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Capítulo 5

Septiembre de 2010-Montreal

Jennie era una mujer de rutina.

Se despertaba todas las mañanas a las seis en punto e inmediatamente salía a correr diez kilómetros. Luego regresaba a su (nuevo) apartamento para hacer series de flexiones, lagartijas y abdominales. Luego se estiraba antes de prepararse un batido y un bagel, que comía mientras veía SportsCenter. Luego se duchaba.

El resto de su día lo dictaba lo que estuviera programado para ella.

Rara vez tenía un día sin nada planeado.

Había completado su primer entrenamiento de campo de la NHL y se había asegurado un lugar en la lista de los Voyageurs de Montreal para la temporada 2010-2011. Eso no era una sorpresa, pero todavía estaba muy orgullosa de sí misma. Al día siguiente comenzaban los juegos de pretemporada. La ciudad de Montreal ya la había abrazado calurosamente. Y ella estaba emocionada.

En la televisión, los presentadores de SportsCenter hablaban de Roseanne Park.

Jennie no había visto ni hablado con Roseanne desde su... Encuentro... En la habitación del hotel de Toronto hacía más de dos meses. Le gustaría poder decir que tampoco había pensado en ella, pero eso estaría lejos de la verdad.

De repente, el rostro de Roseanne llenó la pantalla. Jennie sintió que su rostro se sonrojaba un poco, lo cual era ridículo porque estaba sola y no en presencia de esos brillantes ojos color avellana o esa sonrisa juguetona y torcida.

Estaba mirando la televisión, extasiada, pero sin escuchar una palabra de la entrevista. No se soltó hasta que escuchó a Roseanne decir, sin un rastro de ironía:

Los Bears estarán felices conmigo esta temporada. Marcaré cincuenta goles.

—¿Cincuenta goles? —preguntó el entrevistador atónito.

"¿Es una puta broma?" Jennie preguntó desde casa.

Sí. A finales de febrero. —dijo Roseanne.

Jennie resopló. Estaba asombrada por la audacia de esta tipa. ¿Estaba anunciando incluso antes de que comenzara la temporada, sin tener suficiente tiempo en el hielo con los Bears, que estaría anotando cincuenta goles esta temporada? ¿Siendo una novata de diecinueve años?

Jennie tenía toda la intención de marcar al menos la misma cantidad de goles, pero ciertamente no iba a anunciarlo. Jesucristo, ¿Qué pensarían de ella sus nuevos compañeros si hiciera algo así? Pensarían que era una imbécil engreída, eso es. Y si Jennie no lo cumplía, se vería como una maldita idiota.

Pero ahí estaba Roseanne, sin pena alguna, anunciando con calma su intención de hacer lo que quizás solo cuatro o cinco novatos habían podido hacer antes. En toda la historia.

"Ridículo. Exasperante".

—¿Sientes la presión por superar a Jennie Kim esta primera temporada? —preguntó el entrevistador.

—¿Quién?

"Vete. Al. Carajo. Roseanne".

Roseanne miró directamente a la cámara y Jennie se quedó paralizada. "No puede verte, tonta".

Vio a Roseanne guiñar un ojo a la cámara y los ojos de Jennie se entrecerraron. Iba a callar a esa hija de puta cuando sus equipos finalmente se encontrarán.

***

La oportunidad llegó un mes después.

La exageración previa al primer encuentro entre Jennie y Roseanne le pareció a Jennie un poco excesiva. Ambas tenían solo diecinueve años y sus carreras en la NHL tenían solo unas semanas. No estaba segura de lo que esperaban que sucediera.

Montreal fue el anfitrión de Boston. Jennie se reunió con sus padres para almorzar el día del juego. Vinieron a todos los partidos en casa, pero este día vinieron de Ottawa un poco antes porque sabían lo nerviosa que estaba.

—La liga siempre está buscando un ángulo de marketing, Jennie —dijo su padre— Es un juego como cualquier otro.

—Lo sé.

Tocó su pasta. No podía imaginar lo que dirían sus padres si supieran la verdadera razón por la que estaba nerviosa por enfrentarse a Roseanne. La presión era algo que podía manejar. Vivía para el hockey y era muy buena en eso. Normalmente, estaría ansiosa por tener la oportunidad de probarse a sí misma contra un rival.

"Tenías que ir y hacerlo raro, ¿no es así, Jennie?"

