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Capítulo 34

Si Jennie creyó que los dos meses sin la compañía de Roseanne habían sido el tiempo más difícil de su vida, estaba completamente equivocada.

Esos días lo estaban siendo.

Aunque toda la casa intentó cambiar la opinión de Roseanne, con respecto al suicidio que deseaba cometer, nadie logró hacerlo.

La omega ni siquiera se desgastó en intentarlo. Ella más que nadie, sentía la convicción de Roseanne con respecto a la idea de enfrentar a su tío. No podría convencerla de lo contrario. Ni ella, ni nadie.

Era su última noche en Seúl.

Toda la familia se reunió en la sala de estar, en la cual, Roseanne se dedicó a agradecer a cada una de las personas, tomando en cuenta de que podría ser su última noche con vida.

Jennie comprendió esa noche, al ver a todas esas personas, despidiéndose de su alfa, que había tenido la lotería con el ser humano más lindo que pudo pisar el planeta tierra. Roseanne era su ángel. El ángel que no quería dejar escapar, pero que parecía desear tomar sus propios caminos y direcciones. Roseanne quería ser valiente por todos, por ella y por su omega. Después de todo, Jennie siempre sería lo más importante.

La cena fue un desastre total. Las palabras de Jihyo hacia Roseanne, habían sido las más fuertes que le dedicaron en toda su vida, para después, derrumbarse entre los brazos de su hija. La idea de una pérdida se sentía en el ambiente. Roseanne podría morir, y sus padres lo sabían.

Mina también acabó llorando a causa de eso. Y el actual jefe de la familia Park, no pudo sostener la tensión del ambiente, y simplemente se retiró de la mesa sin decir una sola palabra.

El ánimo de Lisa estaba por el suelo, y había sido su semana más callada hasta ese momento. Jisoo y Yeri acompañarían a Roseanne hasta el infierno, y como tenían previsto, volverían a casa para descansar de aquello. Tzuyu fue la única que le dio su apoyo totalmente, aunque al igual que el resto de la casa, temía por la vida de Roseanne.

Todos confiaban en que volviera a casa.

Jennie no estuvo en la posición de decir absolutamente. No hablaban directamente desde aquel día en la oficina de Roseanne. Ese día que había olvidado tomar el supresor.

Después de descubrir su error, lloró por horas completas, deseando que realmente existiera la posibilidad de estar embarazada. Un cachorro podría cambiar las cosas, pero después de algunos días, y al no sentir ningún tipo de cambio en su aroma, todas sus esperanzas cayeron.

No le había comentado aquella situación a Roseanne, y tampoco había vuelto a tomar los supresores. Comenzaba a perder el interés en las pastillas. Comenzaba a perder el interés en todo.

Su alfa iría directamente hasta Japón, a la casa de su tío, y acabaría con él, pero todos sabían que las cosas no eran sencillas. No como las creía Roseanne. Tenían contactos, que obviamente, le estaban proporcionando la información necesaria. Contactos que servirían a la hora de cometer un crimen total. La familia estaba en jaque.

Ni siquiera tenía fuerzas para comer. El plato de comida estaba intacto, y lo único que podía ingresar a su cuerpo, era el dulce jugo de frutilla.

—Iré a dar una vuelta. Con permiso.

Se levantó rápidamente del lugar, dejando a todas las personas sorprendidas, menos a Lisa, que decidió seguir sus pasos. Las dos se las arreglaron para salir hacia el iluminado jardín trasero de la casa.

El cielo estrellado se presentaba ante ellas, como un gran espectáculo de esa noche. Las estrellas brillaban con fuerza, y le daban la paz necesaria para enfrentar las horas que se venían.

Lisa pasó su brazo por encima de sus hombros, dándole su apoyo físico. Era una buena manera de apoyarla, ya que ambas, podrían perder a las personas que más amaban.

Jisoo, a diferencia de Roseanne, no le temía a absolutamente nada, y estaba convencida de que volverían a casa, y que todo lo vivido, quedaría en el baúl de los malos recuerdos. Nadie más creía eso, y era un escenario bastante ideal.

Ninguna de las dos comprendía como las personas jugaban con sus vidas de la manera más cruel, y estúpida posible. Las armas no eran un juego. La mafia tampoco lo era. Y el problema que Roseanne se había ganado por asesinar a su primo sin ningún tipo de cuestionamientos, tampoco era una juego.

—¿Nerviosa por mañana?

La primera en romper el profundo silencio fue Lisa. Le costó mucho no lanzarse a llorar en los brazos de su amiga, que se notaba en otro plano. Su ceño fruncido le daba a entender, que sus pensamientos recorrían su cabeza con fuerza.

—Un poco.

Contestó observando la belleza que tenían a lo lejos. Recordó automáticamente aquel día en esa vieja casa del árbol, y no pudo evitar sonreír con nostalgia.

Su viaje a las estrellas.

Aquella noche, en la que se entregó completamente al sentimiento que evocaba Roseanne en ella. Su primera decisión de quedarse a su lado. Se quedaría siempre a su lado, pero ya no dependía de sus decisiones. Ahora Roseanne escogía aquello, y Roseanne, también era libre de decidir lo que ella deseaba hacer.

—Jisoo dice que será algo fácil. No lo sé. Estuve cerca de perderla, y no quiero pasar por eso una segunda vez.

—Yo tampoco quiero perder a nadie, pero no puedo hacer nada más.

—No has intentado convencerla de lo contrario.

La omega buscó la mirada de su amiga, y asintió despacio, dándole la razón. No lograría convencerla de lo contrario. Tampoco iba a poner toda sus ganas, cuando las decisiones estaban completamente tomadas.

—No va a cambiar de opinión.

—Al menos tienes la última noche para estar con ella. Asumo que has disfrutado las noches anteriores.

Negó con la cabeza. Habían sido las peores noches de su vida. Lloró en silencio hasta quedarse dormida, mientras se aferraba con fuerza al cuerpo de su alfa, que no lograba encontrar la manera de calmar su dolor. Volvía a romper lentamente a Jennie. No de la manera que ya lo había hecho. Se sentía diferente, porque a pesar de estar juntas, se sentían separadas.

Jennie no imaginaba una vida sin Roseanne, y al tener la presión de un tío sediento de venganza, la situación no parecía ser la más fácil.

—Bueno, pero tienes esta noche.

—No lo sé. No será lo mismo.

—Será mejor.

Ambas se dieron la vuelta, para encontrarse con una sonriente alfa, que jugaba con sus dedos de manera nerviosa, y observaba el cielo estrellado con demasiada atención.

Lisa en menos de tres minutos, había abandonado el lugar, deseándoles muchas suerte, y obligando a Roseanne a que volviera a casa junto con todas las personas que la acompañarían, incluida su beta.

Jennie continuó sus pasos lentos y pausados, hasta llegar a un área libre de cualquier obstáculo visual, que le impidiera observar la maravilla que tenía frente a ella. No era lo mismo ver las estrellas desde ese lugar, que hacerlo directamente de la casa del árbol, pero seguía siendo igual de hermoso. El cielo siempre sería perfecto.

—Es hermoso, ¿No crees?

Comentó a la persona que abrazaba su pequeña cintura con suavidad. Asintió dándole totalmente la razón a la omega. Cuando dejó un beso detrás del lóbulo de su oreja, se estremeció ante el contacto directo. Una revolución de su omega interior, incluidas sus ganas de llorar, no parecían la mejor combinación.

—Te amo.

La sonrisa de Jennie no cabía en su rostro, pero el saber que podría ser la última noche dolía demasiado. Dolía saber que podía ser la última vez que escucharía esas palabras.

Y yo te amo a ti.

—Volveré a casa.

Cerró sus ojos con fuerza, deseando que realmente volviera a casa. Deseando que sus palabras tuvieran peso, y que aquello sucediera. Necesitaba que volviera a casa.

No deseaba llorar en su última noche juntas. No quería dedicarse a llorar por lo que podía ocurrir en esos días, pero el esfuerzo que estaba realizando por no soltar lágrimas, era titánico.

—¿Crees que vas a volver?

—Volveré a ti. Tengo muchos motivos para volver a ti.

Jennie sonrió débilmente, y giró lentamente para encontrarse con la expresión sonriente de Roseanne. No entendía como sonreía de aquella manera, cuando sentía su miedo. Podía sentir el miedo en su alfa.

No deseaba mostrarle su peor cara.

Sin soltarse, cayeron al césped, para observar el cielo estrellado. Jennie se acomodó en su pecho, llenándose de su compañía y firme tacto. El aroma de su alfa siempre causaba algún que otro mareo en ella, pero en esos momentos, se sentía aún más intenso que las veces anteriores.

—Jennie, tengo que agradecerte por todo esto. Nunca creí que encontraría en ti, el amor de mi vida.

Frunció levemente su ceño, aferrándose aún con más fuerza al cuerpo de Roseanne, que acariciaba su espalda con suavidad. No quería despedidas. No quería despedirse esa noche, y que le diera las gracias, era una manera de despedirse.

—No hables de esa manera —murmuró contra su pecho— No me agradezcas nada.

—Debo hacerlo.

Se separó de su cuerpo, para sentarse dándole la espalda. Mordió su labio inferior con fuerza, evitando soltar un sollozo, pero las lágrimas ya fluían por su rostro. Apretó su mandíbula, buscando alivianar la tensión en su pecho.

Ni siquiera sabía si podría separarse de ella. No lo sabía, porque conocía lo débil que sería sin Roseanne. Sin ella, no era más que otra omega de aquella sociedad. No era absolutamente nada sin su compañera de vida.

Haberse enamorado de una persona como Roseanne, era lo mejor que le había sucedido. No sólo la aceptaba en su vida como alfa, sino, que la aceptaba en su vida por ser aquella persona tímida, agradable y de un extraordinario corazón.

Su parte racional, y su omega interior amaban a Roseanne. Amaban a la alfa que vivía al interior de esa persona.

—No llores...

—No puedo perderte. No... No me pidas que continúe intentando ser fuerte. No puedo.

—Podemos ser fuerte juntas. Lo somos. Jennie, tengo tanto miedo como tú, y no hay cosa que desee más que volver a casa. Volver contigo. Eres todo lo que tengo, y todo lo que quiero tener eternamente, pero no puedo evadir el problema.

Roseanne seguía siendo aquella alfa, que corría hacia sus padres cada vez que tenía miedo. Seguía siendo aquella persona que le costaba comunicarse con seguridad, y necesitaba de su hermana mayor para hacerlo. Roseanne seguía siendo igual de débil que siempre, pero junto a Jennie, todo eso cambiaba. Se sentía fuerte. Capaz de hablar con seguridad, y de mostrarse al mundo como lo que era, una persona más.

Era lo que más debía agradecerle. Las herramientas que inconscientemente le entregaba para ser fuerte. Con sólo tenerla a su lado, podría hacer cualquier cosa.

Haría cualquier cosa por Jennie. Con tal de que su hermosa sonrisa nunca se perdiera, haría cualquier cosa. Su tío, era el último obstáculo, y el más difícil, claramente.

El poder siempre atraía a los alfas. Mientras más poder tenían, más crecían sus aires de grandeza. Su tío tenía aires de grandeza con los cuales debía acabar, porque era consciente de que si ella no se encargaba de eso, todas las personas que quería acabarían peor.

Eso no sólo se trataba de una venganza y de una pelea por el poder de la mafia. Involucraba a cada una de las personas que vivía en esa casa. Involucraba completamente a la familia Park. A cada miembro.

El deber de Roseanne como heredera, era cuidarlos.

Su vida había sido hecha para cuidar a las personas. Desde que ingresó a la carrera de medicina, hasta ese día, que podría ser el último. Su vida siempre sería para el resto del mundo.

Su mundo, era Jennie Kim.

—Cuando vuelva... Cuando vuelva quiero que hagamos algo.

Jennie limpió sus lágrimas con el puño de su chaleco, y asintió con desinterés ante las palabras de Roseanne, que batallaba enormemente por no fallar en aquel momento.

Giró su rostro, para encontrarse con una sonrojada alfa, que tenía la vista puesta en el césped, mientras en su mano, había un objeto. Lo sostenía como si su vida dependiera de eso. Y en realidad, su vida y su futuro dependía de eso.

—Cuando te dispararon, creí que te perdería completamente. No... Puedo describir lo culpable que me sentía en esos momentos. Me hice una promesa...

