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𝐏𝐑𝐄𝐋𝐔𝐃𝐈𝐎

PRELUDIO

Mihrimah

"El arrepentimiento no borrará las heridas"

Asgard |1925


Asgard. Una tierra que para algunos podía ser vista como un sitio más dentro de la infinita galaxia, para otros era el equivalente el paraíso; pero para los humanos era más que eso, era una tierra mágica que únicamente se encontraba en los cuentos de hadas. Podían decirlo ya fuera por su prospera y diversa fauna y flora, tal vez por su glorioso y majestuoso palacio construido con oro y los materiales más exquisitos, o sus conocimientos en magia, o posiblemente porque era la tierra donde los dioses habitaban.

Odín, padre de todo, llevaba reinando y protegiendo Asgard por un largo periodo; decir el tiempo específico sería indiscreción hacia su edad. Solo se podía contar que era lo suficiente joven y fuerte para demostrar su valía como guerrero, y lo necesariamente viejo para ser uno de los hombres más sabios tras su larga experiencia como gobernante y padre de tres hijos. Más es bien sabido por muchos que todo hombre prospero necesita a una mujer con carácter balanceado con inteligencia y un corazón bondadoso, y solamente Frigga podía cumplir con dicho papel para ser reina y madre de los hijos de Odín.

Thor Odinson, dios del trueno y heredero al trono era un príncipe que se forjó como el acero para ser un guerrero dotado que rara vez fracasaba en el campo de batalla. Era apuesto y privilegiado en un conocimiento vasto que todo futuro rey debía poseer si quería ser respetado y llevar por buen camino a su pueblo; aunque, como todo, el hijo primogénito tenía un defecto, y era su ego. No era de esperar menos, considerando que al ser el heredero recibía más atención por parte de sus padres y su pueblo.

Pero todo hijo que tenía hermanos portaba lo que al otro le faltaba, y ni siquiera el gran Thor era la excepción a la regla. Mientras que Thor pecaba de tener un gran ego, su hermano Loki era reservado, estudioso, curioso, y jamás daba un paso sin calcular los siguientes diez que haría. Cuando Thor prefería la compañía de mujeres exóticas y el alcohol, Loki pasaba su tiempo libre practicando sus habilidades como guerrero y aprendiendo acerca del arte de la magia e historia de cada planeta de la galaxia que podía estar registrado.

Un hermano brillaba como el oro, y el otro permanecía en las sombras alimentando su sed de conocimiento. Uno era brillante con la espada y en combate cuerpo a cuerpo, y el otro tenía una mente ágil en compañía de una lengua afilada. No podían ser más opuestos. Pero incluso los polos opuestos requerían de un equilibrio, algo que tuvieran en común para unirlos en vez de asesinarse entre ellos. Esa pieza que los unía era su hermana menor, Mihrimah.

Nacida en 1522 en el momento preciso cuando el sol y la luna se alzaban en lo alto del cielo de formas iguales sin formar un eclipse, la princesa de Asgard fue bautizada con este nombre, recibiendo el título de princesa del sol y la luna, así como también nació como la diosa de la naturaleza.

Thor fue por mil años el hijo favorito de Odín, pero cuando su pequeña princesa nació, inmediatamente ganó su corazón y fue conocida como la luna de Odín, recibiendo su protección y amor incondicional. Pero, aunque se pensaría que sus hermanos se sintieron desplazados, la realidad era que los príncipes amaban a su hermana tanto o posiblemente más que Odín.

A pesar de que en la época en la que nació Asgard respetaba a las mujeres, lo cierto era que Mihrimah, al ser una princesa, se veía privada de ciertos privilegios que se les otorgaban a los príncipes por ser considerados más fuertes y capaces. Sin embargo, Odín cambió eso. Para darle un trato igualitario a su hija le brindó la educación que se le daría a un príncipe, llamándola del mismo modo Odinson en vez de Odindottir, algo que pudo ser absurdo, más que para aquel entonces surtió el efecto deseado: el respeto de los hombres hacia su hija. Frigga, por su parte, la educó en el ámbito de modales, así como a controlar y fortalecer su conexión con la naturaleza.

Siendo instruida en el arte de la guerra, recibiendo la educación que toda una dama debía tener, estudiando cada mapa y libro acerca de otros planetas y universos, así como aprendiendo de la política que había dentro y fuera de Asgard, Mihrimah creció y maduró como la flor más hermosa de todos los nueve mundos.

