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𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒔𝒆𝒊𝒔.

Corría la segunda semana de diciembre, el aroma navideño ya se sentía y las familias más prestigiosas se reunían en el club, cada fin de semana para la competencia ególatra, de quien tiene más adornos, donde pasarán las vacaciones de invierno y cuantos regalos se repartirán entre su familia.

Servando seguía tras las rejas, pues su condena era unos diez años, como mínimo. El dinero de Esteban, lo hundió por cosas que hizo, y por las que no también. Se enteró por una llamada a Alba, que María estaba esperando al primer heredero de la fortuna San Román. Sintió unas ganas inmensas, de asesinar al pelinegro y volver a remeter contra María. Se retorcía en la fría y vacía celda, de puro coraje y envidia. Porque, en el fondo sabía que esa mujer nunca sería de él, su vida se la entregó al estúpido de Esteban y eso no lo podía cambiar, aunque le doliera.

Carmela frecuentó la mansión un par de veces, ayudó a María a colocar los adornos, las luces, las bambalinas, las guirnaldas y el infaltable arbolito navideño. Esteban estaba lleno de trabajo, junto a su secretaria hacían una labor consolidada, pero tenía poco tiempo para estar con su futura esposa, y eso le molestaba.

Alba prefirió mantenerse alejada, sabía que era en vano luchar contra la corriente. Su sobrino se cegó por esa mujer, y ella ya no ejercía ninguna influencia en él, ya no era el mismo muchachito que iba a la escuela y le contaba todo de regreso a casa. Además, ni siquiera vivía en la mansión. Según lo que Carmela le platicaba a medias, ella se los comentaba a los demás, cuando se reunían a comer al club.

Se enteró que la fecha de boda de Esteban, era un día antes de nochebuena, y que no tendría luna de miel, sino hasta la última semana de diciembre. Miles de cuchillos afilados, le hubieran dolido menos que esa noticia. Conservó una esperanza inútil, de que él se desencantara de ella, pero con Servando llegaron al tope y les falló, si ese plan fracasó, ninguno otro les serviría.

Romina, la secretaria de Esteban pasó las invitaciones a cada ejecutivo de las empresas y los accionistas, incluyendo a Demetrio Rivero, Daniela no le pidió nada esta vez, ya no se sentía en la obligación de no cruzarlo en ningún evento. Ahora tenía una oficina en Puebla, que moraba una sede de la compañía y recibía asesoría del mismo presidente. Vivía con su sobrina Ana Rosa en un apartamento, que antes sus padres compraron cuando era niña, y que estuvo deshabitado hasta que se mudó temporalmente allá.

María iba a clases, y tomaba vitaminas, brebajes y cualquier té para calmar los mareos y nauseas. Algunos maestros, se malhumoraban, pero no reprochaban nada, ya que San Román pagaba suficiente dinero, con el fin de que la trataran como se merece. Tuvo tiempo y se organizó con lo de su boda, probó los platillos que se servirían, aprobó la música, el vestido y la vestimenta con la que acudirían los invitados. En ese lapso, no veía clases por las vacaciones navideñas. Regresaría en enero.

―Amor, me haces cosquillas ―susurró María, contra los labios de su hombre. Yacían acostados en su cama. Los nervios los tenían a flor de piel, en solo dos días se unirían en sagrado matrimonio. La respiración acompasada de Esteban, le daba en el mentón y le causaba un leve cosquilleo, que llegaba a ser tortuoso.

La luz de la luna, se colaba por la ventana descubierta por la cortina arrimada a un lado.

―Te amo, María ―musitó, besándole la comisura―. Me encanta estar contigo así, tenerte para mí. Felicidad es lo que tengo, desde que llegaste.

―Nunca pensé que te fijarías en mí ―dijo, abrazándolo más―, yo soy tan simple, que...

―Ya. No sigas diciéndome eso. No eres nada simple, claro que no ―masculló con picardía, le mordió el labio inferior, rastrillándole los dientes en la zona―. Eres increíble, mi amor. Por eso, me enamoré de ti.

