Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝑻𝒓𝒆𝒄𝒆.

Esteban paseaba por las tiendas, tomando con mucho orgullo la mano de María.

― ¿Te gusta esto? ―le preguntó él, admirando una vidriera que mostraba un vestido negro demasiado corto―. Te quedaría perfecto.

―Es muy revelador ―contestó ella, apretándole la mano―. Y no, no me quedaría bien.

―Con esas piernas, si ―contraatacó.

―Sé que, en la oficina, no podías dejar de verlas ―bromeó, y continuaron su camino.

La tía Carmela, avisó por medio de una llamada que se demoraría unos minutos más. Necesitaba con urgencia, zafarse de Alba y poder desviarse al centro comercial.

Se asomaron a un pequeño quiosco, ahí vendían globos, chocolates y peluches.

―Guao, que oso más lindo. ―La pelinegra, observaba desde antes que se acercaran, un oso panda tamaño mediano.

―Buenos días, señorita ―vociferó Esteban, frunciendo el ceño. María lo miró curiosa―. Hágame el favor, de bajar ese oso. ―Le señaló con el dedo, el peluche y la dependienta ejecutó la orden.

San Román, realizó un ademán para sacar su billetera del bolsillo trasero del pantalón. Sin embargo, María se fijó y no lo permitió.

―No lo compres, no es para nada necesario ―riñó, soltándose del agarre y cruzando los brazos sobre su pecho―. Vamos a la feria, ¿no?

En realidad, ella se sentía llena de pena. Nadie, gastó dinero en complacerla y no estaba acostumbrada a esas comodidades.

― ¿Por qué no? ―preguntó, incrédulo―. Me hará bien, comprarlo para ti.

―No, Esteban. ―Lo haló, murmurando una disculpa a la mujer tras la vidriera. Él, usó su fuerza y se mantuvo en el mismo lugar. María, al notar que no logró sacar a su novio de allí, dejó de insistir y volteó a mirarlo―. ¿Qué? Vámonos.

―Señorita, aparte del osito ―habló con la persona, ignorando a su asistente―, me dará una caja de chocolates oscuros, unos bombones y dos globos plateados.

En cuestión de segundos, ya Esteban había cancelado el pedido y agradeció a la dependienta con suma tranquilidad. Se alejó del quiosco, y dio algunos pasos.

―Eres insoportable ―masculló Fernández, sin siquiera mirarle a los ojos. En cuanto escuchó, que él no hizo caso a su petición, se marchó de su lado; posándose en un barandal y admirando la multitud dispersa entre los pisos del mall―. No quiero que me hables.

Esteban se carcajeó, y con la mano que tenía libre la abrazó por la cintura, depositándole un beso en la nuca.

―No importa, vamos a la feria ―propuso. Aunque ella se negaba rotundamente, a cargar con sus regalos, sostuvo decidida la mano de él.

Llegaron al sitio, ganándose miradas curiosas de las personas que yacían en el lugar.

― ¿Por qué nos ven tanto? ―inquirió la mujer, nerviosa.

―Tranquila ―calmó Esteban, que se fijó en el comportamiento de María. Se encogió de ternura―. Lo más seguro, es que me vean a mí... No es nada común, que el presidente de una gran empresa pasee tomado de la mano con una chica distinta a la que todos creen que es mi novia.

María asintió, y continuaron el andar hasta una mesa alejada.

Esteban la dejó sentada, y fue a un establecimiento de comida mexicana. Pidió enchiladas suizas, para su tía Carmela, para él unas gorditas y para su novia los tacos al pastor. Le entregaron un ticket y regresó a la mesa.

―Estoy nerviosa ―confesó, secando sus manos que habían comenzado a sudar―. ¿Y si no le caigo bien a tu tía? ¿Si resulta ser como la señora Alba?

―No te martirices, pensando en mi tía Alba ―soltó el hombre, cogiéndole la mano y besándosela―. Además, Carmela es un amor, como te había dicho, la amarás.

Al mismo tiempo, la antes mencionada aparece con una sonrisa radiante, y se planta frente a ellos.

―Hola, mijito ―saludó, besando la mejilla de él. Se propuso tomar asiento, pero volteó su vista a un lado y escudriñó a María sin dejar de sonreír―. Tú debes ser...Ah, si la chula que me comentó mi Estebancito.

La pelinegra se sonrojó y exclamó: ― ¿Cómo está? ―Le extendió su mano, levantándose―. Es un placer, señorita San Ro―

―No ―interrumpió, soltándole la mano―. Nada de señorita, soy Carmela, a secas.

María asintió y ambas volvieron a las sillas. 

Por el micrófono, llamaron a Esteban y este corrió a buscar la comida.

―Tu cabello está...divino, muy lindo, eh ―parloteaba la señora, sin despegarle la vista de encima a la muchacha―. No lo cortes, déjalo crecer.

―Muchas gracias ―dijo, casi en un murmuro. Quería ser más sociable, hablar con ella. Le cayó de maravilla, pero no sabía que platicar. Optó por callar.

―Hombre, no seas tímida ―continuó Carmela, viendo a lo lejos a su sobrino llegar con la bandeja―. Yo no muerdo, en serio.

María iba a responder, sin embargo; Esteban colocó las cosas sobre la mesa y estremeció a Fernández: ―Buen provecho.

―Que novia más linda te conseguiste, mi amor ―comentó Carmela al sujeto―. Mejor que la odiosa de la Fabi.

―Sí, tía. Gané la lotería ―pronunció, y le dedicó una mirada penetrante a María. Se revolvió en la silla, sintiéndose de pronto acalorada y más feliz que nunca.

Al determinar su 'desayuno', la pelinegra sonrió para sus adentros. Él, recordó lo que una vez hablaron en el súper mercado, tenía frente a ella tres tacos al pastor y una soda.

El momento, transcurrió ameno, como si no existieran los curiosos, que cada tanto los observaban con el ceño fruncido. Intercambiaron información, gustos y demás. Carmela no pudo evitar, conversar acerca de sus telenovelas, y lo mucho que le gustaba peinar. A esto último, María se interesó e inquirió:

― ¿Por qué no practicas con alguien?

―No tengo a nadie. ―Se encogió de hombros, soltando la servilleta con la que estuvo limpiando la comisura de su boca―. Mi hermana Albita, tiene su cabello corto y Fabiola no se deja tocar nomás por Esteban.

―Descuida, puedes peinarme a mí ―aseguró, dedicándole una sonrisa y bebiendo del refresco. 

― ¿En serio, Mari?

―Por supuesto, Carmela.

― ¡Eres a todo dar!

Esteban veía todo, maravillado. Desde siempre, supo que ellas congeniarían al instante.

Luego de haber comido, dieron varias vueltas y María decidió llevar los regalos que su novio le compró.

―Gracias por esto, y más ―dijo, besándole la boca.

―Ay, qué bonito amor ―expresó Carmela, que los veía encantada. Ambos rieron, y cerraron el encuentro con un pico.

En el estacionamiento, la doña aprovechó y encendió un cigarrillo. San Román dejó a María con ella, porque él debía hacer algo con urgencia.

―No entiendo por qué nos dejó esperando ―farfulló la pelinegra, rodando los ojos―. ¿Qué tanto se tarda?

Carmela se reía a carcajadas, y expulsaba el humo de su boca.

―Hace un minuto que se fue, ahorita viene.

María suspiró, y se subió al coche de su jefe junto a la señora. Encendieron el aire acondicionado, y cerró los ojos al reposar la cabeza en el asiento.

Un par de minutos más, y llegó Esteban con una bolsa color oscuro. Carmela le hizo señas, que le pasara el paquete y él se lo entregó por la ventana trasera y se subió al puesto de piloto.

―Hola, señorita ―susurró al oído de María, y esta se sobresaltó―. ¿Nos vamos?

―Sí, caballero ―masculló, ladeando el rostro y admirando a su hombre. Lo encontró de perfil, colocando las llaves y así poder arrancar. Jadeó, enamorada y en su estómago se instaló una agradable sensación. Se colocaron el cinturón de seguridad, y salieron del centro comercial prometiendo regresar pronto.

El trayecto pasó rápido, entre risas y alguno que otro canto por parte de María que no evitaba subirle volumen a la radio y cantar a todo pulmón.

Dejaron a Carmela frente al apartamento que compartía con Alba, y se despidió agitando la mano, no sin antes invitar cuando quisiesen ir a ambos jóvenes.

―No paro de decírtelo, me cayó requeté bien ―exclamó la pelinegra, besando la mano de su amado.

―Te lo dije, María, mi tía es excepcional.

Se sonrieron, y el silencio reinó hasta que llegaron a casa de Fernández.

―Te quiero ―pronunció Esteban, acunando su mediana cara entre sus manos―. Juro que me duele despegarme de ti.

―Yo también siento lo mismo ―verbalizó con pesar, y colocó la palma de sus manos sobre las de él―. Mañana nos vemos, ¿va?

―Está bien ―contestó, no muy convencido.

Se bajó del auto, y le abrió la puerta. Unieron sus labios, por última vez en el día y sin afán, ella entró a su morada, soltando el aire contenido.

―San Román, San Román... ―canturreaba la mar de emocionada.

Llegó a su habitación, se desvistió y caminó al sanitario con el fin de darse un buen baño.

Entre tanto, Esteban aparcó su carro en el garaje de la mansión y sacó lo que compró sin que su secretaria se fijara. Lo atesoró en su recamara, eso le serviría para después.

(***)

El lunes por la mañana, María paseaba por los pasillos de la empresa un poco atareada. Ese día, llegaba Gerardo Salgado y Esteban había hecho cambios radicales, porque Salgado avisó de un momento a otro. Aprovechó, y telefoneó a la nueva accionista, Sara, comunicándole que debía estar puntual en la junta del concejo, a las nueve.

Apenas y tuvo tiempo, de pasar a la oficina de su jefe y saludarle. Simplemente, le besó y salió disparada a la fotocopiadora, para imprimir cada documento necesario. Encontró al mensajero, y comenzaron una plática sin importancia.

―Llevo cinco años aquí ―confesó Fredy, dejando sobre una mesa algunos papales―. Muy bueno el trato.

―Sí, no me quejo. ―Se encogió de hombros, y largó un bostezo.

― ¿Sabes? ―inquirió el sujeto, acomodándose la camisa―. Aquí hay que estarse atento. A pesar, que el señor San Román es una buena persona, sus amigos no tanto.

― ¿Por qué dices eso? ―cuestionó, confundida.

―Algunas actitudes extrañas en algunos accionistas ―contestó, alzando las manos―. El señor... ¿Maldonado? ―María asintió, esperando que Fredy continuara. No era por nada, pero ella quería saber acerca de las amistades de su novio―. Es un sujeto tosco, amargado y muy perverso.

―Vaya ―articuló, enarcando una ceja.

―Con la antigua secretaria del jefe, la mujer se llama Astrid, se quiso sobre pasar ―confesó. El corazón de la morena, palpitó aún más rápido―. Solo que, para evitar un escándalo, todo se discutió a puerta cerrada y nadie supo más.

―No sé qué decir. ―Al escuchar aquello, María se imaginó en una situación similar y se estremeció. Ahora sí, estaría más atenta que nunca.

―Cuídate mucho, de él y de los demás ―sugirió, y se marchó arrastrando su carro.

María quedó pensativa y un poco aturdida, terminó de sacar las copias y las archivó en carpetas de manera ordenada. Cerró la puerta del lugar, cuando hubo salido y regresó a la recepción del piso quince y se refugió en su puesto de trabajo, dejando los documentos en una esquina de su escritorio.

El teléfono fijo sonó, y lo tomó en el acto.

― Empresas San Román, buenos días. ―Cogió un bolígrafo, y mordía la punta con ansiedad.

Buenos días, por favor con Esteban ―habló una voz femenina.

Las alarmas de María, se activaron.

― ¿De parte? ―demandó, alzando la voz sin querer.

Soy Daniela Márquez ―respondió la mujer, sonando tímida.

―Enseguida la comunico ―dijo, con el entrecejo fruncido y marcó a la extensión directa de Esteban―. Te busca una tal Daniela ―espetó.

Pásala, por favor ―masticó él, despreocupado.

―Como digas. ―Actuó con rapidez, y oprimiendo unos botones logró pasar la llamada y ella colgó el teléfono.

Ya que, no tenía mucho por hacer, optó por llamar al señor Jorge Álvarez del Castillo.

Al tercer repique, contestó: ― ¿Bueno? ―Sonando soñoliento.

―Jorge, ¿Cómo le va?

¡María, hija! ―exclamó, avispado―. Estoy bien, ¿tú?

―Bien también, gracias. Yo...quería preguntarle cuando iremos a la universidad.

Oh, sí. La semana que viene, el lunes, creo.

―Perfecto, ¿nos encontramos allá? ―Mientras charlaba, mecía sus piernas, haciendo que su falda de subiera levemente.

No, paso por ti a tu casa ―aseguró, y de fondo se escuchaban unas voces―. Aquí está Carlota, ¿quieres hablar con ella?

