⸻I
La música sonaba por toda la sala. El golpeteo de los instrumentos, el ligero tensar de las cuerdas al cruzar los violines, el ligero hundimiento de las teclas blancas de los pianos, hacían vibrar su corazón y erizar su piel. Podía admitir con claridad que amaba aquella música, siendo quizá, lo único que le agradaba.
También se escuchaban los repiqueteos de los zapatos y tacones, los cuáles cruzaban con suavidad aquellos suelos brillantes. Esto se debía a los personajes que bailaban en la gran sala; con sus trajes exuberantes.
Las mujeres vestían, como era costumbre, vestidos pomposos, junto a corsés que apretaban sus cinturas —y a su parecer, también apretaba la poca respiración que trataban de aguantar para mantener sus figuras—. Los hombres, por otro lado, vestían trajes oscuros, acompañados de pañuelos en sus cuellos. Todos parecían copias y copias de porcelana, con sonrisas hipócritas y, conversaciones ambiguas; tratando únicamente de encontrar comodidad y rostros bonitos.
El causante de estos pensamientos vestía un traje rojizo, cerrado con finos broches dorados. El color negro, y el dorado enmarcaban los detalles en su traje. Terminaba con un pantalón negro y unas botas cortas, de la misma tonalidad. Sobre sus hombros, recaía su largo cabello oscuro atado en un lazo azul de organza. Este último hacía resaltar sus ojos índigos, que parecían asemejar el océano, navegando en una piel clara.
El acompañó a la gran orquesta con ligeros golpeteos en el suelo, creados con el tacón de sus botas. Fiestas, reuniones, más fiestas y más reuniones eran lo único en lo que podía resumir su vida diaria acontecida los últimos días.
Su mirada cerúlea se fijo en aquella mujer, aquella que llevaba el título de "prometida"; una dulce joven de tez blanca, cabello largo y rosáceo, figura curvilínea y delantera agradecida. El vestido que llevaba hacía poder reconocerla en cualquiera de los rincones de la sala.
La prenda se ajustaba a su tronco, —quizá compuesto por una tela de satén—, que se abría de forma abrupta a la altura de su cintura, y descendía con un gran volumen por sus piernas, cubriéndola de telas y telas, ofreciendo mucha extravagancia y pomposidad. Todo pintado de un color rosado. La máscara que cubría sus ojos dorados terminaban de acompañarla.
Esta se movía con gentiles meneos de caderas, mientras conversaba con el archiduque, que había organizaba aquel baile. Un hombre robusto, de un atuendo bordó; presentaba gran porte y demasiado elegancia. Nunca le había gustado compartir más de una ligera conversa con él, resultaba algo intimidante. Sin embargo, era el tío de su prometido y por tanto, tenía que irse acostumbrando a este.
Dejando un sonoro resoplido y evadiendo la vista de ellos, comenzó a pensar. Su padre era quien lo había metido en aquella situación tan asfixiante y comprometedora, es decir, si quería una mejor vida para él, ¿por qué lo había terminado encerrando en fiestas?
La principal razón de haberlo comprometido con Jeanne Ruthven, era a causa de su "vagabundería", pero el estar aquí, día tras día, enzarzado en fiestas, no lo hacía muy productivo tampoco.
No era que no supiera admirar la belleza de la joven, sin embargo, él la conocía desde que habían sido infantes. Casi era como una hermana para él, siendo esta una de las muchas razones por las que había estado en contra de aquella unión. Otra de ellas, era que conocía desde hacía muchos años los sentimientos que contraía por él, y al no ser recíproco, le dolía tener que hacerle daño. El amor es algo que tiene que ser verdadero, y era algo que él no podía ofrecer.
Pero, no, no podía decirle nada a su padre. Este siempre terminaba obligándolo a no terminar el compromiso, ya fuera por razones económicas, explicándole que con aquel arreglo, él dejaría de ser marqués para subir de cargo..., y un sin fin de excusas que no tenían ninguna importancia en él.
