#6 La confesión.
—Hola, Lenin —saludó Jerome. Ethan se paralizó por un momento.
—H-hola —murmuró el rubio—. ¿Cómo estás? —agregó.
El Duque arqueó una ceja, sentía que el comportamiento de Lenin no era el de siempre. Quiso preguntarle, pero no lo hizo.
—Estoy bien, ¿y tú? —De repente, el pequeño Duque se percató de que Lenin escondía algo detrás de él y le llamó la atención—. Ah, ¿qué es eso? —preguntó, acercándose al príncipe.
—N-nada —respondió Ethan y elevó el regalo lo más alto que pudo. Sabía que, con eso, Jerome no lograría alcanzarla, pero el Duque se dio cuenta y dejó de perseguir el regalo. Su boca hizo un mohín y colocó una expresión de molestia—. Lo siento. Mejor, ven conmigo —dijo y tomó la mano del Duque para arrastrarlo hasta el jardín posterior.
Una vez allí, Jerome procedió a cuestionar al rubio—: ¿Qué sucede? ¿Es porque tienes eso? No puede ser tan grave como para que tengas que esconderlo —murmuró Jerome y sonrió.
—No es eso. —Ethan suspiró y dejó de ocultar el regalo—. Esto es para ti —musitó y se lo entregó. Jerome, por un momento, no supo cómo actuar. Reaccionó unos segundos después y miró aquello que parecía ser algo como una caja. Era pesado.
—¿En serio? —susurró Jerome y empezó a quitarle el envoltorio. Sonrió al ver el contenido, pero no era la sonrisa que Lenin conocía, era otra y eso le encantó. Los ojos del Duque brillaban al ver la cajita musical de cristal—. Es preciosa —dijo y, sin pensarlo dos veces, le dio cuerda.
La melodía casi le hizo soltar lágrimas.
—Ah, cierto. Y esto también es para ti. —Lenin le mostró el estuche de cristal con el collar dentro.
Jerome dejó la cajita sobre una de las tantas mesas del jardín y procedió a tomar delicadamente el estuche. Lo abrió y se maravilló al ver lo que contenía. Sacó el collar y este resplandeció con la luz del sol.
—Es bellísimo —murmuró el Duque y le sonrió al chico rubio delante de él—. ¿Podrías colocármelo? —Ethan asintió sin reflexionárselo. Tomó los extremos de la delicada joya y rodeó el cuello del Duque, dejando la gema al frente.
Con cuidado lo abrochó y Jerome se giró, mostrando la gema.
—Te queda muy bien —susurró Lenin, haciendo sonreír al más pequeño.
—Gracias. Todo esto... —masculló Jerome—. Esto es como si dijeras que te gusto —bromeó el Duque, riendo bobamente.
—Me gustas —confesó Ethan y lo observó fijamente—. Y me gustaría poder salir contigo. —Soltó sin rodeos. El pequeño de ojos celestes se quedó mirando al ruso y apretó fuertemente la gema del collar. Sus mejillas rápidamente se sonrojaron y Ethan titubeó—. C-claro, solo si tú quieres. A-además-
Las palabras de Lenin se atoraron en su garganta cuando vio a Jerome acercarse a él, ponerse de puntillas y agarrarlo de su chaqueta para darle un suave beso en los labios. Luego se alejó con una sonrisa en su rostro. Los ojos del ruso estaban abiertos de par en par y sus mejillas se sonrojaron suavemente. Ethan todavía sentía la esencia delicada del Duque, haciéndole cosquillas en la nariz.
—Está bien —dijo Jerome sin dejar de sonreír, mostrando aún su rostro ruborizado por las palabras del príncipe—. Tú también me gustas, Lenin.
Ethan estaba estático, sin palabras y en blanco. Todavía no podía asimilar el hecho de que se había confesado sin realmente pensarlo. Fue todo inconsciente. Y, pero todavía, Jerome realmente lo había aceptado. ¡Y lo había besado! Su mente estaba hecha un desastre.
—¿E-es en serio? —Logró articular el rubio, a lo que el Duque asintió en silencio con una enorme sonrisa en su rostro.
—Lenin —llamó Jerome y volvió a pararse a solo centímetros de su rostro para besarlo nuevamente—. No tienes que pensarlo demasiado, me gustas y yo te gusto —habló el Duque.
Jerome estaba emocionado por la repentina confesión del príncipe, sin embargo, temía que se retractara por cualquier cosa. Esperaba poder hacerlo sentir seguro acerca de la decisión que había tomado.
Al Duque siempre le hizo ilusión conocer al príncipe imperial, pero nunca creyó que iría a su clase y pasara desapercibido. Además, Jerome tenía el hábito de saltarse las clases casi todo el tiempo, por lo que, toparse cara a cara con Lenin, fue imposible hasta aquella tarde en el parque y, posteriormente, en la puerta del colegio.
Aunque, desde la primera vez, le pareció un chico atractivo físicamente, se enamoró profundamente de su personalidad sencilla, amable y risueña. Se sentía mal por las pocas cosas que había experimentado, pero le alegraba enseñarle y verlo divertirse. Estaba enamorado, pero nunca esperó ser correspondido.
—Tienes razón —aceptó Lenin y sonrió.
Una vez más, dejó de importarle lo que su madre haría si se enterara de todo porque, en ese momento, no había nada más importante que el chico frente a sus ojos, que lo abrazaba y sonreía sin pensarlo. No le interesaba ahora que su madre y abuela habían salido de viaje por una emergencia, dejándolo solo y al cuidado del mayordomo y unas mujeres que trabajan ahí.
Así, ambos decidieron quedarse el resto de la hora en el jardín hablando de trivialidades como siempre y riendo juntos. Aunque el tiempo pasara rápidamente, ninguno de los dos quería dejar aquella conversación.
—Eso me recuerda que esta tarde me juntaré con Marion para hacer las tareas. Puedes ir tú y el Conde también, si quieres —comentó Jerome, observando las flores al costado de la fuente.
—Bueno, creo que sí puedo ir. —Realmente no se perdería por nada del mundo el reunirse con Jerome en su casa. Estaba ansioso, pero la campana del cambio de hora los alertó; debían asistir a clases.
—Entonces, nos iremos juntos al acabar las clases —sentenció el Duque y se enderezó—. Vamos. —Sonrió y Lenin aceptó.
Ambos caminaron tranquilos, realmente no tenían prisa alguna por llegar a la dichosa clase. Simplemente, querían disfrutar de su mutua compañía. Y así lo hicieron hasta que llegaron al salón, en donde Marion, esperaba al Duque, y Bastian, al Príncipe.
Bomnito jsjsjsjss.
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