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𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 01: 𝐸𝑙 𝑎𝑡𝑎𝑟𝑑𝑒𝑐𝑒𝑟 𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑎𝑙𝑎𝑠.

Siempre hay mucha gente en los pasillos. Le molesta. El sonido chirriante de las suelas, los murmullos para nada discretos, miradas dirigidas, pisotones en zonas sensibles y empujones en su hombro al tratar de sumergirse entre la muchedumbre. Fuera del salón es una tortura.

Vio a través de los enormes ventanales, el clima es agradable. Las nubes protegen un fuerte sol de verano, y los ligeros rayos traspasando los algodónes de cielo le daban un toque angelical al ambiente. Ya quería salir afuera, respirar el aire fresco acompañado del tenue aroma floral, sacar una trágica historia de amor entre libros bíblicos y disfrutar de la cálida brisa que seguro lo espera en lo más alto de Díshmez.

Rezaba por no encontrarse con ninguno de sus amigos con una neurona, y arruinen su eficiente plan de 3 pasos para salir lo más rápido posible de ahí. Estaba apunto de llegar a una de las entradas a las escaleras que lo llevaban directo a su lugar preferido en toda la gran construcción, cuando sintió el peso en sus hombros. Reconoció el olor a café de inmediato.

—¿Vas a la cafetería?—preguntó el alfa que lo usaba de soporte—. Te acompaño, hoy tienen pastelitos de helado con forma de gato marciano y Kenken me encargó uno.

La emoción iluminaba el rostro de su amigo, pues era raro que el novio malhumorado de ese tonto le pidiera algo. Kuroo no sabía de sus escapadas mañaneras, era mejor que no lo supiera.

Las escaleras eran de doble dirección, una hacia abajo con destino a la cafetería colectiva y otra hacia arriba, donde estaba la primer azotea; lo segundo tampoco era su destino en sí.

—No voy a la cafetería.

—Siempre te vas quién sabe donde, ¡Y sin mi!

—Me gusta estar sin ti.

—Ajá si.—Kuroo sonrió de lado—. No te quejes cuando beses el fango en la tarde.

Como si pudieras tocarme, pensó. No lo dijo por que sería retrasar aún más la visita a su santuario y ya estaba harto.

Se encorvo cuando Kuroo le agitó sus lacios cabellos con una mano, y se alejó luego de un último golpe en su espalda.

Empezó a subir las escaleras una vez llegó y dobló a la izquierda. A simple vista solo había una pared blanca con unos cuantos útiles de limpieza y una figura de cartón de Oikawa, el Gamma popular del salón de faes. Malditas obsesiones.

Presionó un punto exacto en aquella pared con un ligero toque de poder mágico en cada yema de los dedos, y esa parte en concreto se abrió. Un pasadizo secreto.

Subió nuevamente las escaleras, el ligero sonido de sus plumas arrastrarse en cada escalón era lo único que se escuchaba.

Abrió la puerta cuando llegó a ella, tuvo que entrecerrar los ojos por lo brillante que era la vista.

Él no conoce el jardín del edén, pero fácilmente puede decir que tiene uno propio. Colores relucian en los pétalos de cada flor, centellaban al final de cada delicado tejido y el rocío, aún presente, se deslizaba hasta el tallo. Se encontraban alineadas perfectamente a los lados, compartían espacio, se encontraban las unas a las otras, siendo protegidas por árboles de frondoso follaje y unas cuántas flores adornaban sus copas. Un tenue rayo de sol alumbraba un punto en especial, ayudaba a presumir las tonalidades rosas del árbol de cerezos que se hallaba en el centro. Algunas flores flotaban en el aire, junto con diminutos dientes de león; les gustaba aterrizar en sus mechones azabaches.

Caminó hasta la banca debajo de la belleza en rosa, él mismo la había hecho, con unos cuántos trozos de madera y clavos. Había quedado bien, al menos lo suficientemente fuerte como para aguantar el peso de un atleta.

Dejó caer su mochila de un hombro, se sentó y buscó entre sus libros uno en específico. "Circe", en versión de bolsillo. El separador estaba en la página 90, apenas comenzaba con el libro. Se detuvo a admirar la margarita seca y la imagen de su separador; ese personaje era ardiente, pero sobre todo, sensible. Había leído hace unas semanas "La canción de Aquiles", y los cabellos rubios permanecían en su mente, al igual que la herida emocional que dejó en él ese fatídico final. Dios, no podía hablar de ello con nadie, eso lo frustraba.