Jennie sentía el nerviosismo viajar por el sistema de Roseanne, y de manera confundida, ladeo su cabeza, dándole la posibilidad de que continuara con sus palabras.

Necesitaba escuchar lo que deseaba decirle. Necesitaba escuchar algo de lo que aferrarse. Algo de lo que confiar.

—Quiero pasar el resto de mis días contigo.

—Lo haremos. No romperemos el lazo. Estaremos juntas.

Si vuelves, no te dejaré escapar nuevamente. No puedo darme el lujo de dejarte ir. Te necesito tanto como tú me necesitas.

No se consideraba precisamente una persona tradicional. No lo eran para nada, pero aquel día en el que vio a Jennie despertar, no pudo dejar de pensar en aquella pieza que unía la vida de las personas.

Su vida estaba, y estaría unida a Jennie para siempre. Siempre estaría junto a ella, pero aquel anillo, era la promesa que sentía que le faltaba.

No fue fácil decidirse a hacerlo. Temblaba a causa del miedo, y gracias a la existencia de Chou Tzuyu, logró dar el paso que le faltaba. Comprar un anillo, y que las cosas se dieran naturalmente. Pensaba pedirle matrimonio a Jennie en otra ocasión, con un discurso terriblemente elaborado, y estudiado. Uno con el cual, no le temblase la voz, pero allí estaba, a punto de hacerlo.

Con el amor, no servían esas cosas. No servían los conocimientos, ni los estudios, ni nada. Con Jennie, únicamente servía el sentimiento que llenaba su pecho, y que provocaba los violentos latidos de su corazón amoroso. Con Jennie servían los nervios que se alojaban en su cuerpo cada vez que la tenía cerca, y conversaba con ella. Sólo servía el deseo profundo y vibrante que fluía en ella, con sólo un beso de su parte.

Sólo servían los sentimientos sin coherencia.

—C-cuando era pequeña. Mi madre me dijo... Me dijo que no debía dejar escapar a esa persona. Y-yo... Yo te dejé ir una vez, y desde ese día... No... No te dejo más.

Abrió la cajita de terciopelo azul, que llevaba muchos minutos entre sus manos, y la dejó sobre las suaves manos que tanto amaba. Los ojos de Jennie se abrieron con tanta sorpresa, que tuvo que pestañear varias veces, para saber que no estaba en un sueño.

Roseanne estaba frente a ella, con las mejillas más sonrojadas que nunca, mientras batallaba con su interior por no titubear en esa situación.

—Siempre estuve sola... Muy sola. C-creí que nunca te encontraría, pero estás aquí. Conmigo. También creí que me odiabas, y dolía... Dolía mucho. Todo pasó tan rápido. Desde que te vi, causaste sentimientos aquí —apuntó su pecho, que estaba totalmente desbocado debido a los latidos violentos de su corazón— Fallé mucho. Muchísimo. Y posiblemente siga fallando, pero sé que te amo. Te amo. Mucho, mucho, mucho. Te amo tanto que duele. Y también sé que me amas. Lo siento. Te siento a ti, como si fueras parte de mí. Mi teoría es que tienes mi corazón entre tus manos. Tienes todo lo que soy. Mi vida es tuya, mi alma es tuya, mi cuerpo y obviamente, mi corazón. Hasta mis pensamientos son tuyos. Estoy entregada al cien por ciento al amor que generas en mí.

Sus manos comenzaron a sudar, y tener una conexión directa a los sentimientos de Jennie, no estaba ayudando de mucho. Únicamente servía para ponerla más nerviosa.

Los momentos en los que realmente debía ser valiente, siempre terminaba fallando.

—Jennie Kim, deseo pasar el resto de mis días contigo. Prometo amarte y respetarte hasta que mi corazón deje de latir. Y después de la muerte, si hay otra vida, volveré a buscarte para volver a amarte con intensidad. Quiero amarte por una eternidad —su mirada se encontró con los orbes brillantes de la omega, que esperaba totalmente expectante ante la pregunta. Obviamente ya tenía una respuesta— ¿Quieres... Quieres casarte conmigo?

Si sus lágrimas habían sido de tristeza hace algunos minutos, la traviesa lágrima que recorrió su mejilla en esos momentos era totalmente de felicidad.

