarse en otras situaciones más importantes y que ameritaban de su atención.

Inevitablemente, recordó una de las primeras palabras que le dirigió a Vanitas "Los accidentes no existen, es algo que dice mi abuelo". Ahora le daba gracia la forma en que se habían conocido y, no podía evitar guardarlo con mucho amor.

Por ende, Noé renovó su vista hacia las personas que habían, y se cortó su respiración. Le invadió una sensación de maravilla, más resplandeciente que una vela encendida en un cuarto oscuro y más embriagadora que el olor de un libro recién tintado. Dicha emoción apareció al ver de nuevo a Vanitas, estaba tan hermoso. 

Cuando lo pudo ver encima de la tarima, no se fijo mucho en su aspecto pero ahora si podía detallarlo mejor. Vestía una blusilla azulada con decorados de líneas blancas en sus mangas, acompañados de unos guantes negros. Llevaba un traje a estilo chaleco, ceñido a su cuerpo, de un color negro, con retoques grisáceos en sus laterales, abierto en su pecho. Un pañuelo de encaje gris atado en la cintura, junto a unos pantalones de traje oscuros, y zapatos de cuero. 

Además de una capa atada en su hombro izquierdo, de encaje y decorados plateados, con volantes y flequillos colgantes. Además de una joya azulada atada al cuello de su camisa y dirigida hacia su hombro izquierdo, junto a la pequeña estrella amatista en su traje, gracias a la nueva condecoración. Su cabello estaba atado en una cola alta, y el pendiente se remarcaba en su perfecta y pálida piel.

Por su mente solo circulaba todo lo que quería besarlo. Probarlo. Besar su cuello. Morderlo. Recorrer su delgado cuerpo con sus manos. Besar todo su cuerpo. Decirle lo hermoso que era, porque verdaderamente era lo más hermoso que había visto en toda su vida. La ave más preciosa que jamás había detallado.

La respiración del moreno se hizo algo más agitada, y tragando grueso, dirigió su mirada a los otros invitados, que bebían y disfrutaban de su tiempo en palacio, rodeados de las extravagancias, decoraciones, y el suelo pulido. Los grandes ventanales cubiertos de bronce, la gran pista central recubierta de mármol, y una gran lámpara colgante en el techo, con las velas y diamantes colgantes, refulgiendo la luz lunar con leves motas de otros colores.

Había incesantes puertas a los lados, los que por supuesto llevaban a los extensos pasillos del castillo que conducían a su interior. Estaban decorados con cortinas rojizas, y entre la gran escalera que conducía a otra gran sala, se encontraban dos mesas, decoradas con candelabros y multitud de copas y postres deliciosos; que por lo visto, los invitados se estaban engullendo, eso le causó algo de gracia.

Estaba seguro de que nunca se acostumbraría a tanta elegancia. Su mirada amatista divisó entre tantos gratos personajes, nuevamente, al chico de índigos ojos. Parecía brillar junto a la doncella a su lado, aquella chica de cabello rosáceo y mirada feroz. Esta vez, decidió acercarse a ellos, saludando a otros en el camino.




Ahí estaba, Noé al frente, con el semblante amable que lo caracterizaba, abriendo su corazón y sus puertas a todo el que lo saludaba. Lleno de vida con el mundo, pareciendo querer más. 

Pero, Vanitas podía ver cuando las luces descendían, con el día que estaba terminado y, la sonrisa que parecía irse lejos. Su mirada amatista ocultaba sentimientos tristes, y solo podía pensar en que quería acercarse y besar su corazón. 

"Déjame levantarte, déjame ser tu amor, ¿quizás podría sostenerte antes de dormir, cuando el mundo comience a ocultarse y no puedas respirar? ¿Quizás pueda amarte aún más, y proteger a tu corazón del frío que no merece?" Pensó débilmente el de cabello oscuro.

No se dio cuenta de la presencia del albino frente a ellos, hasta que la chica de rosado cabello le dio un codazo. Sus miradas conectaron con sutileza y Vanitas no tardó en ver su copa de cristal, —la cuál había tomado con anterioridad—que llevaba la famosa bebida del champagne, viéndola como si fuera la última en el mundo.

—Un placer regresaros a ver de nuevo, alteza —añadió la mujer, inclinando su gentil rostro hacia un lado para ver al joven moreno mejor. Una preciosa y elegante sonrisa seguía plasmada en sus delicados labios.

Bonne nuit, madeimoselle* —respondió el moreno, consciente de que, los buenos modales eran lo único que podría usar para mantener su aspecto impenetrable con la mujer que se interponía en su camino, y que inevitablemente, dejó entrar.

—Buenas noches, Noé —añadió el humano de mirar tenue, haciendo una reverencia para llamar su atención, después de haber evadido aquellos sentimientos tan cursis y tristes que había tenido.

El albino se fijo en aquel de suave mirar y tímido rostro, para seguido ver a la mujer, aferrarse del brazo del más bajo, como si su vida dependiera de ello. Tratando de ignorarlo, se dio cuenta de la mirada intensa en el humano, y la sonrisa falsa que surcaba sus labios al ver a la chica de delicado rostro. 

Noé suspiró algo pesado, y dejando una de sus mejores sonrisas, añadió: —Jeanne es una buena elección como vuestra prometida, Vanitas.

Este se lo vio, algo incrédulo y el tono agudo y suave de la mujer, los distrajo: —Gracias por vuestra atención, alteza. Es todo un honor tener a un prometido tan valiente como Vanitas —añadió mientras apretaba su agarre, y entrelazaba su mano junto a la de él.

Cuando el rey pensaba responder, una voz animada de un personaje les robó la atención, especialmente la de Noé y Vanitas. Observaron a un joven rubio, vestido de un traje blanco con muchísimas condecoraciones, y unas hombreras amarillas con flecos colgantes. Sus esmeraldas se mostraron afables y animadas, y la sonrisa en sus labios dejó a los dos compañeros perplejos.

—¡Roland! —vociferó Vanitas, quien se soltó de Jeanne y apretó la copa en sus manos. Acercándose al apuesto moreno, ahora rey.

Noé retiró aquellas emociones algo...celosas y posesivas, y una gran sonrisa apareció en sus labios. —¡Estáis vivo, Roland! —vociferó el moreno, quien no dudó en saltar a sus brazos y dedicarle un estrecho roce. Este lo correspondió y con una gran sonrisa, se separaron.

La risa suave del chico de cabello y pestañas rubias, se presentó: —No iba a morir así como así. Además tuve la ayuda de mi amigo, Olivier, quien me salvó. Os hablé de él y, es alguien que Vanitas conoce vagamente. —añadió, para estirar su mano y tomar la del otro caballero, atrayéndolo hacia ellos.

