IV
La noche se apreciaba en toda su plenitud; apenas habían luces que pudieran guiarlos por el asfalto. Su piel estaba algo fría, puesto vestía un traje de pijama hecho en seda y de una tela bastante fina; aún sin embargo, iba descalzo y sus pies se encontraban ásperos por el suelo.
Su cabello estaba desordenado y suelto en su espalda, y con el sudor, tenía un extraño presentimiento sobre aquella situación. Tomando la manga de sus muñecas, observó a los dos personajes que caminaban en su frente, y durante todo aquel instante, Vanitas no podía dejar de pensar en que podría hacer para evitar a estos neófitos y regresar a los brazos de Noé.
El paisaje deambuló por sus ojos como si el mismísimo infierno fuera el que pasaba; tenía miedo, realmente lo tenía. Se había acostumbrado a la protección de Noé y, el estar solo de nuevo, le hacía sentirse inseguro.
Posteriormente y tras que Vanitas imaginase las mil y un formas en las que sucedería su muerte, los neófitos se detuvieron y se dirigieron a la entrada de un gran edificio. No era muy extravagante, y la puerta era de madera. Vanitas echó un ojeada al cielo rubí que se cernía sobre él y tragando grueso, los vampiros lo empujaron hacia dentro, más él no hizo nada para quejarse o ser renuente a las fuerza de sus movimientos.
Sin embargo y para su sorpresa, estos no entraron junto a él. Cerraron la puerta con lo que parecía ser una llave y, lo dejaron en aquel lugar. Con las manos sudorosas trató de mantener la calma, para con su preciosa vista azulada, revisar el lugar. Era un cuarto muy grande, parecía un estudio o despacho; también habían un baño completo en otra puerta cercana a la entrada.
Observando el resto, encontró un traje sobre una silla de madera, un sofá de terciopelo y una manta. Ya lo tenía claro, era prisionero de aquellos dos vampiros. No podía cerciorarse al completo de la razón de aquello, pero por más que divagase, solo podía imaginar que quizá era un acto cometido a traición de Noé; tal vez, por haber matado a Faustina y haber acabado con los últimos vampiros rebeldes de la Francia en la que creció.
Por otro lado, observar aquel traje sobre la silla, le hizo cuestionarse varias veces la razón de su presencia. «¿Es para mí?», divagó al borde de un ataco de pánico, y tomando una respiración larga, se dedicó a detallar el traje con sus zapatos a juego, tratando de calmarse. Parecía tener todo sus justas medidas.
Extrañado lo dejó en su lugar, y sin una sola ventana por la que ver el paisaje o escapar, se acuclilló en una esquina y abrazó sus piernas. No quería tener nada que ver con esto, solo quería regresar a su hogar. Sin embargo tras todo lo sucedido, y la interrupción del sueño en el palacio real, fue inevitable que cayese dormido en aquel suelo frío.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido, sin embargo, experimentaba un estruendoso dolor de cabeza, y molestia en su pecho; eso sucedía normalmente cuando dormía mal. Un escalofrío lo terminó de espabilar e inesperadamente tuvo que acudir al servicio. Decidió tomar aquel traje con sus zapatos, y llevárselo consigo. Con el sonido de sus pies desnudos sobre la madera del suelo, se adentró al baño y aprovechó para darse una ducha caliente, eliminando así el rastro de la suciedad antes impregnada en su cuerpo.
Cuando hubo terminado, salió del servicio y un presentimiento recorrió su interior. De modo que de forma pausada, Vanitas tomó lo primero que encontró en la entrada del servicio, siendo así una toalla, así que, recordando la vez que luchó en la mansión Ruthven con Noé y ahorcó a otro hombre con una tela, trató de mantenerse firme en caso de tener que volver a hacerlo.
Sosteniendo aquella tela en sus manos, observó que había un personaje sentado en el asiento mullido; era una mujer, de piel muy blanca, algo rosada en sus hombros y mejillas. Tenía un largo cabello oscuro atado en una trenza; su delgada figura estaba cubierta con un vestido ceñido de un color purpúreo, con bordajes blancos y, un pequeño lazo en su cintura. Sus ojos destilaban un color azulado brillante e intenso, sin embargo, Vanitas no se dejó apabullar ante tal belleza. En sus más recónditos pensamientos, el joven de cabello azabache declaraba que no había un ser más hermoso en todo aquel mundo, que su precioso Noé.
Tensando la toalla en sus manos, Vanitas inquirió: —¿Quién eres?
La mujer se dedicó a observarlo en silencio y tras algunos minutos, una sonrisa surcó sus delgados labios. Vanitas insistió: —Repito, ¿Quién eres? —cuestionó nuevamente—. ¿Sois la culpable de que me encuentre en este lugar?
La mujer delicadamente cruzó sus piernas y mantuvo una mirada intensa sobre el humano. Cuando finalmente se digno a abrir su boca, el humano pudo darse cuenta de los colmillos que relucían blancos y afilados. Su cuerpo se tensó aún más al darse cuenta de lo que veía. —¿No me reconocéis?
El rostro de Vanitas mostró confusión y su corazón se agitó unos segundos. —No os conozco de nada, así que por favor, si no es molestia decidme vuestra identidad —amenazó aún en su distancia—. Sin embargo os aclaró que no podéis herirme, tengo la protección del rey de Francia.
La muchacha de aparente rostro juvenil dejó una risa con sorna. —¿Ahora os cubrís bajo el manto de otro hombre, Vanitas? —inquirió con burlería—. Obviamente, era algo que esperaba. Siempre tan miedoso y cobarde...
El humano reflejó inquietud, no sabía como aquella mujer conocía de él, más la rabia e impotencia no tardó en aparecer. —Dejaos de juegos, mujer. Vos no me conocéis de nada, así que no os dignéis a hablar de mí.
Esta asintió a sus palabras e irguiéndose con lentitud y mucha elegancia, extendió sus manos con amplitud y cierta confianza: —No nos conocemos, Vanitas, pero por eso os he traído aquí, a mi hogar. Para que viváis conmigo.
Vanitas comenzó a soltar la toalla de sus manos con suavidad; la estupefacción en su rostro se podría haber dibujado en varios cuadros, pues se mantuvo un largo tiempo de aquella forma. —¿Pero qué sandeces estáis diciendo, mujer? Yo debo regresar a palacio, junto al rey.
La mujer negó con sus manos, tratando de tranquilizar al joven que mostraba su ansiedad y molestia. —Dejadme que me presente. Mi nombre es Yumei... —dejó una pausa ante lo que parecía divagar entre soltar su apellido—, Yumei Ishikawa.
«¿I... Ishikawa?», divagó Vanitas mostrando una expresión de confusión. —Ese apellido..., hacía tanto que no lo escuchaba...
Ambos fijaron sus miradas en el otro, pareciendo que no había necesidad de más palabras, pues parecía que las piezas del rompecabezas, por fin habían tomado forma.
—¿Sois..., hija de Tsuki Ishikawa? —inquirió Vanitas, con un ligero temblor en sus manos. Pronunciar aquel nombre incluso le produjo ciertas arcadas y ganas de vomitar.
—Así, es —confirmó la mujer de delgada figura y preciosa piel.
La expresión del humano se fue tornando a una evidente molestia y repugnancia. —No os acerquéis a mí. No quiero tener nada que ver con usted. Así que devolvedme a mi hogar.
La muchacha tomó cierto regocijo de la expresión molesta del chico, y añadió: —¿Vuestro hogar..., junto al rey, no es así? —inquirió con un delgado tono de voz, bastante apremiado de hipocresía.
Vanitas quiso golpearse el rostro, no podía dejar en claro ante nadie de aquel lugar que mantenía una relación romántica con el rey. —Soy uno de sus más fieles seguidores, y convivo con él en palacio, puesto soy un gran consejero para su ayuda.
La chica se acercó con lentitud hacia él, comenzando a tornar sobre el cuerpo del otro, observándolo con cierta reticencia. —Un gran consejero para su ayuda personal, me supongo —le dijo la mujer.
El humano solo podía observarla girar alrededor de él, como una molesta mosca. No quería dejar en claro lo que estaba sintiendo en su interior, pero muchos sentimientos se estaban conflictuando en su pecho, estrujando su corazón. —Así es —aclaró Vanitas, no queriendo que se hiciese ideas erróneas.
Esta dejó un deje de risa, mientras con su suave contoneo de caderas, su cabello se movía con cierto brillo. —No os hagáis el inocente conmigo... —indicó tomando su dedo índice y señalando su propio ojo—, he podido ver por mi misma la verdad. Y como bien le dijisteis a mis compañeros, sois alguien muy importante para ese vampiro de cabello blanco y corona de oro.
Vanitas mordió su lengua, temiendo que supiera la verdad o que más bien, trataba de hacerse creer que lo sabía cuando en verdad eran palabras vacías y, solo buscaba que él lo confirmase. Aún fuera lo que fuera, él no caería en aquello y no pondría por ninguna situación, en riesgo la reputación de su amado vampiro.
—Somos buenos amigos y he de aclarar, que es un hombre muy respetado por todos sus súbditos —señaló Vanitas con un cierto brillo en sus ojos, aún manteniendo una expresión mustia.
—Ese tal gobernante... —continuó la mujer tras las palabras del otro—, no es más que un farsante. Aquí en "Altus París" se tiene muy en claro la indecencia de ese hombre. Alguien que rompe el compromiso con una mujer en busca de sus propios caprichos —señaló la última palabra, dejando una clara mirada en el cuerpo del humano—, quién también desapareció de la nación a causa de un extraño personaje que iba tras él. ¿Quién sabrá la razón por la que era perseguido? ¿Qué secretos guardará él y el corazón de su familia, para que fuera casi asediado a muerte? No es más que otro denso rey que toma el poder —terminó con una expresión molesta.
Vanitas entonces y aún siendo muy consciente de la situación, de los seres que eran y del lugar en el que estaba, tomó su antebrazo y lo posicionó sobre el cuello de la mujer, empujándola contra la pared, bajo un estruendoso golpe.
Su mirada se había teñido de cierta oscuridad, y cólera. —No me importa que sea un simple humano, volved a decir algo ofensivo de él o su familia, y juró que os mataré con estas manos —advirtió con molestia en su voz.
Esta echó una carcajada sonora, y elevando sus manos, mostró misericordia ante el humano. Vanitas quien no se ofendió por su clara intención de mostrar que ella era más que él, la soltó y tomó grandes bocanadas de aire para calmarse. Sentía sus manos calientes y, como la rabia aún palpitaba en su pecho.
No le gustaba que hablarán mal de un hombre que no era más que un corazón derrochado de bondad, quien había tenido un pasado trágico, era un estupendo rey, vampiro y, sobre todo, una pareja de ensueño. —No habléis mal de alguien del que ni siquiera conocéis su pasado. Así que, por favor, no pronuncies ninguna palabra sobre él.
La mujer con una ceja alzada, pareció tener muy en cuenta lo importante que era aquel hombre para el humano de zafiros ojos y cabello azabache. Una sonrisa algo siniestra surcó sus labios. —Entonces, acompañadme Vanitas, ya he visto suficiente —recitó la mujer con un extraño tono de voz—. Después de haber estado encerrado en este lugar por un día entero, debéis estar hambriento.
«¡¿Cómo que ya he pasado un día en este lugar?! ¡Llevo durmiendo un día entero!», exclamó interiormente en su cabeza. Vanitas no podía siquiera razonar el que había pasado un día entero allí, lo que suponía que cuando llegó la noche anterior cayó completamente dormido, y quizá por el ajetreo y el cambio de aires, no se había despertado hasta la noche siguiente. Sin embargo, mantuvo su rostro serio ante la mujer, y terminó de quejarse en aquellos secuestradores que ni siquiera se preocupan de alimentar a su prisionero.
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¡Nueva actualización, mers cher chatons!
AAAA, poco a poco se va sabiendo más del avance principal en esta novela. Con mucho cariño y como siempre con toda mi dedicación para ustedes, ¡los amo infinitamente!
Perdonen cualquier falta de ortografía y nos leemos en el siguiente, mis corazones. Espero les haya gustado este capítulo un poco más largo.
¡All the love, Ella!
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