Jennie necesitaba aquello para aferrarse a la posibilidad de vivir junto a Roseanne, hasta el final de sus días. Necesitaba de esa promesa de amor eterno.

—S‐sí.

Su respuesta fue totalmente un susurro, que llegó como una ráfaga de alegría al cuerpo de Roseanne. Moriría en esos momentos, pero de felicidad.

No pudo evitar sonreír con una alegría desbordante ante aquella respuesta. Iba a casarse. Iba a casarse con el amor de su vida, y con mucha suerte, volvería en los próximos días a su hogar, para comenzar a construir su propia familia. Roseanne tenía muchas razones por las cuales volver. Estar frente al altar, era una de ellas.

La omega colocó el anillo en su dedo anular derecho, observándolo casi con amor. Era precioso, pero lo más hermoso, lo tenía a su lado. Roseanne siempre sería lo más hermoso de ese mundo.

Con un beso, sellaron esa propuesta de amor eterno. No sólo estarían unidas por el lazo hasta el final de sus días. También gracias a un par de argollas, unirían sus vidas nuevamente.

Hasta el final.

Jennie aún se preguntaba como habían llegado a la habitación.

Todas sus preguntas se esfumaron rápidamente, cuando los labios amorosos y hábiles tocaron su mordida, y dejó un beso húmedo en el área, provocando un estremecimiento violento.

Necesitaba de Roseanne, tanto como necesitaba del aire que respiraba todas las mañanas. No había sido consciente de que su celo, estaba a un par de días. No faltaba absolutamente nada para que ocurriera, y gracias a eso, con sólo una mirada, podía encenderse.

Su cuerpo cayó al suave colchón, que la recibió amablemente. Roseanne se posicionó sobre su cuerpo, sin dejar de besar su cuello con cuidado.

Haber dejado los supresores desde hace varios días, y que su celo estuviera peligrosamente cerca, sólo aumentaba las posibilidades de quedar embarazada.

¿Lo estaba?

No, pero si no iba en esos instantes a buscar una pastilla, terminaría cargando con un bebé. O dos. O los que pudiera tener.

Un gemido agudo resonó en la habitación, cuando acarició su cuerpo por encima de la ropa, y sonrió para sus adentros.

Descarada.

No comprendió en qué momento, la habían despojado de todo. Estaba tan concentrada en el placer que le generaban los besos y las manos de su alfa, que haberse visto a sí misma completamente desnuda, no pareció relevante.

El primer beso en su pecho descontroló aún más sus hormonas. Para haber sido una virgen durante veintiún años, todo lo hacía extremadamente bien. Todo lo hacía con la idea de llevar a la omega al límite. Tomaba su tiempo para recorrer todas las zonas que podían provocarle un placer.

—D-dios....

Sus labios habían encontrado aquel pecho expuesto, y lo tomó con las ganas suficientes para llevar a Jennie hasta querer llorar de placer.

Jugaba con sus pechos de manera erótica y pasional. Muy pasional. Tan pasional que la omega terminaba preguntándose a donde se iba la timidez de Roseanne cada vez que hacían el amor.

Bajó sus besos, hasta llegar a su abdomen bajo, y se entretuvo acariciando su cadera, aumentando la expectación que sentía la omega por ser llenada.

Otro gemido lleno la habitación al sentir que su necesitado centro estaba siendo atendido por Roseanne. Mordió su labio inferior, para acallar los ruidos que salían de su cuerpo sin control, pero la alfa deshizo rápidamente aquella tortura.

—Quiero escuchar.

Fue tomada por su cuerpo como una orden para continuar soltando ruidos llenos de placer.

Mordió la mano de Roseanne que acariciaba su mejilla. Había tocado un punto demasiado sensible. Terminaría acabando antes de empezar.

Voy a morir. De placer.

No pudo evitar llegar al orgasmo a los pocos minutos de haber iniciado. Aunque le rogó a Roseanne que no continuara con su trabajo, porque necesitaba de su nudo, ninguna de sus palabras fue escuchada, y por el contrario. Roseanne lo hizo muchísimo mejor, llevándola a la culminación y a la liberación de placer.

Fue intenso.