Para Noé, aquel acto había sido algo íntimo. Con normalidad los altos oficiales, no solían sostenerse de las manos, y sin embargo, ahí estaban ambos caballeros de Inglaterra, sostenidos de ellas. Eso le recordó vagamente a la vez que vio a los amigos de Vanitas —Johann y Dante— darse un beso en los labios. Algo que él ya había hecho con el humano.

Este otro nuevo personaje, de nombre Olivier, era un hombre de facciones finas, cabello oscuro y largo, atado en una coleta. Vestido de un traje totalmente negro con unas condecoraciones parecidas al rubio, y unos orbes verdes muy claros, casi de un color oliva. —Es un placer, alteza —añadió este con una ronca voz.

Se soltó de la mano del rubio, y realizó una reverencia. Noé se avergonzó de inmediato: —No hace falta. Por favor, levantaos. —añadió el moreno.

Este accedió con un rostro tranquilo, y Roland no pudo evitar añadir un comentario a la situación que habían vivido: —Supongo que Pierre, no existía. ¿No es así, Noé?

El albino dejó una suave risa: —Debía proteger mi identidad.

Vanitas compaginó la risa, feliz de ver a aquel personaje de su infancia, sano y salvo. Mientras, con discreción veía al moreno a su lado, clavando su vista azulada en los sutiles pelos blancos que se escapaban del orden ondulado de su cabellera. —Recibiréis un título y una recompensa merecida por haberme ayudado y sacrificado vuestra vida, además de a todos los soldados que os acompañaban —le escuchó decir el moreno al joven rubio.

—Un detalle que aprecio con gratitud, mi rey. —contestó con aquella mirada suave y brillante —Apreciaría evadir las molestias, pero por lo que puedo conocer, no desistiréis de esta decisión, así que, gracias mi alteza.

Noé asintió a sus palabras, más tarde, le pediría los detalles de todos los que lo acompañaban y recompensaría a todos los que le tendieron la mano. Por otro lado, Vanitas aunque quisiera negarlo, le había tranquilizado el corazón saber que el rubio estaba vivo.

Roland, indudablemente, se dio cuenta de la mirada que compartía Vanitas al ver al moreno, y dejó una mirada traviesa; sin embargo, antes de hacer algún comentario, se fijo en la joven mujer de cabello rosado tras ellos —Me supongo esta preciosa dama, es vuestra prometida, ¿Noé? —cuestionó.

La joven dejó una risa algo sonora y se sonrojó por consiguiente, a lo que Vanitas respondió de inmediato. —No. No es su prometida.

Jeanne se sorprendió de la dureza en su voz, pero carraspeando se acercó a este último, y lo tomó nuevamente del brazo, para decir con su suave voz: —Soy la de él.

La expresión del rubio cambió por completo, y pidió disculpas de inmediato. —Perdonen la confusión. 

Jeanne negó y con su delgada mano, señaló hacia el otro lado de la sala. —Aquella de allá, es la prometida de Noé. 

Vanitas quiso fulminarla con la mirada, cosa que ella no percibió. Roland observó, en la lejanía, a la chica de delgada figura y sonrisa plasmada, que hablaba con algunos invitados. Seguido, se dirigió de nuevo a sus compañeros, pudiendo ver como Noé, también se fijo en la chica con una mirada triste, para seguido ver de reojo al humano. Estaba muy claro lo que pasaba entre ambos.

—Siendo el caso, los dejamos para que disfruten de su velada —añadió el rubio con una sonrisa. —Como un consejo, a dos de mis grandes amigos, les digo: Nada puede hacerte más feliz que estar con tu ser amado —terminó con una discreta mirada a su compañero, Olivier.

Jeanne lo entendió como si fuera hacia ella y Dominique, con sus respectivos prometidos y le agradeció. Mientras, por lo que se refiere a Noé y Vanitas, sintieron temblar sus corazones. Sus miradas fueron nerviosas y se vieron de reojo.

—Un placer conoceros señorita. ¿Nos vamos, querido Olivier? Me encantaría probar esos suaves pastelitos de chocolate—añadió el rubio con una sonrisa y mirada cariñosa al otro, que Noé supo identificar. Se veían con amor, y estaba claro que había algo entre ellos y que, con obviedad, mantenían en secreto.

—Si buscáis algo dulce, os recomiendo mi favorita, la Tarta Tatin. —señaló Noé, con una grata sonrisa, y algo de temblor en su voz tras las últimas palabras del rubio hacia ellos. —Disfrutad de lo que deseéis, mi lord.

Este hizo un reverencial sutil con la cabeza —Ahora os serviré a vos, Noé. —terminó con un guiño de ojos, para marcharse junto a su compañero, y como habían dicho, acercándose a las mesas de aperitivos.

Dominique seguía ensimismada en las conversaciones con sus familiares y amigos; algunos personajes bailaban, pero Noé, aquella noche no tenía ganas de hacer nada. Quería que acabase todo para marcharse a su dormitorio y encerrarse en él, como había hecho desde su niñez, aunque aquello significase que Vanitas ya se habría ido.

Las palabras del caballero inglés se incrustaron en su pecho, casi tan parecidas a las que sus padres le habían dicho en su niñez y que por suerte, había recordado en la mañana. También, aquel sentimiento amargo y ocre regresó a él. Sobre todo cuando observó de nuevo la sonrisa de Jeanne hacia al hombre que amaba, el agarre en su brazo y la sonrisa que Vanitas le dirigía a ella.

—Hacéis una pareja preciosa —indicó, con una mirada casi impenetrable pero que, el descenso de sus cejas y la línea recta de sus labios hacían ver, claramente, inconformidad y frustración en él. 

Con sus manos, vestidas de aquellos guantes blancos, hizo un gesto de excusa. —Si me disculpan... —señaló el moreno nuevamente antes de esperar por sus respuestas, para ver la sonrisa débil en el humano y, así marcharse por su lado, caminando a paso rápido entre las multitudes. Y por lo que alcanzó a ver Vanitas, desaparecer por la gran puerta, con el cerrar de esta.

La música se seguía escuchando en la sala, bajos ritmos que sucumbían su cuerpo, casi parecidos a los que tantas veces había experimentando en la mansión de Ruthven. Vanitas quiso ir tras él, pero su mirada compaginó inseguridad y algo de confusión; se fijo en algunas personas que le veían, y les sonrío tratando de recuperar su rostro entre aquella aristocracia.

Aquel rostro que no tomaba desde haber desaparecido con Noé, en su maravillosa travesía. Sentía agonía en su pecho, ansiedad, y muchísima incomodidad. Era muy distinto a lo que sentía antes de conocer a Noé; en aquel pasado tiempo, todo le daba igual, pero ahora se sentía atosigado de las miradas juzgadoras.

—¿Sucede algo, Vanitas? —habló la mujer que seguía tomando su mano entre las suyas. El humano negó con una sonrisa y recurrió a la copa en su otra disponible, tomando un gran trago de esta. 

