Angus suspiró nervioso observando entre sus manos el papelito que había estado enrollado en su chaqueta, luego elevó nuevamente su vista hasta la numeración del pequeño edificio de dos pisos. Definitivamente ese era el consultorio que se le había indicado. Volvió a guardar el papel y tocó timbre, estaba temblando levemente; quizá sería por el frío que hacía o por los nervios, pero lo estaba haciendo.

Una joven muchacha abrió la puerta desde el otro lado.—Adelante, por favor. —dijo ella sonriendo. Gracias a su apariencia, estaba seguro de que era una omega.

—Gracias. —habló en un tono suave, entrando a la desierta sala de espera. La mujer cerró la puerta detrás de ellos.

—Tome asiento, por favor, el doctor no tardara en llamarlo. —aseguró y fue hacia un pasillo detrás de su escritorio.

Young se sentó en una de las siete sillas vacías, una que estaba junto a una mesita llena de revistas y folletos. Observó un poco su pulcro entorno, sintiéndose mal por un momento, ¿Acaso era el único enfermo que estaba dispuesto a hacer algo así?. Quizás sólo era por qué estaban en pleno diciembre, aquel no era un buen mes para empezar un tratamiento hormonal gracias a las fiestas que se aproximaban. Pensar que estaba solo en esto por el simple hecho de mo haberle dicho a nadie lo aterraba. ¿Y si su familia y amigos se alejaban de él? Tenía miedo de que su esposo, Brian, también lo apartara. Llevaba dos años y algunos meses de matrimonio con él y no existía secreto alguno entre ellos... o al menos así era hasta ese día: Angus salió de casa con la excusa de que haría las compras, cuando en realidad iría a ver a un médico que le cambiaría la vida. De todas formas, si quería que él se tragara aquello, tendría que pasar por el supermercado antes de volver a su hogar.

Una de sus piernas subía y bajaba de forma ansiosa, además de que ya podía sentir el sudor bajar por su frente. Se estiró para tomar un folleto para poder distraerse y respirar mejor.

—Sexualidad y reasignación de casta... —leyó el título en voz baja, abriéndolo para encontrarse con pequeños y aplastados párrafos. Era evidente que tenía mucho por saber aún.

El sonido de unas bisagras rechinando llamó su atención. —Señor Young. —escuchó la voz de un hombre y levantó la cabeza, cerrando el folleto con la intención de devolverlo a su lugar. —No se preocupe, puede quedarselo. —sonrió el galeno, quien ya se había dado la media vuelta e ingresado a su consultorio.

—Doctor Collins. —dijo luego de cerrar la puerta, ofreciendo su mano para estrecharla con el menor.

—Angus Young. —el hombre asintió seriamente y soltó su mano.

—Pongase cómodo, por favor. —señaló las dos sillas acolchadas frente a su propio escritorio. El guitarrista se sentó, pudo tomarse un momento para ver al hombre frente a él mientras este revisaba su ficha médica y los análisis de sangre, aquellos ya los había enviado con una semana de anticipación. El tipo era intimidante y su bata de doctor no lo ayudaba en mucho. —Así que veamos, —comenzó. —Eres un hombre beta de veinticuatro años que no se siente cómodo siéndolo, ¿No es así?

—Quiero seguir siendo hombre, —aclaró, eso era algo de lo que estaba totalmente seguro. —Pero quiero que cambien mi casta.

—¿Y estás conciente de lo peligroso que podría ser para tu salud?

—Sí, doctor.

—¿Sabes algo del procedimiento? —cuestionó, elevando una ceja.

—Muy poco.

El hombre se levantó, caminó hasta un mueble de madera y abrió uno de los cajones para sacar un frasco. Regreso a su lugar, entregándole el envase rosado al más bajo. Angus lo tomó antes de leer la etiqueta. —¿Hormonas? —preguntó al médico.

—Así es, hormonas de omega. Toma una antes del desayuno todos los días durante el primer mes. —dijo, tomando asiento otra vez. —En el folleto se describe de forma muy completa el proceso de transición, pero voy a aclararte algunas cosas.

El de rulos se acercó un poco, prestandole mucha atención. Estaba expectante de lo que iba a oir.

—De aquí a tres meses se notaran los primeros cambios, —comenzó. —Te crecerá más el cabello y perderás el deseo sexual durante las primeras semanas. Aunque esos son detalles, la disfunción erectil y las pocas eyaculaciones son más importantes.

—¿No podré tener sexo con mi esposo?

—Creeme que no vas a querer tenerlo. —el menor asintió. —Primero nos centraremos en eso y esperaremos algunos cambios para ver si tu cuerpo no rechaza las hormonas. Si no lo hace, en algunos meses podremos comenzar con algunas inyecciones y avanzar hacia las cirugías de reasignación.

—Está bien.

Pasaron algunos minutos más hablando allí dentro, hasta que Angus pudo aclarar las dudas más urgentes que tenía. El médico le indico agendar una cita para la próxima semana, y eso hizo antes de irse rumbo al supermercado.

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—¡Amor, ya traje la cena! —casi que grito al entrar a la casa, buscando llamar la atención de su pareja. El alfa salió del baño y corrió hasta él, abrazándolo con fuerza desde su cintura. El escocés pudo sentir el cabello mojado del mayor contra el propio.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó, tomando una de las bolsas para ayudarlo a ordenar.

—Habia muchísima gente porque los lunes hay descuentos, además una señora tardó bastante tiempo en la caja para pagar. —inventó algo que sabía que el otro creería.

No le dieron más vueltas al asunto durante lo que restó del día. Cuando ambos ya estaban en la cama, el menor no podía parar de pensar en el frasco de pastillas lleno que había escondido minuciosamente hasta el fondo de su cajón de ropa interior.

Tenía miedo, pero ya había tomado una decisión. Solamente esperaba poder continuar con su vida normal.