༄𝓟𝓻𝓸́𝓵𝓸𝓰𝓸༄
Nadie sabe si en realidad merece su destino. Los buenos actos no aseguran una recompensa y, al contrario, los malos no siempre se pagan con una sentencia. Morir en la comodidad de una cama, caer por una enfermedad repentina o perecer con honor en el campo de batalla. Cualquier destino es mejor que presenciar la muerte de otros, antes que la tuya.
Ella lo entendió ahí, en medio del caos que consumía todo lo que conocía desde que pudo guardar imágenes vívidas en su memoria. Con los pies descalzos manchados de carmín y colores desconocidos, provenientes de fluidos que ni siquiera tenía la fuerza para descubrir lo que eran. Sintió el escozor en la garganta, que avisaba el ansia de querer vomitar; era asqueroso.
Escuchó los grandes pies arrastrarse por la lodosa tierra roja y esa fue su señal para empezar a correr. Apretó con fuerza su mano derecha, rodeando la suavidad de una piel pecosa que, en esos momentos, empezaba a perder su calidez.
Tiró de aquella mano con la esperanza de que pudiera seguirle el ritmo, la desesperación gobernando sus pies y su respiración errática impidiéndole pensar con claridad. Solo una cosa pasaba por su mente: Salir de ese infierno y mantenerlos a salvo.
Los pasos que antes se escuchaban lentos, ahora tenían un ritmo continuo, lo que significaba que, para su mala suerte, los habían escuchado. Rezó para que solo fuera uno y no la maldita jauría entera. Si bien se consideraba alguien fuerte, era consciente de que no podría lidiar más que con un grupo de 3, sumando el hecho de que, se encontraba cansada por el enfrentamiento anterior.
La prueba de haber acabado con uno de esos bastardos, se mostraba orgullosa en su desastrosa camisa, pintada de algo maloliente y homogéneo; disfrutó haberle hecho pedazos por tocar algo que estaba prohibido.
El miedo y la angustia motivaban a sus piernas a seguir, aunque estas estuvieran por derrumbarse, al igual que su voluntad. Horas tratando de mantenerse cuerda, entre el sufrimiento vuelto gritos de agonía y el llanto de cachorros que no duraban más que unos minutos siendo huérfanos. No podía con tanto, no todo en un mismo momento, en un parpadeo; era irreal, se negaba a creerlo.
El trote que los perseguía igualó su velocidad. Se estremeció ante el hecho de que, estaba a unos cuantos metros de alcanzarlos y apenas habían pasado el muro que separaba al bosque de la comunidad. Ellos venían de la capital, donde todo el desastre se concentraba y las bestias mataban con mayor esmero, el bosque era la mejor opción para perderse entre la espesura y no ser encontrados.
Aceleró la carrera y jaló con más fuerza, se disculparía después si dejaba marcas en la muñeca del contrario. El viento se llevaba las pocas lagrimas que comenzaban a salir de sus ojos, acompañadas por una mueca de dolor, o de terror, ya no sabía. Si es sincera, no temía por ella, si no por él.
Con resignación, y previendo el escenario más probable por el olor a podredumbre acercándose con rapidez, buscó entre los árboles de roble. Debía encontrar un lugar seguro para quien la acompañaba y poder atacar a ese maldito con total libertad. Encontró uno con un hueco, este rozaba la tierra y era lo suficientemente grande como para esconder al pequeño ahí.
Tiró del brazo que sujetaba con su mano derecha, de forma que el cuerpo ajeno estuviera lo más cerca posible para poder cargarlo en brazos, y así poder dejarlo en una posición cómoda, pero no tuvo tiempo.
Sintió el olor a hierro rozar su mejilla, junto con un aroma singular, guiados por el mismo viento que se había llevado sus lágrimas. Los había alcanzado. Después de esconder rápidamente al menor, sacó su espada, lista para proteger lo que amaba, y si tenía que sacrificar su vida, así como muchos otros lo hicieron, lo haría, lo haría sin duda; porque si ese pequeño vivía, podía tener esperanza.
Con eso en mente, corrió hacia ese enorme ser, con la espada en mano y la determinación en sus ojos, avivando el fuego en ellos. Preparada para enfrentar su destino.
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Había caminado por horas sin rumbo. La sangre escurría de su hombro, bajando por la tela rasgada de las mangas, y se trasformaba en gotas que dejaban rastro por el camino ya recorrido. La herida abierta se mostraba del hombro hacia su pecho, derramando liquido rojo y una huella del maldito plasmada en su piel. Sus venas se tiñeron de negro en la zona, esperaba que no se expandiera más de lo que ya lo hacía. Ardía, dolía como el infierno.
Aguantaba el dolor con pura fuerza volitiva. El peso que cargaba tras su espalda no sería mucho si estuviera en mejores condiciones, sin embargo, en esos momentos le costaba si quiera mantener sus ojos abiertos. Al menos ya había pasado lo peor, o eso quería pensar.
Decidió descansar un poco. Se encontraba ya lejos de ese desastre y debía de parar unas cuantas horas antes de continuar.
Bajó con delicadeza el cuerpo que se apoyaba en su espalda, retirando sus brazos de las piernas contrarias. Cuando se aseguró de que el menor se apoyaba con firmeza en el suelo, procedió a tomarlo de los hombros, buscando una respuesta por parte del pequeño, tan solo una señal.
—Oye, cachorro, ya estamos a salvo—dijo con toda la calma que antes no tenía, siempre se dirigía a esa pequeña criatura con suavidad—. Por favor, háblame—la expresión del contrario seguía estoica, ni una lágrima.
La mirada perdida y cegada. El color café con motas de otoño ya no estaba, los ojos del menor eran totalmente blancos ahora. Se horrorizó y entró en pánico con aquella imagen.
—Por favor, por favor—rogó, no sabe si a la persona frente a ella o a su dios, que en ese momento ya no estaba. Frunció el ceño como muestra de su preocupación.
Sostuvo con sus manos el pálido rostro ajeno, mientras trataba de que esa mirada ausente se enfocara en ella. Juntó su frente con la otra al no saber que más hacer.
—Háblame, háblame por favor—rogó una vez más, ahogándose con su propia voz al terminar. Las lágrimas que antes no permitió salir se derramaban por sus mejillas libremente, no podía con esto, no más.
En un instante el menudo cuerpo colapsó, siendo sostenido por la mayor que se asustó por la repentina caída del, ahora, ojiblanco. Los sentó a los dos con lentitud, cubría la espalda con su brazo bueno y se arrodilló mientras acunaba al cachorro. Sus frentes seguían juntas, quería obtener una señal, por mínima que sea.
—Está bien, todo estará bien—se consolaba así misma, y si él lo escuchaba donde sea que estuviera, trataría de consolarlo también.
No sirvió de mucho unos segundos después.
La pierna de su padre siendo desprendida de su cuerpo, su madre aullando de dolor a lado de su hermano, quien se encontraba tendido en el suelo, consumido por la negruzca viscosidad recorriendo sus adentros con una velocidad impresionante. Las últimas palabras del alfa que más admiraba en el mundo, una promesa grabada en su alma.
Las imágenes tatuadas en su memoria la atormentarían por el resto de su existencia.
Los árboles comenzaron mecerse a su alrededor, ellos sabían, sabían y bailaban al compás de los recuerdos, tratando de aliviar su dolor. La rabia se mezcló con el rio de lágrimas, las cuales terminaban en la mejilla pálida de su hermano menor; el tono arrebolado en esos pómulos pecosos, ya no existía. ¿Por qué un color tan bonito tenía que extinguirse?
Se separó con lentitud y acarició el delicado cutis con diminutas constelaciones. Miró nuevamente aquellos ojos, presenciando como, de a poco, el brillante color aún siendo blanco, se opacaba. Su expresión preocupada se deformó, dando paso a la desesperación.
—No...por favor, por favor— apretó la mandíbula contraria, para obtener una reacción, aunque sea de dolor, pero nada.
Hizo lo único que podía hacer tras no poder pensar en nada más.
—¡¡Por favor, mi señor!!— gritó hacia el cielo, que podría considerarse nocturno, en busca de ayuda—. Lléveme a mí, lléveme a mí en su lugar, ¡¡POR FAVOR!!—su garganta ardió.
No hubo respuesta alguna.
Lo abrazó con todas sus fuerzas. Lloraba desconsoladamente al sentir un mar de emociones que recorrían su ser sin piedad alguna. La presunta perdida del único ser amado que le quedaba, cortó el hilo del cual pendía su cordura.
El grito ensordecedor hizo eco entre el bosque. Desgarró su garganta y destruyó todo. A pesar de estar herida fue capaz de sacar lo que había guardado dentro suyo. Toda la furia, la impotencia, el terror y la agonía salían disparados, tratando se librarse del peso tras de sí.
La lluvia cayó tiempo después. Llovizna que se convirtió en diluvio. Ella seguía ahí, de rodillas y el cuerpo de su hermano en brazos. Vio como las gotas trataban de mermar la ira hecha fuego que consumía todo a su alrededor.
Nadie sabe si en realidad merece su destino.
Natsu lo entendió ahí. Sola, con su alma destrozada por algo que nunca pidió que sucediera, por algo que pensaba que no merecía.
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La humanidad pagaba con sangre un pecado desconocido.
El eclipse imperaba en el cielo nocturno, y la luna y el sol eran presos de sí mismos.
Su llegada era el preludio del caos.
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Disculpen los separadores kjashfd son provisionales.
Por cierto, para las personitas que leyeron la primera versión, ¿Cómo les borro la memoria? jhfjdfh La primera publicación de mi fic no tiene nada que ver con la actual, no sé que hice, bueno sí kjsdjshf Que alguien me dé con el sartén.🕴️🍳
Espero disculpen al cerebro de Ashal por cambiar todo al final. La sustancia de la historia prevalece, pero decidí hacer la trama un poco mas oscura.😈
Si hay faltas de ortografía, incoherencias o preguntas, no duden en decirme.✨
¡¡Muchas gracias por leer!!♡︎♡︎💐
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