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28: La Velada Invernal Pt 2

Frank siguió a Celio, pero se vio interrumpido por unas chicas que se acercaron con gran curiosidad. Si bien llevaba su máscara, con su altura, cualquiera sabría quién era. Ellas elogiaron su traje perfectamente elegido, ya que resaltaba sus mejores rasgos.

El rubio se presentaba ante las miradas curiosas de las chicas, con un atuendo que emanaba elegancia y distinción. Vestía un impecable traje blanco, meticulosamente adornado con exquisitos bordados de oro que se entrelazaban en patrones intrincados. Su camisa blanca, también bordada, añadía un toque de sofisticación a su apariencia. Un chaleco blanco, ceñido a su figura, realzaba su porte majestuoso.

La chaqueta blanca, con finos detalles dorados, ostentaba un bolsillo en el pecho donde reposaba un delicado pañuelo dorado, meticulosamente doblado. El pañuelo, un destello dorado en medio del blanco resplandeciente, añadía un toque de opulencia y refinamiento a su vestimenta.

En su cuello, Frank llevaba un moño blanco de tamaño generoso, elegantemente anudado. Pero lo que llamaba la atención era el deslumbrante diamante engarzado en un marco de oro que reposaba sobre el moño. La joya irradiaba un brillo cautivador, capturando la luz de los candelabros y acentuando la magnificencia del conjunto.

Como un verdadero caballero, Frank portaba una espada blanca con una empuñadura exquisitamente labrada en oro. Una de las chicas, la pelirroja, quiso arrimarse y tocarla, pero Frank la detuvo con su mano. Hizo una elegante reverencia y se marchó, dejándolas a todas confundidas.

Frank era una figura destacada en el baile de máscaras, un verdadero príncipe de los antiguos tiempos. Su presencia imponente y su atuendo impecable capturaban todas las miradas, dejando a todos maravillados por su elegancia y porte regio. Aunque solo perseguía la pequeña figura escurridiza de su novio.

—Se ve radiante, como siempre —halagó una mujer pelinegra que, sin mucha observación, él, supo que era la Marquesa Schelling. Era tan aduladora como siempre.

—Usted igual —respondió Jerome con una enorme sonrisa, después de todo, no era mentira. Marlene lucía verdaderamente hermosa.

La Marquesa Marlene Schelling, deslumbrante en su belleza, se destacaba en el baile de máscaras con su sensual atuendo. Vestía un traje azul Francia de seda pura, con un escote profundo y encaje negro, que realzaba su figura esbelta. Las mangas largas y anchas añadían un toque de misterio y sofisticación. Cada detalle estaba cuidadosamente seleccionado, creando una sinfonía visual que atraía todas las miradas hacia ella. Su presencia irradiaba elegancia y encanto en aquella noche de máscaras y secretos.

—¿Cuál fue tu inspiración para semejante idea? —inquirió la mujer, con un tono de burla en su voz. Jerome se encogió de hombros y le restó importancia.

—Solo fue la necesidad de entregar algo —afirmó el hombre y sonrió con elegancia. Marlene pareció no entenderle y se cruzó de brazos con la intención de averiguar más, pero, la repentina aparición de una hermosa dama, le quitaron las palabras de la boca.

Ella irradiaba una exquisita elegancia en su atuendo. Su vestido, confeccionado en suave terciopelo rojo y negro, era una sinfonía de colores y texturas. Las mangas largas, de vuelos en diferentes niveles, añadían un toque de dramatismo y sofisticación, adornadas con encaje negro que se entrelazaba delicadamente. Cada movimiento de la mujer generaba un sutil juego de luces y sombras sobre la tela, realzando su figura esbelta y grácil. Pero lo que cautivaba la atención de todos era la gema de Jaspe que reposaba majestuosamente en su cuello desnudo, capturando la luz y reflejando destellos de color. Era un detalle deslumbrante que completaba su impecable imagen y añadía un toque de misterio y distinción a su presencia. Su máscara negra dejaba ver sus penetrantes ojos rojos.

Marlene, al encontrarse frente a la imponente figura de Marion Klein, se sorprendió al descubrir que se trataba de la Duquesa. Era inusual verla en eventos sociales, ya que solía rechazar la mayoría de las invitaciones. Sin embargo, al recordar que era su esposo quien organizaba la reunión, todo cobró sentido. La Marquesa parecía estar encantada con el evento, irradiando una elegancia innegable.

Marion hizo una reverencia y se disculpó con Marlene, explicándole que debía llevarse a Jerome. Intrigado, el Duque siguió la indicación de su esposa y divisó una figura en medio de la multitud.

—Oh, está aquí —murmuró Jerome con una sonrisa enigmática.

Marion asintió, mientras observaba cómo Jerome se alejaba rápidamente hacia los dormitorios.

—¿Quién es el invitado de honor? —preguntó Celio, apareciendo de repente en el campo de visión de su padre.

—Es un hombre muy especial —respondió Jerome, manteniendo el misterio en sus palabras—. Y esta cajita de música es un obsequio que solo él debe recibir. Será una velada inolvidable, hijo —aseguró el duque, sosteniendo firmemente una cajita de cristal. Celio notó que era la misma que vio aquel día cuando asistió a la reunión de organización.

La caja de música era una verdadera obra de arte. El cristal transparente permitía admirar su interior, donde una estatuilla delicadamente tallada representaba a dos figuras danzantes. Al darle cuerda, un mecanismo interno cobraba vida y la cajita comenzaba a entonar una suave y nostálgica melodía. Mientras la música llenaba el aire, pequeños copos de nieve comenzaban a caer sobre el paisaje tallado dentro de la caja, creando la ilusión de un encantador escenario invernal. Era un objeto de belleza y magia, capaz de evocar emociones y transportar a aquellos que lo escuchaban y contemplaban a un mundo de ensueño y melancolía.

—¿Se la darás? ¿No era un presente? —inquirió el pelinegro, lleno de preguntas y dudas. Necesitaba saber la identidad del misterioso invitado de honor, pues, con todo lo que había pasado, no pudo concentrarse en buscarlo con anterioridad.

—Es un presente, claro... —masculló el duque y observó la cajita con detenimiento—. Un presente que dejó de ser agradable de ver.

Celio lo interrogó con la mirada, pero su padre simplemente lo ignoró y salió de la habitación para dirigirse al gran salón. Los invitados bebían y reían, y Jerome vio la oportunidad perfecta para escabullirse de su hijo.

El pelinegro frunció el ceño y quiso buscarlo, pero fue agarrado por la mano veloz de Frank. Lo miró a los ojos y notó sus ojos azules. Sin embargo, hubo un aroma que no supo identificar. No era el perfume que usaba Frank o, al menos, no el habitual.

—¿Cambiaste de colonia? —le preguntó con una expresión curiosa y el rubio asintió sin más. Celio sonrió y se pegó a él para bailar un rato. Si bien deseaba descubrir la identidad del invitado de honor, quería disfrutar del evento junto a Frank, así que, no lo descuidaría.

—¿Por qué no vamos a un sitio más privado? —propuso el rubio, mostrando una sonrisa que extrañó a Celio. Pese a su mal presentimiento, Celio asintió y se dejó guiar por el rubio.

Sí, UwU. 

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