La doncella Dominique se acercó a ellos, un tiempo más tarde, saludando con cortesía a Jeanne y al joven de mirada nerviosa. Vanitas no quería estar ahí, no le importaba nadie en aquel sitio, quería ir por el de piel morena y era lo que iba a hacer. 

Dejó la copa en una de las tantas bandejas que llevaban los camareros—los cuáles también estaban presentes en la sala— y, dirigiéndose a su prometida, añadió: —Jeanne, debo excusarme un momento. Regresaré lo más pronto, pardonnez-moi, mesdames*

Y como si le hubieran arrancado sus alas, fue en busca de aquel que podría devolvérselas. Aquel que hacía revolotear las mariposas en su pecho, en sus manos, y corriendo por la sala, salió por la gran puerta, dejando el bullicio atrás, lejos de sus oídos. 

Su rostro tornó en el pasillo extenso que se abría ante él, y corriendo por este se acercó a la única puerta al final de este, puerta que gracias al abuelo de Noé, sabía que era un despacho para importantes juntas y decisiones reales.

Sabía que estaría allí, lo presentía al menos. Su caminar descendió y su respiración se relajó para cuando tocó la puerta y escuchó la voz del moreno en el interior. —No atenderé ninguna diligencia por el momento, por favor, márchese —escuchó; su voz sonaba débil casi temblorosa.

No tardó en girar el picaporte y abrir dicha, el albino que estaba apoyado en la ventana, giró débilmente su rostro para ver al intruso, así observando al chico que robaba sus sueños y su vida. 

Vanitas entró, con parsimonia y cerró la puerta tras de si. Su corazón tembló, podía sentirlo, ver los amatistas del otro, en la intimidad de la sala lo ponía nervioso. Dejó un suspiro bajo al descansar de la teatralidad del lugar donde festejaban al nuevo rey, y respiró aquel ambiente y perfume tan tranquilizador, aquel proveniente del moreno.

Carraspeó vagamente al ver que Noé no se inmutaba, más que sus labios abrir y cerrarse varias veces, pareciendo querer decir multitud de cosas. Sus puños enguantados se aferraron a su torso, pareciendo cerrarse en banda. —¿Qué quieres, Vanitas? —escuchó que finalmente preguntó, bajo aquella mirada firme y triste.

El humano arrugó sus dedos en sus puños, sentía picor en su garganta —¿Estás molesto? —le cuestionó apoyado en la puerta.

Noé frunció su ceño, y detrás del escritorio en el que se harían las diligencias, pareció acercarse unos pasos —¿Por qué debería estarlo?

—Te molesta verme con Jeanne —señaló Vanitas con su mismo tono suave.

El albino negó. —No sabes lo que dices, Vanitas. Estaba indispuesto y solo buscaba tranquilidad. Así que por favor, déjame solo.

Vanitas en silencio, se separó de la puerta y se fue acercando a este, con sutiles pasos, y con una mirada brillante que se reflejaba con la pálida luz de la luna. Noé no se movió, y se quedó inmóvil hasta verlo apenas unos pasos lejanos a su posición. 

—Sé que me amas, puedo sentirlo, porque yo te amo y no puedes ocultarlo —añadió el humano bajo aquellas pestañas tan espesas y piel tan blanca.

Noé tragó grueso, Vanitas pudo verlo. —Mientes —dijo el albino.

—No miento. Es la verdad —indicó el de cabello oscuro aún en su sitio.

La mirada amatista del moreno se suavizó, parecía que pudiese ver cada una de las marcas y detalles en el pálido rostro. Sus corazones estaban tan cerca, próximos casi a poder tocarse, y al vez tan lejos, fuera del alcance de sus manos.

—Debes irte, Vanitas —indicó con frialdad el, ahora, rey de toda Francia, mientras veía con tristeza al humano tras de sí.

—¿Recuerdas la noche del hostal? —añadió el más bajo, observando el asentimiento por parte de este, no queriendo ceder a sus peticiones —Me preguntaste si alguna vez me había enamorado, y yo te contesté que no contaba mis intimidades —le decía con un mirar suave —La verdad es que nunca lo había hecho, pero, cuándo te conocí, todo cambió. Me enamoré y..., ahora no tengo idea de que será de mi...sin tenerte a mi lado.

Noé no dijo nada, se mantuvo en silencio, para regresar a escucharlo de nuevo —¿Sabes qué pensé cuándo estaba muriendo en tus brazos? —el moreno le negó en rotundo, recordando aquella noche fatídica —No pensé en mi familia, en Jeanne... o siquiera otra persona, solo pensé en ti. En qué sería de tu vida tras ello, si morirías o serías capturado..., pensé que nunca jamás podría verte de nuevo, ver tus ojos o tu cabello, ver tu sonrisa o tu mirada brillar tan solo viendo las praderas. No me dio miedo la muerte, no me aterró siquiera irme de este mundo, pero lo que si temí, fue perderte.

Noé experimentó un golpeteo en su pecho, eran tan lindas sus palabras, y con obviedad, no pudo evitar una rojez en sus orejas y rostro, por ende, ocultó sus mejillas con su mano. El tirón delgado en su estómago lo estaba mareando. Sus ojos flotaron, encontrándose al humano viéndolo con su intenso mirar azul. Tan intenso.

El de cabello oscuro dio otros dos cortos pasos hasta poder casi sentir la respiración del otro sobre él. Le encantaba que Noé fuera más alto, removía muchas cosas en él solo aquella situación. —Entonces, si no sientes nada por mí, ¿por qué tus ojos se están volviendo rojos?

Eso pilló desprevenido al vampiro, era cierto, podía sentirlo. El aroma de vainilla y canela estaba calando en su pecho y, aquella situación no mejoraba la forma en la que quería contenerse.

—¿Quieres beber mi sangre? —cuestionó Vanitas.

Noé negó con rapidez. —No hagas esto, por favor. Dominique es de la única que puedo beber sangre, lo sabes.

Vanitas mordió una de sus mejillas y posó sus delgadas manos en el pecho del otro, para dirigirse a sus mejillas cálidas y observarlo intensamente con sus frágiles índigos —Pídemelo, y te daré mi sangre.

Noé regresó a tragar grueso; cuando se marchó del gran salón estaba enfadado, era verdad, estaba muy molesto de ver a aquella mujer tocando lo que era suyo, pero después de aquella noche, aquel humano se marcharía y ya no tendría que torturarse viéndolo, queriendo besarlo y beber de su sangre. 

Sus colmillos se aproximaron y sus labios se entreabrieron suavemente, dejando un jadeo pesado, que pareció encantarle al humano que sonreía por lo bajo. 

—Estoy tratando de seguir adelante, tratando de estar con esa mujer —le dijo el lechoso, ahora en su corta distancia. 

—Puedo verlo —añadió el moreno bajo aquel mirar bordó, lleno de dudas.

