VII.
Vanitas vestía un rostro confuso, era un extraño sentimiento el que se removía en su interior; una naciente y dolorosa preocupación por el moreno bajo su regazo.
Apenas respiraba, tenía una expresión atormentada pese a parecer estar fuera de toda consciencia; el sudor recorría su rostro, y sus párpados tras unos minutos de caer, se removían inquietos.
Vanitas con extrema delicadeza retiró sus blanquecinos cabellos para tomar su temperatura, y confirmar lo que sospechaba: estaba helado, frío como un témpano.
Lo depositó en el suelo con cuidado, para sacar una sábana que por suerte no estaba húmeda, la doblo y la colocó bajo la cabeza contraria.
Retiró su ropa mojada, para ponerle la que estaba cerca del fuego, caliente, secando la humedad del moreno a su vez.
Sabía que frente a una inconsciencia o desmayo, debía reposarlo en el suelo, con la cabeza ligeramente hacia un lateral, verificar su respiración y esperar pacientes; tratando de no hacer algo que pueda afectarlo, en caso de algún otro signo.
No podía elevar sus piernas, debido a la herida en una de ellas, cuya sangraba sin cesar, acción que se había estado rumoreando que ayudaba al despertar instantáneo. Antes de vestirlo, debía tratar sus heridas.
Sus ojos se fijaron en su pecho, y una expresión aterrorizada se mostró..., el pecho de piel moreno estaba repleto de venas negras, latientes y que se reflejaban a través de la tersa piel; de la herida gorgoteaba sangre negra, y se asustó, queriendo retirarse al instante.
—¡¿Qué demonios?! —exclamó el de ojos celestes observando aquella horrible lesión.
Su mente era un caos, no sabía que hacer. Quiso tratar la herida, y aún limpiando de forma incesante con su equipo, tratando de detener aquella hemorragia, aquello no paraba, no había forma de detenerlo, ni siquiera en su pierna, aún cuando esta era roja.
Jamás había visto algo como aquello, se sintió inútil frente a la situación, sintió que volvía a ser un niño incapaz de hacer lo único que creía saber hacer. Algo muy dentro del peli-negro latía con fuerza, golpeaba su muy confundido corazón..., no quería perderlo, no podía perderlo.
No era la razón de la recompensa, de que era el heredero de la mismísima Francia o un príncipe..., recordaba su estúpida sonrisa al ver el paisaje de la aldea, los niños corriendo, su mirada cálida al presentarle al minino en la habitación, sus violetas ojos siempre brillosos.
Tampoco era que conociese al moreno, más bien, sabía de su vida unas simples pinceladas básicas. Aquella razón que no entendía estaba seguro que estaba enlazada al sentimiento de querer salvar a las personas, no podía haber nada más frente a una persona que no conocía.
Tomó su rostro entre sus pálidas manos, sabiendo que, inútilmente, no iba a ser capaz de salvarlo. —¡Noé, necesito que despiertes y me expliques cómo puedo salvarte! —exclamaban aquellos zafiros, anhelantes del corazón contrario. —¡Lo siento tanto! —decía nuevamente aferrándose a las mejillas frías.
Jamás se había enfrentado a presenciar la muerte de un paciente, y sabía que no sería capaz de continuar con aquella culpabilidad.
—Maldita sea.
El agua era cálida, tranquila..., Noé parecía sucumbir en un bordó océano; las mareas lo envolvían, lo abrazaban con alguna paz que siempre había querido. No había nada más, nadie a su alrededor, solo un cielo profundamente rojo, semejante a las aguas en las que flotaba.
Ni siquiera se dio cuenta de la forma en la que empezaba a hundirse, cayendo más y más dentro, y para cuando se enteró, estas ya lo estaban ahogando, su respiración se cortaba, no había una superficie, no había un lugar al que huir y respirar. Sujetó su garganta entre sus manos, tratando de resistir cualquier signo de oxígeno aún en sus pulmones.
Sin más el agua desapareció y cayó muy estrepitosamente a una superficie plana..., tratando de incorporarse, observó sus manos, eran pequeñas, como de un niño; al levantarse se dio cuenta de la poca altura, y de la nueva vestimenta en su pequeño cuerpo.
Un traje azulado, que destacaba con suaves detalles blancos, junto a unos botines negros. Su cabello era más largo, podía notarlo, probablemente sobre sus hombros.