Su belleza era inigualable, y su voz era tan suave y delicada como el terciopelo, pero también imponente de autoridad y poder. Cada hombre moriría por tocar un mechón de su cabello, y toda mujer mataría por estar en su lugar.

Para ser una mujer, tenía todo el poder que toda princesa imperial podía siquiera codicia. Pese a las protestas de los soldados y cada hombre y mujer conservador de Asgard, Mihrimah ocupaba un sitio en las primeras filas de batalla del ejército de Odín, junto a su padre y hermanos. Su inteligencia y astucia se desarrolló de un modo extraordinario, ganándose también el papel de estratega y otorgándole a Asgard nada más que victorias que se ameritaban a los tratados de paz que ella proponía, y en caso de ser rechazados por el enemigo ella planificaba cada movimiento que su ejército haría para llevar la victoria y gloria a Asgard. Su reputación pronto se extendió por los nueve mundos, y fue conocida por su mente ágil y de moverse con destreza y rapidez en el campo de batalla y dar estocadas mortales sin perder jamás su elegancia. Los nueve mundos estaban a sus pies.

Teniendo de este modo el respeto de cada planeta, el amor de su familia y todas sus demás virtudes uno pensaría que ella lo tenía absolutamente todo y que era la mujer más feliz y dichosa que jamás hubiera existido. Pero nada de eso era suficiente para ella.

El oro, las telas más finas, las joyas más preciosas, nada de eso le otorgó lo único que su corazón siempre anheló desde niña: amor.

Contaba con el amor de sus padres y hermanos, los cuatro sacrificarían su vida por verla a salvo, ella no menospreciaba eso ni mucho menos, pero anhelaba experimentar sentir amor hacia otra persona; soñaba con casarse por amor y no por ser un deber. Sin embargo, todo el poder e influencia que ella tenía sobre el imperio de su padre, no le fue suficiente como para obtener el amor de un hombre, y que ella le amase.

En el año 1889, cuando ella dejó de ser una señorita para convertirse en toda una mujer, fue ofrecida en matrimonio a Rustem Pasha, un hombre que no tenía estatus social ni algún bien para ofrecer a Asgard, salvo sus conocimientos en magia y política. Un hombre que inició desde lo más bajo, y solo contando con su mente aguda, hizo todo lo posible para pedir y obtener la mano de la princesa. Esperó doscientos años, y tras ser un simple siervo en el palacio que servía como mensajero, cumplió con una de sus metas más ambiciosas de su vida. Pero no porque la amase, nada de eso. Él solo buscaba tenerla a su lado para usar la posición que ella tenía y así obtener lo que siempre deseó: el trono de Asgard.

Más Mihrimah, siendo la única que podía realizarle este sueño, igualmente era la única persona que se interponía en su camino. Ella no pecaba de ignorante. Inmediatamente cuando su vida se unió a la de Rustem pese a que ella objetó que no lo amaba, supo que la insistencia de Rustem por casarse con ella debía ser más que solo admiración a su belleza. Un hombre que venía de la nada debió planificar cada paso como para haber convencido a los reyes de entregarle a su única hija como esposa, pues inmediatamente él también pasaba a formar como uno de los rostros más importantes de Asgard solo por detrás de Loki y Thor, y por tanto todo lo que él hiciera sería en nombre de Asgard y Odín. Ningún hombre en su sano juicio ignoraría semejantes privilegios al casarse con la princesa del sol y la luna.

Pero ¿Cómo alguien como él pudo ganarse el favor de Odín, padre de todo? Fue un golpe de suerte, en realidad, lo que lo llevo a estar en el lugar y momento indicado.

Mihrimah era poseedora de influencia sobre Asgard, representaba todo lo bueno y justo junto a sus hermanos, la gente no podía hablar de Asgard sin mencionar a su hermosa princesa, pero mientras ella fue desarrollando sus habilidades y conocimientos, algo más habitaba dentro de suyo. Algo completamente oscuro. Una criatura que era igual de vieja como el universo y poseía el más grandes de los poderes que ni siquiera las gemas del infinito unidas o la magia negra podían igualar. Viajaba por todos los mundos a través del tiempo buscando un cuerpo en el cual habitar, acechando para aguardar el momento en el cual atacar. Pero la princesa del sol y la luna ignoraba esto gracias a que ésta criatura oscura no hacía señales de manifestarse, pero un descuido suyo hizo que Frigga se alertara y buscase desesperadamente la forma de liberar a su hija, más sus esfuerzos fueron en vano. O eso pensaba.

