Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝑪𝒂𝒕𝒐𝒓𝒄𝒆.

La junta dio por comenzada, trayendo consigo dos caras nuevas.

―Señores, agradezco su presencia ―habló Esteban―. Aprovecho para dar la bienvenida a Sara, la nueva accionista y Gerardo Salgado, el presidente de Salgado Inc.

Bruno y Demetrio, enarcaron una ceja. Servando, no quitaba sus ojos de María, era algo que no disimulaba, ni le importaba. Esteban, parece no notarlo, creyó. Arturo Ibáñez, se presentó ante ellos con suma cordialidad.

―Bienvenidos a las Empresas San Román ―dijo, extendiendo la mano a ambos.

Después de la actitud de Arturo, los demás hicieron lo mismo.

En el subconsciente de María, resonaban las palabras de Fredy. Sentía nervios, pero en su semblante deslumbraba seriedad. Clavó la vista, en los documentos. A pesar de no entender mucho, los leía una y otra vez.

―Estamos de acuerdo ¿no? ―cuestionó el pelinegro, terminando de colocar el sello en la parte inferior del contrato. Todos asintieron, y firmaron.

―Yo me retiro, con permiso ―espetó María, sin controlar el tono quebrado en su voz. Salió despidiéndose, y corrió al servicio.

Esteban la observó, hasta que ella desapareció de la sala de conferencias. Frunció el ceño, más no replicó. Se quedó un momento con los socios, y con ayuda de los demás le explicaron el mecanismo de funcionamiento de las juntas, de las transacciones y algunos movimientos en la bolsa.

Servando se retiró en busca de la muchacha. No obstante, fracasó. Pues, no la vio en su escritorio, sería sospechoso seguir buscándola por toda la compañía. Pidió el ascensor y se largó.

―Haremos grandes cosas ―aseguró Sara, besando a Gerardo en la mejilla―. Adiós, un placer.

―El gusto es mío. ―Le palmeó el hombro a la mujer, guiñándole un ojo.

Media hora después, Fernández jugueteaba al dominó en el computador. Su trabajo era escaso, no había mucho por hacer. Adelantó algunas cosas del día siguiente, y el sueño la estaba venciendo.

Una mujer castaña, alta y ojos claros se acercó a ella con una amable y tímida sonrisa.

―Hola, ¿María? ―saludó, con cierta confusión.

―Dígame ―espetó, pero luego se arrepintió de sonar grosera. Pausó el juego, dirigió sus gemas verdes a las de la joven y afloró una sonrisa―. Lo siento.

―No importa, vengo a ver a Esteban. ¿Podría anunciarme?

―Su nombre. ―María descolgó el teléfono, y lo tenía en una mano dándole vueltas al cable con un dedo.

―Soy Daniela.

No puede ser, pensó la pelinegra, mientras rodaba los ojos con disimulo.

La castaña entró y en cuanto se cruzó con su mejor amigo lo abrazó. Las lágrimas salieron, y sollozaba con fuerza. Él solo la apretaba, sintiendo un nudo en el estómago.

―Tranquila, Dani ―dijo, sobándole el cabello―. ¿Nos sentamos?

Llegaron al sofá y ella le contó todo, con lujo de detalles. Había peleado con Demetrio, porque descubrió que él le era infiel.

― ¿Conoces a algún abogado? ―preguntó Daniela, sorbiendo por la nariz.

Esteban le entregó una caja de pañuelos, para que se limpiara la cara.

―Conozco muchos ―contestó, haciendo una mueca―. Dentro unos minutos, me comunico con alguno de ellos.

―Te agradezco, Esteban ―profirió, suspirando.

Daniela, llevaba los ojos hinchados, el cabello peinado en una perfecta coleta y las mejillas y nariz rojas. Su voz sonaba más grave, debido a todo lo que ha llorado.

―Demetrio es una porquería ―siseó él, con los puños apretados. Sí, ambos eran sus amigos. Pero, nunca pondría a Rivero por encima de Daniela. Ella ha sido su amiga de crianza, siempre juntos. Graduados en la facultad de economía, más grande de México.