Escuchó como una voz lo llamaba desde el fondo, y corrió hacia ella; parecía conocer, aún muy en lo recóndito de su memoria, a aquel perteneciente de la voz, y tras avanzar de aquel suelo, su entorno cambió.
Estaba en un campo, las flores brillaban a su paso, el sol estaba en su plenitud, mientras, una mujer de cabellos blancos y tez morena lo tomaban entre sus brazos, para hacerlo girar y girar sobre ella. Las nubes bailaban junto a él, a una velocidad rápida, haciendo creer a la pequeña inocencia de Noé que después aquellas formas blancas vomitarían la lluvia gracias a los mareos.
Las risas danzaban en sus oídos, siendo una melodía agraciada para su corazón..., aquel rostro le hacía sentirse tranquilo, era su hogar.
—¡Noé! ¡Mi precioso niño! —decía la mujer tras depositarlo en el suelo, con un casto beso, observándolo con aquellos azules mirares.
Este le sonrió tiernamente con sus mejillas coloradas, tratando de escuchar como alguien parecía llamar a la mujer, pero aquel sonido fue silencioso, con prisa, dejó de atender todo a su alrededor para fijarse en una mariposa azul revoloteando a su alrededor.
Su abuelo estaba allí, sentado en el césped, leyendo libros; junto a él había un joven de tez blanca, su cabello también era blanquecino, y sus ojos profundamente violetas.
Parecía reírse con su abuelo, y bromear junto a él; la mujer se acercó con prisa tirando la pequeña mano del niño, cayendo junto a los presentes en el césped. Eran una familia, y de eso estaba seguro, aquellos eran sus padres, no cabía duda.
De repente, los ojos de su madre comenzaron a sangrar, todos comenzaban a gritar, sin embargo la escena aún en silencio, pero Noé sabía que sus rostros exclamaban dolor.
Todo cambió repentinamente en un chasquido, su madre acariciaba su rostro, estaba llorando, pero no feliz, de una forma que robaba lo único valioso de su pequeño corazón.
Veía sus labios comenzar a hablar, y repentinamente recuperó el sonido. Se escuchaban gritos, habían miles de personas corriendo, llorando; el hombre de cabellos blancos, estaba tras la espalda de la mujer, con sangre a su alrededor en el suelo, y sus preciosos ojos violetas, estaban fijos en la nada, muertos.
Fue la primera vez en la que pudo detallar de primera mano, la muerte. —¡Noé, escúchame! ¡Corre de aquí! ¡Aléjate de... —decían sus labios, cuando su cabeza salió disparada frente a sus ojos; la sangre volaba en al aire, dejando leves brillos tras de sí, manchando su rostro, su cuerpo, su corazón. El pánico se apoderaba de él poco a poco.
Veía sus manos llenas de sangre, la sangre de su madre..., frente a él había alguien, lo veía desde abajo, su gran altura, su superioridad, pareciendo un ser todopoderoso, poseedor de lo que quisiese. Propietario ahora de la vida y muerte de sus padres, de aquel terror impregnado en todos los corazones que latían.
Noé, pese su miedo, sintió impotencia, todo pasó muy de repente. ¿Por qué a sus padres? ¿Por qué no se movía? ¿Por qué su corazón temblaba?
Sintió que su rostro se puso rojo de la rabia, las lágrimas brotaban como gotas pesadas, y no pudo evitar tornar sus ojos rubíes, mostrando unos feroces colmillos y uñas largas y afiladas en sus dedos.
No conseguía identificar a la presencia frente a él, sus recuerdos parecían destellear una y otra vez, no mostrando la realidad, fundiéndose con recuerdos felices de su familia y con aquel amargo que buscaba con fuerza desvanecer.
Se corrigió una infinidad de segundos la imagen, y pudo verse a él mismo, mayor, con su cabello blanco y ojos violetas, con su boca llena de sangre y una mirada desquiciada, siendo el artífice y único causante de la muerte de sus padres.
Aquello congeló al pequeño, quien fue tomado en brazos y alejado de aquella imagen en cuestión de tiempo, mientras lloraba y gritaba.
Sus párpados se abrieron de repente, asustados, recordando sus facciones maduras, frente a él, frente a todo aquel genocidio de personas inocentes, de sus padres y de él mismo. ¿Qué demonios había sido aquello?
Sus padres habían muerto en un accidente, esa era la pura verdad y él había sido el único superviviente. ¿Acaso su mente le estaba jugando una mala pasada? No podía haberse visto a él mismo de mayor...Era imposible, ¿No es así?