Evadiendo la tristeza que emanaba el no poder deshilar aquel compromiso, recordó un rumor que escuchó por los pasillos de la mansión Ruthven. El propietario de esta, August Ruthven, solía invitar a casi todas las fiestas al rey de Francia o a su nieto, pero que estos no habían accedido en ninguna ocasión; más para su fortunio e intriga, había nacido el rumor de que en aquella fiesta, la presencia de estos los acompañarían.
Por ende, esta era la razón de haber más invitados de lo habitual, —y en sus pensamientos más críticos—, dejó una sutil risa al imaginar que estos habrían desempolvado los atuendos más costosos de sus armarios. En su interior, también había nacido la curiosidad por conocer a alguno de estos personajes reales. Según había escuchado por los chismorreos del pueblo Éparnay —lugar en el que se encontraba la mansión—, había una historia trágica escondida en el pasado de la familia real.
Además, era conocimiento de todo habitante en la zona, que los rostros de la sangre azul no eran tan conocidos. Por algún misterio, estos no salían mucho de las murallas de piedra que protegían su palacio en la capital, y si habían salido, él tampoco había tenido el placer de poderlos haber visto, después de todo, se necesitaba dinero para embarcar un viaje a la corte, y su familia nunca había sido muy acomodada.
Más bien, ni siquiera tenía la capacidad económica para irse de aquel pueblo trastocado de mezquindad, donde vivían aquellos duques y nobles burgueses que ahora bailaban en la pista. Había tenido muchas veces jaquecas al tener que compartir con habitualidad sus costumbres y tradiciones. Todos parecían comprender bien la actuación de falsedad e hipocresía, y muchas veces, necesitaba salir a caminar por el campo, para despejarse de aquella vida.
Su vista captó nuevamente a su prometida Jeanne, quien ahora saludaba a su primo infante, Luca Oriflamme. La mujer se reía con gentileza, mientras el pequeño crío, buscaba aparentar mayor edad para sacarla a bailar. Sabía que venía tras eso, esta se acercaría, lo tomaría de la mano y lo obligaría a compartir alguna melodía junto a ella.
Sin embargo, pareció nacer una tensión y algarabía en la sala; todo se alborotó, los bailes cesaron, los cuchicheos comenzaron a sobresalir y, la música tan preciada para su corazón, se detuvo inesperadamente.
Los personajes aristocráticos despejaron la sala, dejando espacio para las extensas escaleras que conducían a la entrada. No tardó en tornar su rostro, y observar a través del cristal. El paisaje de los jardines se presentó ante su mirada cerúlea, y un carruaje se encontraba detenido al frente. Con un cochero sentado en el banco que retenía las cuerdas de unos preciosos corceles blancos.
Las puertas se abrieron, y un joven que había estado sentado junto al cochero, se acercó con prisa a ayudar a la damisela que extendía su mano. Al salir, él pudo vislumbrar su largo cabello oscuro, piel clara y, un vestido ostentoso de color violeta.
Por el otro lado, salió un caballero, pero a causa del gran carruaje no pudo detallarlo con exactitud. Ruthven, para todas las fiestas que realizaba había predispuesto la única entrada por aquel jardín; después de todo, no había posibilidad de entrar por otro lugar; a los alrededores no había más que inmenso barranco que conducía al océano. Seguía sorprendiéndole que el hombre, hubiera construido su mansión en aquella colina con todo un acantilado a sus afueras.
El joven de cabello oscuro, centrándose de nuevo en los invitados, observó ahora con más detenimiento al caballero extraño. Supuso que se trataba de un duque o archiduque inclusive, no había otra razón por la que todos en las sala hubieran entrado en tanta incertidumbre y nerviosismo.
Este se despedía del cochero con una sonrisa; pero ahora eso le importaba poco. La expresión de asombro nació al ver el cabello blanco del hombre, junto a la piel morena de su rostro. Vestía una máscara de color dorado sobre su nariz, y un atuendo azulado con unas botas largas blancas lo acompañaban. Terminando con una capa bordó atada en uno de sus hombros. Era demasiada la presencia tan elegante de aquel caballero, y podía afirmar, que jamás había visto a alguien con un porte así.