—¿Jackson empezará esta noche? —preguntó la madre de Jennie— Estaba débil en su lado izquierdo el último partido. ¿Está herido?

—Está bien —dijo Jennie con una pequeña sonrisa.

En una nación de fanáticos del hockey rabiosos y conocedores, Yuna Kim se ubicó cerca de la cima. Sus padres habían emigrado de Corea, pero Yuna había nacido y crecido en Montreal. Y no podría haber estado más feliz de que su hija hubiera sido reclutada por sus amados Voyageurs.

Jennie era la única hija de Yuna y David Kim, y ellos le habían brindado todo el apoyo del mundo. Jennie los amaba y sabía lo afortunada que era. Definitivamente no estaría donde estaba sin ellos.

Jennie sabía que la mayoría de los muchachos de la liga no tenían a sus padres asistiendo a casi todos los partidos en casa, pero no le avergonzaba admitir que estaba agradecida de que sus padres vivieran tan cerca. Había jugado su hockey junior en Kingston, que estaba lo suficientemente cerca de Ottawa, así que también había visto a sus padres en la mayoría de los juegos ahí. En realidad, nunca había sentido la necesidad de distanciarse de ellos. Tal vez fue porque era hija única, o tal vez porque sabía cuánto habían dado sus padres de su tiempo, dinero y energía para llevarla a donde estaba ahora.

Además, le gustaban.

—Necesitas una lámpara al lado de tu sofá en ese apartamento —dijo su mamá, completamente de la nada.

—¿Qué?

—Tu sala de estar. Está muy oscura. ¿Quieres la del estudio que está en casa? No la necesitamos.

—Está bien, mamá. Quédate con esa. Conseguiré una.

—¡Yuna! ¡No necesita nuestros muebles viejos! ¡Es millonario!

—¡Es una linda lámpara! —ella argumentó— Ya no hacen cosas bonitas.

—Si tienes el dinero, conseguirás cualquier cosa —dijo su papá.

—La próxima vez que conduzcan hasta aquí, podemos ir a comprar lámparas, mamá —Eso pareció complacerla.

—¿Has hecho amigos ya? —ella preguntó.

—Un chica. Irene. Ya sabes el...

—Bae Irene. La novata. Lateral izquierdo. Jugó en la liga de Quebec para Drummondville12 —recitó su mamá— Sí.

—Sí. Vino una noche a conocer el lugar antes de que saliéramos con algunos de los otros chicos.

—Parece una buena chica —dijo su mamá— La vi en una entrevista.

—Ella es genial. Todos han sido geniales hasta ahora, de verdad.

Su papá se río.

—¡Por supuesto que lo han sido! Tienen mucha suerte de tenerte.

Jennie puso los ojos en blanco.

—Soy solo otra chica en el equipo.

Sus padres se miraron, pero no dijeron nada. Jennie lo dejó ir.

Sabía lo orgullosos que estaban de ella.

—De todos modos —dijo su papá— ¿De qué estábamos hablando? ¿Roseanne? No estamos preocupados por Roseanne, ¿verdad?

—Es una jugadora sucia —gruñó mamá.

—Es una buena jugadora, eso es lo que es —Jennie suspiró.

—No tan buena como tú. En ninguna categoría —dijo su mamá con firmeza.

—Es más grande que yo.

—Eres más rápida que ella.

—Quizás.

—Y eres una líder. Una buena joven. Roseanne es una idiota.

Jennie se río.

—Sí. Lo sé.

"Es mejor en el sexo que yo". El pensamiento se estrelló en el frente del cerebro de Jennie, y rápidamente agarró su vaso de agua, casi tirándolo.

Su madre entrecerró los ojos.

—¿Qué te pasa, Jennie? Por lo general, no estás tan nerviosa.

—¡Nada! Solo quiero ganar esta noche. Eso es todo.

Parecía que había dicho lo correcto, porque ella sonrió.

—Lo harás. Y al diablo Roseanne Park, ¿verdad? Ese puede ser tu mantra esta noche.

"O no".

Jennie forzó una sonrisa.

—Seguro. Al diablo con ella.

***

—Está bien, a la mierda —dijo el entrenador Smith— Roseanne, sal y enfréntate a Jennie. Démosles lo que quieren.

Roseanne saltó por encima de las tablas y se dirigió al círculo de enfrentamientos. Estuvo en el hielo con Jennie por primera vez en un juego de la NHL.

