XI.
Recuerdo la sensación de hundirme en el agua, una especie de algún efímero toque con las mareas: helado, frío, sin sentimiento alguno. No entendía la emoción de aquel simple roce, y a su vez, lo fue todo. Un absoluto estallido de colores, de escalofríos en mis dedos; una sonrisa que surcaba mis labios al presentir la luz colorear mi cabello, mis ojos.
Era como si un ser superior me hubiese rozado y hubiera podido sentir el calor y amor de alguien completamente cercano a mí. Pero, en aquel instante no había sol, ni sombras; tierra o agua; dolor o tristeza, simplemente una gran ira y rabia naciendo desde el principio de mis venas.
La sangre surcaba el suelo, pintándolo de un emoción amarga y ocre. Parecía una trágica historia, que nuevamente surcaba su vida. No podía sentir felicidad de aquel milagroso encuentro con un ser superior, que de alguna forma, le había otorgado la oportunidad de lucir como el oro, como un ser original.
Sentía sus manos frías, tristes; el color bordó manchaba aquella pálida piel de una forma grotesca y escandalosa. No encontraba forma de detener la hemorragia, solo fijándose en como aquellos zafiros brillaban y le sonreían con melancolía.
Como la niebla blanca que desaparecía con el nacer del sol; como el verde de las praderas y bosques que los habían envuelto y con el avanzar de la humanidad se destruía; como el azul de las aguas que desembocaban en cascadas..., llegaba a su fin.
Sus labios temblaban, mientras suaves mechones dorados caían en su frente. Sus ojitos ahora pintados de un oro, lloraban amargante. Y de sus labios pintados de un rosado pálido, salían gritos desgarradores.
Mientras, la sangre de aquellos hombres, culpables del incidente, decoraban con sus rostros pintados de miedo, y sangre sobre sus cuerpos, el paisaje final de aquel día.
No había palabras, no había perdones o agradecimientos; solo el cruce de unas últimas miradas, el toque de las manos cálidas del moreno sobre el ahora, cuerpo frío del lechoso.
La noche no tenía estrellas, estaba oscuro, insólito en toda su amplitud; para el moreno, parecía que lloraba por su triste destino. Por la persona que estaba destinada a él, que en aquel instante, yacía sobre sus manos.
—Ahora eres un neófito original; posees un poder único, y puedes usarlo en el cuerpo sobre tus manos. —se escuchó de una suave voz femenina.
Noé divagó aquellas palabras, como si fueran cuchillos que lo desgarraban en su interior. Observaba a la perteneciente de las palabras, la líder de aquel grupo de bandidos que había ocasionado toda aquella persecución y viajes de sangre.
Sus ojos quisieron fulminarla, reducirla a cenizas, pero sus palabras le habían dado un ligero goteo de esperanza. —¿A qué te refieres? —cuestionó el moreno, aún en su apariencia casi divina, mientras aferraba con fuerza al que había sido su destino.
Esta mujer, escondida entre las sombras, simplemente se acercó unos pasos. Su cabello rubio acaecía sobre su pecho, largo y sedoso; su mirada azulada brillaba en la oscuridad, y su corazón palpitaba con lentitud. —Recuerda esas palabras olvidadas. Deja que el caos de tu corazón y antepasados, consiga relucir tus manos. El oro de tu corazón, salvará ese alma ya muerta.
Noé observó aún dudoso a la mujer, y sorbiendo de su nariz; se fijo en el cuerpo frío. Aquella mirada azulada, ahora opaca, muerta. —Lo siento tanto, Vanitas. —confesó con tristeza.
De alguna manera, aquellas palabras habían encendido algo en su interior, sus ojos relucieron con forma y plenitud, casi de forma irreal. De su mano, aquellas garras negras se extendieron, y clavaron el pecho del lechoso, dejando esparcir la sangre aún tibia en su cuerpo.
Tocó su corazón, quieto y paralizado. Clavando sus uñas en este, una luz apareció entre ambos cuerpos. Fuerte, cálida, abrasadora, que brillaba sobre el moreno con lágrimas en los ojos e incesantes deseos de salvarlo.
Cerró sus ojos, sabiendo que lo que veía era el mundo que estaba perdiendo. Temeroso, lo afianzó aún más. "Por favor, por favor, regresa conmigo" Se escuchó en sus pensamientos.
No había nada más en su cabeza; nada más que el deseo de verlo refunfuñar de nuevo, torcerle los ojos o demostrarle el aprecio que le tenía con aquellas miradas casi imperceptibles de cariño. Quería protegerlo, y la única tarea que debía hacer, la había incumplido sobremanera. ¿Cómo podía haber permitido que su ser destinado muriese de aquella forma? ¿Por su culpa?