―Te amo.

―Yo más.

Compartieron unos besos tronados, y se fundieron en un sueño profundo. Primero se durmió María, y Esteban se dedicó a contemplarla, ya se le hizo costumbre y le fascinaba hacerlo. Su respiración, sus expresiones repentinas le daban paz, esa paz que tanto buscaba y que en ella la encontró.

―Gracias por llegar a mí ―murmuró y le plantó un beso en la frente. Al poco rato, se quedó dormido, pegado a la mujer de su vida.

El tan esperado día llegó, trayendo consigo alegría y nerviosismo por parte de los novios. Habían oído que era mala suerte, ver a la novia un día antes de la ceremonia―que se oficiaría, en la iglesia parroquial del club―, pero no solo la vio, le hizo el amor en el lavabo, en el hall y en su cama. En la mañana, Carlota se la llevó su casa, para que las estilistas le pintaran el rostro y le acomodaran en cabello.

Mientras, él se visitó en su casa y arrancó con el chófer al club. Daniela, era una dama de honor de Esteban, junto con Arturo y su amigo Armando Mendoza, que logró viajar con su esposa Beatriz y su hija Camila, para acompañarlo en su gran momento.

Sí. La tradición dice que solo hombres para él, y mujeres para ella.

María y Esteban, mandaron a la chingada cualquier tradición y costumbre e hicieron y deshicieron con su boda lo que les plació.

Las damas de honor de la pelinegra, eran Carlota, Ana y Martha. Un diseñador reconocido, confeccionó el vestido de novia y los tres restantes, para las amigas. Eran de un color azul celeste, mientras que el de ella era blanco, con la manga hasta la muñeca, pedrería incrustada en la parte superior, mientras que abajo tenía una pequeña abertura en la pierna derecha y destellos color celeste en el borde del vestido. Usó un velo, sostenido por una diadema de oro, un regalo de Ana, su cabello estaba sujetado en un chongo, que daba la impresión de estar desordenado, pero algunos bucles sobresalían. Su maquillaje era tenue, un poco de rubor, polvo, sombra, rímel y un labial rosa, casi transparente.

―Estás espectacular, amiga ―alagó Carlota, secándose una lágrima―. Como creciste, mi pequeña.

―Si tenemos la misma edad ―se carcajeó y la abrazó―. No llores, que también me haces llorar, hombre.

―Pero...siempre creí que yo me casaría primero ―indicó, secándose la mejilla con cuidado―. Era yo la más enamoradiza, y mira... Terminaste siendo tú. ¡Estoy tan feliz por ti! Pronto serás mamá.

―No sabes lo agradecida que estoy, contigo, con tus papás... Con mi futuro esposo, mi vida cambió radicalmente, aún no me lo creo.

― ¡Mis chicas, escuché que el novio va en camino a la iglesia! ―exclamó Ana, entrando con efusividad a la alcoba de Carlota―. ¿Estamos sentimentales?

― ¡Sí! ¡Se nos casa nuestra María! ―expresó, extendiéndole la mano. Las tres se entrelazaron los dedos.

―Yo muero de felicidad. A la nena le tocaba ser feliz ―le sonrió con sinceridad, y le propinó un casto beso en la frente―. Falta Martha.

―Aquí estoy ―farfulló la otra rubia, uniéndose a ellas―. Hoy es el gran día, celebraremos a la princesa del grupo, a la que se comía los tacos escondida del maestro.

― ¡No! ―dijo María apenada, pero riéndose―. No me recuerdes lo tragona que era, eh.

―Creo que todo el salón, se acuerda de ti por eso ―bromeó Carlota, ganándose una mirada aniquiladora de su amiga―. Mentira, mi vida. ―Le lanzó un beso.

Chicas, la limosina está abajo ―informó Jorge, desde afuera―. Apúrense.

―Llegó la hora ―musitó María, hecha un manojo de nervios.