Demetrio y ella, se conocieron en un cóctel, realizado el día del primer aniversario de las Empresas San Román. Sofía y Daniela Márquez, provienen de una familia de abolengo, que se codea con las clases mayoritarias. Sofía, la menor de ambas quedó prendida de Rivero y al poco tiempo se casaron. Lamentablemente, ella sufría de esquizofrenia y murió, dejando a una bebé huérfana―ya estaba embarazada, cuando se fijó en Demetrio―. Daniela tuvo que cuidarla, a pesar de no ser su hija, la adora y vela por esa niña como si lo fuera.

―Ya... no vale la pena hablar de él ―espetó, tosiendo―. ¿Esa que está afuera, es tu nueva secretaria?

Esteban asintió con una sonrisa, telefoneando a un amigo suyo que era abogado.

― ¿Con quién dejaste a Ana Rosa? ―preguntó el pelinegro, volviendo a marcar.

―Con la niñera ―respondió, incorporándose. Tomó su bolso de mano y le hizo señas que saldría a la recepción.

María redactaba un informe, mientras escuchaba un poco de música a un volumen moderado.

Se percató de la presencia de Daniela, y despegó su concentración del computador y ofreció su ayuda a la castaña.

―Por ahora nada, muchas gracias ―dijo, encogiéndose de hombros.

Caminaba de un lado a otro, eso ponía nerviosa a la pelinegra.

Esteban salió de su despacho, observó cómo María veía de reojo a Daniela y se rio por lo bajo.

―Dani, pasa por favor ―llamó a su amiga. Fernández volteó y clavó su mirada en él, incrédula―. Tengo noticias.

― ¡Al fin! ―exclamó, haciendo un ademán. Le dedicó una sonrisa cortés a María, y entró a la oficina de San Román.

― ¿Comemos juntos? ―interrogó él, a su novia. Ella negó, sin mirarlo―. Ya te expliqué quién es Daniela.

―Es inevitable no sentir celos, ¿okey? ―espetó, rodando los ojos. Empezó a tararear la canción. 

―Mi celosa bonita ―alagó, propinándole un beso en la mejilla. María se sonrojó―. Entonces... ¿Comemos juntos? ―repitió.

―No ―volvió a negar―. Quedé con Carlota, y alguien más. Lo siento.

―Descuida ―le restó importancia―. Almuerzo con Daniela.

―Está bien.

El reloj marcó las doce en punto del medio día.

María recogió su cartera de mano, y pensó dos veces si despedirse de Esteban o no. Llevaba más de una hora y media, encerrado con su 'amiga', en el despacho. No quería interrumpirlos. Resopló, y tocó la puerta.

―Pase ―declaró Daniela. Ella abrió los ojos como platos.

Advirtió al par, sentados frente a frente, los separaba el escritorio. Estaban en silencio.

― ¿Te vas? ―cuestionó Esteban, cruzando los brazos.

―Así es, ¿quieres que les pida algo en la cafetería?

―No, saldremos al restaurante de la esquina ―informó él, con la expresión cálida―. Despídete de mí, como se debe ―masculló, al ver que la joven se retiraba sin siquiera darle un buen beso.

María arqueó las cejas. Sin embargo, se acercó y le plantó un casto beso en la mitad de la boca.

―Bien... ―reprendió, apretándole los antebrazos e inclinándose hacia ella. La besó, jugueteando con su lengua, mordisqueándola.

Daniela quedó boquiabierta, pero emocionada por su amigo.

―Ya. ―Se despegó, respirando entrecortadamente―. Nos vemos, adiós.

Salió envuelta en una gran vergüenza, con la chica que tuvo que admirar ese encuentro.

 Llegó a planta baja, saludando a la recepcionista con la mano.

― ¡Carlota! ―saludó a la rubia, fundiéndose en un abrazo. Luego, caminaron hasta el coche de ella y se subieron.