—Jennie Kim —dijo casualmente cuando alcanzó a su oponente.

—Roseanne.

Roseanne dejó que sus labios se curvaran un poco en una pequeña sonrisa. El rostro de Jennie se endureció y negó levemente con la cabeza.

La multitud era tan jodidamente ruidosa. Esta ciudad estaba loca.

—¿Los decepcionarás, Jennie?

—No.

Se inclinaron para el enfrentamiento.

Roseanne deseó no tener el protector bucal puesto porque le hubiera encantado darle alguna distracción sexy con la lengua.

Probablemente debería haberse centrado más en el disco y menos en molestar a Jennie, porque perdió su primer enfrentamiento. Y eso era algo que nunca recuperaría.

***

Roseanne frunció el ceño al techo de su habitación de hotel en Montreal. Estaba furiosa consigo misma, no con su equipo, solo consigo misma, por perder este primer partido contra Jennie.

No sabía qué hacer con su ira. No era el mejor momento para que sonara su teléfono.

Era su maldito hermano, Josh.

—¿Qué pasa? —dijo Roseanne, renunciando a las sutilezas. No era como si Josh llamara solo para charlar.

—¿Jugaste esta noche?

—Sí —dijo Roseanne con fuerza.

Tenía compañeros de equipo de la República Checa cuyas familias en casa veían todos los partidos en línea.

—Oh ¿Ganaste?

—¿Qué es lo que quieres?

Josh estaba callado. El corazón de Roseanne se hundió.

—¿Papá está...?

—Él está bien. ¿Por qué no lo estaría?

La mandíbula de Roseanne se apretó. Su hermano podía fingir todo lo que quisiera que no había nada malo con su padre, pero era cada vez más obvio que no ese era el caso. Decidió ignorar las mentiras de Josh por el momento.

—¿Necesitas dinero, entonces? —preguntó Roseanne. Era la única otra razón posible para la llamada de Josh.

—Solo... No mucho. Como... ¿veinte mil?

—¡¿Veinte mil dólares?!

Su hermano se río.

—Por supuesto dólares.

—¿Para qué carajo es?

—La vida —dijo vagamente su hermano— Sabes cómo es aquí.

Sabía cómo era su hermano. O estaba haciendo una mala inversión o ya había hecho una mala inversión. O estaba apostando. O algo más que un oficial de policía como él realmente no debería estar haciendo.

—Te di diez mil hace como dos meses. ¿Dónde mierda está eso?

—La vida, Roseanne. Como dije.

—La vida. Correcto.

—No es que no puedas permitírtelo. Sé cuál fue tu bonificación por firmar.

—Estoy seguro que sí.

Probablemente esa era la única parte de la carrera de Roseanne que Josh se había molestado en seguir.

—No lo pediría si no fuera para algo importante, Roseanne.

Roseanne puso los ojos en blanco ante el teléfono. Podía decir que no. Debería decir que no. No le debía nada a su hermano idiota.

Pero si decía que no, entonces su padre llamaría a continuación para darle el discurso sobre la familia y ser una buena hija. Y por mucho que Roseanne odiara a Josh, seguía siendo su hermano.

Pero esta era la última puta vez.

—Te enviaré el dinero. Pero no vuelvas a pedírmelo.

—¿Podrías enviarlo ahora? ¿Qué hora es allá?

—¿Qué? ¡No! Vete a la mierda, te lo enviaré mañana. Me voy a la cama.

—Bien. Buenas noches entonces.

—Sí y de nada.

Josh terminó la llamada. Roseanne arrojó su teléfono sobre la cama.

Encendió la televisión y vio la puta cara de Jennie Kim, llenando la pantalla. Toda sudorosa, sonrojada y feliz. Respondiendo preguntas en un perfecto y maldito francés. Roseanne ni siquiera podía decir una oración básica en francés sin sonar como una villana de dibujos animados. Odiaba su estúpido acento. Odiaba a su estúpida familia.

Jennie Kim estaba hablando en francés, estaba sin aliento, sonreía y estaba empapada en sudor con el pelo revuelto en todas direcciones. Sus mejillas estaban sonrojadas y sus labios rosados y húmedos. Se veía tan jodidamente orgullosa de sí misma.

Roseanne se dijo a sí mismo que la retorcida sensación en su estómago eran solo celos, pero estaba aterrorizada de que fuera algo mucho, mucho peor.

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