Arribaron el coche color blanco, con tulipanes llenando los asientos y arreglos florales en la cajuela trasera y delantera. La sensación del vacío en el estómago, la embargó y las lágrimas se les subieron a los ojos. Por suerte, pudo controlarse.

El vientre un poco abultado ya no le daba esa imagen de abdomen plano, pero no le importaba. Tener a su bendición le llenaba de regocijo.

En el trayecto a la iglesia, nunca dejó de padecer esos nervios traicioneros. Entre miradas reconfortantes por parte de sus damas de honor, lograron estabilizarle el pulso. Le entregaron su hoja con los votos matrimoniales, que debía leérselos a Esteban en el altar. Les dio un repaso y sonrió melancólica.

La limosina estacionó frente a la capilla, indicándole a Esteban que esperaba al borde de la desesperación a la novia. Rosario y Jorge se habían adelantado, y ya permanecían a un costado del portón, para empezar la marcha nupcial.

San Román entró a la recepción, y advirtió a todos que ya comenzaba su boda. Las personas que estaban afuera, se colocaron en sus puestos. Ana, Martha y Carlota llegaron al altar y se acomodaron en fila.

― ¿Todo bien? ―inquirió Jorge a María, antes de iniciar la caminata. La llevaba de un brazo. Ella asintió sonriente.

―Ahí viene ―susurró Daniela, al oído de Esteban, quien se le erizó la piel por vislumbrar a la lejanía a su mujer.

La marcha nupcial dio por comenzada. María caminaba con lentitud, con el ramo en las manos y colgada del brazo de Jorge. Lo escogió, para ser quien la entregue al hombre que ama, porque es lo más parecido a un padre que tiene en su vida.

―Me la cuidas, San Román ―advirtió le señor, dejándolos frente al cura y yendo a su puesto.

El sacerdote ofició la misa, y luego de unas palabras le ordenó a cada uno leer sus votos.

―Cuando me preguntaron si realmente quería casarme, respondí con una risa sardónica ―habló Esteban, con un micrófono en una mano y en la otra la hoja con sus escritos―, ya que, en mis años de noviero, no necesité a alguien para convertirla en la señora San Román. ―María lo admiraba, sollozante, apretando los labios―. No supe en ese instante, que estarías ahora mismo frente a mí, con nuestro bebé en tu vientre. Sin embargo, me gustaste apenas hicimos el clic que nos arrastró aquí. Te amo, cada paso que das me hace feliz, la manera de ayudarme y satisfacerme, me hace increíblemente alegre.

―Bueno, San Román... Yo no soy tan específica, quiero hacerte saber que te amo una vez más, que me enorgullece el hecho de que cambiaste algunos hábitos por mí, que adaptaste tu forma de vivir para agregarme un espacio en tu armario y en tu cama. Esteban, eres la mejor manera de empezar la mañana. No necesito alargarme, porque sé que nos daría la noche, y esa es nuestra noche de bodas. Sabes el amor que te tengo, y lo que juntos profesamos.

El conglomerado estalló en aplausos, una que otra lagrima rodó y los gritos halagadores los inundaron. Acto seguido, el padre continuó la ceremonia y el momento más sublime fue cuando se dieron el sí, acepto. Ahí, ya sabían que se tendrían por toda la eternidad.

―Te amo ―dijeron al unísono, y sellaron su entrega nupcial con un beso cálido.

En el salón imperial, habían alrededor de ciento cincuenta invitados, ubicados simétricamente en las mesas decoradas. Los meseros paseaban, llevando canapés, copas llenas de champaña, whisky, brandy y vodka. Había una pista improvisada, donde bailaban su canción de bodas, esa que escogió María, con motivo de sorprenderlo.

―Me haces tan feliz, mi vida ―verbalizó Esteban, apretándola contra él, mientras bailaban al ritmo de la balada―. Ya somos legalmente, y ante Dios, marido y mujer.

―No lo puedo creer, corazón. Estamos juntos, y es para siempre ―comentó, enamorada. Lloraba de felicidad, estaba en un estado de shock impresionante.

