Diez:
—¡Por supuesto, por supuesto! —Animó el viejo alfa —Yo ya no puedo bailar, pero aún soy capaz de apreciar lo agradable que es tener a una hermosa mujer en brazos.
—Más probablemente al viejo verde de Kim le gustaría tenerla tumbada —Musitó cuando salieron a la pista de baile poco iluminada. —¡Si no me hubiera apartado de esos dos creo que habría vomitado! Luna, es que se la come con los ojos como si fuera un adolescente encendido. ¡Aunque ella tampoco es mejor! —Exclamó acalorada. —¡Le mete los pechos en la cara al mismo tiempo que te seduce a ti! ¡Y tú la animas, maldita sea!
—¡En absoluto! Lo más que he hecho ha sido hablar con ella. —Se defendió la alfa, volteando los ojos.
—Exacto. —Concluyó.
—Sé razonable Nayeon, no puedo ignorarla. Además, coquetear para Irene sólo es un juego. Podría gustarle ganar, claro, pero lo más importante es la persecución. —Estableció Jeongyeon.
—¿De verdad? —La miró con expresión sarcástica. —¡Bueno, por si no has notado sus ladridos, ha salido en pos del lobo!
Así como siempre había apreciado el humor sarcástico de Nayeon, empezaba a ser consciente de que había pasado por alto otras cosas de ella. Por ejemplo, el modo seductor en que su cuerpo se entregaba contra el suyo, al ritmo de la música. Ello implicaba que, dada la irritación y preocupación que sentía con los Kim, resultara improbable que pensara de forma consciente en su papel de omega felizmente casada y, por ende, la fluidez y suavidad con que se movía alrededor de la pista debía ser instintiva. Era un concepto más excitante que interesante, ya que sus tentadoras curvas se pegaban a ella de una manera que disparaba sus instintos más bajos. Jeongyeon presionó su cintura y tragó.
—Jeonguie, ¿me prestas atención? —Le pidió cuando la vió sumida en sus pensamientos.
—Más que nunca —Habló en aquel doble sentido sin que siquiera ella se percatara de la intención que llevaban sus palabras.
—Bien. Entonces no bajes la guardia con Irene —Suspiró, eso alzó sus pechos y la frecuencia cardíaca de la alfa. — Por algún motivo los alfas tienen la costumbre de subestimar de lo que es capaz una omega.
"Dímelo a mí", pensó Jeongyeon y sus dedos anhelaron comprobar si su cuello era tan suave como sus hombros desnudos regados de esos diminutos brillos.
—Deja de preocuparte, Nayeonnie. Podré ir por delante de Irene. Aunque no debemos olvidar que es el tipo de mujer que si se siente rechazada, podría decirle algo a Kim y fastidiarnos el negocio, con tal de vengarse. —Imaginó la pelicorta, con los labios presionados.
—¿Debo sorprenderme? —Se quejó la omega, intentando disfrutar del sonido de la música.
—Lo único que digo es que sería inteligente que dejaras de provocarla cada vez que abres tu linda boquita. ¿Qué dices esposa? —Rogó, imaginando una catástrofe si perdía ese negocio.
—¿Yo? —Abrió mucho los ojos. —¿Qué yo la provoco? Yoo Jeongyeon, ¿Has llevado tapones en los oídos toda la noche? No ha dejado de dispararme perdigones desde que fue a recogernos. No he hecho nada deliberado para provocarla. —Se defendió, molesta.
—¿De verdad? Entonces el beso que me diste en el exterior de la cabaña no fue para provocarla, sino para excitarme a mí, ¿no? —Le reclamó alzando una ceja, cuando la omega la buscó con sus ojos asombrados.
—¿Qué te...? ¡No seas ridícula! ¡Por el amor del cielo, ese beso no fue peor que el que tú me diste en el aeropuerto! —Exclamó, intentando mantener la calma.
—Coincido contigo en un punto —Dijo, fascinada por el súbito tono rojo que encendió sus mejillas y el énfasis en su negativa. —En absoluto fue peor. De hecho, he de decir que tu técnica ha mejorado en sólo unas pocas horas. —Bromeó presionando su baja espalda, para que estuviera más ceñida a su cuerpo. Nayeon le miró con los ojos encendidos.
—¿Disculpa?
—Bueno, había bastante diferencia entre la estatua de boca cerrada que besé en el aeropuerto y la tormenta de mujer que me aplastó contra la puerta de la cabaña. —Comentó, extasiada de hablar sobre aquel asunto. Tenía horas intentando tocar ese tema.
—Hmm... Eso se debe a que, en la cabaña no estaba catatónica por la sorpresa, ya que sabía lo que sucedía. —"Bueno, al menos ya es uno", pensó Jeongyeon, porque en ningún momento supo qué la había golpeado.
Desde el instante en que su boca se había posado en la suya, sintió como si la hubieran electrocutado. Al mirar sus labios levemente entreabiertos se preguntó si repetir el ejercicio demostraría de forma concluyente si había sido la omega o las circunstancias las responsables de que su pulso se disparara.
Cuando por voluntad propia su dedo pulgar rozó el labio inferior de Nayeon, aquel instante en que ella se lo humedecía con gesto nervioso, Jeongyeon supo que tenía que averiguarlo. Pero no quería que en esa ocasión ninguna tuviera la excusa de estar desprevenida.
Nayeon no pudo contener un ligero jadeo de sorpresa cuando la alfa bajó la cabeza y comenzó a juguetear con el lóbulo de su oreja, y si el brazo que le rodeaba su cintura no se hubiera tensado en ese preciso momento, sin duda se habría desplomado en el suelo. Esforzándose por superar las caóticas e inesperadas respuestas de su cuerpo ante la representación demasiado convincente de una "alfa, esposa y amante", sin éxito trató de retirarse un poco.
—¿Eh... Jeongyeon... Hmh... no te estás excediendo... un poco? —Logró soltar con la voz jadeante. La alfa meció la cabeza.
—Shhh... —Susurró, y recordando las palabras de ella, añadió. —Solo, no hagas nada.
Nayeon se la quedó viendo, ¿¡Qué no hiciera nada!? ¡Debía estar bromeando! ¿Es que no tenía idea del efecto que surtía en ella? Demonios, desde el momento en que la abrazó apenas había sido capaz de respirar, el corazón de Nayeon latía como si fuera a salírsele del pecho, y empezaba a sentir tanto calor que comenzaba a sudar en sitios que no se veían afectados por la temperatura ambiental. Su aplastante aroma era tan evocador como el incienso mezclándose con el calor, y el sólo hecho de pasarse la lengua por las comisuras de la boca invocó el sabor del beso anterior que enloqueció a su loba de anhelo por volverla a probar.
"¡No, Nayeon!", gritó su cerebro. "¡Deja de mover la lengua en este mismo instante!". ¡Demonios! ¿Qué estaba pasando? Bueno, de acuerdo, no era tan inocente como para no reconocer que sus hormonas despertaban, pero, por el amor del cielo, ¡Solo era Jeongyeon! Había bailado con ella cientos de veces y jamás se había excitado de ese modo.
Aunque la alfa nunca le había mordisqueado la oreja, ni pasado su mano por su trasero de esa forma tan sexy y estimulante. Mentalmente luchó para aferrarse a la idea de que lo hacía en beneficio del negocio con los Kim. No le resultó fácil. ¡Cielos! Las cosas que le hacía sentir no eran naturales.
Supuso que en algún momento del pasado debió estar excitada de esa manera... tal vez. ¡Pero no completamente vestida, en vertical y en público! Y todavía ni siquiera la había besado. Luna, si lo hacía... tendrían que llamar a los bomberos para apagarla.
—Omega... —Aunque sus labios húmedos apenas rozaron la piel con su aliento, su piel se erizó por completo. Continuó mordisqueando y hablando —No... hmmm... has respondido a mi... pregunta.
Nayeon pensó en que momento le había hecho una pregunta. ¿Cuándo?¿Era la pregunta o algo más trivial, como si el clima refrescará por la noche?
—¿Nayeonnie? —Le habló nuevamente.
—Hmm, eh... no estoy segura —Dijo con voz ronca, y sintió su risita.
—No era una pregunta tan difícil. —Susurró como respuesta.
—¿No? Oh, bueno, en realidad yo... ¡Oh, Luna!
Al mismo tiempo que se ponía pálida y jadeaba horrorizada, Nayeon se derrumbó sobre la alfa, como si las piernas hubieran cedido, y por primera vez en su vida, Jeongyeon sintió verdadero pánico.
—Nayeon, ¿qué sucede? —No hubo una respuesta verbal mientras ella enterraba la cara contra su hombro. —¿Nayeonnie? Cariño, ¿qué sucede? ¿Te sientes mal? ¿Te...?
Ella sacudió con fuerza la cabeza al tiempo que echaba un vistazo furtivo por encima de su hombro. Se echó hacia atrás y farfulló algo incomprensible, luego repitió el movimiento, empujándola un poco a la izquierda como si la usara de escudo. Estaba rígida por la tensión.
—Por todos los cielos, Nayeon —Siseó Jeongyeon, sujetándola por el hombro. —¿Qué es lo que sucede contigo?
—Odio decirte esto, Jeongyeon, pero nuestro matrimonio se acabó aquí —Unos ojos muy abiertos la miraron. —Hirai Momo acaba de entrar por el ascensor...
Las palabras impactaron en Jeongyeon como una patada en el estómago. Maldita sea, qué inoportuna era la vida.
¿Uno más?
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