Vanitas respiró pesadamente, le gustaba ver la forma en que los colmillos comenzaban a sobresalir en el moreno —Todo se ha hecho un desastre entre nosotros.

Noé lo vio desde su altura, inclinando vagamente su rostro para verlo mejor. Removió sus labios casi en un mueca, para añadir en casi un susurro —Lo sé.

Se vieron infinitamente, ahora una mirada bordó y azulada. Era tanto el amor que se profesaban que ya no cabía en palabras. —Vani... —susurró de nuevo el moreno.

Este se inclinó y depositó un beso en una de las mejillas del moreno, para regresar a verlo desde su altura con aquella mirada azulada. —No sigas con esto, Noé. Yo quiero estar contigo. Y si tenemos que mantenerlo como un secreto..., que así sea. —explicó el de cabello oscuro.

El moreno, retiró sus guantes, dejándolos en el suelo, y con timidez depositó su mano en la nuca del humano, rozando con su pulgar el cuello de este —No quiero hacerte daño.

Este respingó al tacto, y negó con rapidez, al haber observado los actos del otro —De la única forma que puedes hacerme daño, es alejándome de ti.

Noé rozó con su otra mano, el brazo del lechoso, un ligero toque que recorrió todo de este, hasta llegar a su delicada mano, delgada y suave, para tomarla entre las suyas. Sus orbes seguían rojos, perfectos rubíes bajo sus pestañas blancas. Retiró el guante oscuro de su mano y lo tiró al suelo.

Con su pulgar fue acariciando el dorso de esta, hasta llevarla frente a sus labios, que estaban destacables con sus colmillos al frente y labios abiertos. —¿Me dejas?

Vanitas no tardó en asentir, casi de forma desesperada. Sentía una pulsación rápida en su pecho, parecía que explotaría. Noé dejó una sutil beso en esta, para seguido insertar sus colmillos en la piel suave. Todo bajo los ojos del humano, que arrugó su rostro al sentir el pinchazo.

Pero como había sido la primera vez, no tardó en desaparecer la molestia. Un espasmo apareció en la mano libre de Vanitas que sujetaba el rostro de Noé, y apretó sus huellas, cubiertas del guante oscuro, sobre la piel morena. 

El rostro comenzó a coloreársele al observar al albino iniciar a beber su sangre, con su garganta tragando, junto a la nuez tan marcada que subía y bajaba, además del toque suave de los labios posados en su piel y sus ojos cerrados. Sus pestañas blancas parecían brillar con gentileza.

Un jadeo salió del humano y Noé afianzó el agarre en el otro. Vanitas soltó su rostro, para seguido, ocultar su boca tratando de evitar dejar salir sonidos extraños, sin embargo, aquella sensación lo envolvía en placer, le encantaba y no tenía manera de poder expresarlo con palabras. 

Un movimiento efímero y Noé separó con fuerza sus colmillos, jadeando continuadamente. Tenía sangre en sus labios, y sus ojos rubíes estaban colmados de deseo para cuando cruzó mirada con el rostro enrojecido del otro. 

"Esto va mal. Estoy está mal. El olor de la sangre de Vanitas no me deja concentrarme " Pensaba el moreno, observando el rostro avergonzado y tímido bajo el suyo. Sus labios estaban entreabiertos y suspiros bajos salían de él.

"¿Cómo podía siquiera tener esa expresión en su rostro? ¿Por qué parecía ser incapaz de controlar lo que su cuerpo le pedía?"

Se miraban nerviosos, y Noé tragaba con fuerza queriendo... —No puedo beber más. Hace apenas unos días que te estabas recuperando de la herida. —habló el moreno con mucha fuerza de voluntad.

Vanitas renegó con su tímida mirada y sus orejas rojas —Estoy bien. Tú bebe—le dijo, tirando de del cuello de su propio traje, dejando entrever la piel oculta bajo la tela. Noé podía ver la sangre cruzar sus venas, y se estaba poniendo muy nervioso.

Observó la marca de sus colmillos en las manos del humano, y lo sostuvo del cuello en un movimiento inesperado, empujándolo hacia el escritorio con suavidad. Se escucharon sus respiraciones, y Noé no tardó en acariciar su nariz con la del otro, y acercar su boca al cuello del humano, para dejar lamidas sobre este. 

Abrió sus labios sin espera, y marcó aquel cuello de nuevo con sus colmillos. Vanitas regresó a tener ligeros temblores, y sus jadeos se hicieron de nuevos presentes. Cortos, rápidos y sonoros, para el moreno que bebía la sangre de su destinado, con intención de calmar todas sus emociones.

—Noé..., —logró apenas pronunciar el de cabello oscuro. Experimentó un cosquilleo en sus pies, y como el moreno lo tomaba de la cintura y empujaba su cuerpo sobre el suyo tomando más cercanía.

Vanitas apenas podía responder a las claras emociones fuertes en su cuerpo, con unos jadeos un poco más altos y claros, mientras Noé estaba embelesado con la sangre del otro. Quería más, mucho más de él. 

Comenzó a apretar el agarre en la cintura e introduciendo su mano cálida para tocar la piel bajo esta. Vanitas tuvo que cerrar sus ojos, experimentando como Noé lo apretaba más, sosteniendo su espalda baja, y ahora el lado contrario de su cuello, pulsando con fuerza sus dedos en la piel. Un gemido escapó de los labios del humano, al sentir como Noé separó sus colmillos.

Se escuchaban los jadeos del moreno, que lamió la sangre que gorgoteaba para volver a introducir sus colmillos. Vanitas estaba seguro de que nunca había hecho sonidos como aquellos. Dios. Se sentía tan bien, no podía creer lo genial que era.

Noé pudo sentir el cuerpo tembloroso del humano, y fue cuando separó forzoso, de nuevo, los colmillos del otro, para verlo rápidamente al rostro.

Tenía sus labios abiertos, sus ojos casi dormitados y un precioso rubor en sus mejillas y orejas, por lo que no dudó en acariciar estas últimas, tratando de calmarse. No podía aprovecharse de la situación y volver a dejar vacío al humano. Pero, su rostro tampoco le ayudaba mucho.

Vanitas podía sentir las caricias de este sobre sus orejas, mientras trataba de estabilizar su respiración. Noé limpió la sangre restante del cuello, y lo lamió con cuidado de sus dedos. Recuperando sus ojos amatistas y sus colmillos desapareciendo, se sintió un poco satisfecho, pero no completamente.

Aún estaban agitados, y se veían nerviosos. Ahí fue cuando Noé lo tomó de la barbilla y depositó un beso en su mejilla, el humano estaba casi ido, y muy dócil, tan perfecto como le encantaba. Apenas respondía a sus actos, sabía que se estaba recuperando. Cuando regresó a acercarlo, dispuesto a darle un beso en los labios, la puerta se escuchó.

