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𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟗

𝐄𝐥 𝐑𝐞𝐬𝐩𝐥𝐚𝐧𝐝𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐋𝐮𝐧𝐚

La luna lo estaba mirando, juzgándolo. Lo peor es que se lo merecía. Harry tenía un historial de arruinar un poco las cosas cuando trabajaba en equipo. A veces eran cosas pequeñas, como la vez que dañó con pegamento el cabello de una hija de Afrodita mientras decoraban cartas, o aquella ocasión en una competencia de espadas donde cercenó el dedo meñique de su compañero (lograron coserlo, pero nunca lo ha olvidado). Luego estaban las cosas grandes, como el incendio del bosque de hace dos años.

Por alguna razón, esto se sentía aún peor.

—¡Hey, reacciona! —Malfoy chasqueaba sus dedos frente a él, tratando de lucir molesto, pero su cara de "me voy a desmayar en cualquier momento" lo delataba—. Si voy a morir aquí, no va a ser porque el zopenco del cara rajada decidió jugar a las estatuas.

—Perdón, estaba en mis pensamientos.

—Me di cuenta. Camina; ya tengo suficiente con el perro cobarde en mi tobillo —masculló, refiriéndose al pobre Fang, que parecía aún más asustado que Malfoy, si eso era posible.

Okey, Harry no era el chico con más suerte. Después de Navidad tuvo una racha: ponía atención en clases, descubrió quién era Nicholas Flamel gracias a un cromo coleccionable (¿quién lo diría?), consiguió la Snitch en tiempo récord, dejando a Ron fanfarronear un poco con Draco. Pero digamos que un día los dioses decidieron abandonarlo. Harry culpa su incapacidad para dar ofrendas.

Para empezar, descubrieron más cosas incriminatorias hacia el profesor Snape, lo que no estaría tan mal si el hombre no estuviera a nada de obtener la piedra filosofal. Él y sus amigos intentaron buscar pruebas para mostrar a Dumbledore; digamos que un rubio miedoso arruinó un poco eso.

—Sabes, podrías ser más amable tomando en cuenta que tú nos metiste en este castigo —contestó Harry, recordando con enojo cómo Draco los acusó, haciendo que terminaran en el temible bosque, con monstruos que esperaba no conocer.

—Yo no te metí en esta "situación". Tú y tus inútiles sin cerebro me arrastraron aquí.

—Okey, ¿Cuál es tu problema? —paró en seco el de lentes, mirando directamente a Draco. Harry pocas veces había estado en situaciones en las que se pusiera a prueba su paciencia, por lo que apenas reconoció esa sensación en el pecho cuando escuchó el insulto dirigido a sus amigos—. No he sido más que amable. Creí que eso era suficiente, creí que bastaría para ser amigos. Está bien si no te agrado, está bien si no me quieres cerca. Pero, ¿por qué tienes que ser tan cruel?

Draco miró al de lentes con sorpresa. El chico con demasiada energía y que siempre tenía cara de perro perdido ahora lo encaraba. Lo único que los iluminaba era la luz de luna, que solo parecía reflejar el enojo en esos ojos verdes.

—Mira, cara rajada. Yo no tengo porqué dar explicaciones ante un grupo de sangre sucias...

—¡¿Ves?! ¡Exactamente eso! ¡No te hemos hecho nada! —exclamó ya harto. Fang solo miraba el intercambio, escondiéndose de los gritos—. Puedes decir lo que quieras de mí, pero deja de insultar a mis amigos. Ellos no merecen los insultos de un estúpido que no parece tener nada mejor que hacer más que perseguirnos.

—Harry...

—¡Siempre molestando, siempre actuando como si fueras superior! —siguió, mirando al rubio, que empezaba a observarlo con miedo—. Me alegra que me hayas rechazado; no quiero ser amigo de alguien como tú.

—Harry, escucha...

—¿Y sabes qué? ¡Ni siquiera sé qué significa sangre sucia!

Draco dio un paso atrás. Harry respiraba con dificultad, pero el miedo en los ojos del rubio solo seguía aumentando. La piel de Harry se erizó, contagiado por el terror de su compañero.

