Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏

𝐂𝐚𝐥𝐥𝐞𝐣𝐨́𝐧 𝐃𝐢𝐚𝐠𝐨𝐧

Harry rebosaba alegría. Era un mago, podía hacer magia. No podía esperar a llegar a su nueva escuela, ubicada en Londres, lo que implicaba un viaje desde Nueva York. Quirón y un sátiro llamado Arthur lo acompañaban. Aunque Harry no lo admitiera, durante el vuelo rezó a quienquiera que escuchara para que Zeus no lo fulminara con un rayo. Por fortuna, nada de eso ocurrió, aunque las nubes densas y los truenos resonantes pusieron lo pusieron a prueba.

Ahora se encontraban en el aeropuerto. Quirón y Arthur mostraban el cansancio del viaje, pero Harry, arrastrando su maleta con ruedas que chirriaban ligeramente, irradiaba energía. Nunca había salido del Campamento Mestizo y observaba todo a su alrededor con fascinación: las pantallas parpadeantes con horarios de vuelos, el bullicio de la gente, los carritos de equipaje que zumbaban como insectos gigantes.

—Harry, hasta aquí llega nuestro camino —dijo Quirón, con su silla de ruedas cuidadosamente dispuesta para ocultar su mitad equina. A su lado, Arthur permanecía en silencio, con los ojos fijos en un punto lejano, imperturbable a pesar de los intentos de Harry por entablar conversación.

—¿Y ahora qué hago? ¿A dónde tengo que ir? ¿A una casa embrujada? ¿Tengo que decir una palabra secreta? —preguntó Harry, susurrando lo último con una sonrisa traviesa.

—No hay palabras secretas —respondió Quirón, ante la visible decepción de Harry—. La escuela ha enviado un guía para que te ayude con tus compras y te lleve a Hogwarts. Es más seguro para nosotros partir ahora. El mundo mortal no es... amigable con centauros y sátiros.

—¿Y cómo sabré quién es mi guía?

—Son magos, Harry. No es difícil reconocerlos. —Arthur habló por primera vez, con una media sonrisa que revelaba unos dientes ligeramente puntiagudos. Quirón le dirigió una mirada de advertencia antes de volverse hacia Harry.

—Buena suerte, Harry Potter —se despidió Quirón, con una leve inclinación de cabeza. Arthur asintió en silencio y ambos se alejaron entre la multitud.

Solo, Harry se sentó en el primer banco de cuero que encontró. El tiempo pareció detenerse mientras observaba a la gente pasar. Tras un rato que se le antojó eterno, consideró seriamente enviar un mensaje Iris a Quirón. Entonces lo vio. Un hombre que destacaba entre la multitud como un roble entre arbustos. Enorme, con una melena y una barba espesas que ocultaban la mayor parte de su rostro, atraía las miradas curiosas y los susurros de los demás pasajeros. Parecía tan perdido como él. Harry se armó de valor y se acercó.

—Disculpe, ¿usted es mi guía? —preguntó, tocándole suavemente el brazo para llamar su atención.

—¡Ah! ¡Aquí estás, Harry! —exclamó el gigante. A través de la espesa barba, Harry intuyó una amplia sonrisa—. La última vez que te vi eras un bebé. Te pareces mucho a tu madre, pero tienes el pelo ¡y las gafas redondas de tu padre!

—¿Conoció a mis padres? —preguntó Harry con entusiasmo. Nunca le habían hablado de ellos, la información en el campamento era escasa y vaga—. ¿Cómo eran? ¿Eran magos? ¿Qué les pasó?

—¿Nunca te hablaron de tus padres en el orfanato?

—¿Orfanato? —Harry frunció el ceño, recordando la excusa improvisada del Señor D—. ¡Ah, sí, el orfanato! Ellos no tenían... la información —improvisó.

El gigante pareció enfadarse, sus cejas se juntaron formando una línea recta sobre sus pequeños ojos oscuros. —Si hubiera sabido que te dejarían con esos Dursley... —murmuró entre dientes. Se recompuso y miró a Harry con una expresión más amable—. Bueno, te llevaré a comprar tus cosas. Por suerte, el Callejón Diagon no está lejos.

Mientras seguía al gigante con su maleta, la mente de Harry trabajaba a toda velocidad.

—¿Puedo hacerle preguntas?

—Claro, las que quieras.

—¿Cómo se llama? ¿Qué hace en la escuela? ¿También es mago? ¿Por qué es tan alto? ¿Nunca se peina? ¿Por qué...?

—¡Espera, espera! Demasiado rápido, Harry —interrumpió el hombre, deteniéndolo con una mano enorme en su hombro—. Me llamo Rubeus Hagrid, pero puedes decirme Hagrid. Soy el guardabosques de Hogwarts y también soy mago, aunque tengo prohibido hacer magia... es una larga historia.

La respuesta calmó momentáneamente la curiosidad de Harry. Hagrid le parecía fascinante, nunca había conocido a nadie igual. Estaba a punto de formular otra pregunta cuando Hagrid se detuvo frente a un pub mugriento que parecía fuera de lugar entre las tiendas modernas que lo rodeaban.

—¡Aquí está! La entrada al mundo mágico: El Caldero Chorreante.

Hagrid señaló el local. A su lado había una librería de colores pastel y al otro una tienda de música con instrumentos brillantes en el escaparate. Harry esperaba una entrada más... espectacular. La gente pasaba sin prestar atención al pub. De hecho, Harry empezó a sospechar que solo él y Hagrid podían verlo.

Al entrar, el ambiente era oscuro y estaba lleno de gente vestida con extrañas túnicas. Algunos bebían en la barra, otros charlaban en grupos, y el aire olía a cerveza rancia y humo de pipa. Todos parecían conocer a Hagrid y lo saludaban con familiaridad, con palmadas en la espalda y sonrisas. Se acercaron a la barra, donde un hombre calvo y con un delantal grasiento sonrió al ver a Hagrid.

—¿Lo de siempre, Hagrid? —preguntó el cantinero, con voz ronca.

—Solo zumo, Tom. Estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid, poniendo una mano enorme en el hombro de Harry.

—¡Por Merlín! —exclamó Tom, examinando a Harry de arriba abajo—. ¿Es este...? ¿Podría ser...?

El bar quedó en un silencio repentino. Todas las conversaciones cesaron y las miradas se posaron en Harry.

—Harry Potter... todo un honor —dijo Tom, con los ojos brillantes de emoción. Se acercó rápidamente y estrechó la mano de Harry con entusiasmo.

De repente, una multitud se agolpó a su alrededor, queriendo saludarlo.

—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te conozco.

—Estoy orgullosa de ti, Harry. Muy orgullosa.

—Siempre quise estrechar tu mano... Es un placer.

Un hombre pálido y nervioso con un tic en el ojo se acercó tímidamente.

—¡Profesor Quirrell! —lo presentó Hagrid—. Harry, él te dará clases en Hogwarts.

Harry se enderezó y le dedicó una sonrisa radiante, decidido a causar una buena impresión.

—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, estrechando la mano de Harry con dedos fríos y temblorosos—. N-no p-puedo d-decir lo c-contento que e-estoy de c-conocerte.

—¡Mucho gusto, profesor! —respondió Harry con demasiado entusiasmo, sacudiendo la mano del profesor con fuerza, lo que pareció incomodarlo aún más—. ¿Qué enseña?

—D-Defensa C-Contra las A-Artes O-Oscuras —murmuró Quirrell, como si la sola mención le causara malestar—. N-no es a-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter? —Soltó una risa nerviosa y forzada—. E-estoy r-reuniendo e-el e-equipo. T-tengo que b-buscar o-otro l-libro de v-vampiros.

Quirrell se alejó rápidamente, como si huyera de algo invisible. Hagrid encontró una mesa en una esquina oscura y pidió dos zumos de calabaza, mientras Harry seguía sintiendo las miradas y los murmullos a su alrededor.