Dos ligeros toques que frenaron cualquier movimiento, y los desenvolvió de al parecer su burbuja rebosante de calor y amor. Noé se puso nervioso y su corazón comenzó a latir con prisa. Vanitas lo veía confundido y, experimentó como le soltó de la quijada para tomar sus guantes y el del propio del suelo, para pasárselo en silencio.

—¿Noé, estás ahí? —preguntó la voz suave de su gran amigo, Louis.

El moreno mandó a no hacer ningún ruido al humano, esperando que su querido amigo se marchase. En un movimiento rápido, con el Vanitas que seguía con sus movimientos lentos, Noé le puso el guante faltante y cerró el cuello de su camisa, que supo ocultar la sangre gracias a lo oscuro que era. Lo sostuvo de las manos y tiró de él, para llevarlo hacia una puerta contraria, que se dirigía al jardín trasero. Salieron por esta, agarrados de las manos.

Vanitas estaba en un trance, él era tan gentil y dulce, le gustaba tanto Noé que no podía siquiera entenderlo. Ahora, veía la mano del otro cubriendo en gran parte la suya y sentía que los colores le subían de nuevo.

Habían salido al jardín, con el cielo completamente oscuro en su amplitud, pintado de motas blancas que iluminaban la noche junto a aquella preciosa luna azul. Noé giró sobre sus talones, separando sus manos y se fijo en que no hubiera nadie en los alrededores.

—Te lo voy a decir claramente, Vanitas. Independientemente de lo que yo sienta hacia a ti, de lo mucho que me gustas  o de lo mucho que quiero estar contigo, no puedo permitir que esto suceda. Soy un monstruo, no quiero hacerte daño —explicó con sus preciosos orbes amatistas.

Vanitas sintió como el espacio que habían recreado juntos acababa de ser destruido, nuevamente, por sus palabras. Le había dicho que lo quería y que quería estar con él, pero también que pese a todo, eso no debía suceder. 

Su rostro se frunció —No puedes alejarme. Ya es tarde para eso. Sé que soy tu destinado.

El rostro de Noé pareció empalidecer. y sus manos comenzaron a sudar:  —¿Qué?

—No trates de ocultarlo. Tu abuelo me ha lo contado, Noé. 

El moreno tragó grueso y desvió su mirada amatista del otro. Ya era tarde, Vanitas lo sabía y él no podía hacer nada para evadir esto. Estaba tan harto de tener que anteponer la seguridad de los demás a lo que él deseaba. 

Sino fuera porque bebió de la sangre de su abuela, quizás..., podría haber renunciado a sus temores y formalizar su amor con él. Pero, él había sufrido mucho, más de lo que nadie jamás podría imaginar, y no quería que Vanitas lo hiciera también. Estaba confundido con sus sentimientos, y muy en el fondo..., quería rendirse.

Su respiración comenzó a agitarse, y tuvo que sujetar el cuello de su traje tratando de buscar el aire que parecía faltarle. Ahora que Vanitas lo sabía, ya no podía hacer nada, no podría salvarlo del futuro horrible junto a él. Quizás hasta acabarían muertos ambos como sus padres, quizás un día lo mataría, quizás un día él moriría y Noé se quedaría solo el resto de la eternidad, quizás...

Comenzó a hiperventilar, y los rostros de sus padres muertos no dejaban de enmarcar su mente. ¿Por qué no podía haber tenido un pasado normal? Siempre había querido rendirse, pero no era capaz de hacerlo, no quería mostrarle a su abuelo la persona tan débil que en verdad era. Pero los últimos días y, con todo lo ocurrido, no lo dejaban tranquilo, llegando a suponer que jamás podría superarlo.

Fue testigo de presenciar como Vanitas moría en sus manos. ¿Por qué no era valiente y se rendía de todo ello? 

El humano observó como Noé lo evadía, mientras sujetaba el cuello de su camisa, casi pareciendo querer arrancarlo de su cuerpo; podía ver sus manos temblar, y no dudó en acercarse y tomarlo de las mejillas. —¡Noé, tranquilízate! ¡No te agobies, sea lo que sea que estés pensando, podemos superarlo!

Se fijo en las lágrimas que caían por su piel, y en los orbes dorados que tenía ahora, habiendo dejado atrás sus preciosos amatistas. Lo sabía, se estaba alterando, por lo que se puso de puntillas y limpió con más cercanía sus ojos. —Sé que es muy duro todo esto, pero no te rindas. Vamos a estar juntos y superar todo, Noé.

El moreno entre la borrosidad de sus lágrimas y en su respiración agitada, logró ver al humano. —Lo siento, soy lo peor... —susurró Noé entre las palmas suaves del más bajo.

—¿Por qué te disculpas? —añadió con cariño—Te amo, y nada de lo que hagas o digas podrá cambiar eso —señaló el de índigos ojos, con una suave sonrisa en sus labios.

Noé arrugó su nariz, y se avergonzó de la situación. Aún así no tardó en expresarse: —Soy solo una basura —le dijo el moreno.

—Entonces yo también lo soy —añadió el chico de cabello oscuro, limpiando sus lágrimas y acariciando ambas narices con suavidad.

—¿Mon chéri? —se escuchó de la voz de una mujer, la voz que durante tantos años el moreno había escuchado y se había criado junto a ella.

El albino, con rapidez, desvió la mirada hacia la ladera contraria donde no estaba aquella voz, eliminó sus orbes de color oro y se forzó a tener sus amatistas de nuevo. Entre tanto, aún era sostenido por Vanitas, quién estaba de puntillas y sostenía sus mejillas. 

Para cuando estuvo listo, con sus amatistas ojos, Noé observó a su prometida, quien a su sorpresa estaba junto a Louis, por lo que suponía que habrían venido hasta ahí para encontrarlo. Además de Jeanne, aquella mujer que se interponía entre ellos. 

Noé se separó de inmediato del humano, y limpió sus lágrimas evadiendo la agonía y tristeza de su pecho. 

—¿Por qué estás llorando, mon chéri? —le cuestionó la chica de delgada figura y cabello oscuro, frente a todos los presentes.

Vanitas se sintió triste de ver como el moreno lo había apartado, pero podía entenderlo, estaban presentes todos. Escuchó una fingida risa en el moreno, que eliminó todo rastro de sus lágrimas y añadió: —Ya sabes como me ponen las despedidas, Domi. He tomando mucho cariño a Vanitas —señaló con un tembloroso tono de voz.

Todos observaron como el moreno vestía sus preciosos violáceos ojos, algo apesadumbrados, y de pronto, la voz de la mujer más baja, específicamente la de Jeanne, se hizo presente.

—Es hora de irnos, Vanitas. Los carruajes están marchándose dispuestos a regresar y debemos emprender viaje.

El humano tembló ante aquellas palabras, indudablemente observó a la chica, para dirigir su vista al albino, con miedo y terror de que se fueran a separar realmente.

El albino lo observó también, con los labios firmes en una línea. Los pensamientos de ambos parecieron conectarse en un punto, mientras se veían con incertidumbre.