Rustem Pasha se presentó ante ella afirmando tener el conocimiento para salvar a la princesa, pero a cambio pidió que se convirtiera en su esposa. Frigga estaba tan desesperada que jamás se puso a pensar en que Rustem podía estar mintiendo, y es que él desconocía por completo el proceder de dicha criatura.

Vaya ironía fue que Odín y Frigga aceptaran entregar a su hija a semejante hombre que prometía salvarla, cuando en realidad fue esto lo que la condenó a una eterna y miserable vida infeliz.

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—¡Atención! ¡La princesa Mihrimah!

La música que provenía del harén cesó abruptamente ante aquel anuncio del guardia que custodiaba aquel lugar del palacio, y las concubinas dejaron de bailar para colocarse en dos filas a los costados del corredor del harén para así hacer reverencia.

Decir que ninguna tuvo la osadía en levantar la mirada del suelo y mirar con envidia, así como temor a la princesa del sol y la luna, sería una gran mentira. Las miradas de las cincuenta y seis concubinas miraron con envidia la belleza que relucía en aquella mujer.

Ella caminaba con un porte majestuoso, con la frente en alto y la espalda derecha, así como con una mirada que nadie podía desafiar, pero que, sin duda alguna, dejaba ver que, con un solo susurro, ella podía hacer temblar a cientos de los ejércitos más poderosos. Era dueña de un poder infinito. Las vidas de aquellas concubinas, como de todos los hombres y mujeres que la rodeaban, dependían de ella.

Su falda azul turquesa rozaba silenciosamente el suelo, y la parte superior de su vestido constaba de horas de bordado de cada diamante que lo decoraba, formando varias rosas pequeñas y delicadas. Era un vestido que expresaba poder, así como sensualidad y elegancia; características que definían a la perfección a la princesa Mihrimah.

La parte superior era transparente, y bajo aquella tela atrevida, tenía un fondo marrón como la tierra, lo que les daba un efecto majestuoso a las rosas cuando la luz de las velas iluminaban a los diamantes. El escote era en corte de corazón, y las mangas transparentes cambiaban a una tela azul turquesa a partir de la altura de los codos en un corte ancho que se ceñía al puño y remataba con volantes que cubrían parte de su muñeca. Un diseño elegante, provocativo y etéreo.

Zafiros, rubíes, piedras ámbar relucían sobre su cabellera castaña dorada, acomodados con sumo cuidado en una tiara para que crear armonía entre dichas gemas preciosas sin opacar el vestido y el propio rostro de Mihrimah. Pese a que no portaba ningún collar alrededor de su pálido y suave cuello, su belleza natural acompañada de aquel vestido y corona era más que suficiente para hacerla lucir majestuosa.

Sus ojos grises (que, gracias al vestido y corona, esa noche se veían azules como el océano) se posaron momentáneamente en el harén, y las muchachas rápidamente devolvieron sus miradas tímidas y asustadizas a sus pies. Pero a ella no le importó.

Un suspiro casi inaudible y un tanto delicado, propio de una princesa como ella, brotó de sus rosados y carnosos labios para acto seguido volver la vista al frente y seguir avanzando, dejando atrás de una vez por todas las puertas del harén.

Sus pies tocaron peldaño por peldaño de la escalera de mármol hasta llegar a lo alto. Tomó el pasillo de la derecha y avanzó por un corredor hasta llegar al final y dar vuelta a la derecha nuevamente. Los soldados hicieron una reverencia al verla llegar a la que era el área de los aposentos del rey, pero ella se detuvo ante las puerta que estaban en la esquina, a menos de cuarenta pasos para llegar a los que eran los aposentos de su padre.