―Será entonces ―croó―. ¡Claro que sí!

Adiós, María, cuídate ―se despidieron, y Jorge le extendió el teléfono a su hija―. Hola, amiga.

―Carlota, ¡tenemos tanto que hablar! ―vociferó, llena de alegría. Olvidándose por completo, que su novio mantenía una conversación telefónica con una desconocida para ella.

Ya veo, Mari linda ―comentó riéndose―. ¿Puedes almorzar fuera hoy?

―Creo que sí, te estoy avisando antes del medio día ―informó, y pasaron algunos minutos más en charla amistosa.

La pelinegra cerró la llamada, cuando divisó a un hombre saliendo del ascensor, con dirección al despacho de Esteban. Se colocó de pie, alisando su vestimenta y enseñando una sonrisa.

―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

Gerardo Salgado, la admiró con descaro de pies a cabeza, escudriñando la hermosa silueta de María, dejando sus ojos azules pegados a las piernas.

― ¿Señor? ―carraspeó, resonando el tacón en el suelo.

I'm sorry, ohm... ―habló en inglés, queriendo sorprender a la mujer, fallando en el intento. La mirada de Fernández, era neutral―. Me llamo Gerardo Salgado, estoy aquí para la junta de concejo.

Estrecharon sus manos, y ella dijo: ―Falta hora y media, para que empiece. Espere sentado allí, ¿le ofrezco algo?

―Un café está bien ―pidió, sin dejar de observarla.

María asintió, y antes de avisarle a su jefe de la presencia de aquel hombre, llamó a cafetería para que le llevaran el pedido.

―Con permiso ―comunicó al castaño, entrando a la oficina de Esteban y cerrando la puerta con fuerza.

Abrió los ojos, incrédula. Él todavía, discutía por teléfono. La silla estaba volteada, hacia el ventanal. Así que, no podía darse cuenta de que la joven moraba allí.

Comprende, Daniela no puedes salirte así por así ―farfullaba San Román. María escuchaba todo, pegada a la puerta―. Sí, yo entiendo...déjalo todo, por ahora... Que no, estoy en la oficina. ¡Puedes venir si quieres! Está bien, te espero, besos.

Ti ispiri, bisis ―escupió, celosa la pelinegra―. ¿Quién es esa mujer?

― ¡Mujer, me asustaste! ―exclamó Esteban, rodando el asiento a su sitio y advirtiendo a María con las mejillas encendidas―. Daniela es la esposa de Demetrio.

― ¿Por qué le mandas besos? ¿Eh? ―indagaba, con un deje de rabia recorriéndole el torrente sanguíneo. Se acercó al pelinegro, demandante.

―Es una persona a quien quiero muchísimo, es como mi hermana ―masculló, e incitándola a sentarse en sus piernas. María negó con la cabeza, y se quedó parada frente a él.

―Aja, sí. ―Rodando los ojos. Cruzó los brazos, haciendo que sus pechos se peguen aún más.

La vista que tenía Esteban, era perfecta.

Su novia celosa, se miraba radiante, provocativa y excitante. La faldita, la camisa y las piernas descubiertas lo volvían loco. El cabello cayéndole en cascadas, sobre la espalda le permitía imaginarse muchas cosas lujuriosas.

Sin preámbulos, extendió una mano y enroscó los dedos sobre el brazo de María y la haló con brusquedad, dejándola caer de golpe sobre su regazo. El choque, ocasionó un roce de intimidades entre ambos, y conllevó a una notable erección en el pantalón de Esteban. La chica se sonrojó, quiso evitar que él la viera así y lo besó con desespero.

―Exquisita, como siempre ―comentó el sujeto, al separarse. Con la yema del pulgar, le limpió la comisura de la boca. Ella hizo lo mismo.

―Vine a decirte, que afuera está el señor Salgado.

Se bajó de las piernas de él, y acomodó su falda. Sentía una punzada de celos, al recordar a la fulana Daniela.

―Hazlo pasar aquí, cariño ―ordenó con ternura.

María acató la petición, colocando mala cara al notar que Gerardo seguía comiéndosela con la mirada. Resopló con fastidio, y lo ignoró.

Abrió una página en internet, y se direccionó al correo electrónico. Cliqueó para redactar un mensaje y luego lo envió. No esperó mucho una respuesta, ensanchando una sonrisa lo leyó:

"No puedo creerlo, ¡al fin me escribes! Veámonos, hoy, ya". 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro