15 de octubre, 2018.

—Vamos al recreo, amigo —pidió uno de mis tantos-falsos-amigos del colegio. Dándome por aludido, me puse de pie y caminé junto a ese grupo ruidoso de chicos hasta los baños, en donde me topé con una escena poco comprensible.

Rogers, ahora el rarito de la clase por sus ojos, su apariencia y personalidad arisca y retraída, estaba lavándose el rostro. Logré divisar algo nuevo en su apático rostro y blanquecina piel; morados muy marcados y un labio partido que todavía sangraba. También noté que, a pesar del calor insufrible de esa mañana, el chico llevaba el pesado saco del uniforme.

Ángel Rogers, así era su nombre, salió relajadamente del baño de caballeros e ignoró los denigrantes comentarios que salían de las bocas de mis idiotas amigos.

—Es un rarito en todo el sentido de la palabra —comentó uno.

—El resto de estudiantes debe estar divirtiéndose con él. —Se burló otro, haciendo que el resto soltara una estruendosa carcajada.

—¡Es un fenómeno! Sus ojos superextraños lo dicen todo —argumentó uno más, fastidiándome en sobremanera, así que, salí sin mediar palabra alguna y me dirigí al patio trasero para fumar un rato. Extrañamente, me sentí molesto. Patético.

Nota: Aquel día, descubrí que Ángel Rogers despertaba algo en mí que provocó que odiara a esos tipos.