V
Pedía a los cielos por regresar al lugar dónde tan alto había estado; dónde las calles de oro refulgían a su alrededor y las sonrisas entre cantores vividos de pájaros, embullaban sus oídos.
¿Podían hacerlo los dioses, que tanto habían jugado con el papel de su vida?
Repiqueteando con la uña de su dedo, en la esquina superior de su mesa de cristal, la penuria y la angustia se sumían en su corazón. Empañando y agrietando cada rastro de felicidad tan conocida en su corazón.
¿Por qué el mundo no podía dejarlos ser, y permanecer juntos como almas destinadas que eran?
El trueno a través de la puerta sonó; eran tres golpes firmes. La puerta se abrió y sus ojos violetas se encuentran con los de un guardia; aguardando por buenas noticias. Por aquellas que ahonden su alma, y consigan expandir una alegría entrañable.
Al ver aquellos marrones ojos, mirarle con desasosiego y decepción; su expresión se vuelve irascible. Se levanta de golpe, agitando su brazo para mandarlo fuera de su alcoba. Los excesos de tela fluyen etéreos y sus ojos amatistas se pierden en las antorchas que flanquean en la entrada del palacio, a través del cristal.
Señal del peligro en el reino. Una clara señal para enemigos. Si no encontraba lo que tanto estaba buscando, destruiría el mundo entero.
El vaho se aproximaba a sus labios; una expresión iracunda, con los colmillos de un neófito amenazantes en sus labios. Mataría al poseedor de su alma gemela, aquel, que se hubiera atrevido a arrebatárselo de sus manos.
Tras aquella situación bastante tensa que Vanitas había compartido con la mujer de extraño provenir, y apellido tan reconocido; ambos salieron del lugar.
La noche con aquella luna carmesí seguía en todo lo alto, con un aire fresco que lo inundaba de misterio y curiosidad. No le gustaba nada aquella luna.
Siguiendo los pasos de la mujer al frente, Vanitas poseía un incierto movimiento en su pecho. Cavilar sobre todo lo que estaba pasando lo ponía medianamente nervioso, pero como siempre, mantendría su cabeza alta y su instinto alerta.
La figura curvilínea al frente pareció comentar algo con sus dos supuestos opresores, y junto a los tres, inició un nuevo camino en aquel mundo lleno de chupasangres. Los edificios parecieron amontonarse unos encima de otros, y Vanitas sentía que el mundo se le estaba haciendo muy grande. Pese a su actual actitud, por dentro, la ansiedad se lo estaba carcomiendo.
No tenía miedo. Ahora ya no. Tras haber escuchado el apellido de la joven, su imaginación hacía mella en su cabeza. No obstante, no se sentía del todo preparado para enfrentar lo que creía que estaba por venir. Cosa que esperaba, que fuese relajante.
Caminaron quizá unos veinte minutos, y se detuvieron de improvisto cerca de una calle arbolada. Ante una casa, en la que un hombre ataviado con un abrigo largo se encontraba. Vanitas estaba seguro de que se trataba de otro vampiro.
Hubo señalamientos de cabeza, algunas extrañas palabras y, la puerta en la que estaba el hombre se abrió; dándoles paso al interior. La oscuridad que se balanceaba entre las sombras de la luz carmín, se acercaban a su cuerpo. Con un "tic-tac" abrumador.
Lo empujaron con sus garras hacia dentro, sobre todo, pudo sentir mucha rabia de aquella mujer de piel pálida y cabello oscuro. Era como si, ya le tuviera un odio inédito a su persona.
¿Qué culpa iba a tener él, de lo que fuera a molestarle a esa mujer?
El pasillo oscuro fue conducido por esa misma joven neófita. Los otros dos personajes, la mujer de cabello corto y su compañero, se quedaron fuera, con el hombre que custodiaba la puerta de aquel edificio.
Sus ojos trataron de encontrar algún detalle destacable en lo que podía ver de los pasillos, pero no había nada más que cuadros rasgados; cubiertos de polvo y sombra. Artefactos viejos y oxidados, como un candelabro con las velas derretidas.
Parecía realmente abandonado aquel lugar.
Con la mujer a su espalda, no era que pudiera tratar de escapar, así que, con mucho lamento, sólo se podía limitar a continuar el camino hacia adelante.
Una puerta al final del pasillo se abrió; como si supieran ya de su presencia. Algo que Vanitas afirmaba, debido a su sangre humana. Su olor, posiblemente, era inconfundible en aquel mundo.
La renuente luz lunar se atisbó a través de una cristalera redonda, al frente de él, en la pared central. Era grande, esférica, y protegida con barrotes negros; oxidados. Desde su sitio se podía sentir el olor a metal. No obstante, el paisaje era precioso.
Una ciudad teñida en sangre y el silencio de la noche.
Había un bajo escritorio y una única cómoda a su izquierda. Nada más. Solitaria y abandonada.
—¡Oh, venga ya! —exclamó Vanitas con el cejo enfurruñado, girándose molesto hacia la vampiresa llamada Tsuki—, ¡¿pensáis encerrarme de nuevo, en un lugar aún más horrible que...
Sus labios se cerraron de golpe al ver que la puerta estaba cerrada. Ni siquiera había escuchado el golpe de la madera al chirriarse. No estaba solo como en la anterior habitación. Estaba acompañado de esta vampiresa subidita de ego, y de otro ajeno a su conocimiento.
Sus ojos se cruzaron. Era otra mujer. De piel oscura, casi negra. Ojos cielo, de un precioso zafiro claro. Con pestañas blancas, y largo cabello lleno de ondas; teñidos del mismo color. Vestía una túnica ceñida al cuerpo, también de color blanco.
Aquel tono marmóreo en sus ropas y cabello, hacía resaltar su piel oscura y, su clara e intimidante presencia. Vanitas tragó grueso antes de volver a hablar.
—¿Quién eres? —inquirió el humano con cierta resentimiento. Mientras apretaba sus puños, y se echaba algunos pasos hacia atrás.
Esta se adelantó hacia él, y sorprendiendo a Vanitas con su velocidad, lo sentó en la silla que estaba tras el escritorio. Aunque se quejó por el movimiento rápido y brusco, la incomodidad se sobrepuso en él para cuando la vio casi cerca de su cuello.
Se tensó de inmediato. Su cabeza se estrelló multitud de veces con los pensamientos que lo atoraban. El único que lo había mordido en su vida, había sido Noé; y como él le había dicho, cualquier mordida que no fuera de su alma gemela, sería totalmente dolorosa. No habría forma de controlar el dolor que pudiera provocar aquello en su cuerpo.
No sólo temió por eso, sino también el que pudiera convertirse en la bolsita de sangre para las vampiresas del lugar. No quería servir de comida a nadie.
Se mordió la mejilla, ante la mujer que olisqueaba su cuello. Sintió un temblor recorrerle el estómago, y entonces, habló:
—Si me hacéis algo, os juro que el rey de Francia hará hasta lo imposible para encontraros en este asqueroso pudridero de ratas, y os matará de la forma más dolorosa que podáis imaginar —amenazó Vanitas con su cuerpo en tensión.
Se alivió algo más, cuando la vio alejarse de su cuello y comenzar a dar vueltas a su alrededor. Aún sentado en la silla, y escuchando los tacones en el suelo chirriante, Vanitas mantuvo toda la tranquilidad que podía.
Los minutos pasaban, el silencio continuaba, y los ojos de Vanitas discurrían de la mujer de piel oscura hasta la otra que se mantenía en la puerta.
—Debe existir una razón que pueda explicar el que seáis como sois —habló finalmente la nueva mujer que apenas conocía; de una presencia tan parecida a una divinidad—. Decidme entonces, ¿por qué decidisteis salir al exterior, conocer el mundo, y ahora, encerraros en las paredes de un palacio?
Vanitas mostró confusión, se esperaba cualquier cosa, cualquier amenaza de muerte u obligación a convertirse en su conejito de indias. No obstante, le preguntaba sobre sus elecciones de vida.
Tragó grueso antes de responder. —No entiendo la razón de esta pregunta, pero no habiendo nada más entretenido con lo que distraerse —respondió, buscando infundirse de su misma fingida tranquilidad—, se podría decir que al descubrir un poco el mundo de las afueras, podéis conocer lo duro y, lo tan parecido al mismo infierno que es. No quiero vivir más los horrores que habitan tras mi hogar. El reino brinda protección, y es lo único que ahora quiero.
—Esa no era la respuesta que estaba buscando.
—Es la única que obtendréis —replicó Vanitas, mientras seguía con la mirada a la vampiresa de azules ojos.
—¿No será... —inició esta con oscuridad en sus ojos—, que os sentís culpable ante las muertes sucedidas por vuestra culpa, lo que os subyaga a quedaros con él?
Vanitas ensombreció su mirada. Los tintes del color rojo se reflejaron en el cielo de su mirada.
—Yo no me culpo por las muertes que han podido suceder. En todo caso, no eran más que personajes peligrosos para la sociedad, y sus muertes, no me van a quitar el sueño.
Vanitas no tenía claro si la mujer al frente, sabía exactamente sobre las muertes que habían llevado Noé y él, en el transcurso de su camino; que aún siendo vampiros mandados por Faustina, seguían siendo vidas. Vidas podridas, por supuesto; que solo buscaban hacer daño al rey de Francia.
Pero, no dejando muy claro lo que él tanto sabía, había elegido aquella respuesta.
—Su olor está en vuestra sangre. ¿Ha bebido de ella? ¿Habéis permitido que ese extraño, beba de vuestra sangre? —inquirió de nuevo la mujer; esta vez, con una voz más oscura y grave. Su mirada parecía haber cambiado, ya no se veía curiosa o amable; esta vez, era intensa, agravada en molestia.
El de cabello azabache, y el único humano en la sala, sintió un dolor atascado en su garganta. Ahora se veía algo inseguro ante la situación y sus posibles respuestas.
—¿Qué os importa? ¿Por qué parece que todo el mundo aquí, se afecta con la existencia del rey y su amistad conmigo?
La sala pareció, quizá en su imaginación, tornarse más oscura. Como si de las mismas húmedas esquinas, salieran sombras negras que encerraban la sala, en una jaula metalizada.
—No es él, el que nos molesta. Sois vos —le respondió con gravedad—. Yo soy todo lo que la fórmula ha conocido. La única que conoce el inicio y el fin de nuestra creación.
Vanitas parpadeó intranquilo. ¿Fórmula? ¿A qué se refería con ello?
No había pasado ni un año, para volverse a encontrar con otra mujer desquiciada que buscaba poder.
No obstante, la continuó escuchando: —Y cómo he devorado este mundo a mi poseer, devoraré aquel que llamáis como vuestro.
—¿Qué estáis diciendo? —salió de los labios del humano, sin quererlo.
Su voz iba cada vez aún más grave, y en sus ojos, ahora de pupilas rasgadas, Vanitas creyó ver el mismo infierno dibujado en el azul.
—Me decepcionáis, Vanitas —le dijo, apoyándose sobre la silla, frente a frente del humano—. No soy una estúpida criatura del Vacío.
Aunque este trató de liberarse de la silla, parecía que algo lo estaba sosteniendo contra su voluntad. Algo invisible y que le estaba dejando ataduras en sus muñecas.
—Soy mucho más de lo que creéis. Soy el inicio de mi mundo, y la muerte del vuestro.
En el reflejo de índigo ojo azul de Vanitas, se podía observar como la cabeza de la vampiresa se abría en su centro, reflejando la apariencia de una criatura horrible; con ojos rasgados azules, de una dentadura con multitud de dientes afilados; cuernos en su cabeza y una piel cubierta en algo viscoso.
Era un horrible ser.
Y por lo que más deseaba o esperaba, esto no era relajante, ni una pesadilla.
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Mes chers chatons :3
Lamento mucho la tardanza para subir este capítulo. Nuevamente y cómo ya he explicado en otras, he estado muy centrada en mi novela Destiny, de esta misma pareja, y al ser un proyecto tan grande, con un mundo completamente nuevo, se lleva mucho de mi tiempo.
Aún así, tras tener algunos capítulos escritos de esta secuela, podré ir actualizando de apoco.
Gracias por la espera, y perdonen a esta autora con tantas ideas en su cabeza.
All the love, Ella.
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