II
Vanitas observaba con una sonrisa a su amado rey, e incluso un ligero sonrojo se mostraba en sus pómulos. Podía asegurar con toda certeza lo apuesto que era aquel moreno. Ver las manos de aquel hombre mayor recorrer el cabello blanco del moreno, le producía cierto recelo, pues él se consideraba el único para poder enredar aquellas fibras blancas entre sus pálidos dedos.
Sin embargo, al ver el rostro sonriente de su amado, todo sentimiento negativo fue evadido con prisa. Como había dicho, al moreno le había crecido un poco el cabello, hasta el punto en el que podía hacerse una ligera coletilla, algo corto aún así. Por tanto, Noé había decidido recortar su cabello a como se había conocido, no lo quería largo según él.
Observando las tijeras y los mechones en el suelo, dejó un suspiro suave al ser consciente de la maravillosa vida que tenía ahora con el rey de Francia. Sus miradas se conectaron a través del espejo, y la sonrisa de Noé removió emociones cálidas en el humano.
Más tarde, tras que Noé había realizado algunas diligencias y ya había regresado de las afueras del reino, dónde se dedicó a ayudar al pueblo en sus quehaceres. Vanitas no podía evitar pensar en el buen gobernante que estaba resultando ser, hasta el punto de manchar sus propias manos ayudando a los suyos. Ahora el más bajo, se encontraba sentado en la butaca de su habitación, observando aquel paisaje nevado, mientras removía sus manos inquietas.
Al concretar su relación con Noé, imaginó que en algún punto Vanitas tendría que regresar a esa vida aristocrática, en vuelto en falsos rostros e hipocresía; más sin embargo, Noé no lo había obligado a estar junto a él en aquellas juntas o reuniones. Le permitía quedarse en el cuarto o en la sala que prefiriese y eso, lo agradecía mucho.
Pero..., últimamente se la pasaba solo en el palacio. Noé, junto a su maestre aseguraban que en las fueras de sus murallas, habitaban neófitos que no estaban completamente de acuerdo con las decisiones respecto al final de Faustina o el último convertido Ruthven, y lo único que querían ambos, era proteger la humanidad del más bajo. Después de todo, Vanitas se había convertido en la única debilidad de Noé.
Por lo que tenía entendido, hasta que ellos no aprobarán las afueras, Vanitas tendría que permanecer en palacio. No era como si le disgustase la idea, después de todo, se la pasaba leyendo libros de medicina, en los jardines disfrutando del paisaje, compartiendo con la amiga neófita de Noé, aquella de nombre Amelia con la que había conseguido entablar amistad; y lo mejor de todo, estar con Noé.
Era verdad que en un principio, su único objetivo era viajar y viajar, lejos de estas tierras y por todo el mundo. Sin embargo, Noé había robado su corazón y ahora, solo quería estar con él y permanecer todo el tiempo que pudiese a su lado.
Golpeó el libro que poseía sobre sus piernas, con un coloreo sutil. Los pensamientos sobre el moreno, lo estaban consumiendo poco a poco. Decidió por tanto, buscar a su pareja. Como había dicho, tenía entendido que este había vuelto de las afueras, por ende, salió de la habitación a paso ligero, sin embargo y para su sorpresa, frente a él, se encontraba el moreno.
No lo había visto desde la mañana en que cortaron su cabello. Los pensamientos sobre lo apuesto que era, renacieron en su cabeza. —Noé —señaló el humano—, ya iba en tu busca.
El moreno no tardó en mostrar una reluciente sonrisa y con suavidad, acomodó unos ligeros cabellos sueltos tras la oreja del más bajo. —Terminé todo lo más pronto, ya estaba agotado de tanto ajetreo. Quería estar contigo.
«Si me lo dices con esa mirada tan suplicante... », pensó el de cabellera oscura. Vanitas se inclinó sobre las puntillas de sus botas y depositó un beso corto, que terminó con una sonrisa tímida sobre sus labios.
El albino dejó otro mirar lleno de amor, y tirando de la mano del más pálido, se adentró junto a él en la habitación. Seguidamente, cerró la puerta con suavidad, bajo la nerviosa mirada del otro.
Noé dejando un suspiro largo, acudió a los brazos de su amado. Depositando su cabeza entre el hombro y cuello del humano, rodeó con sus brazos la pequeña cintura del otro. —No pensé que tendría tanto trabajo..., estos últimos días, solo consigo verte cortos tiempos —musitó el moreno, en la oreja del otro.
