Prólogo
La ciudad de París solía estar tranquila. Quizá era la más atacada, pero a la vez era la más protegida. Al menos, era lo que contaban en las noticias.
— Este es el último favor que te haré, Claudette.
— Querrás decir Chloe.
— Es casi igual, sólo un par de letras.
La voz de su madre logró sacarla de su pequeño trance, y se aseguró de tener a la mano su bolso y su maleta.
La idea de viajar con Audrey en un helicóptero privado no la apasionaba ni un poco. Años antes, habría hecho cualquier cosa con tal de disfrutar de ese privilegio. Ahora comprendía que era un castigo para cualquier cuerdo.
Y aún con eso, aceptar el favor de Audrey era mejor que imaginarse bajando las escaleras de metal de un avión, en un aeropuerto la gran mayoría tenía a sus familiares o algún conocido esperando por ellos. En cambio, ella estaría totalmente sola.
— Una vez que aterricemos, estarás por tu cuenta. Yo tengo cosas pendientes que atender con la... La nueva alcaldesa.
Ese viaje Audrey no lo hacía de buena fe ni de buen humor. Si accedió a llevarla, fue porque su destino coincidía con el de Chloe. Intentó no arrugar la nariz al escucharla hablando en ese tono sobre Caline Bustier.
Con pensar en aquella mujer, inconscientemente el recuerdo de la última vez que estuvo en París la recibió de forma desagradable.
No quería recordar eso, pero tampoco podía olvidarlo. Su consciencia no se lo permitía, pese a todos los cambios que había tenido su vida en el último par de años. Fingió demencia ante ese sentimiento, mientras esperaba que el helicóptero finalmente llegara a París.
Por supuesto, tuvo que aprovechar para solicitar algún servicio de taxis, pero la aplicación parecía no procesar la orden. ¿Por qué? Pensó que se debía a la señal y que probablemente tendría que esperar a tocar tierra.
— Este sitio parece un pueblo fantasma.
— Probablemente todos estén en sus casas, mi señora. Al parecer, hay una alerta de akuma.
El piloto aterrizó en un estacionamiento reservado exclusivamente para Audrey y la mujer se propuso en ingresar hacia la alcaldía. Sin embargo, le dio una mirada rápida a Chloe antes de darse media vuelta.
— Eso es todo, Zoe. Intenta no molestarme más por unas horas, ¿De acuerdo? No pienso esperarte si llegas tarde, así que te aviso que me iré en la noche hacia Nueva York, con o sin ti.
El mutismo de la calle permitió que Chloe escuchara con mayor detalle el repiquetear de los tacones de Audrey. Sus ojos se clavaron en la altiva mujer, antes de desviarlos hacia su celular. Pidió un taxi y quiso distraer su mente.
Pasaron alrededor de 20 minutos, hasta que Chloe revisó con impaciencia su celular. La aplicación marcaba que su viaje se había cancelado, porque las calles y estropicios provocados por un akuma impedía que el taxista llegase hasta el aeropuerto.
Tampoco pudo probar suerte deteniendo algún taxi de la zona. Por lo regular, todos se esconden cuando un akuma ataca para evitar entorpecer a la policía y a los héroes de París. Ella sabe bien todo eso. De primera mano, y de última.
La única alternativa que tuvo, fue encaminarse por las calles silenciosas. Solamente alguien demasiado ingenuo creería que de verdad todas las personas se recluían en sus casas ante la catástrofe de un akuma. Mientras fuera en una zona cercana, las personas siempre querían asomarse por sus ventanas o grabar algún vídeo desde el balcón.
Y de lejos, todos los demás sentían curiosidad por el combate que tendrían los héroes con el akumatizado. Sí, que el suceso se televisara por los medios como los reportes de Nadja Chamack impedía que otro puñado de gente se arriesgara por enterarse de lo que sucedía.
Aunque no siempre podían seguir la pista de los hechos. Muchas veces, no quedaba más que suponer las cosas.