―Estás feliz ―afirmó, escudriñándola. Comenzó a manejar―. ¿Se debe a...San Román?

―Sí ―confesó, con un brillo en sus ojos―. Adivina.

―Se acostaron ―bromeó, sabiendo que su amiga nunca ha intimado.

― ¡No! ―expresó apenada―. Eres una babosa.

―Entonces...

―Somos novios ―soltó, mordiéndose el labio inferior.

Carlota echó un grito de felicidad, y tocó bocina.

―Estoy feliz, muy feliz por ti mi Mari ―comunicó, enseñándole sus dientes―. Espero sea por un buen tiempo.

―Yo también. ―Suspiró. Alrededor de su sien, sentía mil corazones rodeándola.

Aparcaron frente a un restaurante de comida mediterránea.

―Allí está ―dijo Carlota, señalando una mesa en específico. María sonrió, y juntas caminaron al punto de encuentro.

― ¡María, que gusto verte! ―saludó a la pelinegra, con un beso en la mejilla. Hizo lo mismo, con Carlota.

―Ana, también me da gusto estar aquí ―comentó María, tomándole ambas manos.

Se sentaron y procedieron a ordenar.

―Te ves bien, ¿conseguiste el trabajo que querías? ―preguntó Ana, bebiendo agua.

―Sí ―asintió.

―Qué bueno por ti, nena. ―Le sonrió.

Estuvieron sumidas en su discusión durante toda la comida. María había decidido contactar a Ana, para hablar con ella, a veces la extrañaba. Además, la pelirroja, es del mismo estatus social que Esteban. En un futuro, no tan lejano le pediría algunos consejos de cómo llevarse con ese tipo de personas.

Entre tanto, Esteban pidió almuerzo de la cafetería y comió con su mejor amiga. La castaña desistió a última hora, de salir a algún sitio. Usó la excusa de verse fea e hinchada, sería la comidilla de todos al día siguiente, si se la topan así, tan devastada.

―O sea, es oficial ―habló Daniela, sin salir de la sorpresa de enterarse del noviazgo entre María y Esteban―. Te aceptó, así ¿sin más?

―No ―dijo, frunciendo el ceño. Tan característico de San Román, juntar las cejas por cualquier motivo―. Se hizo la difícil, pero logré conquistarla.

―Ay... ―se carcajeó la castaña, cogiendo con la mano el crotón y dándole una buena mordida―. Me da cierta ternura tu secretaria ―confesó, asomando una sonrisa torcida―, aunque creo que me odia.

―No te odia, está celosa ―contestó, sorbiendo del popote―. Ya le expliqué que papel representas para mí. Respondió que es inevitable no sentirse así.

―La comprendo. ―Realizó una mueca, y el color de sus ojos se hizo más brillante. Iba a llorar.

―Eh, no ―riñó él, alzando la palma, en señal de stop―. Nada de lágrimas, Demetrio no merece nada de ti, ni siquiera lástima.

―Ambos sabemos que seguiré triste por mucho tiempo ―manifestó con pesar―. Pero, este no es momento de espectáculos. Además, me tengo que reponer rápido; odiaría que Annie me viera así.

―Por eso, y por ti también ―refutó Esteban, terminando su almuerzo y revisando la hora en su reloj de mano―. Se nos fue el tiempo.

―Qué manera tan particular de correrme ―bromeó, soltando una risotada―. Igual, debo marcharme.

―Cuídate, por favor ―pidió, despidiéndose de ella―. Llámame si necesitas algo.

―Seguro, gracias ―pronunció, suspirando con cansancio.

Salió de la oficina, chocando sin intención con María, mientras la pelinegra aparecía por el ascensor.

―Lo lamento ―se disculpó la castaña, frotándole el hombro donde la golpeó. El choque de perfumes, perturbó a María, haciéndola toser. El aroma era muy fuerte.

―No, no, no; discúlpame tú a mí ―habló la joven, con pena.