Como la hija favorita del rey, y que además su mano derecha y consejero era Rustem Pasha, esposo de Mihrimah, Odín había enviado la orden de que los aposentos del matrimonio fueran los más próximos a los de él. Y así fue concedido. Mihrimah había abandonado sus aposentos que daban cercas a los de su madre y hermanos para mudarse a los aposentos vecinos de Odín. Era un privilegio, algo que la propia reina no podía obtener porque, toda reina, debe dormir en los aposentos que dan al harén para estar al mando de él y vigilar a las concubinas. Pero Mihrimah había logrado lo que ninguna princesa había obtenido.

Las puertas fueron abiertas para ella por las manos de los guardias que hacían custodia, y la princesa ingresó a ellos sin dejar caer un solo segundo su porte. Pese a que el corazón le latía a mil por hora, y sus pulmones comenzaban a arder por la respiración controlada que ella se imponía, Mihrimah jamás lo dejó ver. Había aprendido a que nadie viera su dolor. Y así sería hasta el último día de su vida dentro de esos muros, así como fuera de ellos. Siempre sería una princesa ante toda circunstancia.

—Llama a Rustem Pasha—pidió a uno de los guardias con voz calmada y neutra—, dile que necesito verlo. Es imperativo que esté lo más pronto posible aquí.

Una vez que ingresó a sus aposentos, las puertas se cerraron tras ella, y finalmente se permitió soltar todo el aire que había retenido desde que había abandonado el gran comedor, excusándose con que se sentía cansada y deseaba dormir. Pero hace muchas noches que no dormía, y el porqué de esto tenía que ver con lo que estaba a punto de hacer. Pero, por supuesto, las dudas que tenía al respecto no la dejaban en paz.

¿Acaso estaba haciendo lo correcto? ¿Estaba salvando a su familia, o lo hacía por egoísmo?

«No». Se dijo con firmeza a sí misma. «Lo haces para proteger a Asgard, y salvar a tu familia de tu esposo. De hacerlo por egoísmo, habrías huido el día de la boda, o incluso el día que se te planteó casarte con él. Rustem no puede, y jamás tomará el trono de Asgard.No lo voy a permitir.»

Todavía recordaba como en una de sus múltiples discusiones con Rustem, (las cuales terminaban con gritos y con dagas volando por el aire buscando la cabeza de él o la mano de éste cazando el rostro de su esposa), y como él le comentó con cinismo su plan de hacerse un día con el trono de Asgard.

—Imagina que un buen día Odín muriera por problemas del corazón. Pobre rey, no ha cuidado bien su alimentación desde que su adorada hija estableció tratados de paz con los reinos enemigos. Come despreocupado porque no hay probabilidades de futuras guerras. Supongamos que un día Thor y Loki fueran emboscados en el bosque en una de sus excursiones. La gente creerá que se dejaron vencer porque estaban distraídos viendo quien tenía la razón en una de sus múltiples peleas. Solo tú quedarías como heredera, pero al ser una mujer la gente preferirá que yo gobierne, sobre todo si llegasen a saber qué clase de criatura desagradable habita en ti. Te mandarán al exilio apenas lo descubran; por eso me cederás el trono a voluntad y tú podrás marcharte a tu propia voluntad solicitando el divorcio. Los dos saldríamos beneficiados: te dejo vivir, lejos de mí, y con tu reputación intacta, mientras que yo me convierto en rey. Y ¿Sabes por qué te cuento esto ahora? Porque te das demasiada importancia al decirme que sin ti no soy nadie, cuando en realidad en mis manos está el destino de tus adorados hermanos, y sin ellos tú no eres nada.

Fue entonces cuando supo que debía actuar. Si para detener a su enemigo debía hacer el más grande de los sacrificios, lo haría. Era la única forma de detenerlo: marchándose de su hogar y dejar a su familia. Y para hacer eso debía morir.

Marchar a otra tierra y comenzar de cero no era una idea que le agradara en absoluto. Porque en esa tierra sería nadie. Ningún título o poder haría que nadie la respetase. En esa tierra, tanto ella como su familia no eran más que mitos y leyendas. Cuentos de hadas. Deseaba que fuera así, pero su cuento era más oscuro, y no veía a la vista ningún final feliz; sino uno cruel y amargo.