Tuvo que esperar varios minutos para recuperarse. Se había agotado de tanto gritar y gritar, pero se armó de fuerza, y realizó que Roseanne estuviera bajo su merced.

—Te dije que necesitaba de tu nudo.

—Y yo necesitaba escucharte gritar por mí.

—Te amo.

—Y yo a ti. Mucho, mucho, mucho.

Compartieron un beso amoroso, que cambió rápidamente cuando las manos traviesas de Jennie fueron a parar directamente a la hebilla de aquel cinturón. Se separaron, y únicamente le dio una sonrisa tranquilizadora.

No estaba en la obligación de hacer nada que no quisiera. Lo sabía, pero desde ese día, no olvidaba la expresión tan llena de placer en el rostro de su futura esposa.

Era la primera vez que se dedicaba a desvestir a Roseanne y nunca lo olvidaría. Su cuerpo completamente perfecto, se presentaba ante ella, y simplemente, podía sonreír. Roseanne sería perfecta eternamente.

Y era suya.

Notaba su musculatura desarrollada, pero no suficiente para asustar a nadie. A pesar de no ser la más fornida, tenía demasiada fuerza. Lo había visto ella misma.

Lo que más le gustaba, era su abdomen. Tan terso y delicado, pero también lo suficientemente duro, como para desear besarlo. Así lo hizo, notando como se contraía bajo sus labios, y de paso, dejando más marcas.

Es mía. Para siempre. En cuerpo y alma. Mía.

Deslizó la ropa interior, junto con los costoso pantalones de diseñador, y volvió a sonreír para sus adentros. Si que causaba cosas en Roseanne.

—Ya te dije que no tienes que hacer eso... No... No es necesario.

—¿No te gusta que lo haga? —preguntó con un tono de inocencia totalmente fingida. Podía ver lo mucho que le gustaba— Me lo debes.

Antes de que pudiera reclamar, comenzó con su trabajo, volviendo a Roseanne, un manojo de nervios completamente.

Se sentía demasiado bien. Tan bien que debía contener sus propios gemidos. Apretaba su mandíbula, conteniendo la respiración, para no acabar completamente arruinando el momento.

Aún le quedaba dignidad.

Llevó una de las almohadas hasta su sonrojado rostro, y acabó mordiendo debido a lo mucho que le excitaba aquella situación. Necesitaba detenerse. Necesitaba que se detuviera.

Podía oler la excitación de Jennie en el aire, como si fuera parte del oxígeno que respiraba. Eso le provocó un sentimiento extraño. Desde hace mucho tiempo, no sentía su aroma tan presente, desde que había iniciado a tomar los supresores.

Supresores.

Volvió a morder la almohada con fuerza, pero el grito que salió de su cuerpo había sido tan fuerte, que la propia omega se asustó de lo que había hecho.

—V-ven.

Pidió con la respiración errática, y tragando un gran cantidad de saliva.

Gateo hasta quedar a su lado, y se dejó caer en el colchón. Sintió el peso de su alfa sobre su cuerpo, y le sonrió con amor.

—¿Lista?

—Muy lista.

Comenzó con un intercambio de besos húmedos, provocando que toda la situación volviese a ese calor sofocante. Roseanne sostenía con fuerza, la cadera de su omega, que al sentir la piel expuesta de su alfa, comenzaba a retorcerse bajo su tacto.

El dolor llenó su cuerpo rápidamente, provocando que sus ojos se cerraran con fuerza, y respiró con cierta dificultad. No entendía como algo que en un principio causaba tanto dolor, terminaba siendo extremadamente placentero.

—P-perdóname.

Roseanne podía sentir el dolor que le causaba a Jennie, y la hacía sentir el ser humano más asqueroso del planeta por varios minutos.

—N-no... No te preocupes. Estaré bien.

Depositó besos en su rostro, una cantidad absurda de tiernos besos, que provocaron una suave risa debido a sus ocurrencias. Amaba a Roseanne en todas sus facetas. Siendo una alfa autoritaria, y un poco seria. Siendo una alfa tímida, y nerviosa, que no podía acercarse a nadie. Siendo una buena hija, y tratando a sus padres con mucho cariño.

Nunca dejaré de amarte.