―Disculpada. ―Daniela le sonrió con sinceridad.

Se vieron fijamente por última vez, y cada quién siguió su ruta.

María corrió al sanitario, y se encerró en un cubículo.

Lo que se temía, ha manchado de sangre su falda, justo en el medio. Maldijo para sus adentros, y por fortuna cargaba toallas sanitarias. Se limpió como pudo y se colocó una. Se lavó las manos, pero no hallaba como ocultar la mancha.

Como no llevaba suéter, optó por desabotonar su camisa y anudarla a su cadera. Quedó en franelilla. Sus clavículas se marcaban, por inercia se pasó la yema de los dedos por la zona.

―Ni modo, saldré así ―se dijo, mirándose al espejo.

Heyyy, ¿qué haces así? ―inquirió Esteban, con tono autoritario.

―Emergencia femenina. ―Se encogió de hombros.

― ¿Es tan necesario que estés así? ―La devoró con los ojos.

Tan sexy..., pensó.

―Sí, no traje una gabardina ―explicó, apoyándose sobre una pierna y moviendo el tacón con insistencia.

Estaban en el medio de la recepción, hablando como dos conocidos.

―Permíteme, ya vengo. ―Largó algunas zancadas hasta la oficina, desprendió su blazer del espaldar de la silla y regresó con ella―. Ten, úsalo.

María lo recibió titubeando: ―Gracias, cariño. Iré al baño.

―Mejor ve a mi despacho, más cómodo ―insinuó él, agarrando una de sus manos.

La pelinegra accedió y cerraron la puerta tras sí.

Esteban la pegó con una violencia indescriptible a la pared, y se la comió a besos. Ansiados, mordelones, desesperados y exquisitos. Fernández sintió una vibración en su parte más íntima, las piernas le flaquearon y se aferró con anhelo a la mota de cabello de su jefe. Correspondía sin parar a cada caricia, cada beso, la excitación crecía sin límites y el miedo la invadió. No obstante, era una necesidad imperiosa seguir así.

―Ah... ―jadeó María, cansada―. Me tomaste desprevenida.

―Supiste aliarte, eres grandiosa. ―Le dio un pico, mientras le sobaba la espalda―. ¿Te pegaste mu fuerte?

―Merece la pena que se me haya roto la columna ―se burló, cerrando los ojos―. A decir verdad, duele un poco. Que brusco me saliste.

―No es nada, María.

―Estoy esperando a que me lo demuestres ―escupió con diversión, le guiñó el ojo.

Esteban se carcajeó, y la admiró desatando su camisa y volviendo a colocársela. Acto seguido, amarró en su lugar el saco de su novio.

―Mucho mejor, ¿no? ―preguntó, dando media vuelta.

―Claro que sí, muchísimo mejor ―concedió.

―Bueno, me voy a trabajar, no vaya a ser que mi jefe me bote ―farfulló, revoleando los ojos. Le lanzó un beso con la mano.

―Escuché que pedirá tu renuncia, está atenta ―siguió la corriente del juego. Ella no lo sabía, pero estuvo pensando en buscarle un reemplazo. Su novia no sería su asistente, se merece más que ello. Además, pronto comenzaría a estudiar, la quería concentrada en su carrera.

―Con más razón. ―Apuró en salir. La puerta quedó entreabierta, y por la rendija asomó del torso hacia arriba―. Te quiero, mi vida. ―No lo dejó responder, y cerró el tramo descubierto.

N/A: 

Hola, cuchis. 

Amo sus comentarios, muchísisisimo. La verdad, me alegran el día con cada cosa que escriben. 

Gracias por leerme, ya casi 2k, naguará, lloro. 

Un dato: Cuando estoy escribiendo, escucho música, más que todo una canción en específico, se llama 'Agua y Sal' de Rosario, me hace recordar mucho a María y Esteban, es demasiado linda. 

Nuevamente, gracias por leer esta historia, me hacen muy feliz. 

𝕩𝕠𝕩𝕠, 𝔸.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro