𝐀𝐜𝐭𝐨 𝐕
Hijo inocente, moldearé tu creencia
y siempre sabrás que tu padre es un ladrón
y no entenderás la causa de tu dolor
El deber....casarse con alguien a quien había visto dos veces en su vida, pero era su deber como se había encargado su padre de recordarle en aquella breve reunión, su boda con Mariamne era inminente, en cuanto ella llegase a Jerusalén se haría la ceremonia que reafirmaria la unión de la monarquía con la nobleza y para que Mariamne empezase a parir hijos de Antípatro y así fortalecer su lugar en la sucesión al trono de Judea dando herederos varones.
Pero no quería. Era su deber y cumpliría con su deber siempre supo que jamás se casaría por amor al menos su primer matrimonio, siempre podría divorciarse y repudiar a Mariamne....pero eso fue justo lo que hizo su padre con su madre para casarse con su segunda esposa.
Doris, su madre, era la hija del rey de Idumea y fue la primera esposa de Herodes incluso antes de ser coronado rey haciéndola la reina de Judea y la madre de su primogénito. Pero jamás fue un matrimonio fácil debido a la egolatría de Herodes y su sed de poder mientras que Doris se entregó en cuerpo y alma en criar a su hijo queriendo para él que fuese mejor hombre y rey que su padre pero pese a su lado más dulce y maternal Doris poseía fiereza junto a un carácter pragmático pues fue ella quien le dijo que aunque se casarse por deber podría enamorarse pero que mantuviese la cabeza fría y pensase con la cabeza no con el corazón.
Aún recordaba los gritos de la violenta discusión cuando Herodes repudió a Doris desterrándola a Idumea a la corte de su padre porque iba a casarse con otra princesa que ya llevaba a otro hijo en su vientre.
—Eres un bastardo sin corazón. Me llevaré a mi hijo a Idumea conmigo lejos de un monstruo como tú y de esa ramera— rugió Doris lanzándole a Herodes un pesado objeto de oro que el rey pudo esquivar por suerte.
—No te vas a llevar a mi hijo, tú solo fuiste un conducto para darme un heredero, ya lo tengo así que es mío.
—En cuanto esa furcia para a tu bastardo ¿qué garantiza la seguridad de Antípatro? Tú con corazón de hiena serías capaz de darle a los perros a Antípatro para poner en SU trono a un bastardo.
Tapaba sus oídos intentando no escuchar los gritos, los insultos, los reproches, la violencia....no quería escuchar más y simplemente abandonó las cercanías de la sala del trono donde se estaba dando la discusión de sus padres. Corrió por los pasillos hasta refugiarse de nuevo en su habitación pues últimamente aquellos gritos que llenaban el palacio eran tan constantes que simplemente no lo aguantaba, esa atmósfera de violencia y odio era demasiada para un niño, la podrida relación de sus padres llevaba tanto rota pero ahora todo el veneno era verbalizado y la violencia escalaba.
—Antípatro— la voz de Doris sonó en la puerta, el niño que había permanecido en un rincón de su habitación abrazado a sus piernas alzó su rostro levantándose del suelo y corriendo hacia los brazos de su madre quien no dudó en recibirlo entre sus brazos.
—No te vayas madre...
—Tengo que irme mi vida— Doris se agachó a la altura de su pequeño hijo, el rostro de Doris pese a ser hermoso estaba notablemente cansado y los ojos ligeramente enrojecidos de tanto llorar —No puedo llevarte conmigo pero sabes que en Idumea está tu casa, te escribiré siempre y conseguiré que vengas conmigo...pero escúchame— tomó con firmeza el rostro de su hijo entre sus manos haciendo que la mirase directamente a los ojos — Eres el príncipe de Judea, eres Antípatro futuro rey de este reino, que nadie intente quitarte tu lugar, si alguien lo intenta destrúyelo. Y cásate por amor, mi niño. Sirve a tu pueblo pero no olvides que eres humano y tienes corazón— la ahora ex reina dejó un pequeño beso sobre la frente de su hijo mientras luchaba para que nuevas lágrimas no escapasen de sus ojos.
Despertó con un grito ahogado, respiraba agitadamente, había revivido la última vez que vio de niño a su madre pues tras aquella conversación se tuvo que ir. La había visto cuando volvió de Roma pues en vez de ir directamente a Jerusalén hizo un pequeño desvío que nadie sabía, fue a Idumea a ver a su madre reencontrándose ambos tras años separados pese a tener constante comunicación mediante correspondencia pero algo como el abrazo de su madre no lo había sentido en años a riesgo de que su padre lo mandaste castigar pero tenía que verla aunque fuese un día, un reencuentro marcado por las lágrimas y la añoranza junto con el reproche de su madre de que aceptase un compromiso político. La correspondencia que tenía con Doris siempre era quemada después porque si Herodes descubría que su madre había sugerido quitar de en medio a sus medio hermanos y a su padre para sentarse en el trono....él no era un mata sangre.
—¿Estás bien?—la voz adormilada de Leah sonó, estaban compartiendo la habitación como fachada nuevamente él en el diván y ella en la cama —Gritaste...— se levantó de la cama y se sentó al lado de Antípatro quién continuaba respirando agitadamente sin poder decir una palabra...había sido todo tan real....nuevamente se sintió aquel niño huyendo de las discusiones de sus padres —Te va a estallar el corazón — Leah le había puesto la mano en el pecho sintiendo como los latidos del corazón de Antípatro eran tan acelerados casi como si se le fuese a salir del pecho, tacto que ni noto porque no estaba sintiendo su cuerpo, solo queria huir, pero su cuerpo no respondia, casi no podia ni respirar.
Leah le tomó delicadamente de las mejillas y le forzó a que le mirase a la cara.
—Mírame—ordeno con voz tranquila —respira conmigo, respira hondo— inspiró y exhaló lentamente mientras a duras penas Antípatro obedecía, teniendo que repetirse la operación varias veces —Eso es...muy bien. Respira hondo, relájate, estoy contigo no te suelto.
—Aire...no....respirar...— podía susurrar, Leah le tomó de las muñecas tirando de él con fuerza obligándole a levantarse para llevarle al balcón abierto, que el aire nocturno le ayudase a respirar.
—Sigue respirando. Lo estás haciendo muy bien— lentamente y gracias al contrasre de la brisa estaba haciendo que el corazón de Antípatro fuese latiendo más tranquilo, su respiración poco a poco se regulaba mientras Leah acariciaba su espalda y le susurraba palabras tranquilizadoras.
—Gracias...—pudo susurrar una vez pudo recuperar el aliento junto con poder articular palabras.
—¿Qué ha ocurrido? Estabas durmiendo y de repente te has despertado así.
—Necesito salir de aquí— se apartó del balcón volviendo a entrar en la habitación empezando a quitarse la ropa para dormir sin importarle que Leah pudiese verle desnudo, solo quería irse de allí por lo que se cambió de ropa apresuradamente. Leah por suerte no había entrado seguido dándole cierta intimidad a Antípatro
—Voy contigo. No voy a dejarte solo estando así, sigues alterado— apenas terminó la frase cuando una bola de ropa impacto contra su cara, Antípatro había hecho horas atrás que trajesen ropa femenina para Leah.
—Cambiate y sobretodo ponte la capucha. No tardes necesito salir de aquí.
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