Chloe no tenía idea de cuánto tiempo tardaría paralizado el transporte, por lo cual su única compañía por varios minutos fue el deslizar de las pequeñas ruedecillas de su maleta. Se acomodó el bolso sobre el hombro y continuó caminando observando las casas coloridas de las calles silenciosas.
Chloe se cuestionó terriblemente si tentó demasiado su suerte, cuando vio salir volando un pedazo de concreto por sobre el vecindario en el que caminaba. El zumbido activó ese instinto de querer correr, aunque el proyectil cayó mucho más lejos.
Por supuesto, tras el impacto pudo escuchar el caos y la desesperación, provocando que caminara mucho más rápido. Bien, el akuma posiblemente estaba mucho más cerca de lo que ella pudo haber pensado.
Hacía mucho que no estaba en París.
Desechó eso de su mente y se confortó cuando estuvo a tres calles de llegar a su destino. Ese confort duró bastante poco, cuando una de las ruedas se atascó en una grieta entre la acera y se desprendió de la base.
— ¡Esto es...! Es inconcebible....
Chloe tomó aire y dejó escapar un pesado suspiro. Miró hacia sus alrededores, sin ver a nadie más. Bueno, al menos estaba sola. Observó unos momentos la maleta rosa antes de ingeniárselas para arrastrarla lentamente con ella.
Años atrás, nunca en su vida se le cruzaría por la cabeza emprender el camino a pie. Mucho menos con un percance así. Años atrás, habría sido capaz de sentarse sobre su maleta y esperar que el primer transeúnte llevara sus cosas. Pero ahora ahí estaba ella, a medio camino de ver tras mucho tiempo a Jean.
Nada iba a detenerla, ni siquiera la rueda rota de su maleta.
Quizá creerse tan segura de aquel "nada" fue cantar victoria antes de tiempo. Por supuesto que, si Chloe hubiese sabido lo que ese día tenía destinado, habría tomado mucho antes aquel vuelo.
Muchísimo antes.
Como si se tratara de una mala broma, el asfalto se cuarteó y la calle se abrió a la mitad. La tierra engulló un par de casas que se desmoronaron hacia el despeñadero.
Chloe intentó alejarse cuando el piso cercano comenzó a desmoronarse con rapidez. Apenas notó el lastre que era su maleta, su instinto de supervivencia causó que la soltara y echó a correr. Su bolso parecía cargar piedras ahora que tenía que pegar una carrera por evitar caer al vacío como sucedió con su maleta.
Abrió el bolso y sacó el primer puñado de cosas que encontró: Su celular, su cartera y un pequeño espejo de mano. En cuanto el suelo bajo sus pies se partió, arrojó el bolso lo más lejos que pudo y aceleró su paso.
¡Jamás en su vida había corrido tanto! Los tacones eran incómodos y nunca había sido capaz de andar tan aprisa con ellos. Ahora, parecía no importar en absoluto cuando avanzaba a grandes zancadas por la avenida. Mientras más se acercaba con dirección a la torre Eiffel, observaba a más gente corriendo por las calles circundantes.
Pronto escuchó los gritos histéricos y los llantos.
El suelo terminó de partirse tras dos caóticos minutos. Sin embargo, cuando lo hizo, se llevó a una última persona que cayó al precipicio que se formó. Quien se cayó fue un adolescente.
— ¡Chris! ¡Chris! —y ante su perdida, la voz de una mujer se desgarró en llanto.
Chloe se aferró a un poste de luz y evitó caer al piso ante el bajón de adrenalina. Sus pulmones quemaban. Era difícil recuperar el aliento sin que el pecho le doliera. La ansiedad pulsó y recorrió con la mirada sus alrededores.
La gente estaba aterrada y sumida en pánico. Detalló a cada uno, y no conocía a nadie. Bueno, casi nadie. Sus ojos se posaron sobre la señora que lloraba amargamente cerca del precipicio que partía la calle y devoró varios edificios. Un hombre se encargaba de retener a dicha mujer, para que no se acercara más al borde.