—Hagrid, ¿por qué me saluda la gente?

—¿No te lo había dicho? —preguntó Hagrid, con el ceño fruncido. Harry negó con la cabeza—. ¡Eres famoso!

—No me molesta —admitió Harry, disfrutando un poco de la atención—. Pero ¿por qué?

Hagrid suspiró, visiblemente incómodo.

—Pues... verás... Hace muchos años, hubo un mago muy oscuro... Se llamaba... Su nombre era...

—¿Quieres escribirlo? —sugirió Harry.

—No... No sé cómo se escribe. Está bien... Voldemort —Hagrid se estremeció—. No me hagas repetirlo. Hace unos veinte años, este mago empezó a reclutar seguidores. Algunos le tenían miedo, otros querían su poder. Eran tiempos oscuros, Harry. No se sabía en quién confiar. Pasaban cosas horribles. Se estaba apoderando de todo. Algunos se opusieron, y él los mató... Tus padres fueron víctimas suyas. Fue a su casa... Tal vez intentó persuadirlos... O tal vez solo quería eliminarlos. Lo que se sabe es que apareció en su pueblo la noche de Halloween, hace diez años. Tú tenías un año. Fue a su casa y... y...

—¿Estás bien? —preguntó Harry, al ver que Hagrid parecía a punto de llorar.

—Lo siento —se disculpó Hagrid, secándose los ojos con el dorso de la mano—. Eres famoso porque cuando intentó matarte, algo salió mal. Y él fue quien murió. ¿Nunca te preguntaste cómo te hiciste esa cicatriz? No es solo un corte.

Harry se tocó la cicatriz en forma de rayo. Siempre la había tenido. Algunos campistas incluso creían que era hijo de Zeus por eso, algo que Harry prefería que fuera incorrecto.

—¿Cómo eran mis padres? —preguntó Harry con voz queda.

—Tus padres fueron los magos más brillantes que he conocido. Te querían mucho, Harry —respondió Hagrid con una suave sonrisa, aunque sus ojos se veían tristes—. ¿Quieres ir ya por tus cosas o prefieres quedarte un rato?

Hagrid le ofrecía un momento para asimilarlo todo, pero Harry no quería sumirse en sus pensamientos. Siempre había anhelado saber de sus padres, y aunque, como muchos campistas, sospechaba que no estarían vivos, la confirmación lo había sacudido.

—Quiero ir ya, por favor.

Se dirigieron a la parte trasera del bar, donde solo había hierba crecida, cubos de basura y un hedor a humedad. Hagrid se detuvo frente a una pared de ladrillo y tocó con la punta de su paraguas rosa un ladrillo en particular.

—Tres arriba... dos a la derecha... —murmuró, dando unos golpecitos suaves—. Correcto. Un paso atrás, Harry.

El ladrillo que había tocado tembló y un pequeño agujero apareció en la pared, ensanchándose rápidamente hasta convertirse en un arco que daba a una calle adoquinada llena de edificios coloridos y bullicio.

—Bienvenido al Callejón Diagon, Harry —anunció Hagrid, sonriendo ante la expresión de asombro de Harry.

La calle bullía de gente vestida con extrañas túnicas. Todo era vibrante, lleno de risas, olores extraños y luces parpadeantes. Harry no podía contener la emoción, maravillado con las tiendas y los objetos que se exhibían: hígados de dragón a la venta, calderos de todos los tamaños, frascos de pociones burbujeantes...

—Vas a necesitar uno de esos —dijo Hagrid, siguiendo la mirada de Harry hacia una tienda de calderos—. En la carta vienen todos tus útiles.

Harry sacó la carta de su bolsillo y se la entregó a Hagrid, quien la leyó en voz alta:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME

Los alumnos de primer año necesitarán:

— Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).

— Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.

— Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).

— Una capa de invierno (negra, con broches plateados).

(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)

LIBROS

Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:

— El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.

— Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.

— Teoría mágica, Adalbert Waffling.

— Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.

— Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.

— Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.

— Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.

— Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección,

Quentin Trimble.

RESTO DEL EQUIPO

1 varita.

1 caldero (peltre, medida 2).

1 juego de redomas de vidrio o cristal.

1 telescopio.

1 balanza de latón.

Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS

—Primero deberíamos ir a Gringotts —dijo Hagrid, abriéndose paso entre la multitud con Harry siguiéndolo de cerca.

—¿Qué es Gringotts?

—Ya lo verás.

Llegaron a un imponente edificio blanco que se alzaba sobre las demás tiendas. Frente a las puertas de bronce pulido, un...

—Eso es un duende —corrigió Hagrid, subiendo los escalones de piedra.

—¿Tienen duendes? ¡Qué genial! Nosotros solo tenemos ninfas.

—¿Qué tienen qué...? —Hagrid frunció el ceño. Harry se sonrojó al darse cuenta de su error.

—Nada, es algo que leí en un libro —se excusó, mientras Hagrid empujaba unas gigantescas puertas de plata con inscripciones que Harry no pudo leer debido a su dislexia.

—Son bastante vengativos. Hay que estar loco para intentar robar aquí —explicó Hagrid, leyendo las inscripciones.

—Conozco a gente vengativa. Es un rasgo curioso. Personalmente siento que... Vaya, este lugar es enorme —exclamó Harry al entrar.

El vestíbulo de mármol era imponente. Filas de duendes sentados en altos taburetes escribían en grandes libros con plumas de ganso. Algunos los miraban con desaprobación.

—Buenos días —dijo Hagrid a un duende desocupado—. Venimos a retirar dinero de la cámara de seguridad del señor Harry Potter.

—¿Tiene su llave, señor?

—La tengo por aquí —dijo Hagrid, vaciando sus bolsillos sobre el mostrador y esparciendo un puñado de galletas para perro sobre el libro de cuentas del duende. El duende arrugó la nariz ante el olor. Harry observó a otro duende que contaba rubíes del tamaño de carbones encendidos—. ¡Aquí está! —exclamó Hagrid, mostrando una pequeña llave dorada.

El duende examinó la llave con detenimiento. —Parece estar en orden.

—También tengo una carta del profesor Dumbledore —añadió Hagrid, sacando una carta de su abrigo—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.

—¿Sobre lo-que-usted-sabe? —preguntó Harry con curiosidad.

—No es nada, Harry —dijo Hagrid con una sonrisa poco convincente.

—Bien. Griphook los acompañará —dijo el duende, llamando a otro duende que se acercó con paso rápido y una expresión severa.

Griphook los guio por un pasillo de piedra iluminado con antorchas que parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes. Al final del pasillo, se abrían unas vías de acero que descendían en picado hacia las profundidades del banco. Griphook silbó y un carrito minero apareció a toda velocidad, chirriando sobre los raíles. Los tres subieron, Hagrid apretujándose con dificultad en el pequeño espacio. El carrito se puso en marcha al instante, a una velocidad vertiginosa que dejó a Harry sin aliento.

—¡ESTO ES INCREÍBLE! —gritó Harry, con los brazos extendidos mientras el carrito se deslizaba por las oscuras entrañas de Gringotts.

—Demasiado rápido —se quejó Hagrid, con el rostro verde y agarrándose con fuerza a los lados del carrito.

Cuando el carrito finalmente se detuvo con un fuerte frenazo, Hagrid se tambaleó y se apoyó en una pared de la cueva, respirando con dificultad.

—Hacía tiempo que no me divertía tanto —admitió Harry, con una sonrisa radiante.

—Tienes un concepto raro de la diversión —murmuró Hagrid, recuperando el aliento.

Griphook abrió una puerta que daba a una cámara inundada por el brillo dorado de miles de monedas. Montañas de galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce se extendían ante sus ojos.

—Todo esto es tuyo —dijo Hagrid con una amplia sonrisa.

Tras asimilar la magnitud de su fortuna, Harry metió un buen puñado de monedas en una bolsa de cuero con la ayuda de Hagrid, quien le explicó el complicado sistema monetario mágico.

—Los de oro son galeones; diecisiete sickles de plata hacen un galeón, y veintinueve knuts equivalen a un sickle. Es fácil, ¿ves?

Guardaron la bolsa y volvieron a subir al carrito.

—A la cámara setecientos trece. Y, por favor, ¿podría ir más despacio? —pidió Hagrid con voz temblorosa.

—Solo hay una velocidad —respondió Griphook con una sonrisa maliciosa.

Harry gritó de emoción durante todo el trayecto, disfrutando de cada curva y cada descenso vertiginoso. Al llegar a la cámara setecientos trece, Harry notó que la puerta no tenía cerradura.

—A un lado —dijo Griphook, tocando la puerta con un dedo huesudo. La puerta se desvaneció, revelando una pequeña cámara vacía—. Solo un duende puede abrirla. Si alguien más lo intenta, será succionado y quedará atrapado.

—¿Cada cuánto revisan si hay alguien atrapado? —preguntó Harry con una mueca.

—Cada diez años —respondió Griphook con una sonrisa torcida.

Griphook entró y regresó al instante con un pequeño paquete envuelto en papel marrón, que le entregó a Hagrid.

Harry salió de Gringotts dando pequeños saltos de alegría. No sabía qué hacer con tanto dinero. Hagrid señaló una tienda con un letrero que Harry leyó con dificultad: "Madame Malkin, Túnicas para Todas las Ocasiones". Por los ventanales se veían túnicas negras colgadas.

—Harry, me encuentro un poco indispuesto después del viaje en carrito. ¿Te importaría si doy una vuelta por El Caldero Chorreante? Te espero allí.

—Claro, Hagrid. Yo me encargo —dijo Harry, ansioso por explorar las tiendas por su cuenta.

Hagrid se marchó con la maleta de Harry. Este entró en la tienda de Madame Malkin. Una bruja sonriente y regordeta con un metro de costurera alrededor del cuello se acercó.

—¿Hogwarts, cielo? —preguntó antes de que Harry pudiera decir nada—. Tengo muchos por aquí... De hecho, otro muchacho se está probando una túnica justo ahora.

Al fondo de la tienda, un niño con una túnica negra estaba de pie frente a un espejo, mientras una bruja le ajustaba el dobladillo con alfileres. Era más o menos de la misma edad que Harry, con el pelo rubio casi blanco y una piel pálida. Madame Malkin lo condujo hasta el chico y le colocó una túnica similar, comenzando a tomarle medidas.

—...Hola —saludó el rubio, sobresaltando a Harry.

Dijo "hola". Harry se sintió inexplicablemente nervioso. Podría ser un amigo. Recuerda, Harry, sé agradable. Tú puedes hacerlo.

—¡Hola! ¿Qué tal? ¿Vas a Hogwarts? ¡Yo también! ¡Qué coincidencia! —exclamó Harry con entusiasmo.

El chico lo miró con una expresión extraña, como si nunca hubiera visto a alguien tan... efusivo.

—Sí, también voy a Hogwarts —respondió con un tono lento y arrastrado, tratando de parecer indiferente—. Mi padre está en la tienda de al lado y mi madre está mirando varitas. Luego iré a ver las escobas. No entiendo por qué los de primer año no podemos tener una propia. Haré que mi padre me compre una y la meteré de contrabando.

—Oh... ¡genial! —exclamó Harry, sintiendo un ligero pinchazo de nerviosismo.

—¿Tú tienes una escoba?

—No, nunca he volado —admitió Harry, pensando en los pegasos del campamento.

—¿Entonces no juegas Quidditch?

¿Quidditch? ¿Es como capturar la bandera?

—No... bueno... no exactamente —improvisó Harry, sin querer parecer un bicho raro.

—¿Al menos sabes a qué casa vas a ir? —preguntó el chico con una sonrisa desdeñosa.

Harry se sintió incómodo. Iba a responder cuando el chico exclamó:

—¡Vaya, qué hombre más grande!

Harry siguió su mirada y vio a Hagrid entrando con dos enormes helados que goteaban.

—Ese es Hagrid —dijo Harry—. Trabaja en Hogwarts.

—Es una especie de sirviente, ¿no?

—Es el guardabosques —corrigió Harry, frunciendo el ceño—. También es mi guía.

—¿En serio? ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?

—Ellos... murieron —respondió Harry con voz baja.

—Oh, lo siento —dijo el rubio, con una expresión ligeramente arrepentida—. Pero eran... ¿de nuestra clase?

—¿Clase? ¿Te refieres a magos? —preguntó Harry.

—Sí.

—Sí, lo eran.

—Los que no son como nosotros no deberían entrar, ¿no crees? —dijo el chico con el ceño fruncido—. Muchos ni siquiera conocen Hogwarts. Por cierto, ¿cuál es tu apellido?

Harry sintió un escalofrío. Yo tampoco conocía Hogwarts hasta hace poco. Antes de que pudiera responder, Madame Malkin interrumpió:

—Listo, cielo.

Harry cogió la bolsa con su uniforme y se despidió rápidamente del rubio. Salió de la tienda y chocó con Hagrid, que le ofreció un helado de fresa.

Olvidando el incómodo encuentro, Harry acompañó a Hagrid a comprar el resto de sus útiles. Después de los libros y el caldero, fueron a la Apotecario de Slug y Jiggers. El olor era repugnante, pero Harry se fascinó con los extraños ingredientes.

—Creo que ya tenemos todo. Solo falta... tu varita —dijo Hagrid.

Harry sintió una punzada de emoción.

Hagrid se excusó para ir a comprar algo y dejó a Harry frente a "Ollivanders: Fabricantes de Varitas Finas desde 382 a.C." Al entrar, una campanilla anunció su llegada. La tienda era estrecha y llena de estanterías hasta el techo, repletas de cajas de varitas. Harry sintió un hormigueo en las manos.

—Buenas tardes —dijo una voz suave.

Harry se giró y vio a un anciano con el pelo blanco y ojos pálidos.

—¡Hola! ¿Es usted el que vende varitas?

—Sí, ese soy yo. Me llamo Ollivander —respondió el anciano con una leve sonrisa ante la avalancha de preguntas de Harry—. Vaya, te pareces tanto a tu madre como a tu padre... pero tienes unos ojos únicos, señor Potter. —Ollivander lo examinó con detenimiento, causando que Harry se sonrojara bajo su mirada escrutadora. Sus ojos eran de un verde intenso, pero nunca pensó que fueran especialmente notables—. Recuerdo cuando tu padre eligió su varita. Caoba, veintiocho centímetros y medio, flexible y excelente para transformaciones. Bueno, digo que él eligió la varita, pero en realidad es la varita la que elige al mago. —Ollivander fijó sus ojos pálidos en la cicatriz de Harry, poniéndolo visiblemente nervioso—. Lamento decirte que yo vendí la varita que te hizo esa cicatriz... Pero basta de historias tristes. —Rápidamente, Ollivander sacó una cinta métrica larga y plateada y comenzó a medir a Harry desde la punta de los dedos hasta los orificios de la nariz, murmurando números ininteligibles—. Cada varita Ollivander tiene un núcleo de una poderosa sustancia mágica, Harry. Usamos pelo de unicornio, pluma de fénix y nervio de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás 1 tan buenos resultados con la varita de otro mago. 

Tras las minuciosas mediciones, Ollivander desapareció entre las altísimas estanterías, moviéndose con una agilidad sorprendente para su edad. Regresó al poco tiempo con una caja alargada y polvorienta.

—Prueba esta: abeto y nervio de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Tómala y agítala.

Al hacerlo, el pelo de Ollivander cambió a un azul eléctrico brillante, haciendo que el mago frunciera el ceño con disgusto y que Harry se sonrojara profundamente avergonzado. Con la siguiente varita, una ventana tembló y se agrietó. Con la siguiente, ni siquiera pudo agitarla antes de que Ollivander se la arrebatara con un movimiento rápido.