Lo peor de todo era que no se despediría de su familia. Para ellos, la historia sería que ella se sintió mal de la cabeza y fue a sus aposentos a descansar. Era bien sabido por su familia que su matrimonio con Rustem era imperfecto, y Loki sabía de sobra acerca de sus discusiones violentas, por lo que, al ver que Rustem se ausentó minutos después del comedor para ir tras su esposa creerán que el matrimonio se encerró en sus aposentos para discutir como usualmente hacían. La discusión llegó a golpes para terminar con Rustem sacando una de sus dagas que escondía en la habitación y terminar en un acto violento cegado por la ira con la vida de su esposa. Asustado, incendió la habitación para intentar borrar su rastro, pero no sería suficiente cuando encontrasen su daga.

Aquella trágica historia se contaría en el palacio y por todo el reino durante años, tal vez hasta siglos. La caída de la diosa de la naturaleza. El trágico final de la princesa del sol y la luna a manos de su esposo. Nadie sabría la realidad, nadie conocería los secretos oscuros tras su matrimonio y lo que ella se vio obligada a hacer para salvar a su familia de un hombre vil como su esposo.

La diosa miró con cierto pesar y remordimiento el cuerpo calcinado de una mujer que había muerto hace menos de un día y ella había quemado hasta obtener un rostro de lo más irreconocible. La estatura y la figura eran semejantes a los de ella, por lo que fácilmente podía hacerse pasar por su cadáver.

Mihrimah contempló las cortinas tendidas sobre el suelo. Había montado todo horas antes de marchar al banquete. El cuerpo, mechones de su propio cabello colocados a unos centímetros del cuerpo calcinado, así como su propia sangre que había obtenido de una pequeña cortada en su antebrazo y aceleró su crecimiento de partículas hasta dejar un charco de sangre bajo el cuerpo. Y como remate final, había clavado una de las dagas de Rustem (con náuseas y sin dejar de disculparse con la mujer muerta) en el pecho calcinado del cadáver. Nada podía salir mal, solo faltaba iniciar el fuego, y preparar su vía de escape.

Mihrimah echó su cabeza hacia atrás y cerró sus ojos cuando las llamas de un fuego que no quemaba su piel la cubrió, y se concentró para que aquel fuego actuase para lo que ella necesitaba. Cuando abrió sus ojos, se vio a sí misma en el reflejo de su espejo que su vestido había sido sustituido por su armadura de combate que consistía en un acero forjado en Asgard resistente de cualquier tipo de arma y fuego. Aquella armadura había sido diseñada especialmente para ella cuando decidió unirse a su padre a las filas de batalla y ella misma había escogido los colores: azul, rojo y dorado. La armadura la cubría desde sus pechos hasta los muslos, dejando expuestos sus brazos y piernas e igualmente quedaban expuestos sus brazaletes plateados de acero que estaban hechizados con un encantamiento. Era útiles para protegerse de los ataques de flechas en caso de no cargar consigo su escudo, pero el fin con el que fueron forjados para ella era para contener el poder de fénix oscura.

Así mismo, su armadura venía en compañía de unas botas hechas del mismo material con los colores rojos y dorado que le llegaban por encima de sus rodillas, cubriendo así gran parte de sus piernas. Sobre su frente descansaba una tiara de oro que tenía grabada una estrella de seis puntas. 

Al lado derecho de sus caderas colgaba el lazo de Hestia, que había sido creado por el dios griego Hefesto hace ya más de miles de años atrás para la diosa del mismo nombre, y que Odín lo había guardado en la cámara del palacio hasta que se lo entregó a Mihrimah, dándole a saber que ella era digna de portarlo. Sobre su espalda colgaba la funda que resguardaban a su espada, así como su escudo.

La diosa tomó la capa negra que dejó a los pies de su cama y se la colocó para así cubrir su silueta y dejar apenas visible las puntas de sus pies cubiertos sobre sus botas rojas.

En el preciso instante en que ella se terminaba de abrochar la capa para no dejar visible algún rastro de su armadura, Mihrimah no pudo reprimir un escalofrío cuando las puertas de su balcón se abrieron abruptamente y un suspiro, que más bien era parecido a un sollozo ahogado, brotó de sus labios para acto seguido dar media vuelta y encontrarse al hombre de tez morena con ausencia de cabello salvo por una extraña cresta y rastros de barba que tenía una armadura de lo más singular color plateada y una capa roja semejante al color vino.

—Para ser una princesa—habló aquel ser desconocido con una voz un tanto singular para ser una persona o incluso un dios como lo era ella. Era como un eco distante que atravesaba la barrera de sonido—, eres puntual.