Vanitas se coloreó al sentir el agarre del más alto, y posando sus manos en la espalda ancha, añadió: —Es entendible, Noé. No te frustres. Aunque sea a ratos, siempre me vas a tener aquí, a tu lado. Nunca me voy a ir —señaló con su delicada y tierna voz.
El más alto se separó, tomando del cuello a su pareja. El violáceo y el índigo se conectaron de nuevo..., con ello, podían asegurar que era la sensación más maravillosa del mundo.
El paisaje nevado se mostraba a sus espaldas. —Vanitas..., percibo algo de tristeza en ti. ¿Es así?
El chico entreabrió sus orbes sorprendido. —No es así, Noé. Estoy bien..., sé que estáis ocupado.
El albino arrugó su entrecejo y acariciando el rostro del ser vivo frente a él. Tocando su cálida piel, sonrosada y algo blandita en sus mejillas, dejó un rostro serio. —Escúchame, Noé. Tras todo lo que hemos vivido, te has convertido en la pareja perfecta. Soy consciente de la situación actual..., pero, no hay tristeza en mí, ya que me estás ofreciendo la vida que jamás esperé, y la más maravillosa que jamás nadie podría haberme dado —señaló con cariño el humano.
El moreno acunó entre sus manos las mejillas del otro, mientras continuaba escuchando sus delicadas palabras: » Quizás..., lo que siento es vergüenza..., eres el que siempre está junto a mí, anteponiéndome en un pedestal y amando hasta el rincón más pequeño de mi piel, como si el estar junto a mí fuera algo de lo que enorgullecerse...
El albino inclinó el rostro del más bajo, y dejó un dulce beso en estos, para seguidamente, verlo con un mirar gentil. —Vanitas, tú eres mi destinado. No podría existir otro ser más perfecto que tú para estar junto a mí —indicó comprimiendo las mejillas del humano con suavidad, haciendo que sobresaliesen, de una forma adorable, los labios del otro.
—Noé..., quiero estar contigo por el resto de mi vida —musitó el humano bajo la reluciente sonrisa del otro.
Sin poder evitar la alegría, Noé dejó una larga risotada y acarició la nariz del más bajo con la suya. —¡Siempre estaremos juntos, mi querido Vani!
Los dos, ahora más tranquilos, se abrazaron sintiéndose más confortados. Para seguido, sujetos de las manos, salir de la habitación. Tras caminar tranquilos bajo la infraestructura que ahora consideraban como su hogar, Noé no podía dejar de sonreír completamente feliz y, sujetando a Vanitas de las piernas y la espalda baja, lo sostuvo en sus brazos, asustando al humano, habiendo soltado su mano con anterioridad. —¡Noé! —exclamó el lechoso al sorprenderlo por eso.
El moreno dejó otra larga risa al ver el coloreo en las mejillas del más bajo y, con una velocidad inhumana, característica del vampiro que recorría su ser, salió del palacio bajo los ojos de los sirvientes. El frío arremetió contra ellos cuando abrieron la puerta y, regresando a ver el paisaje invernal de los últimos días, Noé salió corriendo bajo las motas blancas, acompañado de las risas tímidas del humano.
No tardaron en tirarse a una gran acumulación de nieve, donde Vanitas acabó hundiéndose por su peso tan ligero. Noé sabía perfectamente que Vanitas no era fan del frío, más bien lo odiaba, y verlo en la nieve, con sus mejillas coloradas y un rostro enfurruñado por lo que había hecho, le hizo reír.
Con ello, al querer acercarse y sostener de las axilas al humano para sacarlo de la nieve, su pie resbaló en un trozo de hielo y por ende, cayó de bruces ante los ojos del humano, con todo su rostro enterrado. Una gran carcajada provino de los labios de Vanitas, y elevando su rostro con vergüenza, no pudo evitar que su corazón se derritiese en más amor al ver a su amado reírse.
—¡Ahora verás, Vani! —exclamó el moreno con malicia. Así convirtiéndose la escena en una pelea de bolas de nieve entre los jóvenes que reían sin reparo. Algunos de los trabajadores terminaron por unirse a los chicos que reían entre ellos y aquello terminó con una gran batalla entre bolas de nieve, dónde y muy sorpresivamente, Vanitas acabó ganando a todos.
Inclusive el maestre de Noé, quien sostenía al gato de Noé entre sus brazos, había salido ante el alboroto. Al darse cuenta de la situación, fue inevitable la mirada encariñada que nació en su expresión.
Sin embargo, y con toda aquella algarabía llena de festividad y alegría, los orbes dorados de un chico veían sin emoción alguna, la diversión del rey de Francia y su pareja. El maestre percibió su presencia y le preguntó con curiosidad: —¿Qué sucede, Louis? ¿No queréis salir a jugar con Noé?
Este lo vio con seriedad, para seguido añadir con un tono ronco: —Hace mucho ya de eso, maestre. —simplemente añadió, adentrándose nuevamente al interior, lejos de aquella felicidad.
Entre eso, Noé alcanzó a sostener de las manos al humano, quien corría como cuán infante por la nieve —a causa de que lo estaban persiguiendo en busca de una revancha—, y tirando de él, lo abrazó con fuerza. —Eres lo único que necesito, Vani —le susurró cerca de su oído derecho.
El humano no tardó en calmarse y suavizar la expresión que había tomado de tanta jovialidad, para colorearse aún más. —Otra vez..., deslumbras, Noé —musitó para este, dejando un casto beso en su frente.
—Es culpa tuya —fue lo que dijo el albino de piel morena, como última instancia.
Finalmente, cuando la noche ya había acaecido y las estrellas decoraban con su brillo el cielo, Noé y Vanitas se encontraban descansando en el gran salón. Ambos se encontraban sentados en la alfombra de terciopelo, con sus espaldas reposadas en un asiento. Arropados bajo una misma manta y con ropas calientes, veían el fuego frente a ellos; aquel que trataba de arrancar los últimos resquicios del frío en sus cuerpos.
Los demás trabajadores habían marchado a sus convenientes habitaciones, tras haberse calentado del frío en la nieve. Por ende, Noé y Vanitas fueron los últimos en marcharse, ya que aún estar en una temperatura estable, se habían relajado mucho con el crepitar de las llamas.
Tampoco querían marcharse ya a dormir, puesto, era sabido que ambos dormían en habitaciones separadas, y en la mañana Noé debía madrugar para marcharse y seguir con sus obligaciones reales. No quería que aquella maravillosa tarde, terminase tan pronto.
Vanitas mantenía su cabeza apoyada en el hombro del más alto, y este por consiguiente en la del otro. Pestañeaban con tranquilidad, y sus respiraciones se compaginaban unidas.
—Noé..., ¿puedo preguntarte algo? —cuestionó el humano con suavidad.
Este asintió a sus palabras, mientras veía los mechones oscuros del otro. —Dime, Vani.
—¿Por qué me hablasteis del mundo de los vampiros y me enseñasteis la puerta..., si aún no hemos cruzado por ella?
Noé se removió en su sitio, buscando mayor comodidad. —Te lo conté por que mi abuelo me lo confesó aquella mañana..., así que, no quería tener ningún secreto contigo, Vani.
El humano dejó un suspiro corto tras eso, algo tranquilo, como si su mente estuviera haciendo el esfuerzo por no caer dormido, y preguntar lo que se había cruzado por ella, queriendo hacer la noche más larga. —¿Y por qué no hemos entrado?
Con aquella pregunta, Noé se apartó del más bajo, haciendo que este lo viese por consiguiente intrigado por su respuesta. Al ver su rostro serio, una espina de preocupación aclamó su piel. —Todavía no me siento preparado..., es decir, hace muy poco el tiempo en el que me he convertido en gobernante de este país y tras todo..., lo que pasó, he querido tomarme un descanso de todo.
—¿Pero, Noé, es tan importante que entremos? —le cuestionó ahora el de índigos ojos—, es decir, ¿de verdad tenemos qué hacerlo?
El moreno pareció pensarlo unos segundos. —Bueno todo el que es vampiro, debe pisar esa tierra para conocer las verdaderas costumbres de nuestra especie, al menos es lo que dice mi abuelo —musitó abrazando sus piernas—. Aunque tampoco es que me apetezca mucho, yo estoy bien así como estoy.
Vanitas se fijo en el rostro apesadumbrado del otro y de alguna forma, supo comprender lo que escondía. Le atemorizaba ir a un lugar lleno de vampiros, pues ya había tenido los suficientes traumas con ellos, como para ahora adentrarse en uno repleto. Aquello le produjo cierta ternura y por ende, acarició sus mechones blancos con cariño.
—Noé, sino quieres hacerlo, no tienes la obligación de cumplirlo. Yo estoy y estaré siempre a tu lado, quieras o no quieras hacerlo, siempre estaré apoyando lo que más desees.
El moreno dejó una sonrisa suave. —¿Te parezco un cobarde..., no es así?
El más bajo negó con rapidez, sosteniendo las manos morenas entre las suyas más pequeñas. —Eres valiente Noé, pero también tienes sentimientos y es normal el que, debido a lo que has vivido, no quieras hacerlo.