Noé sintió como el frío arreció contra él, escuchaba un corazón latir, rápido, sin control. Tras figurar la vista, observó al oji-azul, con su entrecejo confundido, pero, con una leve sonrisa en sus labios. —¿V-Vanitas? —exclamó este un poco desorientado.
La sangre, el hedor dulce le golpeó nuevamente, estaba muy próximo a sus fosas..., veía sus vasos sanguíneos latir a través del cuello lechoso, y tragando grueso, escuchó a su compañero.
—¡Noé, dime la verdad! ¡No es posible que alguien sobreviva de una pieza a tal caída sin expresar un solo signo de dolor, explícame, ¿Por qué de tu piel sale sangre oscura?! ¡¿Estás ocultándome algo, ¿No es cierto?!
El moreno escuchaba algo confundido a su compañero, no esperaba que este hubiera hecho suposiciones en el corto tiempo de su inconciencia del monstruo, de lo diferente y extraño que era.
"Estaba claro, él no entendería su verdad; jamás entendería el monstruo que era, no había forma de explicarlo, no cabía en ninguna realidad." Pensó el moreno de forma racional, sintiendo como algo golpeteaba en su cabeza, un banal pensamiento.
"¿Quizás podría entender"? Se escuchaba como el suave latido de un pájaro en su mente, como un susurro burlesco, que hería su corazón.
"Era imposible."
—Solo déjame morir. Será lo mejor. —indicó el de tez morena con una expresión dolorosa.
Vanitas quiso golpear aquel rostro pálido. —¡¿Estás demente si piensas que voy a renunciar a alguna forma en la que pueda salvarte?! Si la hay, ¡dímela!
Noé frunció su ceño aún en su confusión. —¡Lo mejor es que me dejes morir, no tienes ninguna responsabilidad conmigo! ¡Si tanto es tu deseo insaciable, puedes llevar mi cuerpo sin vida a palacio y de esa forma conseguir alguna recompensa!
—¡¿Te crees que hago esto por esa estúpida recompensa?! ¡Si hubiera sido solo eso, hace tiempo que te habría abandonado después de las veces que ya han intentado matarnos! ¡Nunca fue por eso, no pienso abandonar la vida de alguien que está en mis manos su salvación!
Noé trató , muy forzosamente, incorporarse, dándose cuenta de su cuerpo algo desnudo, y frente al rostro lechoso, añadió: —¡Nunca he solicitado tu ayuda egoísta! ¡Ningún humano es capaz de realizar actos altruistas sin buscar nada a cambio! ¡Lo sé de propia mano!
Exclamó el moreno aún confundido de las memorias de sus sueños, ¿eran recuerdos o simples pesadillas? Realmente no recordaba nada de lo vivido antes de llegar a palacio con su abuelo a muy poca edad, pensó que siempre había vivido encerrado en aquel sitio, que jamás había conocido a sus padres por su temprana muerte, y que sus pocas vivencias con ellas habían quedado olvidadas en la mente de un niño.
—¡Quiero salvarte la vida! ¡¿Cualquier razón tras eso importa ahora?! ¡¿De verdad quieres morir y abandonar a ese tal Louis y tú prometida?! ¡¿Tú abuelo, el rey regente que te espera en palacio?!
Vanitas se fijó en la expresión dudosa de su compañero tras sus palabras, como su labio tembló ligeramente y como aquellos, hermosos y únicos orbes amatistas se tornaban de un tono anaranjado, que hacían levemente una transición, para convertirse se en rojos como la sangre, rubíes perfectos sobre las pestañas blancas.
Al estar tan cerca de cuello contrario, el olor se intensificó, y Noé con sus pocas fuerzas y la debilidad en su corazón, no fue capaz de controlar aquella reacción involuntaria de su bestia.
Trató de alejarse unos pocos centímetros del oji-azul, pero solo consiguió ocultar su nariz con fuerza, además de sus ojos, temblando, envuelto en el miedo y todas aquellas sensaciones nacidas tras despertar.
—¡No me mires! —gritó el moreno con rapidez.
Vanitas sintió su corazón estrujado, acababa de ver algo increíble, un milagro, pero no entendía porque se ocultaba.
—¿Noé? —habló el contrario algo más calmado.
—¡Por favor, aléjate de mi! ¡Soy un monstruo, aléjate, vete! —exclamó Noé.
