13: "Amargo despertar".
Los primeros rayos del sol se filtraron suavemente a través de las cortinas entreabiertas del departamento, iluminando lentamente la habitación en penumbra. Las partículas de polvo suspendidas en el aire parecían danzar en el cálido resplandor matutino, creando un ambiente sereno y reconfortante.
El suave destello del sol se deslizó por las paredes, revelando los contornos de los muebles y las siluetas de los objetos que yacían en silencio. Las sombras se desvanecían a medida que los rayos dorados ganaban fuerza, llenando la habitación de una nueva energía.
El apartamento, una vez envuelto en la oscuridad de la noche y cargado de emociones tumultuosas, comenzó a despertar lentamente. El sol se abrió paso entre las nubes, extendiendo sus rayos en un abrazo cálido sobre cada rincón del lugar.
Los colores parecían cobrar vida a medida que la luz se intensificaba, revelando la belleza oculta de los objetos cotidianos. El brillo dorado resaltaba los detalles, como si quisiera recordar a los habitantes del departamento que siempre hay belleza en cada nuevo amanecer.
Un suave rayo de sol se posó sobre el rostro dormido, su piel blanca parecía brillar con más elegancia. Los cabellos negros se removieron sobre el sillón, despertándose, logró sentarse para luego tallar sus ojos cansados. No había dormido demasiado, lo que pasó esa noche lo dejó demasiado pensativo, y ya no sabía qué hacer. No tenía forma de arreglar esto.
Levantó su celular del suelo y miró la hora; 07: 30 am. Sus ojos ardieron por el brillo de la pantalla, así que, lo apagó con rapidez. Se levantó y fue directamente al baño, donde lavó su rostro. Se dirigió a la habitación que Frank le dejó usar y guardó algunas de sus cosas en la mochila. Sacó la llave de uno de los bolsillos y salió con ella en mano.
Regresó a la sala y se sentó de nueva cuenta en el sofá, agarrando fuertemente su mochila y esperando a que Frank se levantara.
Sintió su cuerpo pesado y le dolía la cabeza. Algo recordaba de la noche anterior, aunque no mucho. Había salido a beber luego de la pelea que tuvo con Celio y se encontró con algunas de sus exparejas. Era lo que podía recordar, al menos.
Tenía la garganta seca, así que, se levantó para ir por un vaso con agua a la cocina. Abrió la puerta y, lo primero que vio aparte de la sala, fue a Celio, sentando en el sillón con la mirada puesta en la mesita. Creyó que ya no estaría en el departamento.
—Creí que te habías ido —murmuró Frank, caminando hasta la cocina, de donde sacó un vaso y lo llenó de agua. De su bolsillo tomó una pastilla y se la llevó a la boca sin más—. ¿Por qué no lo hiciste?
—No es asunto tuyo. —La voz de Celio resonó en la habitación para luego silenciarse nuevamente. Frank dejó el vaso y se encogió de hombros. Regresó a la sala y estuvo a punto de volver a su habitación, sin embargo, Celio se puso de pie, captando su atención—. Te devuelvo esto —dijo y enseñó la llave, que después dejó sobre la mesita.
—¿Por qué no te quedas con ella? Puedes seguir viniendo si eso quieres —comentó Frank, haciéndose una idea de la respuesta que obtendría.
—No pienso volver —dictaminó Celio con determinación y el rubio asintió sin discutirlo—. Y te repito; yo no soy ningún sustituto de tus amiguitas. Mejor dásela a la próxima persona con la que desees salir. —Soltó y caminó hasta el pasillo del departamento. Frank, quien tenía la intención de detenerlo, se mantuvo quieto, frunciendo el ceño.
El ambiente estaba tenso y cargado de emociones no expresadas. Las palabras no dichas resonaban en el aire, creando una barrera invisible entre ellos. Celio sabía que era hora de ponerle fin a esa relación que, él creía, no tenía futuro alguno. Ninguno de los dos era bueno expresando lo que sentían y ahora, esos sentimientos, estaban destruyéndoles.
Con paso lento y firme, Celio se alejó de la puerta, dejando atrás no solo el departamento, sino también los recuerdos dolorosos y las promesas rotas. Cada paso que daba resonaba en el silencio del pasillo, como si el mundo entero supiera el peso que llevaba sobre sus hombros.
El apartamento, una vez lleno de risas y afecto, ahora parecía vacío y frío. Cada rincón estaba impregnado de memorias que ahora le pesaban como una losa. Celio se detuvo un instante y miró hacia atrás, como si quisiera retener en su mente la imagen de ese lugar que alguna vez llamó hogar.
El sonido de la puerta cerrándose resonó en sus oídos, marcando el final de aquello que no sabían cómo empezó, pero a lo que ahora le ponían un final extraño. Frank observó aquella escena y sintió una presión en su pecho. Se acercó a la mesita y tomó la pequeña llave entre sus dedos. La observó durante un tiempo hasta que se dio cuenta de que Celio se había marchado para no volver.
Apretó la llave en su mano y, en un arranque de ira, lanzó la llave, haciéndola estampar contra la pared. Y sin esperarlo, le llegaron a su mente vagos recuerdos de la noche anterior. Pudo percibir la desesperación del pelinegro por querer quitárselo de encima. Para ese punto, no pudo sentirse peor.
—¡¿Salías con Frank?! —cuestionó Beth. Su voz resonó en toda la habitación y su cabeza no podía soportarlo. Le dedicó una mirada afilada y la castaña se encogió de hombros—. ¡¿En qué estás pensando?! —recriminó de nueva cuenta y se cruzó de brazos.
Celio la miró de reojo, pero no dijo nada. Beth enfureció al verlo. Nunca esperó que Celio saliera con una de sus exparejas y, menos, con Frank. Ni siquiera estaba al tanto de la relación y ahora solo podía sentirse herida, sin embargo, quería creer que Celio tenía razones suficientes como para ocultarle todo.
—¡No te quedes callado! —gritó Beth y Celio suspiró—. Escucha, quiero que me des tus razones y espero que sean muy importantes porque, de lo contrario... —masculló la princesa.
—Necesitaba saber algo —murmuró Celio—, de mi familia.
—¡¿Y no podías decirme eso siquiera?! ¡Además, ¿tenía que ser con Frank?! —inquirió ella, elevando el tono de su voz. Estaba furiosa por la falta de interés del pelinegro. Conocía a su amigo y sabía muy bien lo poco atractivo que le resultaba todo, pero ahora eso solo le molestaba.
—¡No sé! —respondió en un grito el Duque, poniéndose de pie abruptamente—. ¡Me ha gustado Frank desde la primaria y, no sé, pensé que había acabado con esos sentimientos, pero no! Ahora... ¡Ahora todo es una mierda y no tengo forma de resolverlo!
Beth no supo cómo procesar la escena que tenía en frente. Era la primera vez que veía al Duque de esa forma. Ya ni siquiera le importaba el asunto anterior, pues solo las palabras dichas entre gritos le causaron un dolor inmenso en su pecho.
Las cosas empeoran a cada momento...
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