Los ojitos amatistas brillaron con sutileza. —¿Tú quieres ir Vani?
El otro negó. —Si no lo quieres tú, yo tampoco lo deseo. Ya sabes..., —le fue diciendo mientras dejaba pequeños besos en sus manos—, que lo único que quiero es estar contigo, por hoy para siempre.
Noé lo observaba con cariño. —¿Quieres que al menos te cuente lo poco que sé de ese lugar?
Vanitas sonrió de forma ladina y asintió a sus palabras. Sabía que el moreno estaba tratando de saciar su propia curiosidad. —Según mi abuelo —comenzó el albino, ahora sosteniendo las manos del otro entre las suyas—, este lugar es muy extraño. Como primera instancia, el tiempo transcurre de forma diferente dependiendo de cómo se encuentre la puerta.
—¿La puerta? —cuestionó Vanitas.
—Sí. La puerta que se encuentra aquí en palacio. Esta es la única entrada para la realeza y, nadie más que nosotros podemos usarla. Una vez dentro, somos los únicos que pueden encontrar la puerta de regreso, todos aquellos de sangre real.
Vanitas lo comprendió con rapidez. Eso significaba que él por sus propios medios, no podría hallar la puerta de regreso, más únicamente Noé y su abuelo eran los exclusivos para hallarla.
» Cuando entras cerrando la puerta..., no solo el tiempo sucede de forma distinta a como lo hace en este mundo, sino que también desapareces de este lugar por completo. —Tras decirlo, Noé observó el rostro confundido del humano y no tardó en aclararse: —Es decir, pongamos un ejemplo. Si tú entrases solo, y cerrases esa puerta, todo lo que eres tú se evaporaría, tanto tu esencia como el rastro de tu sangre..., más sin embargo, si la dejas abierta, tu existencia permanecería en ambos mundos, por lo que podría encontrarte con facilidad. ¿Lo entiendes?
Vanitas asintió. —Todo es muy mágico contigo, ¿No, Noé? —bromeó el humano con cariño, tratando de calmar la preocupación en su amado.
Este dejó una sutil sonrisa. —Ahora, según como había iniciado hablando respecto al tiempo..., este es aún más extraño dependiendo de la posición de la puerta. Tiene sus diferencias de igual forma si se encuentra cerrada o abierta, pero esto no logré entenderlo del todo.
El más bajo se acercó al otro, sosteniéndolo de su cabello que había cortado en la mañana, recuperando aquel con el que le conoció. —Déjalo ahí, Noé. No quiero hablar más sobre eso, es más que suficiente para mí y mi curiosidad. No quiero verte más con ese rostro preocupado, ¿si?
El moreno recuperando su rostro jovial tras experimentar los ligeros picoteos de los dedos pálidos, añadió: —Si es lo que queréis, lo dejo estar, mi Vanitas.
Sosteniendo al más bajo de la cintura, lo sentó sobre su regazo con suavidad. Sus manos morenas se pasearon sobre su largo cabello, dejando caricias en su espalda y cintura. El más bajo, se acerco a dejar un sutil beso para seguidamente, recostarse en el pecho del otro. —Te amo, Noé —musitó el humano, con una voz algo somnolienta.
El moreno besó su frente y cabeza repetidas veces, hasta que percibió su respiración calmarse cada vez más, hasta recaer profundamente dormido sobre él. —Yo te amo más, Vanitas. —respondió el más alto.
Tras erguirse y sostenerlo en sus brazos, se dirigió al cuarto propio del humano para dejarlo descansar en él. Y, con todo el amor que jamás había profesado a nadie, observaba sus gentiles facciones y tupidas pestañas con cariño. —Más que nada en este mundo, Vani —fue lo último que dijo el moreno aquella noche, antes de dejarlo descansar en su cuarto y él marcharse a su correspondiente.
Una voz resonó en su mente, parecía llamarlo con suavidad, de una forma melodiosa, de una forma olvidada. Escuchó varias veces su nombre repetirse en aquella voz y, casi fuera de sus sentidos, como si no fuera él, sus párpados se abrieron con suavidad. Al darse cuenta de dónde estaba, se asustó. Estaba de pie, fuera de la cama y sujetando el picaporte de la puerta de su habitación, cuya estaba algo entre abierta. ¿Acaso estaba siendo sonámbulo?, pensó su mente confundida.
Negando, se dispuso a cerrar dicha, más sin embargo, la voz se escuchó de nuevo, ahora esta vez en el pasillo. Sus manos temblaron, pues algo de miedo recorrió su ser al ver la oscuridad que se cernía sobre él.
Y, aún sin quererlo, abrió la puerta por completo y su cuerpo inició su camino ante la oscuridad del palacio. No entendía lo que sucedía y por más que quisiera regresar hacia atrás, sus pies continuaban el trayecto. Estaba fuera de control y aunque intentó llamar a Noé, fue incapaz de hacerlo. No podía mover nada a su voluntad.
Su cabello negro se removía ante sus movimientos, que comenzaron a descender por las escaleras. Sin poder evitarlo, su respiración se agitó, la ansiedad y el miedo de lo que estaba sucediendo se reflejó en su expresión, en la cuál, solo las lágrimas fueron capaces de mostrarse a su voluntad, recayendo en sus pálidas mejillas.
Tan pronto que pestañeó, se dio cuenta de que estaba saliendo por la entrada. La ilusión se reflejó al estar seguro de la presencia de los guardias que detendrían su avanzar, sin embargo, la solución que había encontrado, se deshizo cual anochecer, puesto se fijo en la puerta abierta del lugar y los cuerpos muertos de los hombres en la entrada. Tenían las gargantas cortadas, cuyas aún derramaban sangre, por lo que mostraba su reciente muerte.
Quizás si fuera dueño de su cuerpo y sus movimientos, podría acercarse a ellos y salvarles la vida. Pero ahora mismo, este no era el caso. La confusión se reflejó aún más al ver el paisaje nocturno. La nieve seguía en su máxima amplitud, ocupando todo el lugar.
No tenía idea de adonde se dirigía su cuerpo durmiente. Caminando por la nieve, percibió que sus pisadas no estaban dejando huellas. Aquello lo asustó de forma súbita, ahora no habría forma en la que Noé pudiera encontrarlo.
En los recónditos de su mente, esperaba que todo aquello no fuera más que una pesadilla. Con rapidez, se alejó y caminó al jardín trasero, avanzando sobre la nieve en la que no dejaba huella alguna.
Su mente pedía raciocinio y cavilaba sobre alguna idea o solución que pudiera ayudarlo, pero el miedo de que estuviera ocurriendo algo más allá de sus capacidades, no le dejaba pensar con claridad.
Aquella puerta apareció ante sus ojos; la puerta que conducía al mundo de los vampiros. De forma extraña, percibió que esta estaba abierta y sus pies no tardaron en encaminarse y, adentrarse a aquel lugar.
La oscuridad lo recibió de nuevo con sus brazos, siendo la única luz la que provenía de la pequeña ventana que había visto aquel día con Noé. La poca iluminación que entraba le permitía ver las escaleras que estaba bajando en su contra. Un susto se impregnó en su cuerpo, al ver como la puerta por la que había entrado se cerró de un golpe, con un chirrido algo estridente.
«Dios mío, ¿Qué está sucediendo? ¿Esto es real? ¿Estoy despierto?», pensó el humano con horror. Pisando el último escalón, y cruzando el umbral, Vanitas regresó a ver las paredes y la puerta de madera con remarques dorados y picaporte bordó, aquella que ya había visto con el moreno.
Sin embargo, esta estaba abierta. Mostrando como en el interior se presentaba otra sala con una gran cristalera azulada, en la que se observaba el cielo oscuro y nuevamente, aquella luna color bordó. Por ende, Vanitas no dejaba de llorar, tenía miedo, mucho miedo.
Las palabras del moreno que le decían que por nada del mundo se le ocurriese entrar solo a aquel lugar, se repetían en su mente. «Lo siento, Noé. Lo siento», pensaba con sus manos temblando.
Sus pies caminaron, como si del tablón de madera que se usaba en los barcos en altamar, para morir entre sus aguas, se tratase. Sin embargo y para cuando pasó por la puerta, pisando el salón que había al otro lado, un pensamiento se atisbó en su mente: «Si se mantiene la puerta abier-», pensó, viéndose interrumpido al darse cuenta de como unas manos, cerraban la puerta con fuerza.
Esta desapareció de forma instantánea ante sus ojos, y todo pareció sumirse en una absoluta oscuridad.
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¡Nuevo capítulo, mer cher chatons!
Con todo mi amor para ustedes, así que disfrútenlo mucho y perdonen la tardanza; ahora se viene lo bueno, así que prepárense.
Disculpen cualquier falta como siempre y ya nos veremos en la siguiente actualización. (Probablemente haya muchas faltas, pero mañana lo corregiré con más tiempo).
¡All the love, Ella!
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