X.
Tras caminar un largo tiempo por el frondoso bosque, lograron llegar a una pequeña aldea. Habían pocos caminantes, y las casas eran algo pequeñas y viejas, pero, para el moreno, todo lo que veía con su dulce mirar amatista, era acogedor. Vanitas llevaba una sonrisa ladina al ver la ilusión en el contrario.
Las continuas casas eran de ladrillo, con sus elegantes chimeneas y flores adornando las ventanas. Según tenía entendido Noé, las jerarquías sociales dentro de este siglo eran muy consideradas, ya que la arquitectura era capaz de darle forma y personificar a los que pertenecían a clase alta y baja. Aunque él nunca había estado de acuerdo con la separación de clases, y tener que saber, por sus estudios, que las casas pequeñas de ladrillos, eran de campesinos, y las lujosas mansiones o castillos, de ricos.
Trató de dejar aquellas cavilaciones, centrándose en lo más importante tanto para él como para el humano que llevaba consigo; el hambre. Debía encontrar algún lugar en el que pudieran abastecerse.
Vanitas había guardado las flores en su maletín, aún con el sentimiento algo amargo y ansioso de lo sucedido con anterioridad, donde se había sentido prendado de los labios contrarios.
Noé tiró de él, al avistar un restaurante; con algunas de las piedras restantes en su traje, podrían pagar una buena comida e incluso una ducha en condiciones. Entraron y tras mantener una conversación con los propietarios (y pagar con algunos diamantes), les permitieron bañarse y comer en su local.
Noé sabía que en estos tiempos los alimentos se conseguían a través de los mercados, como los parisinos de "La Mégisserie o Les Halles". El moreno, al siempre haber estado en palacio, estaba acostumbrado a deleitarse de platos de primera clase, llamados: "haute cuisine".
Sabía que aquel cambio de lo medieval a lo moderno, lo había traído el cocinero de gran renombre, François Pierre La Verenne, donde los sabores agridulces eran proscritos y el azúcar, algo exclusivamente para los postres.
Pero, aquel plato que tenía servido en aquel instante, un "LES POTAGES", le parecía lo más apetitoso del mundo. Siendo con simpleza, un caldo de gallina y ternera, aromatizada con hierbas, pollo y pan.
Vanitas soplaba con rapidez y la tomaba a grandes sorbos, siendo visto por Noé, a quien le parecía tierna la imagen del humano hambriento. Aunque él tampoco se tardaría en tomarse aquella exquisitez.
Le habían dejado un trozo de pan al minino, que se relamía en su gusto, más un pequeño tazón de leche. Esperaban tras almorzar, poder disfrutar de aquel baño tan esperado.
Noé observó cómo el lechoso había terminado, y esperaba paciente para irse a bañar; ambos necesitaban un agua refrescante y poder limpiarse correctamente. Mientras, él terminaba su plato con lentitud.
Al verlo desaparecer por el pasillo, impaciente por unas aguas refrescantes, terminó con rapidez y se marchó del lugar, avisando a los propietarios que no tardaría en regresar.
Se dio prisa en encontrar alguna tienda o local en la que poder encontrar algún traje para su compañero, como método de pago después de haber hecho tanto por él; encontró uno y sin tardar, lo compró, además de otro para él mismo. Gastó sus últimas piedras en aquello, pero sabía que había servido la pena.
Regresó al local, y se acercó a la puerta del servicio. —Vanitas, te he traído algo, un traje sencillo para que puedas vestirte, te lo dejo aquí.
Le hablo y tras escuchar su asentimiento, lo dejó en el suelo con el lazo de la tienda, que lo habían dejado arreglado como un presente. Se marchó tras eso, y el lechoso extendió su mano, abriendo con rapidez la puerta, para tomar el pequeño detalle.
Pensaba ponerse alguna blusa ya antes vista, pues tampoco cargaba con muchos trajes o ropajes de cambio, pero tras cerrar y ver el presente, un ligero rubor en sus mejillas apareció. ¿Por qué demonios le había comprado algo así? Y con una sonrisa tímida, lo estrechó entre sus brazos.