Al continuar observando, se fijo en como el caballero tendía la mano a la doncella, y junto al joven del atuendo bordó, se encaminaron hacia el interior del lugar. Ahí fue cuando no pudo ver más allá del cristal, por lo que desvío su mirada hacia las escaleras. Parecía que el corazón de todo aquel en la sala, se detuvo por unos instantes. La quietud que había en la sala contaba ahora, con un peso físico. El joven de cabello negro no pudo evitar sentir como si algo se estuviera escuchando, una impresión que se intensificaba cuanto máspermanecían en silencio. Creía que todos estaban escuchando su acelerado corazón, palpitante y rezumbador.
Aquellas tres personas caminaron con portes suaves, hasta que aparecieron ante los ojos de todos y terminaron acercándose al anunciador de la fiesta. Este tras escucharlos, confirmó aquel rumor que había danzado por las bocas del pueblo.
—¡He aquí presente el príncipe heredero de nuestra querida patria, nuestro dauphin* Noé Archiviste; representando a nuestro rey regente! ¡Junto a él, la princesa Dominique de Sade, prometida y portadora de la sangre real italiana!
Los aplausos no tardaron en resonar por las paredes; la presencia de realeza era muy diferente a todo lo que habían visto a lo largo de su vida. Ahora, el chico de tez clara y ojos azules se sentía muy insignificante ante el príncipe, no cabía en el pecho todas las emociones que cruzaban su mente.
Estos tenían expresiones relajadas y sonrientes, mientras saludaban con sus manos al comenzar a bajar las escaleras. El joven de traje bordó y, cabello corto y oscuro, se quedó junto al portador de voz, por lo que la suposición de que era un sirviente, se confirmó en su cabeza.
Aún estando muy apartado de las escaleras, pudo observar como la doncella, de realiza italiana, se aferraba al brazo del albino. Había algo que no le permitía despegar la vista de aquellos nuevos invitados. La presencia del archiduque Ruthven se hizo junto a ellos, quien había acomodado su traje antes de acercarse. Los saludó con cordialidad, por lo que parecía y mantuvo una conversación sencilla con estos, mostrando la gratitud e ilusión hacía su final presencia en una de sus fiestas.
Era importante saber que un archiduque era superior en órdenes a un príncipe, más no pues a un rey. Y, este joven albino, por lo que había escuchado en rumores, pronto se convertiría en el propietario de toda aquella tierra. Imaginaba que sería junto al matrimonio con la doncella italiana, pues era la costumbre entre los de alta cuna.
Su corazón se heló y la sangre se detuvo al descubrir a Jeanne junto a él. No podía creer que tanta hubiera sido la impresión de los príncipes que ni siquiera hubiera reparado en saber la posición de esta. Sin embargo, era comprensible, ver por primera vez al heredero de toda Francia, no era algo que fuera habitual. Y, no podía negar que era más joven de lo que había imaginado, contando además, con una apariencia bastante exótica y fuera de lo común.
—Vanitas —fue llamado por la suave voz de su prometida. —Es la primera vez que te veo tan interesado por algo en estas fiestas.
Este asintió a sus palabras, recuperando su compostura. —Es la presencia de un príncipe, Jeanne —comentó refiriéndose a su impresión alarmante.
La joven acomodó su largo cabello rosado, fijándose en como su tío, Ruthven, se acercaba a los invitados y daba acción a la orquesta, para comenzar aquel baile de máscaras. Jeanne sujetó del brazo a su amado y, tirando de él, se dio cuenta del extraño mirar que este vestía este en aquella doncella que acompañaba al príncipe, algo que la puso celosa.
Pero, las suposiciones de la joven eran erróneas, pues él no observaba a la doncella; toda su atención estaba perdida en aquel joven príncipe de cabellos claros y tez morena. Quien por cierto, tomó a su prometida italiana, e inició el baile al son de la melodía.
Sus movimientos eran suaves, elegantes; parecía como si quisiera pisar con cuidado, no buscando dañar la puridad del salón. Eran caricias de plumas los sonidos que lograban sus tacones, aquellos que resonaban junto a los violines. Su cabello se ondeaba con el movimiento y, de alguna forma, la sonrisa del caballero calmó el aleteo de su corazón.
Tras que estos iniciasen el baile, el resto de parejas acudió a su llamado, preparados para danzar con ellos. Para que algunos minutos después, estuvieran todos bajo el mismo suelo, bailando tan cerca del príncipe, haciendo alusión a la idea de que era uno más de ellos.
Rápidamente, el de cabello oscuro tras haber iniciado a bailar junto a su dama, la sujetó por su pequeña cintura para tirar y hacerlos acercarse a aquel príncipe. Fingiendo claramente una sonrisa junto a la joven que reía bajo la faz de sus ojos.
Vanitas, el caballero de oscura melena, maniobró sus movimientos para hacerlos girar a ambos con los demás de la sala. Su intención era acercarse lo más próximo al príncipe, esperando conseguirlo antes de que terminase la melodía y sucediera el cambio de parejas. Una costumbre en este tipo de bailes, que se aprendía desde la niñez, la cuál consistía en cambiar a la mujer con el caballero que estuviese a tu derecha y, por ende todas las parejas trataban de acercarse al personaje real, para que sus damas fueran honradas con este placer.
Jeanne también era algo competitiva, y entendiendo los movimientos de su amado, quiso ayudarlo en su propósito. Por lo que comenzó a empujar a algunas de las mujeres con la pomposidad de su vestido.
Después de todo, y como un plus a toda aquella motivación del baile con el príncipe, era que al serte concedido el placer de compartir una melodía con alguien real, tu estatus subía, y ella no era tan ilusa como para no reconocer las intenciones de Vanitas. Este al ser un marques, por tanto inferior a ella, quien era duquesa, trataba de buscarle mayor renombre. Algo que le pareció un detalle precioso por la parte de su caballero de preciosos índigos ojos.
Girando y haciendo resonar el tacón de sus zapatos, consiguiendo alcanzar el ápice de la sinfonía, lograron empujar a las parejas que se interponían recibiendo muecas por sus partes, sin embargo, debían comportarse como altos burgueses y no ponerse a pelear como brutos vikingos.
Finalmente, y como única pareja, lograron acercarse a estos, quienes no se habían dado cuenta de todo aquel ajetreo silencioso para el cambio de parejas. Vanitas, ahora conseguía incluso aspirar la fragancia de aquellos seres tan ajenos a su vida.
Así pues, antes de que terminase la melodía, justo cuando Jeanne se disponía a prepararse en el lado izquierdo, para poder intercambiar con el príncipe; mientras este se situaba en el espacio derecho para situar a su dama, Vanitas giró una vez más a su prometida, haciéndola quedar en el lado contrario. En la posición equivocada.
La música terminó, el silencio abrumador inundó la sala, y todos quedaron expectantes a lo sucedido. Desde que hacían los bailes en las cortes, lo primero que se aprendía era que las damas, con los pasos justos, quedaban en el lado izquierdo..., no al revés.
Jamás había pasado algo así, y la sorpresa en los rostros era tan palpable, como la mano del caballero Vanitas, y el príncipe Noé, que se tocaban en la punta de sus dedos. El joven de cabello oscuro, ahora en la posición de la mujer, estaba avergonzado de lo que sus impulsos habían logrado que hiciese.
Las miradas de los hombres se cruzaron, Vanitas se fijo entonces en los amatistas ojos del príncipe. Aquello si que lo había dejado asombrado, era algo tan único, que había conseguido alejar toda su vergüenza. Estos estaban protegidos de unas pestañas blancas, junto a unas cejas delgadas de la misma tonalidad. No sabía como explicarlo, pero podía jurar que había logrado ver un brillo en los ojos violáceos del contrario.
Sus respiraciones eran agitadas, y tras un silencio incómodo que se formó, aún sosteniéndose los hombres de las manos, Dominique habló: —¡Qué extraño! —señaló la joven, apartando el agarre de su prometido. —Estos errores no suelen suceder —terminó, queriendo acercarse para tomar la mano del caballero de ojos azules.