Por primera vez, había algo que quería hacer. Proteger a aquel joven de todo mal en el mundo, seguir viviendo aventuras todo el tiempo que tuviesen. Lo único que había deseado toda su vida, era conocer a alguien real. Se lo merecía en todo caso y había conseguido arrebatarle su último aliento de vida, de una forma egoísta, como un príncipe estúpido que no sabía lo que tenía hasta que lo perdía. ¿Había valido realmente la pena?
Escuchó un latido, otro latido, lo que desconcentró su cabeza llena de inquietudes. El sonido de la sangre regresando a bombear cada parte de su menudo cuerpo. Abrió sus ojos, esperanzado, observando como la herida en su cuello había desaparecido; retiró sus garras del corazón destinado a estar enlazado con el suyo, observando como la abertura también cerraba, dejando solo rastros de sangre. Dejando aquel cuerpo impoluto, como si no hubiese sido profanado, u obligado a cruzar las angostas y lúgubres mareas del Hades.
Empero, seguía dormido; aquellas pestañas negras, brillaban en su amplitud. Con fuerza lo estrechó en sus brazos, recuperando sus violetas ojos, y cuerpo natural. Su alma descansaba, su pecho respiraba. —¿Por qué me ayudas a salvarlo? La razón de que estuviera muerto es culpa de tu gente. —cuestionó Noé confundido de la mujer frente a él.
Esta sonrió sutilmente. —Estábamos probándote, Noé. Tú eres el eje de nuestro mundo.
El moreno frunció sus cejas, y cerró sus puños. —¡¿Qué tenía que ver él en todo esto?! ¡¿Por qué me pruebas, si lo único que buscabas desde el inicio, era matarme?!
Esta se acercó, de nuevo, en cortos pasos, pero esta vez sin detenerse. —No puedes seguir huyendo, Noé. —repitió esta mujer, como la vez de la fiesta.
—¡¿No entiendo a qué te refieres?! ¡Solo huyo de ti! —vociferó el moreno, aún en su alivio, por escuchar respirar el cuerpo bajo sus manos.
—¡No! —gritó esta, finalmente piel contra piel. Sus manos pálidas sujetaban con fuerza el rostro extrañado del moreno. Clavaban sus uñas, con fuerza, con melancolía. Al menos, aquel sentimiento era el que destelleaba en sus opacos zafiros. —¡Tú, eres mío!
Y Noé, observó como los ojos de esta tornaban dorados, su cabello de frágiles hilos brillaban con un polvo de oro, su piel relucía con suavidad, y el temple impoluto de su mirada, consiguió que se viesen. Noé sintió que sus orbes de oro, regresaron, y unas imágenes aparecieron en su mente.
Era como si un secreto floreciese de manera lenta, confusa. Desde el interior de su memoria, lo que había sido bloqueado, aquella pesadilla con la mujer que lo abrazaba, con su abuelo y el hombre a su lado, aparecía con la verdad; con una luz transparente, de forma herida, la esencia de recuerdos que había desaparecido con el tiempo. O que habían sido obligados a desaparecer.
Nuevamente, aquella imagen que en su tiempo, pensó que había sido solo un sueño. Aparecía un campo, flores relucientes a su paso; una mujer de cabellos blancos y tez morena lo tomaban en brazos, para hacerlo girar sobre ella. El pequeño Noé reía con amplitud, con gracia y fuerza, queriendo hacer de aquel instante un para siempre. Cruzando sus ojitos violetas con la mirada zafiro de su madre.
Su abuelo estaba allí, sentado en el césped, leyendo libros; junto a él había un joven de tez blanca, su cabello también era blanquecino y sus ojos profundamente violetas. Él que suponía era su padre. Pero, había alguien más. Alguien que en su pesadilla hacía días no había logrado ver; una niña, algo mayor que él, de cabellos blancos y tez morena, que jugaba con las flores y hablaba con una mujer. Una mujer de cabellos rubios, mirada azulada y piel lechosa..., la mujer que ahora lo tenía sujeto en sus manos, con una sonrisa y un rostro jovial y vanidoso.
Estas reían, observando como la niña danzaba lejos, y esta mujer de belleza real, se acercaba a su abuelo, y depositaba un casto beso en él. Ahora lo entendía, ella era su abuela, padres del joven lechoso que veía con amor a la joven morena y a su pequeño yo.
Seguido su madre se acercó con prisa tirando de su pequeña mano, como había visto con anterioridad, cayendo junto a los presentes en el césped. Mientras su abuela, y la niña de tez morena y largos cabellos blancos salían corriendo por la pradera.