Por favor, no digas que no hay salida. ¡No me dejes ir! Entre las paredes frías, y las traiciones extrañas, por favor, no me dejes ir. 

Por un lado, un Vanitas que temía lo que pudiese pronunciar el moreno, confirmando la ida de su viaje; y por el otro, un Noé que temía lo que podría decir, obligando a marchar a su corazón. 

¿Así era como terminaría?

Ninguno pudo pronunciar palabra. Fue entonces cuando Noé no tardó en tirar del brazo a Vanitas, con un rostro impoluto casi sin sentimientos. Sabía perfectamente que le estaba diciendo adiós a lo que más amaba en el mundo, pero, era lo justo, y debía hacerlo como si fuera cualquier otra persona. Un estrecho abrazo en forma de agradecimiento y despedida para un buen amigo, al menos era como quería engañarse.

Jeanne dejó una sutil sonrisa al ver a los buenos amigos despedirse, Dominique, por otro lado, se sentía triste de que Noé fuera a perder a su gran compañero, pero con felicidad de regresar a sus anteriores vidas con sus prometidos, los vio despedirse. Louis se mostraba con una mirada afable ante aquello; y el abuelo de Noé, observaba todo desde el ventanal de su dormitorio, alejado de la presencia de invitados y esperando en lo más profundo de su corazón, que su nieto no tomará la decisión incorrecta.

El moreno pasó el brazo por los hombros del humano y al ser de una clara diferencia de alturas, Vanitas enterró su rostro cerca del cuello del albino. Sabía que el vampiro quería hacerlo rápido, como un simple roce, sin embargo, si era lo último que iba a recibir de aquel hombre, tenía que ser perfecto. 

Posó sus manos en la espalda del otro, no queriendo que terminase tan rápido. Ambos experimentando en sus rostros serios, las suaves caricias que hacían los dedos del contrario sobre sus trajes. Vanitas ajustó su agarre, entrelazando sus brazos y consiguiendo cerrar todo el toque en la cintura del más alto.

El humano no quería irse, no quería alejarse de aquel que lo había robado todo de quien era. Le había entregado su corazón y, sentía que nunca podría sentirse más completo que a su lado. Era como si se estuviera hundiendo en un océano angosto y lúgubre, siendo una de las razones específicas por lo que nunca quiso entregar su corazón a nadie; sabía que cuándo fuera atrapado por alguien, este no tardaría en destruirlo y aplastarlo. 

Con una respiración baja, el humano hundió aún más su rostro, casi acariciando con su nariz y pómulos la piel del otro, para no tardar en girarlo y apoyar la mejilla contra el hombro del más alto. 

Aún cuándo sabía que Dominique, Louis y Jeanne, esperarán a que se despidieran, no quería alejarse. Y con suaves pestañeos viendo a la nada, pues su rostro estaba al lado contrario del cuello del moreno, a la intemperie, dejó un fruncido de labios ante su impotencia. No había nada más importante que ellos dos en aquel instante. 

Por otro lado, Noé permanecía impasible, con su mirada firme y al frente, aún cuando dejaba pestañeos suaves que acariciaban la espalda del más bajo. Podía experimentar los movimientos del humano, sentir como su rostro se apoyaba en su hombro y el agarre en su espalda que se afirmaba; podía escuchar su corazón agitado, impaciente, envuelto en una absoluta tristeza. 

Aún cuándo sabía que tantos ojos los observaban, muy dentro de él, tampoco quería alejarse. Aquel chico, era todo lo que quería en el mundo. No quería decir nada, solo quería que él supiera que, si pudiera pretender ser otra persona, no dudaría en demostrarle todo su amor. Que si el cielo no tuviera estrellas, no dudaría en pintarlas en su piel. Si pudiera pretender ser una carta, escribiría todo lo que sentía para que él pudiera leerlo y olvidarlo con las letras. 

Con parsimonia, el albino también hundió su rostro en el hombro del humano, sintiendo las pulsaciones a través de su piel y el aroma suave de su sangre. ¿Podía seguir haciéndose creer que no lograría tocar esta luz al final de su túnel?

Vanitas pudo escuchar, tras sentir como el otro se apoyaba en su propio hombro, un suspiro pesado de él; y de forma paulatina, Noé fue alejando sus manos y separándose de apoco, por lo que el humano despertó de su cápsula y comenzó a alejarse también. Podía sentir cosquilleos en su nuca, al sentir como el cabello blanco del otro, mimaba su piel, haciendo que ambos cerrasen sus ojos tratando de olvidar el mundo real. 

En los pensamientos de Noé se cruzó algo, a lo que por fin dejaba paso: 

"Esos ojos, esa voz, estos sentimientos,

son lo correcto"

Aún sostenidos, sus rostros se cruzaron, acariciando levemente las mejillas contrarias, tratando de experimentar hasta el último tacto de la piel contraria, como si fuera el fin del mundo. Y, cuando aún con sus párpados cerrados, estaban dispuestos a separarse completamente; Vanitas percibió como Noé acariciaba su pómulo con su piel en el más extremo posible, para seguido, notar como el rostro del más alto regresaba a inclinarse de nuevo hacia él más bajo, esta vez, no queriendo acariciar sus mejillas.

Noé sobrepuso su rostro sobre el otro, tanteando con sus labios la comisura de la boca del humano, llegando a estos, para acariciarlos con los propios. Consiguió que se enderezase el más bajo, y tuviera que inclinar su rostro hacia los movimientos del otro. Dejando a un Vanitas sorprendido del roce veloz de sus labios, y no tardando en comprender, abrió de forma tardía su boca, dejándose besar por este. 

Un casto roce, algo suave y rápido, con un humano frunciendo sus cejas, tras la impresión de su alteza realizando aquella acción ante los ojos invasores, y que terminó en un chasquido tras su separación. 

Sus narices se rozaron al alejarse y finalmente, destaparon sus ojos para verse mutuamente, con unos rizos blancos que se desenvolvían del fleco negro del otro. Una mirada cerúlea y violácea se cruzó. Sus ojitos brillaban al verse, era como si, no existiera nada más en toda aquella tierra que pudiera hacerlos más felices.

Vanitas no tardó en dejar un suspiro, para acariciar el cabello algo largo en la nuca del hombre albino. Observó con satisfacción el rostro brillante del otro, y la curva hacia arriba en sus labios; sabían que estaban haciendo un espectáculo y no les importaba en lo más mínimo. 

Sin pensarlo dos veces, Noé regresó a besar al otro, haciendo que por su impulso, el humano tuviera que inclinarse hacia atrás. Paulatinamente, el moreno regresó a enderezarse, para endulzar su beso en unos movimientos más ágiles. Una unión de sus labios que lo único que buscaba era hacerse saber que eran reales, que sus sentimientos eran correspondidos y ahora el resto del mundo daba igual.