Fue entonces cuando ocurrió algo aún más impresionante; aquel príncipe de nombre Noé, tiró del más bajo, sujetándolo por la cintura. Para seguido, afirmar su agarre y tomarlo de la mano en un movimiento rápido.
—¡No pasa nada Domi, es solo un baile! —dijo este, tomando la mano libre del contrario, para posarla entonces en su hombro, terminando de enlazar las que se agarraban con fuerza.
Por otro lado, Jeanne se quedó perpleja, no podía creer lo que veía, jamás habían bailado dos hombres juntos. En su incertidumbre e irascibilidad, observó a la otra mujer de cabello negro. Esta sonreía enamorada de las ocurrencias de su amado Noé y, feliz de ver que no bailaría con otra mujer, tomó a esta, quien aún seguía en su máxima confusión.
Jeanne estaba segura de que Vanitas había girado aposta en el último momento, más sin embargo, sus pensamientos se perdieron al darse cuenta de la mujer frente a ella. Con sonrisas nerviosas y, rojez en sus mejillas, iniciaron el baile de tacones acompasados.
Entonces así, la música inició de nuevo. El baile en los demás personajes regresó, dejando quizá los comentarios ante aquella decisión para cuando todo hubiera terminado. Centrando la atención de nuevo en el joven de cabello oscuro, la música pareció alentar a su corazón una vez más. No podía creer que había conseguido acercarse al príncipe de Francia y, además, siendo lo más increíble, bailar con este. En ningún momento se le cruzó la idea de que este lo tomaría para realizar aquella melodía juntos, pero por alguna razón, lo tomó a él..., lo escogió a él.
Sus manos estaban entrelazadas, Vanitas podía experimentar el agarre en su cintura por parte del más alto. Ahora que estaban juntos, podía darse cuenta de la gran diferencia de alturas. La mano que sostenía su torso era grande, de eso estaba muy seguro. También había logrado darse cuenta de los guantes blancos que este vestía en sus manos. Nervioso por estarse fijándose en esas cosas, y con un coloreo tenue en sus pómulos, afirmó el agarre en el hombro contrario; mientras, girando entre las múltiples parejas, atravesándolas como si no hubiera nadie más allí.
—¿Es extraño que sucediera esto, no es así? —comentó el de tez morena, sorprendiendo al de ojos celestes, quien lo veía nervioso, con su cabello oscuro balanceándose.
—S-sí —respondió de forma tímida el más bajo.
—Un interesante encuentro, ¿quizás, un accidente o..., más bien, una coincidencia intencionada?—añadió el príncipe de ojos intensos.
Entonces, el de cabello oscuro negó con prisa . —No fue nada más que un accidente, de verdad que lamento mucho esta situación —añadió Vanitas, tratando de no mostrar su expuesta timidez.
—Aunque los accidentes no existen, es algo que suele decir mi abuelo —dijo nuevamente el de pestañas blanquecinas.
Tras unos instantes en los que se veían a los ojos, Vanitas comentó: —Tus pestañas..., son bonitas —soltó sin pensarlo demasiado, realmente se había sentido cautivado por estas.
El albino mostró sorpresa ante el halago inesperado, pero no tardó mucho en sonreír con suavidad. —Lo mismo podría decir de vuestros ojos.
Muy pocas veces Vanitas sentía vergüenza de las cosas, pero aquel día parecía que su timidez estaba sobresaliendo con creces. Había recibido muchos halagos a lo largo de su vida, pero ninguno de ellos, había logrado acelerarle tanto el corazón. Era el príncipe de Francia de quien estábamos hablando, obviamente se estaría muriendo de la vergüenza con toda la palabra que le fuese dirigida de esta, y aún más si eran halagos.
—Gran belleza posee la dama con la que bailabais —comentó el príncipe, regresando a atraer la atención del más bajo, mientras bailaban algo más cerca.
No solo era el porte de aquel príncipe, también había mucha elegancia en sus palabras. —Vuestra prometida también lo es —respondió el más bajo, sin dejar de ver los ojos contrarios. Le producía una sensación distinta ver aquellos amatistas, y no se parecía en nada a otros que hubiera visto antes.
En un momento, donde el joven príncipe se disponía a girar de nuevo, el menudo cuerpo del contrario bajo sus ojos, se fijo en un pequeño destello en uno de los grandes ventanales. Observó a un hombre, vestido de un traje negro en su totalidad; este le apuntaba con un arco, y..., no supo que se le cruzó por la mente, pero, extrañamente no buscó protegerse a sí mismo, sino al personaje que sostenía de la cintura. —¡Cuidado! —gritó el príncipe de piel morena.
De forma instantánea, lo sujetó con fuerza de la cintura, empujándolo metros lejos, y al mismo instante, recibiendo la flecha en su hombro. El príncipe cayó al suelo, experimentando un dolor agudo en su piel. El caos no tardó en dar comienzo, las personas comenzaron a correr por sus vidas, arrastrando a su vez a Dominique y Jeanne lejos de la escena. Vanitas, quien cayó tras el inesperado empujón; alzó su vista tras el golpe, observando como el príncipe había salvado su vida y, como ahora este se encontraba herido en el suelo.
Unos hombres aparecieron frente al albino, y en un abrir y cerrar de ojos, se escuchó el filo del metal siendo desenvainado. El de cabello oscuro, no tardó en concluir que todo aquello había sido premeditado para asesinar el heredero al trono.
Rápidamente, sin dejarse apabullar por el miedo, se levantó, desabrochando su chaqueta rojiza, para dejar entrever una blusilla grisácea que vestía bajo esta. Tomando entonces el abrigo, se lanzó a uno de los hombres, ahorcándolo con la tela, para tomar la espada de sus manos y apuntar a los otros invasores.
—¡No os acerquéis! ¡No tengo miedo de usarlo!—vociferó, para acercarse al joven herido. Estos hombres no pudieron reaccionar ante el ataque ocasionado a uno de sus compañeros, ahora muerto. No esperaban que uno de los presentes ayudará ante el ataque malintencionado contra el príncipe, pues como habían supuesto, todos los nobles se marcharían tratando de proteger sus vidas.
El príncipe, con el hombro ensangrentado, observó la escena, y como aquel joven no había dudado en ayudarlo. Por ende, y motivado de la audacia de aquel caballero, se irguió sobre sus pies temblorosos. Vanitas se juntó a él, ofreciéndole ayuda para terminar de levantarse.
Ambos personajes, totalmente desconocidos, se apoyaron el uno al otro en aquella lucha tan inesperada. Espalda contra espalda, comenzaron a caminar por la sala, alejándose de aquellos intrusos.
El príncipe desvió la vistahasta el más bajo y, la advertencia que descubrió el de cabello oscuro en sus profundidades amatistas, le resultó tan evidente como un trozo de acero al descubierto. No sabían como acabaría todo aquello, y eso era lo que los dejaba más en la incertidumbre.
Los hombres vestidos de negros, encapuchados y con máscaras sobre sus ojos, no esperaron para regresar a atacar. El heredero de Francia rompió el cuerpo de madera incrustado en su hombro, y cuándo se disponía a sacarla toda de su piel, escuchó al más bajo. —¡No lo hagáis! ¡Romped lo que sobresale, pero no la saquéis del todo! —explicó el de cabello oscuro, defendiéndose del hombre que lanzaba mandobles contra él.
Con aquello, el moreno con la parte de madera en sus manos se dirigió al contrario que se lanzaba a incrustarle la espada; dejando así, el resto de la flecha incrustada en su piel, y con la punta de metal aún incrustada en su espalda, reluciendo con las luces de las lámparas colgantes.
El albino incrustó la vara de madera en el pecho del hombre al desviar su ataque, y dejándolo muerto con aquello clavado en su corazón, tomó la espada de este para dirigirse al más bajo que se encontraba forcejeando con su arma, y el contrario casi apunto de rajarle el pecho.
Sus zancadas veloces se aproximaron al último hombre intruso en la sala, y ajustando el mandoble de la espada, la clavó en el cuello del otro, atravesando todo este. Algunas salpicaduras recayeron en el traje de Vanitas, pero sus orbes azulados brillantes, declaraban una máxima gratitud por haberle salvado la vida, nuevamente.
Inesperadamente, la presencia de más de aquellos hombres asustaron al príncipe y al marqués. —¡¿Pero de dónde salen tantos?! —cuestionó el de cabello oscuro, juntándose al más alto.
Con respiraciones agitadas, Vanitas comprendió que de aquella situación no saldrían vivos. Debía buscar una salida y, fijando su atención a su espalda, añadió: —¡Príncipe! ¡¿Le dan miedo las alturas?! —vociferó el de ojos azulados.
—¡¿Eso ahora a qué viene?! —señaló el de pestañas blancas.
La tensión en la sala se intensificó para cuando el príncipe cruzó mirada con uno de aquellos invasores. Era diferente a los demás, pues aún cuando ocultaba toda su apariencia, tenía una máscara rojiza. Era el líder, de eso estaba seguro.
—Noé —escuchó de este extraño; era una voz fría y melodiosa.
Parecía como si un ambiente angustioso y mortificador estuviera absorbiendo al príncipe, como si algo quisiera recordarle algo muy doloroso. En su complejidad, sintió como el joven que lo acompañaba en aquella situación, tiró de su chaqueta, para soltarlo y, saltar por el cristal, rompiendo aquella vidriera de colores violetas y azulados.
—¡Salta! —vociferó este último antes de desaparecer de la sala.
—No puedes seguir huyendo —regresó a escuchar de aquella voz, y el príncipe algo confundido saltó por el cristal, huyendo de aquellos hombres y de la situación que acontecía muy bajas probabilidades de supervivencia.
Al saltar, imaginó que caería sobre los jardines y tendría que echar a correr, pero en todo esa situación, había dado la vuelta a toda la sala, por lo que se encontraban en la ladera contraria donde se disponían los carruajes. La ladera que disponía el barranco, conducido a las dulces mareas del océano oscuro y helado.
Por lo tanto, comenzó a gritar al caer, y tras sentir el golpe reacio contra las olas —las cuales parecían abrazarlo—, nadó hacia la superficie, encontrándose con el de índigos mirares.
Este último lo tomó de su traje, tirando del moreno. Podía ver su cabello mojado, que discurría pequeñas gotas en su pálido rostro. —Aguanta la respiración, nos pueden estar viendo, así que vamos a entrar por una cueva subterránea y, así salir por el otro lado —explicó el lechoso.
Este asintió, sintiéndose guiar por aquellos mirares, y tomando una profunda respiración, se dejó hundir con este bajo las profundidades. El agua estaba fría y, se removía con inquietud.
En aquella noche de luna azul, ambas almas se encontraron y sin apenas conocerse, comenzaron a arriesgar su vida por el otro. Quizás tratando de huir..., quizás por la búsqueda de un cambio y una libertad, pero fuese lo que fuese, su historia había iniciado, bajo la luz azulada, reflejada en las aguas.
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Capítulo editado el 09/03/2023. No saben las tantas faltas y dificultad de comprensión y cohesión que he encontrado. Siento que mi escritura ha mejorado desde agosto de 2022 (fecha en la que se escribió este capítulo), espero estar ofreciendo un mejor resultado. De todos modos, no niego que pueda seguir existiendo alguna falta de ortografía, así que discúlpenme por eso.
Al ser el primer capítulo no tendrá los separadores, los cuales se podrán ver en los siguientes. También dejó el aviso de que el próximo capítulo, serán una serie de dibujos de este primer y emocionante capítulo.
Hay un largo video de música ambientada en la galería, por si gustan mezclarse aún más con la historia.
*dauphin: (muy alto, poderoso y excelente príncipe).
¡Nos leemos!
¡All the love, Ella!
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