La imagen cambió drásticamente con velocidad, mezclada de un flash blanco que cegó su mente. Su madre, otra vez, ahora acariciando su rostro, con lágrimas y un temple triste y doloroso; estaba llena de sangre y sus labios comenzaban a moverse.
Gritos, habían muchas personas vociferando a su alrededor, tratando de huir. El hombre que imaginaba era su padre, estaba tras la espalda de la mujer, con sangre a su alrededor, y sus orbes violetas, ahora opacos y muertos. Como ya había visto antes.
—¡Noé, escúchame! ¡Huye de aquí! ¡Aléjate de...! —decía su madre, para cuando su cabeza salió disparada frente a sus ojos: la sangre brillaba en el aire, manchando su rostro, su cuerpo, su corazón.
Frente a él, había alguien, lo veía desde abajo, su gran altura, su superioridad, pareciendo un ser todopoderoso, poseedor de lo que quisiese. Propietario de su vida, y el último aliento de sus padres. Su pequeño ser, se puso rojo de la rabia, sus lágrimas brotaban envueltas en la ira y el terror, y no pudo evitar tornar sus ojos rubíes, mostrando unos feroces colmillos y uñas largas y afiladas en sus dedos.
Pero esta vez era diferente al recuerdo que había visto en sueños, ahora podía identificar a la presencia frente a él. Era su abuelo, envuelto en el poder, en la oscuridad, con sangre en sus colmillos, con una mirada desquiciada que lo veía como un ser inferior.
Aquello congeló al pequeño Noé, quien fue tomado en brazos y alejado de aquella imagen en cuestión de tiempo, mientras lloraba y gritaba. Era aquella mujer de largos cabellos rubios, que lo sostenían con fuerza y lágrimas en su rostro, manchando sus zafiros ojos.
Recordó haberse visto a él de mayor en su pesadilla, pero aquello si había sido una mala jugada de su mente. Quiso asemejar en aquel instante el dolor de su corazón y odio hacia si mismo, con alguien que no recordaba, por ende, su mente lo había colocado. Su abuelo, el artífice de la muerte de sus padres y personas inocentes.
Otra imagen aparecía, el cuerpo de la mujer de cabellos rubios estaba envuelta en un charco de sangre, pareciendo inerte y sin vida. Él, nuevamente pequeño, atemorizado, abrazando su propio cuerpo, escondido bajo una mesa, tratando de ocultarse y que no pudieran verlo.
Pero ahí estaba de nuevo, su abuelo. Con la muerte de otras personas inocentes cerca de él, con la niña de tez morena y cabellos blanco, con ojos muertos, sangre en su cuello y con el cuerpo "inerte" de su abuela; ahora, este monstruo lo tomaba en brazos y lo veía con una sonrisa siniestra.
—Noé. No tengas miedo. Esto es por nuestro bien, tú y yo, para siempre.
Decía el hombre de rubios cabellos, mientras sujetaba con fuerza al pequeño Noé que forcejeaba en sus manos. Desapareciendo de la casa, y marchándose en un lujoso carruaje, quedando en una absoluta oscuridad.
Ahora, regresaba a su realidad, la mujer frente a él, se separaba con suavidad y una mirada melancólica en sus ojos. —Era la única forma de que escuchases. —decía refiriéndose a toda la persecución.
Noé, aún sosteniendo en sus brazos al lechoso, con fuerza y suavidad, trataba de recopilar toda aquella información. Su abuelo había asesinado a su propio hijo y su madre, a su hermana y lo había intentado con su abuela. Y únicamente lo había hecho para librarse de los demás, y quedarse únicamente con él.
—No..., no lo entiendo —decía dudoso el moreno. —¿Por qué habría hecho todo eso? ¿Éramos felices, no es así?
Esta mujer se arrodilló junto a él, dejando ver un rostro joven, pero con una madurez avanzada. —Tu abuelo cambió cuando naciste, parecía que había encontrado su razón de vida. Aquel niño de ojos violetas se convirtió en lo más importante para él. Tú hermana..., era la que reinaría en el trono al ser la mayor; y al tener aquella naciente obsesión contigo, su solución fue exterminar al resto.
Noé la observaba realmente confundido. —¿Quiso matarlos a todos? ¿A todos los neófitos?
Esta asintió. —En parte, es lo que intentó. —explicó la mujer de mirada azulada. —Aquel fatídico día, reunió casi a todos los neófitos que existían, pero no consiguió destruirnos. Y durante todo este tiempo, he tratado de recomponer a mi gente, a nuestra gente, esperando la oportunidad de encontrarte y decirte la verdad, querido Noé.