Fue cuando Vanitas tomó su brazo para encararlo y verlo fijamente al rostro, para seguido, darse cuenta de las lágrimas que caían sobre los pómulos morenos.
—Eres Noé Archiviste, dauphin y heredero de Francia; un compañero algo testarudo y estúpido, bastante risueño y agradable, pero, no un monstruo. —añadió con suavidad, fijándose en como aquellos rubíes lo veían temblorosos, desbordantes de lágrimas.
—Lo mejor es que muera Vanitas, no merezco vivir. —decía el moreno sintiendo su corazón herido, recordando todo lo que su abuelo le había advertido de que los humanos exteriores al castillo no podían enterarse, de todo lo que lo perseguirían y experimentarían con él, de como irían por sus seres queridos.
—Por favor, dime cómo puedo salvarte. —decía nuevamente el peli-negro, con una mirada cálida en sus ojos.
La respiración comenzó a acelerarse en el moreno, no podía controlarlo, sentía que su corazón se iba a detener; acababa de vivir una experiencia horrible, y ahora del único que lo había cuidado desde que tenía memoria, del que tanto prometió nunca desobedecer, lo había hecho..., no había podido controlar su cuerpo, proteger su secreto, proteger a su amado abuelo.
—¡No puedo! No puedo, no puedo... —añadió el moreno una y otra vez, en su confusión y corazón desorientado.
Vanitas golpeó en el rostro a contrario tratando de calmarlo, y sujetó con fuerza sus mejillas. —¡Noé, cálmate y déjame salvarte!
Este reaccionó ante aquello y respiró tranquilo nuevamente. Sin pensarlo demasiado, habló, ya era tarde de todas formas, sus colmillos estaban sobresaliendo de sus labios. —Necesito sangre. Tú sangre para poder vivir. —soltó para observar la expresión dudosa en Vanitas. —Es lo que querías escuchar...soy un monstruo, que no puede vivir sin sangre humana.
—Me odio, me odio como no tienes idea... —soltó nuevamente Noé, esta vez con un rostro sombrío y sus feroces rubíes más deseosos de beber. —Aléjate de mí y déjame morir.
Vanitas no podía creer lo que veía; dejando por un momento sus colmillos y rubíes mirares, estaba viendo un dolor indescifrable en la persona frente a él, jamás había visto tanto odio en una solo mirada, tanta rabia y solo contra él mismo. Nunca espero que aquel príncipe de apuesto rostro y aclamada sonrisa, ocultará tanto en su noble corazón.
Por otra parte, no se dejó amedrentar de aquellos colmillos y rubíes ojos, era médico y su curiosidad por la vida no tenía limite alguno, ahora, descubrir otra forma alejada a la humana sucumbía todas sus barreras queriendo explorar más sobre aquella nueva revelación.
Aquel cabello blanco, sus mirares bordó eran tan hermosos además, expresaban una belleza exótico y necesitada de admirar por todos; es ahí cuando pudo darse cuenta, de la razón por la que no salía mucho del castillo, de su extraña fuerza y la razón por la que lo buscaban.
—Escúchame atentamente Noé. —añadió Vanitas, tomando un rostro sombrío por su parte también. —No me das miedo, y voy a hacer todo lo que esté en mi mano, por salvarte y regresarte a palacio.
Noé se sorprendió de la fortaleza de este, no tenía ningún temor ante él y lo sabía perfectamente por el latido de su corazón, que era tranquilo. Observó repentinamente como se bajó la blusa por el hombro, dejando entrever más la piel suave de cuello. —Bebe. —demandó Vanitas con rapidez.
El moreno estaba seguro de que este estaba loco, no había lógica o sentido en sus acciones.
"¿Debía...creerle?" —se cuestionó a sí mismo, cruzando su mirada con aquellos brillantes azules ojos.
||
¡Bueno, lo prometido es deuda! Ayer comenté que habría nueva actualización justo al día siguiente y lo traigo como prometí, además algo más extenso para su disfrute.
No sé que pueden esperarse de este capítulo, pero dios, ha sido de mis favoritos para escribir aaaaa...no quiero hacer algún spoiler, así que nos veremos en el siguiente.
Puede que haya algún dibujo de este cap, ya lo estaré mostrando en los siguientes; no olvido que les debó también el dibujo de la escena de Noé y Vanitas cayendo por el acantilado, la segunda vez.
¡All the love, Ella!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro