Dos✾
La omega japonesa, echó una mirada furtiva por encima del hombro. Cielos, Sullyoon tenía mucha razón. Parecía que en efecto iba a encontrarse con alguien que la conocía esa noche.
—Soy yo, Haewon. Si se acuerda de mí, ¿Verdad? —preguntó la pequeña omega, con ilusión y Sana no pudo evitar esbozar un intento de sonrisa al volverse a mirar a la mejor amiga de su hija.
—Hola, Haewon... —Soltó con poco entusiasmo y alzó una mano en un discreto saludo —Me alegra verte. —Mintió descaradamente nipona e intentó mejorar su expresión de bochorno.
Cualquier persona con el menor sentido de la discreción habría fingido no verla y seguir su camino. No Haewon. Parecía como si todas las doceañeras del mundo se hubieran confabulado contra ella, esa noche.
Lo único que Sana quería era una harina preparada para hacer las galletas de chocolate con nueces a su querida hija, regresar a su casa, hornear y meterse en la cama a dormir un par de horas. La omega pensó que cualquier persona razonable estaría en su casa a esa hora y con ese frío. Menos ella.
—La veo... diferente —Murmuró Haewon, mirando con extrañeza a Sana —Bueno, es una manera de decirlo. Cuando la vi de repente, pensé que era una pordiosera —Meditó sin pena. Tan espontáneas las niñas, siempre.
Soltándose la bufanda un poco, Sana logró sonreír un poco y Haewon continuó con sus preguntas incómodas.
—¿Qué hace aquí tan tarde? —Consultó siguiendo a Sana, quien se escurría lentamente hacia la caja.
—Yoona olvidó decirme lo de las galletas horneadas... —Lamentó Sana y no porque Haewon se estuviera enterando, sino porque no sabría cómo recuperar esas horas de sueño reparador que estaba perdiendo mientras hablaba con esa niña, a esas horas de la noche en una tienda de veinticuatro horas.
La alegre risa de Haewon, resonó a través de la tienda.
—Yo estaba viendo televisión con mi mami, cuando recordé que no había comprado los refrescos para la fiesta. Ella me está esperando ahora en el auto.
¿La madre de Haewon le permitía que estuviera despierta tan tarde? Sana hizo lo que pudo para ocultar su desdén.
Por lo que Sullyoon le había comentado sobre la jovencita, sabía que la madre de Haewon era una alfa viuda hace once años, cuando la madre omega de la niña murió en un accidente acompañada de su amante. Sana asumió que la jovencita, sin duda, no conocía el significado de la palabra disciplina y que aquella mujer debía de ser una de esas liberales de voluntad débil, tan inmersa en su carrera que no tenía tiempo para su hija. ¿Qué clase de madre podía dejar a una niña de doce años andar por una tienda a estas horas de la noche? Sana rodeó los hombros de la pequeña omega con un brazo, como para protegerla de las más ásperas realidades de la vida. La pobre cachorra.
El abrupto sonido de la puerta automática fue seguido por los pasos impacientes de alguien que entraba en la tienda y aquel intenso aroma a dulces jacintos invadió el espacio, un alfa había llegado a la tienda.
Sana alzó la mirada y se encontró con una mujer cubierta con un sobretodo de corte impecable de color negro, perfectamente peinada y maquillada en unos jeans oscuros y esas botas de caña larga que llegaban hasta por debajo de sus rodillas, si no fuera por ellas, la japonesa estaba segura que le ganaba altura. La omega no pudo evitar detallar que las miraba con enfado.
—Haewon, ¿por qué tardas tanto? —Cuestionó la alfa, apurando su paso hacia la jovencita.
—¡Mami! —dijo la niña, sorprendida —Estaba hablando con Sana unnie, es la mamá de Sullyoon... Mhm, la señora Minatozaki. —Solucionó, cuando su madre la regañó con la sola mirada.
Jihyo se aproximó con prisa, obviamente reaccionó a la presentación de su hija, su rostro era sin emoción alguna “seca y cortante”.