Como todo acababa en la vida, el dolor de la primera embestida había desaparecido, para darle paso al placer incontrolable que rodeaba a la pareja. La primera en comenzar a moverse fue Jennie, que se encontraba lista para recibir a su alfa.

El balanceo de su cadera inició lento y profundo, controlando su propio animal interior, que sólo le pedía que se moviera más rápido. No lo haría. No hasta que se lo pidieran.

Se sentía tan bien. Tan perfecto y correcto. Se sentían como dos piezas, que se unían de manera perfecta, y se conocían desde siempre. Como si supieran que sus almas estaban unidas. Sus cuerpos, simplemente eran el medio físico para demostrar esa unión.

Jennie gritó cuando Roseanne tocó su punto dulce. Llevaba muchos minutos batallando en no caer tan rápido en el segundo orgasmo que golpearía su cuerpo.

—M-más...

Pidió sintiendo como su cuerpo dejaba cualquier pensamiento racional, y se dejaba llenar por el placer que le producía la intimidad con su alfa.

Las embestidas subieron de frecuencia, convirtiendo a la omega en una orquesta celestial de sonidos, que llevaban a Roseanne hasta su punto máximo. No tenía que explotar. No tenía que explotar. No tenía que explotar.

El choque de pieles sudorosas eran un hecho, y resonaban por toda la habitación. Roseanne respiraba con dificultad, y Jennie comenzaba a contraer todos los músculos de su cuerpo.

Unieron sus manos de manera fuerte. Era una promesa implícita. Estarían juntas hasta el final.

Llegaron al orgasmo al mismo tiempo. Jennie fundió sus labios con los de Roseanne, mientras el nudo crecía en su interior, y se llenaba de su alfa.

—Te amo.

—T-te amo... Te amo mucho más.

Cayó rendida al cuerpo de Jennie. No podía continuar sosteniendo su peso, mientras temblaba y sudaba con cansancio. Su respiración era totalmente errática, y con suerte pudo pronunciar las palabras que tantas sonrisas le sacaban a la omega.

A pesar acabar agotadas del primer acto, no pudieron evitar volver a entregarse durante toda la noche. Roseanne había perdido la cuenta de cuántas veces había anudado a la omega, y Jennie estaba convencida de que no podría caminar al día siguiente.

Dolía todo su cuerpo. De pies a cabeza. También le dolía la sonrisa de idiota que tenía en su rostro. Le dolía el amor que fluía en su pecho.

El último nudo de Roseanne había durado más de cuarenta minutos. Más de cuarenta minutos inmóvil.

Había una preocupación en la mente de Jennie. Una preocupación real. Después de todo eso, era imposible que no estuviera embarazada. Muchos días sin supresores, y tantos orgasmos debían dar sus frutos.

Por inercia, la mano amorosa y suave de Roseanne, llegó hasta su vientre, y lo acarició con cuidado, dejando varios besos en su mejilla. Su corazón latía de manera desenfrenada, imaginando todo lo que esperaba.

No sólo debía casarse, sino, que tenía que volver a casa por su familia. Su pequeña familia.

—Tendremos un cachorro.

Jennie negó con la cabeza, sin dejar de sonreírle a su futura esposa. No quería volver a ilusionarse con una idea así. Aún debían enfrentar al tío de Roseanne. Aún le faltaba un solo paso para poder respirar tranquilamente.

—No lo sé.

—Dejaste... Dejaste lo supresores hace unos días. No... No los tomas. Tendremos un cachorro. Lo tienes. Nuestro bebé.

Sus ojos brillaban con fuerza al tener esa idea en su cabeza, y suspiró con esperanza. Tendrían que esperar unos días hasta tener una prueba de embarazo confiable, o un cambio de aroma en Jennie.

—Volveré a ti. Lo prometo.

—Volverás por mí —el nudo en su garganta fue automático al escuchar aquellas palabras llenas de sentimiento. Debía volver por ella. Debía volver por su cachorro— Y después de eso, no te dejaré ir a ningún lugar.

—No puedo vivir sin usted, señora Park.

[🌠]

El momento de la despedida tenía que llegar de alguna manera u otra. Fue al mediodía.

Jennie deseaba no llorar, pero al ver a su alfa hacerlo contra sus padres, no pudo imaginar su vida por un minuto sin Roseanne.