El moreno la observaba, aún con cierta desconfianza. —¿Y la única forma que encontraste, fue intentando matarme? ¿Y matando a mi ser destinado?
La mujer abrió sus orbes sorprendida de aquella revelación, y pudo entender aquella fijación de protegerse mutuamente. —Si tu abuelo se enterase que sigo con vida, me habría perseguido hasta encontrarme. La única manera fue fingir que unos bandidos querían matarte por el trono. —admitió esta con una sonrisa cansada. —Lo de tu..., ser destinado, simplemente fue para sacar tu verdadero poder. Aquel que heredaste de mí.
Tras escucharla, Noé no estaba seguro de nada. Tenía miedo; puesto hacía nada había vivido la muerte del ser más importante para él, y ahora, aquel que más había amado en su vida, su abuelo, su única familia, le había engañado y había matado a sus padres, a su hermana.
¿Qué debía hacer? ¿Iba a desconfiar de su querido abuelo por lo que una neófita original le decía? ¿Por su abuela? Quería creerla, pero, de igual forma, ella también tenía poderes; ¿Cómo sabía que no había conseguido crear todo aquello en su mente?
Abrazó con fuerza al menudo lechoso que respiraba con tranquilidad. Aún en sus dudas, tenía una prueba de confianza, le había dicho la forma de salvar a Vanitas, y era algo, que nunca podría recompensarlo.
—¿Cómo puedo confiar en ti? O, ¿Cómo puedo confiar en todo lo dicho por mi abuelo? —soltó acercando su frente al lechoso durmiente. —¿Cómo sé que él es mi destinado? ¿Qué es el alma a la que estaré unido hasta que muera?
Ella lo observó con tranquilidad, aún con el oro en sus ojos. —Nada de lo que te haya contado tu abuelo sobre el funcionamiento de nuestro ser, es mentira; esas son las bases de nuestra raza. Todos tenemos nuestro destinado, él era el mío. Pero al cometer traición contra mí, al ser una original, y tener poderes inconmensurables, fuera de todo lo imaginable, corté mis lazos. Corté nuestro destino eterno, por lo que supuso mi muerte. —habló esta con suavidad. —Por eso, te mantuvo escondido tantos años, tenía miedo, de que los supervivientes se revelasen matando al ser más importante para él; eres su predilección, lo único que quería, su único heredero.
Los dorados orbes del moreno se llenaron de lágrimas al recordar a su hermana, y sus padres. —Todos estos años, tantas muertes de vampiros..., han sido culpa mía. Solamente porque nací. —decía dejando caer sus lágrimas sobre el rostro dormido.
Esta acarició con ternura su cabello blanquecino. —El único culpable, es él. Noé, tienes que unirte a mí, así podremos vencerle.
Este la vio algo incrédulo, lo único que deseaba ahora era alejarse de todo aquel mundo; pero al regresar la mirada hacia el lechoso, sabía que debía protegerlo, proteger a todo su reino. Y aunque no estaba seguro, era la única forma, al menos por el momento.
Noé fijo una mirada sobre ella nuevamente, con aquellos orbes de oro. —Está bien. Confiaré en tu palabra. —prometió este. —Pero debes jurar, que nunca jamás volverá a ocurrirle algo a él, estará siempre a salvo y lejos de todo esto.
—Como tu abuela, prometo hacerlo. Cuidaré de él, hasta el final de mis días. —indicó la mujer rubia.
—Hay mucho de lo que discutir entonces, —habló el moreno. —Pero, ¿Puedes explicarme cómo cortaste tus lazos con mi abuelo? ¿Cómo fuiste capaz de desunir vuestro destino, vuestra sangre?
Ella asintió. —Para ti no será nada, Noé. Tú eres más poderoso que yo, verdaderamente, no tienes idea alguna de tu don.
Noé la observó con seriedad, levantándose junto a la mujer de cabellos rubios y cargando el pequeño cuerpo de Vanitas, mientras escuchaba aquella confesión, por parte de la mujer, que ahora, era su abuela.
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¡Nueva actualización! ¡Espero que les guste tanto como a mí! Y aaaaa, tenemos unas grandes revelaciones, la mujer de cabellos rubios (que es la mujer que apareció de Naenia en la serie, la reina si no estoy mal ubicada), la verdad sobre su abuelo, sobre el origen de Noé, la muerte de sus padres. Verdaderamente amo mucho esta novela.
Espero haber sido capaz de expresar bien las emociones, y se noté que trato de mejorar en la narración.
¡Gracias por el apoyo y tantos hermosos comentarios que recibo! ¡Cuídense mucho y beban agua, pronto otra actualización!
¡All the love, Ella!
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