—Es un placer volver a verte, Mar Novu. —habló con educación, más mirándole con cierto recelo que aquel hombre no pasó por desapercibido.

—Desconfías de mi pese a todo lo que te dije y de los servicios que te ofrezco—señaló él con voz inexpresiva, más sus labios esbozaron una amarga más comprensiva sonrisa—. Haces bien, pero debes entender que no soy tu enemigo.

—Lo siento, me cuesta confiar en seres que aparecen a mitad de la noche y me insistan en salir a mi balcón para llevarme repentinamente en lo que es tu hogar, en medio de la nada, y decirme que me ayudarás a escapar de mi vida, y salvar no solo a mi familia, sino que a millones de vidas.—replicó ella con cierto sarcasmo.

—Y aun así, aquí estás.

Mihrimah bufó. Quería decir que estaba frustrada porque él siempre parecía saber que decir, pero la verdad es que ella estaba asustada por lo que estaba por hacer.

—Aquí estoy.

Mar Novu no era una persona que amase ser idolatrado en libros de historia. Nadie sabía quién era, de donde provenía y por qué era capaz de abrir portales de espacio-tiempo. Y aun así él se presentó ante ella noches atrás cuando buscaba la manera de escapar de Asgard sin que nadie supiera lo que planeaba. Ni siquiera Heimdall podía saberlo, y esto sería complicado. No solo porque era un buen amigo de la diosa de la naturaleza, también porque era el guardián del puente arcoíris: él lo sabía todo. Burlarlo sería el mayor de sus desafíos, ya que nadie podía saber que seguía viva una vez que Rustem fuera acusado de homicidio.

Mar Novu le prometió ayudarla, pero no porque fuese un ser caritativo, sino porque él la necesitaba para planes de largo plazo, y era imperativo que abandonase Asgard lo más pronto posible.

Ambos necesitaban los servicios del otro. Podía ser un pacto con el diablo, pero dadas las circunstancias Mihrimah no tenía muchas alternativas como para darse el lujo de desconfiar en la única persona que pasaba desapercibida para los ojos de Heimdall.

—Una vez que abra el portal, no habrá marcha atrás. ¿Estás preparada?

No. Claro que no estaba preparada para dejar a su familia. No estaba preparada para dejar solo a su hermano mayor en las garras de Nurbanu, la concubina que se convirtió en su prometida hoy en día, de nunca más ver a Loki, su confidente, a sus padres. No estaba preparada para decir adiós al lugar donde creció. No se sentía capaz para decir adiós a la vida que conoció. Pero no tenía otra opción. Esto era lo que debía hacer. Era necesario.

—Si—suspiró, sintiéndose repentinamente agobiada por toda esa situación—. Estoy lista.

Tenía miedo de lo que le depararía su nueva vida, en cómo sobreviviría sola en un mundo diferente al suyo. Sabía lo esencial de aquel mundo, pero, sin duda alguna, el estilo de vida era completamente diferente al de Asgard. Ahí no había princesas que eran diosas como ella, o algún palacio tan majestuoso e imponente como el de Asgard. Nadie creía en la magia y sus practicantes fueron cazadas hace más de cuatro siglos. Pero no podía escapar más de ello. Debía partir lo antes posible. Esta era su única oportunidad de salvar a su familia de Rustem. Y lo haría. Daría la vida por ellos de ser necesario. Haría todo lo posible por mantener a los que amaba a salvo.

—Bien—respondió para acto seguido extender su brazo derecho, y a su costado apareció lo que era un portal gris con matices azules, del cual no se veía nada más que una neblina grisácea y misteriosa—. Éste portal te llevará al lugar que te conté.

—Midgard.—pronunció con suavidad el nombre del tercer planeta que conformaba el sistema solar de la vía láctea.

—Piensa en él con claridad. Los portales a veces son trampas mortales, por lo que si te equivocas terminarás atrapada en el limbo por siempre. Nadie sabrá que saliste de aquí con vida.

Sabía eso. Cuando le dijo que podía hacerla salir de Asgard sin que nadie supiera, le costó creerlo. Pero luego se dio cuenta de que sí él estaba ahí sin que nadie más supiera salvo ella, era porque, en efecto, tenía más poder del que le decía a ella.

