El diario del príncipe mestizo

Entrada II:
Mañanas brumosas, cristales borrosos y un par de ojos atontados.
Me siento aquí dentro de mi habitación fría y oscura, con un toque de luz viajando hacia adentro a través del pequeño espacio debajo de la puerta.  No hay luz afuera, pero hay una adentro, por débil que sea.  Cierro los ojos durante unos segundos, o más, parece que he perdido la noción del tiempo y el espacio.  Los latidos rítmicos de mi corazón encuentran su camino a través de mis sentidos auditivos.
Casi se siente como un mundo diferente: puedo sentir que mi respiración se vuelve más lenta;  un mundo de calma cansada donde podías sentir la ráfaga de rojo bajo tu piel.  La oscuridad, la sombra, es el abrigo lo que no te mantiene caliente.  Y es mio.  Viene y se va.  Ya no me escondo de eso.  Correr no tiene sentido, fingir que no está ahí es más doloroso que aceptar su presencia.  Yo soy esto.  Está bien, pero no lo es.  Mi piel está desgarrada, mis huesos son más superficiales para que se extienda.  Lo tengo.  Aprendo a afrontarlo;  una rendición silenciosa.  Escucho y espero hasta que termine conmigo.  Tic-Tac.  El reloj dentro de la habitación sigue marcando el tiempo asignado para dormir.  Pero el sueño me evade, como la vida.  Escucho el tic-tac.
El orbe de la noche muestra tímidamente su rostro desde detrás del velo de la oscuridad.  La luz de la luna permanece fija en mí, pero parece que mi sombra teme ser reflejada.  Mientras los hilos plateados de la luna se deslizan, una migaja de noche se posa en mi cama vacía y la serenidad corre por mis venas.  Así es como, de noche, devoro mi porción de oscuridad hasta que el cielo se vuelve azul de negro.
Encuentro consuelo en su maldición, musa en su oscuridad.
Mientras cada historia duerme, escribo un cuento en la oscuridad.
Hay un lapso momentáneo en el silencio de los gritos dentro de la habitación.  Podría ser el tinte rojo sobre el horizonte: las criaturas que vuelan parecen tener su llamada de atención.  Abro los ojos y no encuentro sombras en la pared que antes estaba oscura.  Miro los rayos de luz que ahora entran por la ventana y noto que el polvo cae muy suavemente sobre todo.  Incluyéndome a mí.
Una vez más, cierro los ojos.  Si escucha de cerca, lo suficientemente cerca como para escuchar su propia respiración, escuchará un suave zumbido en el silencio.  Los contornos de la melodía del silencio me rodean como las melodías de una canción olvidada.
Hay paz en ese vacío.  Y hay un caos infinito.