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𝑻𝒓𝒆𝒔.

Esa tarde, la empresa no estaba tan concurrida como de costumbre. Esteban no tuvo la necesidad de salir de su oficina, María pasaba todos los recados haciendo una llamada. Aunque, moría por verla, prefirió quedarse refugiado en el despacho. 

―Empresas San Román, buenas tardes ―exclamó María, con el teléfono entre el oído y el hombro.

Comuníqueme con Esteban, por favor ―contestó Fabiola, un poco confundida―. ¿Es usted la nueva secretaria?

―Sí, ¿con quién tengo el gusto? ―preguntó de vuelta.

Soy Fabiola, comuníqueme con Esteban ―ordenó tajante. La pelinegra, frunció el ceño. Pero, de inmediato cumplió.

―Señor, tiene a la señora Fabiola por la uno ―avisó a su jefe.

Está bien, Fernández ―dijo―. Pásala.

Así lo hizo María, y se quedó pensativa. Ella no sabía por qué, pero algo le decía que esa mujer era algo más que una socia o empresaria. Ni siquiera tenía la más remota idea, de por qué pensaba en eso, le parecía ilógico. Volvió a reprenderse a sí misma, por semejante actitud.

Esteban tomó la llamada y sin quererlo, le habló a su novia con altanería.

¿Por qué me hablas así? ¿eh? ―cuestionó Fabiola, molestándose.

El hombre reaccionó y aclaró su garganta: ―Lo siento, querida ―farfulló―. Tengo mucho trabajo, y estoy cansado.

No tienes ningún derecho a pagarla conmigo ―insistió la mujer, con ganas de buscarle problemas a Esteban.

―Ya me disculpé ―espetó―. ¿Para qué llamaste? 

Bueno, quería que cenáramos y... ―Fabiola rio nerviosa―. Y te quedaras esta noche en mi apartamento.

La propuesta sonó muy tentadora para él, no obstante; denegó.

―Dejémoslo para luego, estoy verdaderamente cansado ―y no mentía acerca de su cansancio. Pero, no era la razón por la cual se negó. Tampoco conocía la real, solo era una sensación de no querer y ya. 

Como quieras, San Román ―escupió y colgó. Esteban se quedó observando el teléfono, atónito por la actitud de su chica. A los segundos, se concentró en otras cosas.

En ese momento, alguien tocó la puerta y al recibir la afirmación de él, entró. 

―Señor, debe firmar estos documentos, para poder archivarlos ―María comentó, en voz baja―. Me lo han dicho en recursos humanos.

―Sí, entrégamelos ―concordó Esteban y ella se los puso encima del escritorio. Él firmó y los papeles, volvieron a manos de la mujer.

―María... ―la llamó por su nombre de pila, lo que produjo que el corazón de ella saltara. Enseguida volteó a verlo. El efímero instante en que los ojos de ambos se encontraron, pareció eterno. Fue una especie de clic, algún tipo de energía...Ellos no lo sabían, pero de lo que, si estaban seguros, era de que algo pasó ahí. Los ojos verdes de María, más los ojos color ámbar de Esteban, sellaron la mirada brillosa del otro y lo atesoraron en su mente.

―Dígame ―respondió la pelinegra, luego de aquel silencio. Ahora ella veía el ventanal, detrás de su jefe.

―No, nada. Me equivoqué, puede retirarse ―espetó con desdén. Lo que produjo en María, una rara sensación. Sin rechistar obedeció.

Ya estando en su puesto, más cómoda, se tomó el tiempo de pensar en el cruce de miradas. Sin duda alguna, ella se flechó. Bueno, terminó de flecharse por él. Soltó un suspiro esperanzador, colocó la palma de la mano en su mentón y apoyó el codo en el escritorio, con la vista pérdida en el paisaje que le otorga la ventana de la recepción.

Cayó la noche, exactamente el reloj de mano de María, marcaba las siete en punto. En la empresa solo estaban ella y su jefe. Había pasado el restante de la tarde, acomodando informes en carpetas, memorizando los directorios y anotando citas en la agenda personal de Esteban. Él no volvió a necesitarla, estuvo encerrado en su despacho sin una gota de concentración en su trabajo. Lo único que daba vueltas alrededor de su sien, eran los ojos verdes de su secretaria. No quería pensar en otra que no fuera Fabiola, su novia, conocida por sus dos tías y que ya se había ganado la confianza de ambas. Le estaba siendo infiel con el pensamiento a la mujer, pero la situación se le escapaba de las manos. Él no podía controlar su subconsciente por más que quisiera, la asistente que contrató es divinamente hermosa, y estaba seguro que María no era el tipo de chica que coqueteaba con su jefe, también aseguraba que ella ni sabía lo que ese cuerpo y esa carita toda hermosa, como decía Esteban para sus adentros, causaba en él. Contempló la posibilidad de que aún ella estuviera afuera, esperando la orden de que pueda irse a casa. Decidió salir y verificarlo, la advirtió jugando con el teclado al pinball, en el computador. Verla así, le provocó más ternura de la que sentía por ella. Dio pasos vacilantes, a fin de que la pelinegra notara su presencia.

― ¿Se le ofrece algo, señor San Román? ―la voz de María, era un mar de nervios. Cerró el programa de golpe, y se enderezó en la silla.

―Sí, que te despidas de mí y vayas a tu casa a descansar. ―El hecho de que la haya tuteado, provocó que a María le temblaran las piernas, agradeció al cielo haber estado sentada. Hubiera caído de nalgas, si fuera lo contrario.

Esteban no lograba quitarle la mirada a la asistente. A cada movimiento que ella realizaba, él la seguía, como escudriñándola. A todas estas, la mujer era consciente que su jefe la estaba observando. Por eso, procuró ser rápida al dejar todo ordenando en el escritorio y tomar su cartera, para salir pitando de ahí.

―Buenas noches ―se despidió María, evitando el contacto físico. Estaba de pie, al lado del ascensor―. Y nuevamente, gracias por la oportunidad de trabajar para usted.

―No hay de qué ―objetó él, metiendo las manos, en los bolsillos delanteros de su pantalón―. Aprovecha al máximo tu trabajo.

El elevador abrió las puertas y la mujer entró, oprimiendo con rapidez el botón que lleva a la planta baja. Al llegar a su destino, se despidió de la señora que atendía a los visitantes, en la recepción principal, agitó su mano y ésta le correspondió con una sonrisa.

Afuera, el aire bailó entre las hebras de su cabello azabache. Cerró los ojos, para apreciar con toda delicia el aroma de la noche. Esperó unos segundos, pegada de la puerta principal de la empresa. En realidad, ella no sabía que estaba haciendo allí, ya tenía que irse su casa. Soltó un resoplido cansado, y de repente un auto se estaciona en la acera, con una llanta encima del muro, del coche sale una mujer alta, delgada, cabello alisado y ojos azules. María se fijó en toda la escena, y de inmediato recordó a la muchacha. Es la misma que estaba con Esteban, cuando lo vio en el restaurante. Quiso quedarse a ver si su jefe salía de la compañía, pero en cuanto vio que Fabiola entró, desistió de aquello y comenzó a caminar a la parada de autobuses. La mujer de cabellos castaños, ni se detuvo a verla. De hecho, la ignoró, como si nunca hubiera estado ahí.

Entre tanto, Esteban San Román caminaba a la salida de su empresa, con el maletín en una mano. Divisó a Fabiola, recostada en el mesón de la recepción y frunció el ceño.

― ¿Qué haces aquí, mujer? ―interrogó, plantándole un beso en la boca a ella.

―Te vine a convencer de que cenemos ―contestó, y tomados de la mano, aguardaron hasta el auto de la castaña. Ya estando dentro, Esteban insistió en que no tenía ganas y esto, causó molestia en su novia.

―No quieres hacer nada nunca ―escupió Fabiola, aumentando la velocidad del coche―. Estoy cansada de tu actitud.

―Primero, le bajas a la velocidad ―profirió Esteban, removiéndose en su asiento―. Segundo, el hecho que no acepte una invitación a comer hoy ―afincó la palabra―, no significa que no quiero hacer nada contigo.

―No trates de excusarte, Esteban ―dijo la mujer, terminando por irritar a su novio―. Por cierto, la tal Érica, ¿fue la que contestó el teléfono?

―Contraté a otra ―aludió él, viendo por la ventanilla, sin bajar el vidrio―. Se llama María Fernández.

― ¿Y está mejor preparada? ―interrogó, y paró al ver un semáforo en rojo―. ¿Qué te hizo cambiar de opinión ahora?

―Si, por supuesto ―mintió. No podía confesarle a su novia la verdadera razón, por la cual desistió de los servicios de Érica y eligió a la pelinegra―. Puedes conocerla, cuando vayas de visita a la compañía.

―Tal vez mañana lo haga.

Esteban asintió, y el camino hasta su casa fue en completo silencio.

María, yacía enrollada por su edredón y con el pijama puesto, lista para dormir. Estaba agotada, apenas y probó bocado de la cena. Los tacones causaron un fuerte dolor en sus pies, tuvo que calentar agua, introducirlos y luego masajearlos con una crema mentolada. El dolor no desapareció del todo, pero puede soportarlo un poco más. Ahora que empezó a laborar tiempo completo, le es imposible ver la telenovela, eso le está doliendo aún más que sus pies. Logró con éxito, quedarse dormida. Eran menos de las diez, pero los ojos se le cerraban solos, por eso cayó rendida en menos de media hora de haberse acostado. Antes de ello, había lavado y planchado la camisa y la falda, para nuevamente colocársela mañana. Odió a su jefe, en cuanto él le dijo que esa vestimenta que cargaba era con la que iría todos los días. Se planteó ahorrar, y luego salir a comprar más faldas y más camisas del mismo modelo.

A su vez, Esteban disfrutaba de la soledad su mansión. La mansión que, algún momento estaría inundada de aroma familiar. Compró esa casa, a petición de su tía Alba, ella junto a su otra tía vivieron una temporada con él. No obstante, decidieron abandonar la residencia a fin de que el pelinegro llegara a convencerse de que debía casarse cuanto antes con Fabiola. Lo que ellas no sabían, era que él nunca aceptaría a su actual novia como esposa. Tenía una corazonada, de que todavía faltaba para que conociera al amor de su vida. Descansaba en el sofá de la sala principal, tenía en sus manos un vaso lleno de whisky, y bebía con cuidado, así no se le subía el alcohol y pudiera irse a dormir tranquilo. Cerró los ojos, y como si de una señal se tratase, la jovencita de piernas descubiertas, cabello azabache y ojos color verde; apareció en la mente del hombre. Esteban disfrutó imaginarla, sonrió, de hecho. No recordaba pensar a Fabiola, como empezó a hacerlo con María. Tampoco tenía en cuenta, lo que le estaba pasando con su secretaria. Se negaba a sí mismo, la posibilidad de que ella le gustara. En su vida, alguien le llamaba la atención, con la velocidad que le causó ésta mujer. Sin embargo, estaba sucediendo, y no pretendía cambiarlo. Si en algún punto de su experiencia, laborando con María, se llegase a enamorar de ella, haría todo lo posible, para que también la pelinegra le correspondiera. Vio la hora en el reloj de pared, eran las diez y media de la noche. Dejó el trago encima de una mesa y subió de dos en dos los escalones, hasta llegar a la cima de la escalera. Observó el vacío de la mansión, jadeó y con pereza desapareció en su recámara, para darse una ducha y dormir.

