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El interior del coche era un espacio cerrado y denso, lleno de una tensión que parecía oprimir el aire. Jennie apenas podía respirar, sus ojos pegados al rostro de Roseanne, mientras las palabras que acababa de pronunciar flotaban en el aire como un mal presagio. "Necesito que me ayudes a esconder un cuerpo." Era como si el tiempo se hubiera detenido por completo, y el sonido de la lluvia en el parabrisas se hubiera convertido en un eco distante.
Jennie tragó saliva, intentando procesar lo que Roseanne le había dicho. Un cuerpo. Roseanne había matado a alguien. Y ahora estaba ahí, sentada frente a ella, pidiéndole que cruzará una línea que nunca pensó que cruzaría.
Jennie siempre había sabido que Roseanne caminaba por el borde del abismo, pero esto era diferente. Era real. Palpable. Lo peor es que, mientras más lo pensaba, más se daba cuenta de que su respuesta ya estaba decidida. No podía decirle que no. No a Roseanne.
—Rosie... —comenzó Jennie, su voz apenas un susurro—. ¿Qué ha pasado?
Roseanne, que había estado mirando al frente, perdida en sus pensamientos, finalmente giró la cabeza para enfrentarla. Sus ojos, normalmente llenos de una confianza fría y calculadora, estaban ahora al borde del pánico. Parecía a punto de desmoronarse, algo que Jennie nunca había visto antes. Ver a Roseanne así le revolvía el estómago, y de alguna manera hacía todo esto aún más real.
—No quería hacerlo —dijo Roseanne, su voz rota, con el temblor que delataba una angustia interna—. Fue un accidente, Jennie. Te lo juro.
—¿Un accidente? —Jennie repitió, sin poder evitar que una chispa de incredulidad cruzara su voz—. Rosie... mataste a alguien.
Roseanne apretó los puños, sus nudillos poniéndose blancos. Su mirada se clavó en sus manos, como si intentara contenerse, como si las palabras fueran una fuerza demasiado poderosa para ser contenida.
—No la conocía bien —empezó a explicar, su voz casi imperceptible—. Nos encontramos en una fiesta. Ya sabes cómo son esas cosas. Había alcohol, risas, pero ella... ella era insistente. Me siguió al baño. Me dijo que sabía quién era yo. Que sabía cosas de mí.
Jennie sintió un escalofrío recorrerle la columna. Roseanne siempre estaba envuelta en secretos, pero esto sonaba a algo mucho más oscuro. Jennie no pudo evitar imaginarse la escena: una chica desconocida, acercándose demasiado a Roseanne, diciendo cosas que nadie debería saber.
—Empezó a decirme que yo... que tenía problemas. Que debería buscar ayuda. Que... —Roseanne hizo una pausa, sus manos temblaban mientras se las pasaba por el rostro, tratando de mantener el control—. Dijo que, si no la escuchaba, me iba a denunciar. No sé qué pasó, Jennie. Solo sé que las cosas se descontrolaron. Empezó a gritarme, a empujarme, y yo... la empujé de vuelta. Pero no me di cuenta de lo que había hecho hasta que fue demasiado tarde. Cayó, se golpeó la cabeza. No se levantó.
El coche quedó en silencio. Jennie sintió una presión en el pecho, una mezcla de incredulidad y miedo. Quería decir algo, quería hacer algo, pero las palabras no llegaban. No podía negar lo que había pasado, pero tampoco podía aceptar que Roseanne, su Roseanne, hubiera hecho algo tan terrible.
—¿Estás segura de que está... muerta? —preguntó Jennie, su voz apenas audible.
Roseanne asintió lentamente, su mirada perdida en la oscuridad fuera del coche.
—Lo revisé. No respiraba. No tenía pulso. Jennie, sé lo que hice, y... no puedo quedarme esperando a que alguien lo descubra.
Jennie cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar claridad en medio del caos. Esto no era un simple problema legal, esto era algo mucho más grande, más peligroso. Y aunque su mente gritaba que debía alejarse, que debía llamar a la policía, su corazón no podía soportar la idea de dejar a Roseanne enfrentarse a todo esto sola.