No lo estaba mirando a él.

Harry dio la vuelta. Lo que vio fue plateado: vida líquida que manchaba a chorros el Bosque Prohibido. Vio lo que pensó alguna vez fue un hermoso unicornio, ahora muerto en el suelo. Sobre él, una figura encapuchada con sangre plateada goteando de su boca.

El dolor le llegó de sorpresa. Un ardor en su cicatriz, como si se estuviera abriendo por dentro. No notó cuándo el miedo hizo que Draco y Fang huyeran lo más lejos que pudieron. No notó cuándo cayó de rodillas al suelo por el dolor. Tampoco notó cuándo la criatura se acercaba a él. El ardor solo se expandía por su cuerpo cada vez que aquella cosa se acercaba. Harry nunca en su vida se había sentido tan cerca del Hades.

De pronto el dolor paró, pero el recuerdo seguía recorriendo su cicatriz. Sus jadeos cansados resonaban en el inusualmente callado bosque, hasta que finalmente tuvo la valentía de subir la mirada.

—¿Estás bien? —le preguntó un hombre rubio, un centauro al igual que Quirón, pero más joven. Seguramente un compañero de los otros centauros que se encontró antes con Hagrid.

—Sí... sí, estoy bien —asintió mientras se levantaba acomodando los lentes.

El centauro lo veía casi con preocupación, con esos ojos azules que brillaban como zafiros.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Te lo puedo explicar en el camino —dijo el centauro ahora con una mirada decidida—. Tienes que salir de este bosque; no es seguro. ¿Puedes cabalgar? Será mucho más rápido.

Harry asintió, viendo cómo el centauro bajaba sus patas delanteras para que pudiera subir. Cuando el centauro se irguió, Harry, sorprendido, apretó con los puños su pelaje.

—¡Perdón! —exclamó cuando lo miró con los ojos abiertos. En realidad, Harry era horrible cabalgando—. Tienes un pelaje bonito.

El centauro no parecía enojado; solo resopló con una pequeña sonrisa y empezó su camino.

—Ehm, mi nombre es Harry. ¿Cuál es el tuyo?

—... Firenze. —El centauro tenía un aura de paz que lo rodeaba, lo que hizo que poco a poco Harry se relajara.

—Mucho gusto, Firenze, y gracias por ayudarme... y por dejarme cabalgar en tu lomo —se río un poco recordando cuando intentaba montar a los pegasos en el campamento—. De hecho, es mucho más fácil cabalgar en ti. Usualmente a los caballos no les agrado; una vez uno me tiró y me fracturó el brazo.

—Quizás es porque yo no reacciono cuando me patean —explicó el centauro. Harry se dio cuenta de que estaba balanceando de un lado a otro sus piernas, que terminaban golpeando... ¿el estómago? de Firenze.

—Oh, lo siento.

—No es nada.

—¿Siempre ayudas a los estudiantes cuando se pierden? —Harry no sabía si era común en Hogwarts montar a los centauros. Quirón lo mandaría a limpiar los establos por siquiera preguntarlo.

—No. Tenemos prohibido ayudar a los humanos —dijo el centauro, ignorando la mirada de sorpresa que Harry le dirigía.

—¿Entonces por qué...?

—Harry, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?

—No. En pociones nunca hemos usado sangre, solo cuerno o cabello —aún recordaba el charco plateado debajo del pobre animal.

—Matar a un unicornio es imperdonable por su misma naturaleza; es algo monstruoso —explicó Firenze. La paz que irradiaba fue reemplazada por algo oscuro que nubló sus ojos—. La sangre de unicornio tiene una magia poderosa que te puede mantener con vida sin importar la gravedad de cualquier herida, pero con ello viene una condena, una maldición.

Un escalofrío recorrió la columna de Harry mientras procesaba las palabras de Firenze. Apenas comenzaba a comprender la gravedad de lo que había visto.

—Solo alguien lo suficientemente desesperado cometería tal atrocidad. Alguien a quien no le importe acabar con una vida pura a cambio de salvarse a sí mismo.

—Voldemort... —susurró Harry más para sí mismo.

En ese momento, unos golpes de cascos los alertaron. Entre los árboles aparecieron Ronan y Bane, los centauros con los que se había topado junto con Hagrid antes. Los rodearon, y no parecían contentos.

—¿No te da vergüenza, Firenze? Tener a un humano en tu lomo cual mula —dijo Bane con asco, haciendo que Harry se acercara más a Firenze, sin entender del todo lo que pasaba. Ambos centauros andaban en círculos a su alrededor con muecas de disgusto.

—No podía dejarlo. Es mi deber ayudarlo —intentó justificarse, pero Ronan lo interrumpió.

—Juramos mantenernos fuera de los planes del cielo. ¿Acaso planeas ir en contra de los planetas?

Ante eso, el semblante pacífico de Firenze cambió, mirando a sus compañeros con ira.

—¿No es eso lo que hacen ustedes? Ofreciendo abandonarlo. Es un protegido de la Luna al que llevo en mi lomo —Harry levantó el rostro ante eso, mirando a Firenze y a la Luna que los iluminaba—. Va en contra de mi naturaleza dejarlo.

Harry miró a Firenze, sin entender cómo sabía de su cercanía con la Luna, preguntándose si los magos también podían sentir ese vínculo.

—Eso es imposible —negó Ronan, ahora confundido—. Los hijos de los dioses nunca se han acercado a la magia.

—Es inútil negar lo que el cielo mismo nos dice —declaró Firenze, con una determinación más fuerte que el bronce celestial—. Ya viste lo que pasó con los unicornios en nuestro propio bosque. Es solo el inicio.

Bane miró a Harry, analizándolo. El chico no sabía qué buscaba en él, pero Bane pareció encontrarlo, porque con una seña él y Ronan partieron, desapareciendo entre los árboles. Firenze continuó su camino. Cabalgaron en silencio.

Harry no sabía qué decir. ¿Ellos ya sabían que Voldemort rondaba el bosque? ¿Cómo sabían de su bendición? ¿Cuál era su deber con los cielos? Antes de que pudiera hacer cualquier pregunta, empezó a escuchar unos gritos a lo lejos.

—¡Harry! ¿Estás bien?

Era Hagrid. Se acercaba con Hermione, Neville y, milagrosamente, Draco, que se escondía detrás de todos.

—Malfoy nos avisó que estabas en problemas. Muchas gracias por traerlo, Firenze.

Firenze solo asintió. Harry fue levantado del lomo del centauro por Hagrid. No se había dado cuenta de que temblaba hasta que sus pies tocaron el suelo.

—Harry —lo llamó Firenze, haciendo que lo volteara a ver. Este lo miró con una mezcla de emociones que no supo distinguir. Hasta que al final solo se atrevió a decir—: Mucha suerte. Antes, los planetas han sido malinterpretados incluso por centauros. Espero que esta sea la ocasión.

Antes de que pudiera contestar, el centauro ya se había internado en el bosque, perdiéndose entre la oscuridad. Fue abordado por Hermione y Hagrid, quienes le hacían preguntas que desbordaban preocupación. Incluso notó esas miradas en Neville y Draco, que se mantenían al margen. Al final, parecieron ceder, ya que empezaron a dirigirse de vuelta al castillo.

Quizás era la oscuridad o el impacto de lo ocurrido esa noche, pero Hermione no pudo evitar mirar con curiosidad cómo, incluso en la noche, su amigo parecía brillar ligeramente bajo la luz de la Luna.

꒷꒦˚꒦꒷

Nadie sabía qué tan importantes eran los exámenes para Hermione Granger. Su sed de conocimiento era tanta que parecía inundar todo lugar por donde pasaba, y sus amigos sentían que iban a ahogarse en cualquier momento.

—Ron, no es así como se hace ese hechizo —regañó a su amigo cuando la fruta frente a él levitaba en vez de bailar, como se suponía—. Tienes que hacer el movimiento delicadamente.

—Hermione, cinco minutos. Es todo lo que pido: un descanso de cinco minutos —exigió Ron, ya cansado de su amiga, que incluso en el comedor, el lugar sagrado donde la felicidad en forma de comida llegaba, aún así los atormentaba con estudiar.

—Ron, es importante. Vamos atrasados; apenas llevamos tres exámenes y solo hemos estudiado con dos días de antelación. Incluso Harry sabe lo importante que es... ¡Harry! —sacudió a su amigo, que dormía a su lado dejando un hilo de baba en su plato.

—¡Importantes!... Importantes exámenes... —gritó Harry, tallándose los ojos y dejando sus lentes torcidos. Sus amigos lo miraban como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Quizás tenían razón.

—Compañero, ¿Cuánto dormiste anoche? —le preguntó Ron, observando el aspecto desaliñado y las ojeras marcadas de su amigo. Harry no pareció escucharlo; simplemente empezaba a cabecear, por lo que Hermione le quitó el plato para evitar que durmiera sobre él nuevamente.

—¿Sigues con el mismo sueño? —preguntó Hermione, pasándole una servilleta. Harry la tomó adormiladamente y se limpió la saliva del rostro. En los últimos días, no dejaba de tener el mismo sueño: Voldemort en el bosque, siempre seguido por esa luz verde y gritos que lo atormentaban. Después de despertar, no podía volver a dormir; sentía como si el mismo Voldemort fuera a atravesar la puerta de su cuarto en cualquier momento.

—No puedo evitarlo, siempre es lo mismo. Siento como si se me escapara algo —se quejó Harry, recordando cómo todo había comenzado con Fluffy, que resultó ser de Hagrid, la piedra filosofal y Voldemort, a quien no habría enfrentado de no ser por ese castigo. Todo porque Draco los descubrió con el dragón de Hagrid—. El dragón... ¿por qué Hagrid tendría un dragón?

—¿Qué dices, compañero? —preguntó Ron, confundido.

—Solo digo... ¿No se les hace extraño que alguien le regalara un dragón? —preguntó Harry con sospecha.

—Sí, pero no dijo que fue un regalo, ¿verdad? En el Caldero Chorreante... —respondió Ron con expresión perpleja.

—Harry tiene razón —dijo Hermione, pensativa—. Los dragones están prohibidos. ¿Por qué alguien tendría casualmente uno y se lo daría a Hagrid, de entre todas las personas?

—Ti anóitos ímoun... —murmuró Harry, confundiendo a sus amigos—. Tenemos que ir ya con Hagrid.

Harry se levantó con rapidez, dirigiéndose hacia la salida del comedor. Hermione lo siguió inmediatamente, y Ron los acompañó no sin antes maldecir al cielo por no dejarlo comer.

꒷꒦˚꒦꒷

Hagrid paladeaba guisantes cuando llegaron a su cabaña. El cuerpo de Harry ardía en anticipación; algo importante pasaría ese día, y Hagrid era la última pieza para saberlo.

—Chánkrint, ¿poios sou édose to Normpérto? —exclamó el de lentes, sin darse cuenta de cómo sus amigos lo miraban, como si Draco hubiera proclamado su amor por los muggles—. ¡Eínai zoí í thánatos! Poios ítan?

—¿Qué? —murmuró Hagrid, sin entender, antes de que Hermione se amontonara, intentando empujar a Harry.

—Normberto... No tiene sentido, ¡es un dragón! ¿Cómo entró a Hogwarts? ¿Snape lo hizo? —preguntó rápidamente, pareciendo extasiada, como cuando encontraba un examen particularmente difícil.

—Chicos —habló Ron.

—Den katalavaíneis, an mátheis káti gia to scholío —exclamó Harry, intentando apartar el cabello de su amiga de sus ojos.

—¡El que-no-debe-ser-nombrado tiene que ver! —gritó Hermione, apartando las manos del otro.

—¡Hagrid! —gritaron ambos. Eso pareció romper la paciencia del pelirrojo, quien se puso enfrente de los dos, empujándolos detrás de sus brazos para evitar que hostigaran a Hagrid.

—¿Por qué es todo este escándalo?