Todo parecía inconcebible. La casa perdería a una de las personas más enigmáticas, más amable, y también más bondadosa que jamás había existido. Nadie podría vivir con la ausencia de Roseanne.

Las personas no debían ser precisamente habladoras para ganarse el corazón de las personas. Roseanne era un ejemplo de eso. Con actos, se llegaba mucho más profundo. Con palabras tan tranquilas, acciones tan pasivas, y gestos cariñosos, Roseanne robó el corazón de toda la casa.

Notó como Jihyo le imploraba a Roseanne regresar a casa, y pudo ver que el actual jefe de la mafia, le deseaba toda la suerte del mundo.

Su grupo de amigas particularmente variado no tardó en rodearla con los brazos. La hermandad más compleja que existía, y que existiría, estaba al pendiente de lo que ocurriría con Roseanne.

Su alfa tenía buenas amigas.

Escuchó como se prometían volver a la guarida, a continuar realizando estupideces, o continuar haciendo retos de adolescentes hormonales. Para eso, debía volver.

Al momento de llegar frente a Jennie, simplemente le extendió un teléfono, y suspiró antes de decir una palabra.

—Cuando este teléfono suene, hay dos opciones. La primera, es que todo acabó, y la segunda, es que estoy muerta —notó como la tensión de Jennie pasó por todo su cuerpo, y se acercó mucho más a ella, quedando frente a frente— Te hice una promesa. No te dejo más después de esto.

Acercó el delicado cuerpo de Jennie, hasta rodearla completamente. Se sentía vulnerable, y sabía lo mucho que deseaba un abrazo. Roseanne en el fondo de su corazón, también lo necesitaba.

—Debes volver.

—Volveré, y todo habrá acabado. Seremos felices. No tenemos más problemas.

La omega se dejó llevar, y estampó sus labios contra los contrarios. Tal vez esperaba que sus deseos en esos momentos se hicieran realidad, o que todo el mundo desapareciera, dejándola ser feliz.

Inevitablemente, recordó cada uno de los momentos con su alfa. Cada uno de esos momentos. El primer día. Ese primer día, en el cual lloró frente a Roseanne. También recordó la primera taza de té que su alfa le preparó con tanto cariño. Recordó la noche en la que vieron las estrellas por primera vez, y se ganó las primeras burlas de Lisa. Cuando aquel guardia la había encontrado, y terminó siendo una mala anécdota. Recordó cada uno de sus momentos juntas hasta ese día.

Su recuerdo más vívido, era el anillo que las uniría en un altar. Se casaría con la mujer de su vida.

Todo lo que había pasado junto a Roseanne, había sido una locura impensada. Siempre tuvo la idea de que los alfas desconocidos eran una basura, y los cercanos a ella, podían considerarse buenas personas, casi santos.

Se equivocó.

Encontró a la mejor persona del mundo, en una alfa, que era la hija de un matrimonio de mafiosos. La misma familia que tanto mal le hacía a las personas. La misma familia que tenía a tantas personas de buen corazón.

No todo era como lo pensaba.

Guardó el dispositivo en su bolsillo izquierdo, y asintió lentamente, comprendiendo que tendría que dejar ir a Roseanne.

Compartieron un último beso tímido. Tan tímido como el primero, pero cargado de sentimientos. Ambas sabían que no podía ser el último.

No es el último.

Aún le quedaban muchísimas cosas que aprender de la mafia. De la familia Park. Incluso de la propia Roseanne. Necesitaría de tiempo para aceptar su nuevo rol en aquel juego. Cuando Roseanne regresara, automáticamente firmaría.

Si regresaba, obviamente.

Uno de los tantos misterios para Jennie, era lo que realizarían en Japón. Más bien, la manera en la que planeaban asesinar a esa persona. Había sido un secreto entre Roseanne, Yeri y Jisoo. Un secreto de tres grandes mentes.

Lo que Jennie desconocía, era la perfecta habilidad estratégica que poseía Yeri a la hora trabajar en aquellos escenarios. Tenían a los mejores cerebros del país trabajando en una misma caza. En dar muerte a la misma persona. No había margen de error en un plan elaborado por parte de Kim Ye-rim y Park Roseanne.

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