Vanitas esta vez, sostuvo del cabello al otro con fuerza, además de su espalda, y el moreno no tardó en sujetar de la delgada mandíbula al más bajo para aumentar la cercanía. Unos suspiros pesados se dejaron escuchar, mientras, buscaban el aire y continuaban en un beso apasionado.

De forma inmediata, se hizo presente un carraspeo por parte de Louis, y estos no tardaron en separarse, viéndose con cariño a los ojos, especialmente Vanitas, quien sentía un cosquilleo en su estómago, feliz y extrañamente embriagador. El chico los veía algo avergonzado, con su mano sobre su boca, y con timidez, les señaló a las mujeres que los veían con las mandíbulas desencajadas y sus ojos pareciendo desorbitados.

Dominique trató de hablar, pero Noé la interrumpió: —Lamento que os tengáis que haber dado cuenta de esta forma, y juró que mi intención nunca fue hacerte daño, Domi. Te quiero, de verdad que lo hago, pero..., —añadió explicándose de forma rápida y viendo al chico de tímidos ojos azules—me enamoré de Vanitas. Y no puedo permitir que se vaya de mi lado.

El chico de cabello oscuro se avergonzó de las palabras contrarias, fijándose una vez más en las manos entrelazadas. Lo que siempre había querido era que alguien lo amase, y que fuera capaz de demostrarlo abiertamente, con un amor correspondido, anteponiéndolo ante cualquiera.

Y ahí estaba, el rey de Francia que debía superar mucho de su pasado, demostrándole a las personas más importantes de su vida, que lo amaba y que quería pasar la vida entera con él.

Dominique se sintió extraña, como había explicado una vez, sabía que Noé amaba a las aves que eran libres, y aquel chico de tiernos ojos azules, lo era. Estaba liberando de alguna forma al moreno, y al no pertenecer a la realeza, era como si Noé, pudiera descansar de eso con él. Descansar de sus responsabilidades y de sus deberes.

Algo que siempre ella había buscado ofrecerle, pero que jamás lo había conseguido, y no había hecho nada más que verlo observando los pájaros cruzando los muros, y marchándose a los cielos. Ella amaba al chico, no había nadie más dulce y tierno en todo aquel mundo. 

Imaginó que estaba destinado para ella, pero, siempre había estado fuera de su alcance, y ella lo sabía. Él nunca la había visto de otra forma que no fuera de un dulce cariño de amistad. No le importaba siquiera que estuviera enamorado de un hombre, solo le importaba que no era ella, que por fin Noé lo había dicho y por fin ella podría ser libre también, y dejar de auto-engañarse.

Las lágrimas aparecieron en sus dorados ojos. —Mon chéri, si tú eres feliz así, yo lo seré también. Pero no me apartes de tu vida, incluso si nuestro matrimonio se cancela. Quiero que sigamos siendo amigos —le señaló la chica de tierno corazón.

Noé esta vez, asintió con lágrimas en sus preciosos amatistas: —Lo siento, de verdad, Domi.

Esta renegó, con un puño sobre su pecho. —Prométeme que no me alejarás de tu lado, Noé.

—Te lo prometo, mi querida Domi —le respondió con el corazón en su pecho, sabía que ella siempre lo había comprendido, y esta vez, no sería diferente. Él tampoco quería alejarla, había sido una de sus primeras amigas, y el cariño, pese al miedo de hacerle daño con su don, hacían que no quería que se fuera de su vida. —¿Louis? —cuestionó ahora el moreno.

Este renegó con sus manos, aún avergonzado de haber visto a ambos hombres besarse, y también de descubrir que Noé se había enamorado del ahora, archiduque Vanitas, con quien había pasado tiempo en su viaje. 

Louis, era alguien que había ayudado mucho a Noé durante su crecimiento, eran mejores amigos. Eso hacía que el cariño que tenía al chico fuera infinito. Había estado con él, en las estadías de Dominique en su infancia, le había ofrecido su sangre, y también había estado ahí, cuando ella debía regresar a Italia a seguir con sus instrucciones de doncella y princesa.

Lo había visto muchas veces ido, durante su infancia y adolescencia, y sabía con perfección que Noé era alguien a quien le constaba mucho entender sus sentimientos, no los comprendía y quizás para cuando supiera todo lo que había retenido, explotaría; dándose cuenta de todo su dolor y tristeza arraigados a sus memorias. Lo había podido ver en su mirada, al leer aquellos libros de que enseñaban modales, al verlo dirigir la vista hacia el cielo, viendo multitud de veces las nubes moverse con lentitud. 

Siempre había sido guiado por su abuelo, muchas veces quizá recibió una educación difícil, y algo forzada de otros instructores. También causado de que aquel chico era un poco distraído. Había sido entrenado para ser el mejor rey, y sabía que aquello lo único que lograría hacer era volverlo más represivo a soltar sus verdaderas emociones; sin embargo, muchas veces las cosas que le hacían feliz era muy fácil distinguirlas, debido a su rostro coloreado e ilusionado.

Pero no sabía expresar su dolor. Había estado reteniendo sus lágrimas todo este tiempo. Cuando lo conoció, supo de la muertes de sus padres, y sabía que este estaba afectado por eso, pero nunca imaginó todo lo que había ocultado su pasado. Tras el incidente con Faustina, el abuelo de Noé, les explicó la verdad sobre la muerte de sus padres y del pasado de Noé (evadiendo como siempre lo del destinado), y ahora podía saber todo lo que había estado cargando aquel chico de dulce sonrisa.

Ahora, aquel chico de índigos ojos, había conseguido entender al vampiro, y hacerle mostrar todos sus sentimientos. Le dolía por su amiga Dominique, pero estaba muy feliz por su mejor amigo. —Sé libre, Noé. —simplemente le dijo, con una mirada afable y un gran sonrisa bajo aquel lunar en su barbilla.

El moreno observó agradecido a Louis, para seguido ver feliz al chico del que estaba enamorado, y Vanitas estaba muy avergonzado de todo aquello. Su rostro estaba muy rojo, pero había una gran sonrisa clavada en sus mejillas. Sin embargo, había muchas cosas que arreglar todavía, respecto a la mujer de cabello rosado, que no podía con su expresión de confusión y rabia.

—¿Esto es cierto? Vanitas, ¿lo amas? —añadió la chica de pálida piel con un ligero corte de voz.

El de cabello oscuro estaba seguro del dolor que expresaba la chica, pero no podía seguir ocultando quien era, y como lo había hecho Noé, él también lo diría alto y claro, aún sostenido de la mano del moreno. —Jeanne, lo siento, de verdad. Nunca quise hacerte daño, pero tú bien sabes que nunca estuve de acuerdo con el matrimonio —le dijo frunciendo su ceño con suavidad—Nunca he podido enamorarme de ti. Pero, ahora he encontrado a una persona que querer. Y..., —le dijo desviando la mirada ensoñado—por fin me siento bien.

La chica dejó atisbar ante los presentes una serie de lágrimas, y con sus manos temblando, salió del lugar corriendo. Vanitas tragó grueso ante ello, quería a Jeanne, eran casi como hermanos para él, pero no podía corresponder sus sentimientos, y esto, era lo mejor que podría pasar para ambos. 

Domi y Louis, quienes estaban muy felices por Noé, dejaron unas sutiles sonrisas, y se marcharon del jardín en busca de la chica de cabellos rosados, esperando poder consolarla y dejando en la intimidad a la pareja. Mientras, el abuelo de Noé, sonreía feliz del desenlace, desde la ventana de su dormitorio.

Ambos, aún con los sentimientos cruzados se vieron, sostenidos de las manos. Vanitas tenía una mirada triste en respecto a la chica que había sido su amiga durante muchos años. —Me siento mal por Jeanne, no quería hacerle daño.

Noé negó con suavidad y acarició su mejilla. —Esto era lo mejor para ella, para que no sufra por un amor no correspondido. Ya verás como pronto lo superará, Vanitas.

El humano se sintió acobijado bajo el tacto del otro y no pudo evitar colorearse de nuevo. —No puedo creer que me hayas besado frente a todos.

—No podía dejarte ir —le dijo con una sonrisa suave, y sus hermosas pestañas blancas acariciando sus pómulos. —Perdóname, por haber estado tan ciego, por tanta negación y mi trato hacia a ti. 

El de cabello oscuro negó con una sonrisa, sentía su corazón flotar. —Está bien, Noé. Si tuviera que repetir todo esto, para estar contigo ahora, lo haría mil veces.

El moreno sintió su mirada brillar, poder ver esas facciones suaves y esos ojos azules ahora, y para el resto de su vida, le hacía temblar el corazón. 

No pudo evitar afirmar el agarre en su mandíbula y besar de nuevo sus labios, a lo que ambos podían admitir que eran adictos. Algunas sonrisas se escaparon entre el tacto, y al separarse, el moreno añadió: —Tenemos aún que hacer muchas cosas, romper los compromisos, hablar con tu padre..., explicar lo de Ruthven a Jeanne.

Vanitas no podía creerlo, aquel hombre por fin era suyo. Su corazón se sentía tan amado que creía poder ponerse a llorar ahí mismo. —Y lo haremos, juntos, Noé.

—Te amo, mi pequeña ave —le dijo el albino con gran amor en sus ojos violáceos.

Los ojitos de Vanitas brillaron. Podía darse cuenta de que el amor que habían desarrollado, se había intensificado con el miedo a separarse. —Noé...., —indicó el humano con el pulso acelerado, y aún avergonzado de estar siendo tan expresivo—quiero que entiendas, que el destino que nos ha unido, no lo ha escogido él. Sí, quizá debíamos encontrarnos, y eso lo conducía este don, pero, no estábamos destinado a enamorarnos. Este poder no hace que te enamores a primera vista, solo consigue que nos encontremos en todos los caminos de este mundo. 

Noé se extrañó de su explicación, y de la creciente información que parecía tener sobre ello. —¿Cómo lo sabes, querido Vanitas?

—Tu abuelo me lo explicó. Nosotros nos hemos enamorado por nuestra propia elección. —señaló apretando la mano libre con el otro, la cuál no sostenía su rostro. —Así que, no pienses que fue esto lo nos hizo estar juntos. Mi amor no es obra de la sangre destinada o el que yo sea tu destino. Tú derribaste todas mis murallas, y..., ahora no soy capaz de imaginarme una vida sin ti.

El moreno, con aquellas palabras, sintió que un gran peso se liberaba sobre sus hombros. Ahora estaba seguro, de que sus sentimientos y los de Vanitas, eran reales. Podía creerlo sin lugar a dudas. Los colores inevitablemente le subieron por el rostro y, sentía estar flotando en unos sentimientos maravillosos. Podía incluso sentir el orgullo de sus padres y hermana desde el cielo.

 —Te amo, mamerto —le escuchó decir al humano del pendiente tintineante.

El ambiente, el olor a madera, y la brisa suave les recordaba a su travesía, esta vez, tan entrañable. Pero, era diferente; no como la vez en el bosque, cuando vieron las flores azules, y Noé le hizo aquellas preguntas que Vanitas se negó a responder, diciéndole que debían regresar junto a Faustina y que tras aquello, tuvieron que regresar a palacio. 

Esta vez, era por fin un realidad que podía sentirse en la punta de sus dedos, en sus manos, ahora, entrelazadas.

En esta noche, en esta luna —habló el albino, con una sonrisa plasmada en sus finos labios.

Tú y yo —añadió el humano, con un corazón alterado y las cuerdas de su estómago vibrando. 

Eternos, juntos, libres —terminó el moreno para regresar a depositar un beso en sus labios, y comenzar a reír en su burbuja de mariposas azuladas y violetas. 

Entre sus risas, y sentimientos felices, unieron sus frentes con suavidad, para seguido, separarse con parsimonia. Viéndose con mucho amor.

Noé no dudó en tirar de su mano y dejar un casto beso en ella: —¿Qué os parece, un último baile?

 Vanitas sonrió por lo bajo, con el brillar de la luna sobre sus pestañas y cabello oscuro. Pero, negó rápidamente, a lo que Noé se extrañó con obviedad.

—¿No quieres, Vani?

Este dejó un beso en una de sus mejillas, algo rápidamente, y de puntillas, afianzó el agarre en la mano del otro, para añadir con cariño, y algo de gracia.

—¿No te parece mejor...., un primer baile?




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Traducciones: 

﹚Mère: Mamá

Corniaud: Tonto

Bonne nuit, madeimoselle: Buenas noches, señorita.

pardonnez-moi, mesdames: Perdonarme, mis damas.

Món Chéri: Mi querido.

┍━━━━ ⋆⋅☆⋅⋆ ━━━━┑

¡Hola mis queridos amorcitos! Aquí está, el final de mi primera obra en todo mi historial de wattpad. No sé como sentirme, pero sé que hay mucha felicidad en este momento. Primero, quiero agradecerles todo el apoyo recibido, todas sus lindas palabras y votos que me han podido regalar. 

Han sido 14.000 palabras en este capítulo, así que espero puedan disfrutarlo muchísimo.

Ha sido la primera vez que me han apoyado tanto en esta plataforma, y no me cabe en el pecho todo el amor y cariño que les tengo. ¡Pero, aún no nos despedimos del todo, mer chers chatons! 

¡Queda el Visual art II, y el +Epílogo! Junto a un apartado de agradecimientos y curiosidades. Aún quedan cositas por explicar y contar, así que no se me vayan del todo. 

Estoy muy feliz, y ha sido muy grata esta experiencia.

¡Nos leemos, en el siguiente!

¡All the love, Ella! 

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