Después de todo, lo que Jennie sentía por Roseanne iba más allá de la amistad. Había pasado años escondiendo esos sentimientos, negándoselos incluso a sí misma. Pero ahora, en ese momento oscuro, con Roseanne vulnerada y pidiendo su ayuda, Jennie se dio cuenta de algo devastador: lo haría. Haría cualquier cosa por ella.
Jennie inhaló profundamente, y cuando abrió los ojos de nuevo, estaban fijos en Roseanne.
—Dime qué necesitas que haga.
Roseanne parpadeó, sorprendida por la rapidez con la que Jennie aceptaba su destino, como si esperara más resistencia, más preguntas. Pero en lugar de eso, Jennie estaba lista para actuar. Listas para entrar juntas en un abismo del que quizás no saldrían.
—El cuerpo... está en los asientos de atrás —dijo Roseanne finalmente, con la voz quebrada—. Lo traje conmigo. No sabía a dónde más ir.
Jennie sintió que el mundo se detenía por un segundo. Ahí estaba. El cuerpo. La evidencia de lo que Roseanne había hecho, a solo unos metros de ellas. El miedo se apoderó de ella, pero lo empujó hacia el fondo, enterrándolo donde no pudiera distraerla.
—¿Tienes algún plan? —preguntó Jennie, su voz más firme de lo que esperaba.
Roseanne la miró, buscando algún tipo de apoyo en los ojos de su amiga, como si estuviera perdida en un mar de incertidumbre.
—No lo sé —admitió Roseanne, casi en un susurro—. No tenía un plan cuando la puse en los asientos de atrás. Solo sabía que tenía que sacarla de allí. Y después... vine a ti.
Jennie asintió, sintiendo la presión de lo que eso significaba. Roseanne no había pensado en las consecuencias, no había calculado los riesgos como lo hacía siempre. Había actuado por instinto, por pánico, y ahora dependía de Jennie para salir del lío en el que estaba metida
—Está bien —dijo Jennie, tomando una decisión—. Vamos a manejar esto. Pero necesitamos un lugar. No podemos simplemente... esconder un cuerpo en cualquier lado.
Roseanne asintió lentamente, aún en shock, pero agradecida de que Jennie ya estuviera pensando en una solución.
—Conozco un lugar —dijo Jennie, después de un momento de silencio—. Afuera de la ciudad, un poco aislado. No nos molestarán.
Jennie recordaba haber pasado por un bosque, a las afueras de la ciudad, cuando era más joven. Un lugar lo suficientemente lejos de todo como para no levantar sospechas. No sabía si era la mejor opción, pero era la única que tenía.
—¿Confías en mí? —preguntó Jennie, sabiendo lo que estaba pidiendo de su amiga.
Roseanne, con los ojos llenos de una mezcla de gratitud y desesperación, asintió.
—Siempre he confiado en ti, Jen.
Jennie sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Se había imaginado muchas veces a Roseanne diciéndole que confiaba en ella, pero no de esta manera, no en este contexto. Sin embargo, estaba dispuesta a cargar con el peso de esa confianza.
Jennie tomó aire profundamente y giró hacia Roseanne.
—Bien. Entonces nos vamos ahora. Haremos esto rápido, antes de que alguien nos vea.
Jennie salió del coche, dejando que el frío de la noche y la lluvia la golpearan. El corazón le latía con fuerza mientras rodeaba el coche hacia la puerta lateral, consciente de que estaba a punto de cruzar una línea irreversible.
Cuando abrió la puerta, el cuerpo estaba allí. El aire frío y húmedo entró de golpe, y Jennie sintió que su estómago se revolvía, pero se obligó a no apartar la mirada. Tenía que ser fuerte. Por Roseanne.
—Vamos —dijo Jennie, mirando a su amiga. Roseanne estaba a su lado, temblando, su mundo desmoronándose.
Y juntas, cargaron con el cuerpo y lo pusieron en la maletera.
***
que empiecen los juegos, para explicar un poco, los siguientes capítulos serán el viaje dividido en horas, no se cuánto se extienda, pero veremos.
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