—Qué cliente tan difícil... Me pregunto quién será su pareja —murmuró Ollivander, desapareciendo de nuevo entre las estanterías.

Harry se sintió desanimado. Tal vez no sirvo para ser mago. Debería volver al campamento. Se sentía como un fracaso.

Entonces, Ollivander regresó con una caja aún más polvorienta que las anteriores.

—Una combinación inusual: acebo y pluma de fénix. Veintiocho centímetros. Bonita y flexible.

Al tomarla, Harry sintió una oleada de calor que le recorrió el brazo hasta la punta de los dedos, y un cosquilleo que le envolvió todo el cuerpo. Al agitar la varita, salieron chispas doradas y una llama cálida, no abrasadora, iluminó la tienda, atrayendo la atención de algunos transeúntes que se detuvieron a mirar por el escaparate.

—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso... —murmuró Ollivander, con los ojos fijos en la varita de Harry.

—¿Qué es lo curioso? —preguntó Harry, con una sonrisa nerviosa que se iba desvaneciendo.

—Recuerdo cada varita que he vendido, señor Potter. Y esa, —dijo Ollivander, señalando la varita que Harry sostenía con firmeza— tiene una gemela. El fénix que dio la pluma para esta varita dio otra pluma... para otra varita. Y el dueño de esa varita fue el mismo que le hizo esa cicatriz.

Ollivander señaló la frente de Harry, donde la cicatriz en forma de rayo brillaba bajo la luz de la llama que aún danzaba en la punta de la varita. Un nudo se formó en la garganta de Harry. Tengo la varita gemela del hombre que asesinó a mis padres.

Iba a hacerle varias preguntas a Ollivander sobre Voldemort, pero la campanilla de la puerta sonó y Hagrid entró en la tienda, con una amplia sonrisa.

—¡Harry! Sigues aquí. Y veo que ya tienes tu varita. —Exclamó Hagrid, mirando la varita que Harry sostenía como si fuera un tesoro—. Perdón por tardar tanto, pero tenía que comprarte una sorpresa.

Al decir eso, Hagrid levantó una mano enorme que sostenía una gran jaula de mimbre. Dentro, una lechuza blanca como la nieve dormía plácidamente con la cabeza bajo el ala. Los ojos de Harry se iluminaron de emoción y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡UNA LECHUZA! —gritó Harry, corriendo hacia la jaula y examinando a la lechuza con admiración. El grito la despertó y ella lo miró con sus grandes ojos ámbar, lanzando un suave ulular—. ¡Gracias, muchas gracias, Hagrid! No sé cómo agradecértelo. Siempre he querido una mascota... ¡Pero nunca esperé tener una lechuza!

Hagrid tenía una gran sonrisa mientras veía la emoción de Harry. La lechuza, sin embargo, observaba al chico con cautela, inclinando la cabeza de un lado a otro.

—Espero que los chicos de Atenea no se ofendan por tener una lechuza y ellos no —murmuró Harry, pensando en el Campamento Mestizo—. Pero no creo que importe. ¡Al fin tengo una amiga! ¿Cómo te llamaré? —En ese momento, Harry recordó un nombre que había oído mencionar a Annabeth, una chica hija de Atenea. Un nombre hermoso y evocador. Sin dudarlo, Harry tomó una decisión.

—Tu nombre será Hedwig.

cxxx{}:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;>

esta capitulo fue demasiaaado largo, (°o°;)quiero que el tiempo de Harry en Hogwarts dure como cinco u ocho capítulos, pero siento que me alargue demasiado con este. Es que quiero apurarme para escribir el encuentro de Harry con Percy.

Voy a tratar de apurarme, tengo varias historias que actualizar. \_ヘ('ω)

-ℋ𝓪𝓼𝓽𝓪 𝓺𝓾𝒆 𝓵𝓪 𝓞𝓼𝓬𝓾𝓻𝓲𝓭𝓪𝓭 𝓷𝓸𝓼 𝓵𝓵𝓪𝓶𝒆

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro