Uno❈
La pequeña ingresó a la habitación como un tornado, sacando a su madre de entre los sueños que casi la abrazaban.
—¡Mami! Olvidé decirte que necesito dos docenas de galletas horneadas para mañana temprano.
Im Nayeon abrió los ojos con renuencia y alzó la cabeza de su suave almohada de plumas, mirando con ojos adormilados el reloj de su pequeña mesa de noche.
—Yuna, pasan las once de la noche... —Gimió con desgano.
—Lo sé, mami. Lo siento. ¡Pero tengo que llevar las galletas, no tengo otra opción! —Exclamó la pequeña, como si se fuera a arrancar los cabellos de la ansiedad.
—No, no es necesario. Hay un paquete de galletas encima de la alacena, ahora déjame dormir cariño... —Musitó la omega, intentando perseguir su destino hacia la almohada.
—¡No, mami! ¡Tienen que ser galletas horneadas en casa! ¡Por favor! —Suplicó aún plantada junto a su puerta. Nayeon alzó una ceja ante esa poco habitual exigencia de su hija.
—Pues lo siento mucho cachorra, debiste pedírmelo antes. Ahora es demasiado tarde para ponernos a hornear. Regresa a la cama por favor. —Señaló la omega, con reprimenda en su mirada.
—Mami, sé que se me olvidó —Suplicó la niña —¡Pero tengo que llevar las galletas mañana a clase! ¡Es importante! ¡Muy importante! —Insistió Yuna, para infortunio de Nayeon.
—Ahg... Convénceme. —Ella usaba la frase con frecuencia.
Nayeon no quería ser inflexible, ni demasiado severa, pero era difícil ser madre soltera.
Hacían diez años que Nayeon se había hecho cargo de la crianza de Yuna, una vez que su mejor amiga Kim Jisoo, falleciera inesperadamente un mes después de que su hija hubiera cumplido dos añitos. Yuna, aunque conocía de su origen, consideraba y amaba a Nayeon como a su madre.
—Es el último día de la Señorita Kang, como nuestra maestra... ¿Recuerdas que te dije que habían transferido a su esposa a Japón? Todos en la clase estamos muy tristes de que se vaya, de modo que organizamos una fiesta de despedida. —Explicaba la pequeña, realmente afectada con aquello.
Yuna, se había presentado como omega algunos pocos meses atrás y aquello había repercutido en muchos sentidos en ella, en su hermosa mirada, en el suave aroma cerezos que desprendía, Nayeon se llenaba de orgullo al detallar a la pequeña omega en la que se había convertido aquella bebé de dos años que había resguardado con tanto amor.
—¿Quiénes la organizaron, cielo? —Consultó la omega mayor, tan detallista como toda mamá.
—Ryujin y yo, mami. Quedamos con que ella llevaría las servilletas, tazas y algo para beber, y se suponía que yo debo llevar las galletas hechas en casa, de chocolate con nueces que te quedan muy bien. —Exhaló, luego de aquel exceso de hiperactividad mental. Nayeon admiraba las energías de esa niña —Tengo que llevarlas, mami. Ryu nunca me perdonaría si llevo un paquete de galletas de fábrica para una maestra tan maravillosa como la Señorita Kang.
Yuna había conocido a Ryujin casi cinco meses antes, al principio del año escolar, y desde entonces las dos niñas se habían convertido en uña y carne.
—Ahg... —Lanzando un suspiro largo y agotado —Magnífico, terminaré horneando galletas hasta la madrugada. Está bien —Cediendo a las súplicas de su hija.
La Señorita Kang era, en efecto, una maestra maravillosa y Nayeon lamentaba tanto como Yuna que se fuera de la escuela a estas alturas del partido.
—No podemos dejar que la Señorita Kang se vaya a Japón, sin hacerle una despedida especial.
Incluso en la semi oscuridad de su cuarto, Nayeon reconoció la súplica en los ojos de su hija. Se parecía tanto a su amiga de la infancia, que la omega sintió una punzada de melancolía.
A veces, en ocasiones aisladas como ésta, la recordaba. Su amiga fue la persona que la ayudó a enfrentar toda su adolescencia que había sido amarga, larga y depresiva tan contraria a la alegría que definía a su amiga, Jisoo solía ser la alegría de cualquier lugar y en todos los modos, su irónico destino había dejado un vacío inmenso en esa vida.
A través de los años, Nayeon había logrado independencia y respeto, forjándose una carrera en Diseño y manejando su empresa de modas. Ahora estaba a punto de lograr su meta de convertirse en una empresaria que establecería sucursales en cuatro países fuera de Corea del Sur.
—Está bien, cariño ya me convenciste —Dijo en un suspiro, volviendo a fijar sus pensamientos en el presente —Hornearé las galletas, pero la próxima vez, avísame con tiempo, ¿eh? Sé una buena niña... —Bostezó la omega mayor, haciendo asentir a su hija, vigorosamente. El alivio de Yuna fue muy evidente.
—Gracias, mami. Eres un ángel... —Musitó con aquel tono que Nayeon conocía tan bien. La omega recibió el elogio con una sonrisa irónica, apartó las colchas y, al levantarse de la cama, buscó su bata de dormir. Yuna se apresuró hacia la cocina.
—¡Encenderé el horno y tendré todo listo! —Gritó por encima del hombro, con entusiasmo.
—¡Bien...! —Respondió su madre, en un bostezo mientras buscaba con un pie sus zapatillas debajo de la cama.
—Hay graves problemas, mami —Anunció, cuando Nayeon entró a la cocina. La niña estaba parada sobre una silla frente a las alacenas abiertas, con una galleta entre los dientes. —No tenemos harina preparada y no hay nueces.
—Eso me temía yo... —Exhaló la mayor, entornando los ojos.