Sana se incorporó de manera automática, enderezando los hombros con rigidez. Era tal como la imaginaba minutos antes, una alfa de mundo, elegante y estirada, demasiado guapa para su propio bien con ese estilo minimalista y ese perfume tan atractivo como todo en su rostro. Esa mujer era exactamente el tipo de alfa que Sana procuraba evitar. Ya había sufrido y ninguna relación valía el dolor que había soportado aquella vez. Este breve encuentro con la madre de Haewon le permitió ver todo lo que necesitaba saber.
—Park Jihyo —Se presentó la coreana pelicorta de ojos grandes, con frialdad en su firme voz y tendió una mano como cortesía.
—Minatozaki Sana —Estrechó sin calidez, la mano que se le extendía y apartó la suya de inmediato.
La alfa la estudió con ojos entrecerrados, y la mirada que le dirigió a aquella omega fue tan desaprobadora como la de Sana en su contra. Lentamente, la mirada de la pelicorta descendió a las botas sin cerrar y los bordes del pijama visibles bajo el abrigo, y no pudo evitar alzar esa ceja analítica.
—Creo que ya era hora de que nos conociéramos, ¿no le parece?
Sana no se molestó en disfrazar su desaprobación ante la actitud de Jihyo hacia el cuidado de una hija. Varias veces Haewon había ido a su casa después de la escuela, pero la única vez en que Sullyoon visitó a su amiga, la niña estaba bajo el cuidado de una niñera.
Un fantasma de sonrisa asomó el rostro de la alfa, pero sin alcanzar sus ojos.
—En efecto, ya era hora.
Ella parecía estar sugiriendo en su tono, que había cometido un error al permitir que su hija tuviera algo que ver con una persona vestida así. Sana miró a Haewon con reproche, antes de agregar:
—¿No es bastante tarde para que estés despierta, cuando mañana tienes que ir a la escuela?
—¿Dónde está Sullyoon? —Contra atacó Jihyo, mirando a su alrededor por la tienda.
—En casa —Señaló Sana, con la misma expresión de desapruebo de la alfa.
—¿No es un poco pequeña para quedarse sola en casa, mientras usted sale a la tienda? —Señaló la alfa con cinismo.
—No, en absoluto. —Sana negó como si fuera dueña de la razón.
Jihyo frunció el entrecejo y volvió a entornar los ojos. Su expresión desaprobadora preguntaba: ¿qué clase de madre dejaba a su hija sola en la casa, a esas horas de la noche?
Sana le respondió con una mirada desdeñosa.
—Ha sido un placer conocerla, señora... —Musitó la omega castaña con seriedad, como si Sullyoon no hubiera dicho el apellido de su mejor amiga ochocientas veces en el día.
—Park. El placer fue mío, señora Minatozaki. —Señaló con toda intención.
—Ah, claro. —Sana se sintió aún más consciente de su apariencia desaliñada.
Jihyo puso sus manos sobre los hombros de su hija y la atrajo protectoramente hacia ella. Sana se enfureció por esta acción y pensó ¡Si Haewon necesitaba protección, era de una madre irresponsable!
De acuerdo, su vestimenta era algo estrafalaria en ese preciso instante, pero era algo que no se podía evitar, ella estaba en una misión que la postularía para el premio de la madre del año. Sana encontraba insultante la insinuación de que ella era la irresponsable en aquel duelo.
—Bien —Dijo la omega japonesa con falsa ligereza —Tengo que irme. Hae, me dio gusto volver a verte cariño.
Sana tomó las cajas de harina preparada bajo el brazo, se encaminó a pagar, y luego de cancelar la compra, huyó hacia su coche.
La próxima vez que Sullyoon invitara a Haewon a casa, dedicaría más tiempo a hablar con ellas. Ahora sabía la enorme falta que le hacía a la niña alguien que le diera una guía firme pero amorosa que cada cachorro merece.
Mmm, ese fue un encuentro demasiado desafortunado y tenso.
Está bien, puede haber un tercero, a ver, convénceme...
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