Estaba a punto de leer el primer párrafo cuando escuchó algo anormal. Un corto y discreto sollozo, hasta entonces fue consiente del olor extra entre la fragancia de las flores. Le encantaba leer mitología griega, se perdía entre las letras y ya no ponía atención a nada más, es por eso que no notó nada fuera de lo común antes. Genial.

Se levantó de inmediato y fue guiado por los pequeños quejidos. La jardinera de la izquierda, entre las petunias.

Unos desordenados rizos naranjas aparecieron en su campo de visión, muy escondidos en los bastos colores de ese tipo de flor.

Aquella persona estaba enroscada en si misma. Con las rodillas apretadas en su pecho y una mochila verde pastel entre sus piernas.

Era un hada. Tenía el atardecer tras su espalda, ya que esas alas transparentes resplandecían en tono ocaso.

Le llamó la atención las mallas color crema que vestían las piernas ajenas, pues estaban rasgadas, con aberturas y hoyos por todas partes. Temblaba.

Se acercó aún más y, al parecer, fue descubierto.

Pudo ver su rostro. Esos ojos ámbar que juraba podían robarle el alma, delicadas pestañas y diminutas pecas espolvoreadas en sus pómulos. Bonito, más bonito que su árbol de cerezo.

Pudo volver de su contemplación cuando las delicadas facciones se deformaron en una mueca de terror.

—No, ¡No, basta, aléjate!—gritó el hada.

Retrocedió confundido.

—¡Ya es suficiente! Dile a Miler que haré lo que quiera, pero dejen mis alas—El pequeño se encogió en su lugar con aprensión.

Las mejillas del hada, que parecían ser suaves al tacto, se humedecieron por su llanto. Ahora lloraba con fuerza. El aroma a mandarina agria inundó el ambiente floral.

Observó con más detalle las pequeñas alas transparentes. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver un corte en cada una de ellas, rasgandolas y casi llegando al otro extremo. Quién sea quién hubiera hecho aquello, era un animal insensible.

Comenzó a producir feromonas suaves, chocolate con arándano dulce. Quería tranquilizarlo. Se acercó de nuevo y se puso en cuclillas, a la altura del pequeño. Por su complexión y aroma, dedujo que era un omega, lo cual era algo raro en la raza de las hadas.

—N-no quiero hacerte daño—dijo con un tono que podría confundirse como un susurro. Puso sus manos donde el hada pudiera verlas. Mostraba inocencia.

El pequeño lo miró de nuevo. La esperanza se asomó en sus pupilas. El hada iba a decir algo cuando ambos escucharon una voz por encima de ellos.

—¡Sal de ahí Hinata!

—Puede que Miler no te quite una de tus alitas si cooperas.—La burla estaba en cada palabra.

Las risas de más de dos se escucharon. ¿Cuál es la maldita gracia de eso?, enfureció.

Hinata, como lo habían llamado, se paró rápidamente. Tenía los ojos cerrados y abrazaba su adorable mochila verde pastel como si fuera su salvación. Mostraba resignación y un profundo miedo. La ropa que cubría la parte posterior de su cuerpo también estaba hecha jirones. Esos cerdos.

—Espera.—Logró sostener su brazo antes de que saliera de la jardinera—. No pueden vernos aquí.

Señaló por arriba de ellos. No solo los árboles cubrían todo el jardín de ojos ajenos, si no también una barrera mágica, la cuál hacía que por el exterior solo se viera un techo común y corriente, sin nada.

—Hay un barrera, ¿ves?

Hinata abrió los ojos con sorpresa y el alivio desvaneció la tensión de su cuerpo. Finalmente, cayó al suelo.

Hinata era un mar de lágrimas, se tallaba los ojos con sus delgadas manos. Se veía frágil, aún más pequeño de lo que ya era, y Kageyama solo pudo sentir el fuerte impulso de proteger.

Supo entonces que sus escapadas mañaneras ya no serían normales.


Solo diré una cosa:

Ctm, Miler.😠🍳

Si hay faltas de ortografía o tienen alguna crítica constructiva, ya saben que con toda confianza.💗

Espero les haya gustado el primer capítulo. <3
¡Muchas gracias por leer!💐💕

-Ashal/AhlexKane🍁

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