—Creo que tendremos que prepararlo todo nosotras mismas —Sugirió Yuna, buscando otra galleta del paquete.
—No a esta hora, tardaríamos años. Iré al mercado en el coche. —Concluyó.
Cerca de la casa, había una tienda que permanecía abierta las veinticuatro horas, así que solo bastaba con ir hasta allí.
Yuna bajó de la silla de un salto. Los bolsillos de su bata estaban repletos de galletas, pero su intento por ocultarlas falló. Nayeon señaló el frasco de galletas y la niña los vació, resignada. Cuando terminó, la madre bostezó otra vez y se encaminó hacia su habitación.
—Mami, si te vas a ir a la tienda, supongo que debo acompañarte... —Señaló, convencida.
—Oh no, no, mi amor, no tardaré. Quédate aquí.
—Mhm, está bien. —Accedió.
Nayeon se puso sus botas altas encima de unos calcetines gruesos de lana, para aguantar las inclemencias del frío invierno. No le divertía mucho la idea de salir de su casa a esas horas de la noche, dejar a su hija sola en casa y afrontar los elementos del clima, pero no quería defraudar a su hija.
—Am, mami... —Había seguido a su madre a la habitación, con una expresión pensativa —¿Has pensado alguna vez en casarte?
Sorprendida, la omega alzó la mirada y estudió a su hija. La pregunta era inesperada, pero tenía la respuesta lista para toda ocasión.
—Nunca. —Declaró la rubia, inmediatamente.
Después de aquella decepción amorosa, había sido suficiente. Nunca más buscaría la felicidad en una alfa, estaba decidida a forjar sola su destino junto a su preciosa hija. Pero la interrogante de su hija la hizo preguntarse si la chica necesitaba aquella figura que faltaba en el estándar clásico de una familia.
—¿Por qué, mi cielo? —Evidenció su interés.
—No estoy segura, pero me gustaría que te enamoraras y luego te casaras ¿Sabes? Eres hermosa y tienes una linda figura... —Señaló la pequeña traviesa y su madre sonrió.
—Vaya... supongo que debería darte las gracias.
—Es la pura verdad y me gustaría mucho que compartas tu vida con una buena alfa... —Señaló la jovencita, ignorando que aquella idea le provocó escalofríos a su madre.
—Viniendo de ti, debería tomar eso como un elogio, considerando que tengo treinta y muchos años... —Señaló con una sonrisa cómplice.
—Estoy segura de que, si quisieras, podrías encontrar a tu alma predestinada...
Le extrañaba oír a su hija decir ese tipo de cosas, nunca habían hablado abiertamente sobre sus relaciones sentimentales y mucho menos sobre lazos predestinados. Cuando terminó de batallar con sus botas, Nayeon se dirigió a la puerta.
—¡Mamá, no! —Exclamó Yuna, con los ojos redondos de consternación.
—¿Qué? —Gruñó ante el repentino estallido de la menor.
—¡No puedes salir así! —Señalándola, como si su apariencia fuera completamente espantosa.
—¿Cómo? ¿Así? —Nayeon bajó la mirada al largo abrigo azul de lana que se había puesto encima del pijama. De acuerdo, se veía parte del pijama, pero sólo muy poco. Y estaba dispuesta a aceptar que las botas se verían mejor cerradas hasta arriba, pero estaba más preocupada por la comodidad que por la apariencia.
—¡Alguien podría verte! ¡Y si te ven así, no creerían que eres una diseñadora de modas! —Le regañó la pequeña.
—No te preocupes cielo, no tengo intención de quitarme el abrigo.
—Por lo menos péinate un poco. Podrías encontrarte con alguien, ¿no crees? —Señaló extrañamente preocupada.
—Escúchame, hija. —Apoyó sus manos sobre sus hombros, para buscar su atención —Las únicas personas que me puedo encontrar en la tienda a estas horas son insomnes o, quizás alguna mujer embarazada con algún antojo.
—¿Y si la mujer es admiradora de tus diseños? No ibas a decepcionarla. O-o... ¿Pero qué tal si tienes un accidente? El policía pensaría que eres una especie de mujer estrafalaria o algo así... —Parecía por demás, preocupada por su aspecto. Nayeon bostezó, como respuesta.
—Yuna, soy un ser humano hija y además, cualquiera que piense hornear galletas de chocolate y nueces a medianoche tiene que ser estrafalario. Deja de preocuparte, sólo tomaré la harina, las nueces y saldré enseguida al coche para regresar, ¿Ok? —Intentó tranquilizarla.
—Ok, como quieras... —Haciendo una mueca disconforme.
Colocándose el bolso sobre el hombro, Nayeon abrió la puerta de la casa y tiritó cuando el viento frío de fines de enero la envolvió. Para protegerse del frío, se enrolló al cuello la bufanda a rayas morada de Yuna, hasta cubrirse las orejas y la boca.
Condujo alrededor de cinco minutos y estacionó su auto muy cerca de la tienda, apagó el motor y entró a toda prisa al establecimiento.
Tal como había previsto, el lugar estaba casi vacío. Nayeon se dirigió de inmediato al pasillo donde estaban los productos para pastelería. Estaba tomando la primera harina preparada con chocolate que se le presentó a la vista, cuando oyó unos pasos leves detrás de ella y ese aroma a lilas la invadió, ella conocía ese aroma...
—¡Nayeon Unnie! ¿Cómo está? —La vocecita aguda y entusiasta resonó en la tienda como un gong chino y Nayeon se preguntó si no cabía como opción, esconderse detrás de una estantería.
¡Ups! Creo que Yuna tenía mucha razón...
¿Qué me das por uno más? Es que, siento que necesitas saber que sucede jajsjs
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