—Normberto, ¿quién te lo dio? —preguntó Ron con calma, sintiendo a sus dos amigos asomándose por sus brazos.

—Ya se los dije, lo gané en la aldea.

—¡¿Pero quién?! —gritó Hermione, ganándose un "shh" de Ron.

—¿No supiste algo de él? ¿Su nombre? ¿Cómo era? —Hagrid se quedó pensativo, murmurando una respuesta mientras se rascaba la mejilla.

—Pues... nunca se quitó la capa. —Hagrid pareció darse cuenta de lo que dijo después de ver la cara de asombro de los tres niños—. ¡Pero es normal! Hay mucha gente rara en los bares de la aldea. Podría ser un traficante de criaturas.

—¿Pero le llegaste a contar algo sobre Hogwarts? —preguntó Harry, ya más tranquilo. Hagrid siguió murmurando respuestas mientras la realización se reflejaba en sus ojos.

—Bueno, él quería estar seguro de que me podría dejar a Norberto —los tres niños se alertaron ante eso—. Le expliqué que siempre quise un dragón, le conté sobre los animales que he cuidado... No recuerdo mucho después de algunas copas, solo le dije que después de Fluffy un dragón era pan comido.

—¿Fluffy? ¿Le contaste sobre Fluffy? —preguntó incrédula Hermione, aún detrás de Ron.

—Bueno, pareció normalmente interesado. ¿Cuántos perros de tres cabezas has visto? —se mofó restando importancia—. Solo le expliqué que una suave canción era suficiente para tranquilizarlo... Ay, no.

Ellos no perdieron más tiempo y se fueron corriendo tan pronto como fue posible. Hermione gritaba direcciones para la oficina de Dumbledore, Ron repasaba lo que tenían que decirle para evitar que Snape robara la piedra, y Harry solo suplicaba que les creyeran. Antes de llegar a la puerta del despacho, fueron detenidos por una figura alta con sombrero puntiagudo.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó la profesora McGonagall con las manos en la cintura.

Sorprendiendo a sus amigos, fue Hermione quien respondió, poniendo la frente en alto:

—Tenemos que hablar con el director, es muy importante.

McGonagall solo parpadeó, confundida.

—¿Cuál es la razón? —Esa pregunta acabó con la valentía de Hermione, que empezó a titubear.

—Bueno, es algo importante, creo... yo... no podemos decírselo.

—¿Cómo? —preguntó indignada antes de recomponerse—. El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos; tiene asuntos urgentes en el Ministerio.

—¿Qué? ¿Por qué ahora? —preguntó Harry, su preocupación creciendo cada vez más.

El ceño de McGonagall se fruncía más ante cada pregunta.

—El profesor Dumbledore es un gran mago y uno muy ocupado —respondió con frialdad—. No entiendo por qué unos estudiantes deberían preocuparse por sus compromisos fuera de la escuela.

—¡Es por la piedra filosofal!

Todo el semblante de McGonagall se resquebrajó ante la sorpresa.

—No... lo... grites —susurró entre dientes, con los ojos abiertos, antes de preguntar—. ¿Cómo es que saben...?

—Eso no es importante, lo importante es que alguien va a intentar robarla hoy si no se hace algo —exclamó Harry, tratando de ser tomado en serio, intentando que se entendiera la gravedad de la situación.

Sin embargo, antes de que McGonagall pudiera decir algo, una nueva presencia se hizo notar.

—¿Por qué es este escándalo? —Snape se acercó a la profesora mientras la miraba fijamente. Ambos sabían lo que Harry sentía: Snape conocía su plan para evitar el robo de la piedra.


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Tarde mas en este capitulo de lo que esperaba, cada vez estamos mas cerca de regresar al campamento mestizo!!!

Comenteeeeen, me motivan a escribir cada día :>

(Harry y Draco en el bosque prohibido)

-ℋ𝓪𝓼𝓽𝓪 𝓺𝓾𝒆 𝓵𝓪 𝓞𝓼𝓬𝓾𝓻𝓲𝓭𝓪𝓭 𝓷𝓸𝓼 𝓵𝓵𝓪𝓶𝒆

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