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#9 La Corona Europea y Luc Briand.

Ethan regresaba a casa luego de pasar toda la mañana en el colegio. Saldría nuevamente esa tarde para encontrarse con Jerome, claro, después de encargarse de sus lecciones diarias.

Al entrar, el sitio estaba tranquilo, como de costumbre y, sobre todo, por la ausencia de su madre y abuela. Era reconfortante regresar a casa y que nadie te recibiera con reprimendas, castigos y golpes. Le agradaba. Además, sabía que su madre no llegaría hasta la próxima semana.

Dejó su mochila en uno de los tantos sillones de la sala, recubiertos de telas finas, adornos preciosos y demás cosas que realmente no le interesaban al príncipe. Miró a su alrededor y le pareció extraño que las cortinas estuvieran corridas, ocultando la luz del sol, así que, corrió a despejar las ventanas.

—Veo que te has estado divirtiendo estos días —Ethan se congeló en su lugar, sintiendo miedo y un escalofrío que escaló todo su cuerpo.

Ágata había regresado antes de tiempo y se divertía al ver lo asustado que estaba Lenin. Pero estaba furiosa, sus zafiros oscuros la delataban. Se encontraba sentada en el sofá del rincón, junto a los ventanales. Ella se puso de pie lentamente, admirando la sorpresa en el rostro del chico.

—Normalmente, no harías esto, pero se entiende; la influencia de esos engendros es fuerte —murmuró la mujer y caminó hacia Lenin, hasta pararse en frente de él. Ágata era una mujer alta, casi alcanzando 1, 95, por lo que se le daba bien intimidar a las personas, en especial, a su hijo. El mencionado tembló al verla y se sacudió bruscamente cuando ella lo tomó del cabello—. Pero eres, realmente, descarado.

En un movimiento rápido, Ágata acorraló a Lenin contra la ventana, golpeándole la cabeza. Lo atrapó con fuerza, provocándole dolor al chico, quien no se defendió de ninguna manera. Y, luego de mantenerlo ahí, lo soltó, aunque no le permitió marcharse.

—L-lo siento-

Sabía que no serviría, aun así, quiso intentarlo. Se disculpó o eso intentó antes de que su madre lo callara de un golpe. Se tambaleó, pero logró recibirlo sin caer en el proceso.

—No recuerdo haberte ordenado que hablaras —reprochó ella y acomodó la chaqueta de su traje, la cual, se arrugó por los movimientos bruscos. Le molestaba eso, pero lo que le enfurecía en ese momento, es que Lenin levantó su cabeza para mirarla fijamente, aunque no la desafiara, le molestó.

Elevó su mano para obligarlo a bajar la mirada, sin embargo, antes de que pudiera golpear al rubio, este le tomó el brazo. Lenin se sorprendió de sí mismo y la soltó velozmente.

—Y-yo, p-perdón —tartamudeó Ethan, aunque sabía que no serviría de absolutamente nada. Su madre estaba furiosa.

—Maldito bastardo —masculló Ágata. Ethan supo que solo debía limitarse a recibir el castigo que se merecía por su atrevimiento. Se odió por haberse movido de manera inconsciente, solo para defenderse tontamente.

Y así lo hizo, Ágata arremetió contra su hijo; lo golpeó lo suficiente como hacerlo caer, pero no se detuvo. Y Lenin no protestó de ninguna forma ni siquiera cuando vio a su abuela parada en la entrada de la sala, observando desde la distancia.

—¡Nunca debiste nacer! —gruñó la mujer, sin contenerse en el castigo que le había impuesto a Lenin, quien sentía dolor por los golpes, pero aquellas palabras fueron las que lo lastimaron más, pues supo que no había nada que pudiera hacer para que esa mujer lo quisiera.

Pero, extrañamente, sintió que lo que le gritaba su madre, él también lo sentía.

Yo tampoco quería hacerlo. No puedes culparme por algo que yo tampoco quise.

Un mes pasó rápidamente, sobre todo, para el Duque, quien esperaba con ansias la recuperación de Ethan. Aunque realmente no creía que el príncipe se había resfriado, lo creyó cuando notó su ausencia. Sin embargo, le preocupaba que un resfriado durara tanto. No obstante, no le quedó de otra más que aceptar las palabras del Conde, quien se ausentó un tiempo para cuidar de Lenin.

Aun así, Jerome sabía que algo ocultaba. Lo supo por su mirada triste y nerviosa, sus gestos y muecas. Los Le Brun son muy malos mintiendo. Por eso, decidió esperar tranquilo la recuperación de Lenin. Si el príncipe decía que un resfrío, eso debía de ser. Ni más ni menos.

Eso no lo tranquilizaba, obviamente, ya que conocía a la familia Imperial. En resumen, a Ágata. Era una mujer que, alguna vez, pisó su hogar. Por una u otra razón estaba desesperada por la aprobación de su padre, pero este se negó rotundamente a las acciones de la Corona Europea.

El parlamento imperial estaba compuesto por cinco familias nobles y, por supuesto, la familia imperial. Aunque parecía así, el Rey o Reina no podía tomar las decisiones por sí solo, así que, este parlamento se encargaba de aprobar o no los proyectos propuestos por la familia Imperial. De estas cinco familias, el linaje Briand era una. Además, de otras conocidas como las parentelas Klein o Le Brun.

Por fortuna o desgracia, las familias Briand y Klein eran famosas por siempre fallar a favor del Imperio, nunca aceptaban nada que no fuera beneficioso para la gente y el pueblo. Esto suponía un enorme obstáculo para aquellos que quisiesen hacer lo contrario, puesto que, al ser grupos famosos, sus votos eran casi decisivos. Eso llevaba a que, un par de veces, por la noche, la Reina buscara apelar al lado humano del actual señor de la casa Briand. Aunque no servía de nada, no cuando Luc Briand era tan perspicaz.

Durante esas veladas catalogadas como "indeseables", por su padre, él pudo entender el carácter de esa mujer. Odiaba hasta la medula que la contradijeran, pero debía tragarse su maldito odio porque, aunque fuese Reina Imperial, no podría desaparecer a las familias nobiliarias como se le diera la gana. Era un hecho. No obstante, ella era terca y conseguiría lo que quisiera al costo que fuera. Y, desafortunadamente, así pasaba muchas veces.

Jerome era consciente de lo que era capaz Ágata y lo mucho que detestaba a Lenin. Su padre le contó lo duramente que fue criticada la Reina por dar a luz un heredero hombre, pues todos esperaban una niña. Y esa era la razón de su odio al chico.

Creencias estúpidas para personas ignorantes. Concluyó Jerome. Klein estaba a su lado, copiando las tareas. Su padre lo había reprendido por saltarse las clases y no hacer los deberes, incluso amenazó con enviarlo directamente a la universidad.

Su enojo era obvio, hizo un escándalo para no asistir a la universidad y ahora no le ponía empeño al colegio. Jerome bufó. Sabía que podía hacer lo que quisiera, excepto abandonar los estudios. Aunque era excelente en ellos.

—Muy bien, terminemos esto —habló Jerome, sonriéndole a su amiga. 

Cada día se pone peor ;-; 

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