Entre tanto, Noé esperaba su turno para cuando el lechoso salió, y el moreno supo que había dado con el traje indicado. Tenía el cabello algo mojado, y se lo había recogido en un moño alto, algo que hacía resaltar su largo cuello.
La blusa en su tronco era oscura, de un azul tono, con una abertura triangular. La parte superior de su espalda, y sus brazos era de encaje transparente, con unos parches azul claro; sus pantalones eran de tiro alto, también oscuros, junto a unos zapatones derby, clásicos de este último siglo, con zonas donde se encuentran los ojales para los cordones abiertos y cosidos encima de la pala.
El pendiente en su oreja, y el ligero rubor en sus pómulos lo hacían ver más...atractivo, pensaba Noé con una gran sonrisa en sus labios.
—Te ves...majestuoso, Vanitas. "Très beau". —le señaló el moreno, algo hipnotizado de su vista, acercándose a su vez.
Vanitas no podía sentirse más avergonzado, sentía que aquellos violetas lo devoraban con la mirada, y no era que le molestase aquello, pero, hasta sus palabras lo hacían sentir extraño.
Se veía tan pulido, perfecto y elegante, que Noé no podía apartar su mirada. —V-voy seguido. —añadió este, nervioso, y apartándose de la vista del lechoso para marchar hacia el servicio.
El de cabello oscuro sentía que quería morirse, pero, le había encantado la forma en que lo vio el moreno. Tampoco entendía porque se había molestado en comprarle aquel detalle, estaba seguro de que era el más caro que podría haber llevado en toda su vida, tan solo tenía que sentir la suave textura que le rozaba y no hacía daño. Se sentía...cuidado por aquel moreno.
Este último tras una duración corta, salió arreglado. Sabía que no podían destacar entre los campesinos, pero no había podido evitarlo. Tener el deleite de ver al lechoso en aquel traje, había sido más valioso que todos los cuadros de pinturas famosas que su abuelo pudiese haber comprado.
Vanitas lo esperaba con los maletines, organizando sus medicinas y accesorios; debían marcharse tras eso. Aunque los propietarios habían sido muy amables con ambos, incluso con el minino, le habían regalado un colgante, decorado de un lazo violeta con leves tonos azulados. Después de todo, habrían ganado todo un año de suelo, con los diamantes del príncipe.
Este de ojos celestes observó al moreno acercarse con rapidez, y esta vez, fue él quien se quedó hipnotizado. Aquella blusa negra, con volantes al final de su manga, en su tronco un color rojizo se enmarcaba en aquel corsé que apretaba su ceñida cintura, con una pequeña piedra incrustada en su pecho, y un lazo sobre este. Unos pantalones negros de traje, con unos zapatos de cuero también.
Se veía tan precioso, con aquel cabello blanco que hacía destacarse entre todas las personas del mundo, con aquella mirada violeta, brillante y cautivadora, sus pestañas tan largas, pintadas del color de la nieve. — ¡Qué elegancia la de Francia! —añadió el lechoso, con un rubor en sus mejillas.
Noé rio vagamente, y tomó su maletín junto al minino, apreciando el lazo en su cuello. —Prosigamos con nuestro viaje, querido Vanitas. —añadió, con una sonrisa cálida.
El contrario acompañó el gesto, y ambos salieron juntos. —¿Puedo preguntar la razón de estos trajes tan, obviamente, costosos? —preguntó el de ojos celestes, con algunos mechones recayendo por su cuello.
Noé le observó, desviando su mirada a su cuello y labios rosados, pintados del frío. —Simplemente, quería regalarte algo, Vanitas. —decía este con un suave tono, parecido a la primera vez que intercambiaron palabra en la fiesta. —Creo que nos lo merecemos.
Vanitas sintió como su corazón se arrugaba, jamás se había sentido tan atendido por alguien. Pues siempre había sido él quien atendía a las mujeres, sobre todo Jeanne, aquella joven de la que hacía bastante ya no pensaba.
Siempre que había estado con ella, se sentía tan atado, con limitaciones, con una sensación de obligación (también causado por su compromiso arreglado), pero era la forma en que ella era, que lo trataba, lo hacía sentirse como su mascota o un sirviente más. Pese a que él podía sentir el amor de ella, en su mirada, halagos o presentes, pero, no podía explicar la forma en que lo hacía sentir Noé.
Desde que había convivido con este los últimos días, no había pensando más en sus ataduras, responsabilidades, o en esos sentimientos que tanto le fastidiaban. Estaba siendo él mismo, como siempre había querido. Con alguien que lo escuchase, que pese a su personalidad tan contrariada y distinta, funcionaban tan bien. Que lo hacía sentirse especial, protegido.
—¿No destacaremos de esta forma? —cuestionó Vanitas, evadiendo sus pensamientos.
Noé observó cómo los poco campesinos, los veían varias veces sin poder creer sus elegantes aspectos. —Mereces que te vean, Vanitas. Tienes un gran atractivo que necesita ser observado. —añadió sin verlo directamente.
Ahí, eso era el final. Las orejas del lechoso se habían puesto totalmente rojas, y caminaba cabizbajo tratando de que este no lo viese.
Noé sabía que no debía crear todo ese escenario de lindas palabras y hermosos sentimientos, pero no podía evitarlo, pese querer distancia y alejarlo, cuando veía esos ojo cielo, todo desaparecía. Solo quería mimarlo, y apreciar cada detalle de su fino rostro.
No sabía si era la sangre, o el destino, o...puede que algunos sentimientos que estuvieran creciendo en él, (probablemente por haber enlazado sus sangres), pero, quería seguir sintiéndolo. Al menos hasta que todo aquel cuento de hadas..., diera su fin.
Avanzaron saliendo de la aldea, y en el paso consiguieron algunas frutas que podrían comer más adelante, se adentraron en un camino fijo que se encontraba entre el frondoso bosque. Si seguían recto, según la orientación de Noé, podrían llegar a palacio, en algún momento, si no habían más interrupciones.
Aquel bosque parecía el hogar de ambos durante los últimos días, aunque la preocupación de los bandidos aún estaba latiente, después de todo, estaban seguros de que aún les seguían el rastro. Y según todas las suposiciones de Vanitas, podrían ser vampiros, como su compañero.
La noche había acaecido tan pronto como habían esperado, por consecuente, debieron encontrar un lugar en el que descansar, siendo una pequeña cueva la que los protegería del frío, y la lluvia que comenzaba a aparecer con suaves gotas.
Se escuchaban desde lejos sus voces reír y hablar con tranquilidad, las luces del fuego reflejarse en la oscuridad del lugar. Sin esperarlo, Noé tomó de la mano al lechoso, elevando con facilidad su menudo cuerpo, tomando con lentitud la cintura contraria, uniéndolo a su propio cuerpo. Con suavidad, entrelazó sus dedos sintiendo como Vanitas, posaba su mano sobre su hombro, apretando con gentileza.
Aún en su sorpresa, Vanitas estaba nervioso de la espontaneidad de su compañero, un solo instante con él, tan cerca, y ya era un manojo de nervios y ligeros temblores.
No había música de grandes y estudiadas orquestas, solo se escuchaba la suave melodía del crepitar del fuego, el golpeteo ligero de la lluvia, la brisa acariciando los árboles y sus corazones latir. Aún así, tan parecida a la que habían bailado la primera vez que se vieron.
Noé giraba sus cuerpos sin poder apartar la vista ni un segundo de los ojos cielo, a su vez como este, expectantes, conectados. Ambos corazones latían al unísono, y sonreían tímidamente tras lo que estaban haciendo, con el fin de poder relajarse y disfrutar de un instante. Después de todo, aquellos trajes de alta costura debían aprovecharlos, no era algo que pudiesen simplemente guardar.
—Veo que sabe bailar muy bien, querido príncipe. —añadió Vanitas con una sonrisa.
Otra vez estaba ahí, con sus comentarios sarcásticos que hacían, involuntariamente, que sonriese sin control. —Y veo que no tienes dos pies izquierdos, querido Vanitas. Así podremos terminar nuestro baile. —contestó el moreno, girándolo una vez. Fijándose en como su cabello giraba junto a su cuerpo, ahora en una coleta.
—Te ves precioso, Vanitas. —añadió, de nuevo, para regresar a tomarlo con fuerza de la cintura. Este se sonrojó por sus palabras, con una risa tímida.
—No seas mamerto. —le respondió, siendo Noé quien parecía admirar cada detalle de su rostro.
Vanitas sintió el agarre muy apretado en su cintura, de alguna forma, aquella grande mano quemaba bajo su piel. Le gustaba sentirlo así. Con una sonrisa, continuaron bailando, terminando lo que no pudieron en su día.
Ambos se veían a los ojos, sus rostros estaban algo próximos, siendo Vanitas quien no pudo evitar ver los labios del moreno y tragar grueso a su vez. Eran esos sentimientos los que le hacían querer volar del suelo y desaparecer, no los entendía, y le daban miedo.
Noé, por el contrario quería apartarse pero las mariposas en su estomago se lo impedían, los labios rosados contrarios, su nariz algo redondita al final siendo tan tierna, sus ojos, sus preciosos y extraños ojos.
Noé se acercó un poco más, acortando la distancia entre ellos, hipnotizado de las facciones lechosas, sujetando la mandíbula contraria y tomándolo del cuello con calidez, al frenar el baile.
Este otro suspiró al sentir el agarre en su piel y sujetó la camisa del moreno, envuelto en aquellas emociones.
—Vanitas, esto...no..., —añadió Noé sintiendo el aroma fragante de la sangre contraria.
Este lo calló y se acercó al contrario rozando sus narices con suavidad. —Está bien, déjate llevar.
Noé veía anhelante esos labios, jamás había besado a alguien y no sabía o había experimentado la sensación, pero, su cuerpo parecía anhelar el contrario, nuevamente, como la vez en que bebió su sangre, como la vez en que casi se besaban en la mañana.
Observaba esos labios rosados, brillantes y probablemente esponjosos.
Fue cuando Noé se echó para atrás, alejándose de este y dando la espalda, sujetando su boca con fuerza. —Voy a tomar el aire. —añadió para salir casi corriendo de aquel lugar, dirigiéndose a la maleza.
Vanitas suspiró. ¿Qué demonios estaba pasando con él? ¿Iba a obligar al moreno a hacer algo que no quería? ¿Y acaso sabía él, lo que quería?
Recordaba los labios finos del moreno, su mirada feliz, brillante, envuelta en la emoción que los consumía. Y rozó por ende sus propios labios, ruborizado. —¿Qué me estás haciendo, Noé?
Fue cuando escuchó un jadeo tras de sí, y se giró asustado. —¿¡Quién anda ahí?!
De entre la sombra salió un joven de cabello rosado, algo corto. Su mirada era tiránica, tenía unos orbes sedientos de sangre y llevaba una espada empuñada.
Vanitas elevó sus manos, y comenzó a retroceder lejos del fuego, eliminando los rastros de sentimientos agradables recién hechos con Noé.
—¡¿Dónde está ese maldito vampiro?! —gritó, con una voz algo ronca.
Vanitas observó su atuendo, este era uno de los bandidos que los perseguían, tenía el traje algo embarrado, por lo que pudo suponer que era el que habían dejado atascado con los caballos, cuando saltaron al acantilado.
—No sé de que me hablas. —habló este, algo nervioso.
El intruso se acercó con rapidez, iluminado bajo las luces del fuego. —¡Te lo advierto, humano, no me distraigas más y dime dónde está!
Aprovechando su corto diálogo, el lechoso se lanzó a su maletín, tomando un cuchillo que solía llevar por seguridad, para cuando esté saltó sobre su cuerpo, aprisionándolo en el suelo. Ambos empuñando sus cuellos, forcejeando para evitar el incruste en sus pieles.
—¡Aunque supiera donde está, jamás te lo diría!
El de cabello rosado, parecía bastante alterado y no entendía la razón de esto. Podría ser, según sus suposiciones, el deseo ferviente de encontrar al vampiro, y terminar aquella misión de su líder.
—¡Maldito humano! —vociferó este de orbes rosados envueltos en ira. Clavando, seguido, su rodilla en la pierna del lechoso, este se quejó y hundió su cuerpo por la molestia, acción que aprovechó el rosado para comenzar a clavar la punta del afilado cuchillo en su piel.
Vanitas gimió tras eso, sintiendo que la sangre comenzaba a gorgotear, y sus miedos afloraron. No el morir, sino el dejar al vampiro, el no poder ver sus orbes violetas una vez más. Fue cuando el joven de orbes rosados, desquiciado en su amplitud, voló por los aires, cayendo a unos metros alejados.
Apareció Noé como una sombra envuelto en la ira, con sus orbes rojos como rubíes, y tomó en brazos al lechoso. —¿Vanitas? ¿Estás bien? —le susurró con su ceño fruncido y una voz muy gruesa.
Este soltó una risa seca. —Contigo a mi lado, siempre estaré bien. —soltó con gentileza.
Para Vanitas el aura del vampiro, era oscura, intimidante, casi parecida a la de un felino, protegiendo a su manada. Con rapidez, regresó el rosado, sujetaba su costilla, parecía que aquel golpe si había ocasionado algo en su contra. Pero al fijarse en como sus ojos se tornaban rubíes, Vanitas supo que daría pelea, pues también era un vampiro.
El moreno soltó al lechoso cerca de la entrada de la cueva, tomando de su maletín una cazadora que dejó sobre los hombros del otro. —Vete, prometo que te buscaré. Pero para poder protegerte, necesito que te escondas. —soltó el vampiro con sus rojos y sangrientos rubíes.
Observando como el intruso se acercaba con prisas, Noé con una velocidad sobrehumana tomó al gato y dejándolo sobre el humano, lo empujó colina abajo. Escuchando su negación ante tal decisión.
Ahora, con los pies bien puestos, giró sobre sus talones y tomó de los brazos al neófito que se acercaba con su espada. No imaginó que tendría tal fuerza, pero podía combatirlo. Consiguió retorcer su muñeca y retirar la espada de sus manos, para un combate más justo.
Algunos puños a diestra y siniestra del contario volaron, Noé sabía asestar certeros y conseguía hacerlo retroceder varias veces. Le hizo una llave que consiguió tirarlo al suelo, sujetando su cuello con su antebrazo, y sacó sus colmillos de forma amenazante. —¡¿Cuál es vuestro objetivo conmigo?! ¡¿Matarme y conseguir el trono?!
Este se revolvía bajó el otro, pero no hablaba, solo se quejaba con sus afilados colmillos. —¡¿Cómo es que siguen existiendo más de nuestra especie?! ¡¿Por qué nos abandonaron?!—continuó Noé, obteniendo nada por su parte.
El moreno cansado de la situación, además de haber ensuciado su traje y estarse empapando con la lluvia, lo tenía de los nervios. Una rabia casi irreconocible había nacido en su interior al ver como habían herido a Vanitas.
Tomando una nueva forma, se mostró su verdadero ser; la llamada forma natural de los vampiros. Sus manos se volvieron grandes, con largas uñas, sus colmillos extensos como los felinos, sus orbes se tornaron afilados y aún tan rojos y sangrientos. El vampiro bajo su cuerpo estaba aterrorizado, se veía que lo odiaba, aún en la incertidumbre de la razón, pero se reflejaba su miedo tras ver a la bestia. Una bestia que abría sus labios para comer todo su ser.