Quizá, sería más correcto decir que evitaba que se tire al vacío.
La demostración de dolor y sufrimiento captó la atención de la gente que había salido de la crisis de pánico. De quienes se mantenían alerta para no derrumbarse ahí mismo. Y pronto empezaron los murmullos.
— ¿Quién se cayó?
— Fue su hijo.
— ¿Quiénes son?
— Yo los conozco, son mis vecinos. Los Lahiffe. Pobrecillos...
El apellido le sonó conocido. ¿Lahiffe? Chloe reafirmó sus brazos al poste cuando sintió sus piernas temblar. Ese apellido lo escuchó antes. El problema fue recordar donde. Apenas pudo ver el rostro de la señora y el señor Lahiffe fue que lo recordó.
Uno de sus compañeros de clase en el Françoise Dupont tenía ese mismo apellido: El amigo de Adrien. Nunca le puso mucha atención a la gente con la que estudiaba en esos años, pero tenían un gran parecido con lo que ella recordaba. Los que lloraban inconsolables eran los padres de Nino, y quien se había caído por el precipicio era su hermano menor.
Los murmullos fueron rotos cuando una voz se alzó frustrada.
— ¿¡Dónde demonios está Ladybug!? ¿¡Qué mierda se supone que hace!?
A unos metros lejos de ella, vio a quien gritó con tanta desesperación. Era un hombre de mediana edad, que le servía de apoyo a una mujer embarazada que era incapaz de asentar uno de sus pies al suelo.
— ¡Un niño acaba de morir cayendo al precipicio y ella no se ha dignado en aparecer!
— ¡Vaya heroína tenemos! No solamente dejó que Hawk Moth le ganara la otra vez, ¡sino que también deja que niños mueran!
Los gritos coléricos clamaron la atención del resto de la gente. Muchos más se unieron a los reclamos enojados, productos del estrés y el terror. Un pequeño puñado presentaba expresiones indignadas.
— ¡Lo dices como si fuera fácil ser un héroe!
— ¡Es su deber salvarnos! ¡Prometió hacerlo y no está en ninguna parte!
— ¡Son solamente dos héroes ahora! Además, que son bastante jóvenes todavía, ¡Casi siguen siendo niños!
— ¡En ese caso, Ladybug debería dejar que alguien capacitado se hiciera cargo si no pueden con eso!
— ¡Son solamente dos porque dejó que Hawk Moth les quitara a los demás héroes!
— ¡Sí, es su culpa!
Chloe miró confusa la pelea que se montó en medio de la arruinada calle. Vamos, las noticias no salían fuera de París. Naturalmente, Francia controlaba toda la información que salía hacia el exterior. Sería desastroso que el resto de países se enterase de su gran vulnerabilidad interna y tuviesen que preocuparse por más cosas que por un hombre enloquecido que aterroriza París.
Bueno, en caso de que Hawk Moth fuese un hombre. Nunca se sabía nada con exactitud.
Ante la discusión que se caldeaba entre los demás transeúntes, el señor Lahiffe abrazó firmemente a su esposa contra su pecho y echó una mirada furiosa.
— ¿Podrían callarse y respetar nuestro dolor? —el reclamo agresivo sirvió para silenciar a la gente— Mi esposa y yo acabamos de perder a...—su voz tembló y no pudo nombrar a Chris— Peleándose no hacen más que darle a Hawk Moth más personas para akumatizar, y aun sabiéndolo ustedes solamente están discutiendo sin importarles nada más.
El par de hombres que estuvieron a poco de pelearse a golpes se separaron lentamente, recapacitando en el mal momento que era para provocar más problemas. El señor Lahiffe tenía razón.
No obstante, la pregunta continuaba circulando por sus mentes: ¿Dónde estaba Ladybug?
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9 de febrero de 2023: Esta historia da su inicio. ¡Que se levante el telón!
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