Pasaron par de semanas más. La misma rutina de siempre. Ninguno hacía un esfuerzo por dirigirse más de tres palabras, por un lado, María estaba muy incómoda, él llegaba a tutearla, para después tratarla con formalidades. Esteban, logró arreglar las diferencias con Fabiola, y estaban la mar de satisfechos. Su actitud con su secretaria, prefirió mantenerla a nivel profesional, esa era la razón, por la cual le trataba de 'usted'. Le parecía lo mejor, no quería problemas con la celosa de su novia, pensó.

Llegó el momento, de realizar la junta de concejo. El señor San Román, citó a los socios en la compañía, puntuales a las nueve de la mañana. Escogió ese instante, para presentar a su nueva asistente y ponerla a disposición de alguno de ellos, en dado caso que deban hacer algún trabajo en la oficina.

―Faltan unos diez minutos, puede ir al servicio y acicalarse ―advirtió Esteban a María, estaban reunidos en su despacho, organizando los temas que se tratarían en la dichosa reunión―. La necesito presente ahí, a mi lado. Conocerá a mis colegas.

―Está bien ―murmuró ella, sin levantar la vista de los documentos―. No tengo ganas de ir al baño, gracias.

Como parte de su manera de ser, él frunció el ceño y la observó, lo que hizo que ella se sintiera incómoda.

― ¿Pasa algo? ―preguntó con timidez. En esta ocasión, ambos volvieron a cruzar sus miradas verdosas. Y si, la rara energía, el clic... o lo que sea, volvió a hacer acto de presencia. ¡Ellos sintieron bonito, al quedarse viendo!

―Estoy admirando lo perfecta que se ve hoy ―soltó y a María se le aceleró el corazón. Estaba segurísima, que él podía escuchar los latidos desde su asiento. Se ruborizó, mientras que él, seguía mirándola, sin estar consciente de lo que dijo hace un minuto. 

La mujer se levantó y corrió a la puerta del despacho, analizó la hora en su reloj de mano y ya no faltaba nada para el comienzo de la junta. Exclamó: ―Iré a mi escritorio, lo esperaré y pasamos a la sala de conferencias. ―Sin más, evacuó la oficina y se lanzó a su silla, a revivir una y otra vez las lindas palabras dichas por Esteban. Se permitió suspirar, como lo que era: Una simple secretaria, enamorada del adonis que tenía por jefe.

Divisó al hombre salir de su oficina, no se detuvo a conversar con ella, para llegar juntos a la sala de juntas. La mujer asumió que debía ir tras él y así lo hizo. Como todo un caballero, Esteban cedió el paso a María, y ésta entró de primera. Paseó los ojos por todo el lugar. Nunca estuvo allí, hasta ese momento. Vio cuatro accionistas, sumidos en su propia discusión.

―Buenos días, señores ―manifestó Esteban, derritiendo a María con su imponente voz―. Bienvenidos a la junta de concejo.

―Buenos días ―agregó la pelinegra, tomando asiento al lado de él.

―Les quiero presentar a mi nueva asistente ―anunció él―. María Fernández.

―Mucho gusto, Demetrio ―se presentó uno de los socios, estrechando la mano por encima de la mesa. ―Igualmente ―contestó ella, dedicándole una sonrisa amable.

―Soy Bruno. ―A María se le hizo cómico el aspecto del sujeto. Parecía sacado de alguna película cirquera. También intercambiaron saludos y alguna sonrisa.

―Un placer, señorita. Mi nombre es Arturo ―presentó otro de ellos y éste le besó la mano.

―Servando, mucho gusto ―Éste último, se tomó la libertad de levantarse, estrechar la mano con ella y sonreírle. La pelinegra también le sonrió y se puso a la disposición laboral de todos.

Esteban enarcó una ceja, nunca vio a Servando actuar de esa manera. Hizo una mueca con disimulo, creyó que el hombre tal vez comenzaba a cambiar, después de tanto tiempo.


N/A: 

Así super cortito: Amo que les esté gustando la historia, de verdad gracias por comentar su punto de vista, y dejar estrellita. Aunque no lo crean, eso significa todo para mí. 


𝕩𝕠𝕩𝕠, 𝔸.



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