Sin embargo, Noé escuchó tras los árboles los quejidos de Vanitas, algo que le hizo desconcentrarse. Habían dos hombres, con túnicas largas que lo sujetaba con fuerza de la boca y cuerpo. Estaba claro que no había venido solo, y había sido culpa suya el no haberlo pensado.
Estos dos nuevos intrusos se sorprendieron de ver al príncipe en la forma natural de los vampiros, y tratando de salvar a su compañero, sacaron una pequeña daga, amenazando la vida del humano.
Noé en aquel instante se alejó, y quedó con sus manos elevadas, sintiendo las gotas recorrer su frente. —Por favor, él no tiene nada que ver conmigo. No le hagan daño.
El rosado se levantó, humillado, por haber sido derrotado de aquel que debía matar, y saltando sobre el moreno, le clavó la espada en su pierna. Haciendo que cediese, y terminara arrodillado, pero no se quejó, no se inmutó; lo único que importaba era el humano de ojos celestes que lo veía asustado.
—Por favor —suplicó de nuevo. —Iré con ustedes, pero dejen su vida en paz.
Vanitas renegaba y se removía inquieto, aún más al ver como lo habían herido por su culpa. No había querido dejarse atrapar tan rápido, pero, tampoco era que estuviera entrenado y entre la noche y la lluvia, no había podido escapar de aquellos hombres colina abajo.
El rosado tomó del cabello al moreno, fijándose en como había regresado a su forma original. Y levantado su rostro con fuerza, le hizo observar, probablemente..., su muerte. —Demasiado tarde. —escuchó del otro como un disco rallado, como una voz de ultratumba.
Su cuerpo no se movía, estaba paralizado. La sangre gorgoteaba del cuello lechoso, Vanitas se desangraba en el suelo, y, no podía creerlo. Las lágrimas brotaban sin control, pero estaba de piedra, temblando, con un dolor en su estómago. Con una punzada en su pecho, en su sangre.
Escuchó las risas de los causantes de aquello. Tornando sus orbes dorados, exclamó su dolor, con gritos. Rebanó la cabeza del rosado en un solo movimiento, tomando unas garras negras y largas en sus manos; su cabello se había tornado aún más blanco con leves tonos dorados, y en su irascibilidad, se acercó a los otros dos hombres que parecieron temblar del miedo.
Aquella, aquella era la verdadera forma de un neófito.
Característica que había sido perdida hacía años.
Un neófito primordial, un ser de sangre, que reluce como el oro.
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AAAAAAA, perdón, perdón por llevar un mes sin publicar nada. Aquí vienen mis explicaciones: He estado de vacaciones, en unos días regresaré a mi casa; por otro lado, el ordenador tuvieron que arreglarlo y no pude terminar los dibujos que comenté que serían la nueva actualización con un nuevo capítulo. Ya lo tengo de vuelta, pero estaba como nuevo, no había por así decirlo, nada; así que he perdido tiempo regresando a descargar los programas de dibujos y todo, pero tenía que actualizar.
Así se ven los trajes (más o menos) de Noé y Vanitas, que trataré de dibujar:
No sé para cuando estarán todos los dibujos que prometí, pero, es una promesa y estarán pronto. Espero disfruten esta nueva actualización, algo oscura. Estoy muy emocionada por todo este nudo que llevará al desenlace, los quiero mucho y ¡bye!
Les recuerdo que hay nueva portada, y el separador que se ve en este capítulo: Fueron hechas por una maravillosa persona :)
Traducción:
*Très beau: Muy bonito.
Y la casa que se ve en la galería, son como eran en el SXVI, para que puedan imaginarse como era la aldea que vieron Noé y Vanitas.
Perdón y perdón por el final aaa
¡Nos leemos, Ella!
¡All the love!
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