Fue entonces, cuando los pies de Mihrimah se quedaron estáticos sobre la alfombra escarlata. Pero no por temor a cruzar el portal, o por la vida desconocida que le esperaba una vez que llegase a Midgard, sino porque su memoria evocó un recuerdo que deseó haber olvidado. Su primera noche en aquellos aposentos.

Por una fracción de segundo, como un destello de luz, volvió a verse a sí misma de pie ante los aquella cama, vistiendo un vestido blanco con bordado plateado, y un velo blanco cayendo al suelo gracias a Rustem Pasha, quien la miraba con anhelo y deseo. La noche en que su alma e inocencia murieron.

Entonces lo supo. No importaba perder los títulos, o que los hombres le faltasen el respeto en aquella tierra llamada Midgard. Todo sería mucho mejor en comparación de que aquel infierno en que fue condenada aquella noche de bodas con Rustem.

—El pasado no hará más que detenerte, Mihrimah—le dijo entonces Mar Novu, manteniendo un semblante inexpresivo. Vagamente Mihrimah se llegó a preguntar si alguna vez podía expresar enfado o alegría en su voz—. El dolor, las alegrías, las tristezas, todo eso ya queda atrás. Escribiste tu destino al casarte con él, y esto ya era parte de este destino cuando dijiste el "acepto" en la boda. Lamentarte de aquella decisión es en vano.

Mihrimah quería preguntarle cientos de cosas, pero no podía. Simplemente se dejó convencer y abrazar por el destino que ella misma forjó hace años al casarse, y caminó hacia el portal, manteniendo su mirada grisácea sobre él. Sin embargo, cuando estaba a sólo tres pasos de cruzarlo, se detuvo para volverse hacia el Mar Novu, quien la miraba expectante. Necesitaba hacerle una única pregunta que lleva rondando su cabeza desde el día en el que hicieron su pacto.

—¿Por qué haces esto? Ayudarme.—aclaró.

Tras su silencio, creyó que le respondería con más acertijos confusos, o que evadiría su pregunta. Pero, para su sorpresa, no fue así.

—Naciste para ser más una princesa infeliz en tu matrimonio, Mihrimah. Tu destino fue escrito desde el día que naciste con el sol y la luna, ambos visibles en lo más alto del cielo. Y no podrás cumplirlo estando aquí. Hay gente que te necesita, como tú a ellos. Gente que vendrá a tu vida únicamente cuando tú estés preparada para lo que viene. Está escrito. Y, siendo sincero, fue toda una sorpresa ver a alguien como tú tendrá un papel fundamental en aquellas páginas tan importantes que conforman el futuro de cada vida que hay y habrá en este vasto multiverso. Debes olvidar Asgard y todo lo que representa para ti, y aceptar tu destino: Midgard.

No era respuesta suficiente. En absoluto. Pero hubo una cosa que Mihrimah pudo comprender y aceptar de aquellas palabras: su familia estaría bien. Si su destino fuera Asgard, sería una lucha sin fin contra Rustem. Pero si se iba sus padres y hermanos estarían a salvo. Mar Novu no dijo eso con exactitud, pero fue lo que ella entendió, y le era más que suficiente.

La joven princesa se volvió nuevamente hacia el portal, volviendo a adoptar su postura erguida y miró aquel portal con determinación. Esto fue por lo que se casó con Rustem. Todos aquellos años de matrimonio infeliz, aquel día de la boda, su lucha con Nurbanu, todo eso la había llevado hasta aquí. Para ir a Midgard.

No sabía bien aún el cómo dejaría atrás su vida como princesa para ser una midgardiana, o qué futuro le esperaba ahí. Si sería un mejor futuro, o peor de la vida que ya llevaba. Pero estaba lista para enfrentar lo que vendría.

«Adiós, hermanos. Perdónenme, por favor.»

Una lagrima silenciosa rodó por su blanco y terso pómulo para caer a sus pies, y entonces, tomando todo el valor que residía en ella, movió con delicadeza sus dedos y de su mano se desprendió una llama de fuego que cayó sobre la cortina y éste se esparció rápidamente por la alfombra, marcando así el último paso de su plan, y con ello la sentencia de Rustem.

Mihrimah no dudó un segundo más, y atravesó el portal que la llevaría a su nueva vida para cumplir lo que sería su destino.

EDITADO DICIEMBRE 2022 ✓

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