Hace poco, solo era la secretaria del presidente, ahora es la esposa del presidente de una de las empresas más exitosas de todo el país. No a cualquiera le cambia así la vida, ella se sentía una completa afortunada.

―La champaña está exquisita, excelente escogencia ―enfatizó una de las tantas invitadas, sentada a la mesa con Daniela, Bruno y Carmela―. Admito que la novia se mira espectacular. Esteban supo escoger bien, a la madre de su hijo.

―Yo supe cuando la conocí, que sería ella quién lo llevaría a dar este paso ―intervino la castaña―, él está tan enamorado que asusta.

―Mi Estebancito se ve muy ilusionado, la Mari chula es una gran mujer ―completó Carmela, extendiéndole al mozo la copa, así se la rellena de brandy―. Qué triste que Albita no lo vea.

―A mí lo que me extraña, es que Fabiola haya venido ―dijo Bruno, entrelazando sus dedos por encima del mantel―. Se supone, que aún está enamorada de Esteban y le duele verlo unirse a otra persona que no es ella.

―Bueno, ese es su problema ―acotó Daniela, rodando los ojos―. Aunque, no ha molestado más a Esteban. Creo que ha empezado a tener amor propio.

―No sé, pero se le ve bien ―apuntó Bruno, divisándola sentada en una mesa con Patricia, Arturo, Demetrio y unos amigos en común―. Cualquiera diría, que lo ha superado.

En la mesa de Fabiola, por partes, aniquilaban y despellejaban a Daniela y la tradición que rompieron por usarla como dama de honor.

―Me hubiera gustado tener a Alba aquí ―se lamentó Fabiola, expulsando el humo del cigarrillo.

―Claro y así destruir a todos a su paso ―exclamó Arturo, mosqueado por la situación. Solo se sentó allí, porque su esposa se lo pidió.

―Puedes hacerlo conmigo, estoy que me llevan los demonios ―musitó Patricia, solo para que Fabiola le escuchara.

Por otro lado, Esteban y María se acercaban a los invitados, agradeciendo una vez más su presencia y preguntando como la estaban pasando.

―Amor, aquí te quiero presentar a uno de mis mejores amigos; Armando Mendoza y su familia ―habló la imponente voz de San Román, entre tanto tomaban asiento con ellos―. Ella es su esposa Beatriz, y la bebé es Camila Mendoza Pinzón.

―Un placer, gracias por haber venido de tan lejos ―sonrió María, estrechando su mano con la pareja―. Hermosa bebé, felicidades por Ecomoda, ya vi la sucursal aquí.

―Gracias por invitarnos ―contestó Betty, acomodándose las gafas―. Me halaga que usted me diga eso, hemos tenido mucho trabajo para sacar la empresa a niveles internacionales.

―Felicidades por su boda, y su próximo hijo ―mencionó Armando, besándole la mejilla a su mujer y cargando a su hija―. Ser papá no es fácil, pero vale la pena todo el sacrificio.

―Me imagino que es una travesía ―dijo María, tocándose por instinto el vientre y sin soltarle el agarre a su marido.

―Un día podríamos reunirnos, los cuatro y cenar ―propuso Esteban―. ¿Viajan mañana a Bogotá?

―No. Pasamos navidad y año nuevo en Puerto Vallarta, tenemos una casa allá ―profirió Armando.

―Buenísimo, entonces solo hay que ponernos de acuerdo.

Los cuatro se carcajearon, y continuaron charlando de trivialidades, mientras los meseros le servían botanas y bebidas. 


N/A:

En multimedia la canción que bailaban María y Esteban. 

Chicas, el final está a cuatro (o quizá un poco más) capítulos. Gracias inmensas por quedarse y entregarse a mi historia. Disfruto mucho leer y responder sus comentarios. 

Les vuelvo a mencionar mi otra historia, H I D D E N, que está buenarda, de pana que sí. 

Se les quiere, cuchis. 

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