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                                  Vivo...
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La casa estaba llena de risas, globos de colores y el sonido de Aurora corriendo por todas partes mientras todos la animaban. La torta estaba decorada con pequeños dibujos de dinamita y chispas brillantes, un diseño que ella misma había sugerido con entusiasmo.

—¡Feliz cumpleaños, Aurora! —gritaron todos mientras la niña soplaba las velas con fuerza, cerrando los ojos para pedir un deseo.

Antes de que pudieran partir la torta, un golpe suave en la puerta interrumpió la celebración. Todos intercambiaron miradas curiosas.

—¿Esperas a alguien más? —preguntó Deep, con una ceja levantada.

Awita negó lentamente, ya con un nudo en el estómago.

—No... nadie.

Se levantó con cautela, sus pasos resonando en el suelo mientras se dirigía a la puerta. Cuando la abrió, lo que vio hizo que el mundo a su alrededor se detuviera.

Allí estaba, de pie bajo la luz tenue de la noche. Su figura era inconfundible, incluso después de tantos años. Jardred estaba allí, con su sonrisa ladeada y una chispa inextinguible en los ojos. Su ropa estaba desgastada y su piel mostraba cicatrices nuevas, pero era él. Estaba vivo.

Awita no pudo contenerse. En un instante, se lanzó a sus brazos, rodeando su cuello y aferrándose a él con todas sus fuerzas.

—¡Jardred! —su voz salió entrecortada por el llanto mientras sentía el calor de su cuerpo—. ¡Eres tú! ¡Estás aquí!

Jardred lo sostuvo firmemente, como si temiera que pudiera desaparecer.

—Estoy aquí, Awita... lo prometí, ¿no? —su voz era profunda y temblorosa, como si también luchara por contener la emoción.

Los demás, que habían seguido a Awita hasta la puerta, se quedaron congelados al verlo. Por un momento, nadie supo qué decir, hasta que Aurora, con su energía desbordante, se adelantó.

—¿Papá...? —preguntó, sus ojos grandes y brillantes llenos de curiosidad y emoción.

Jardred miró a la pequeña, y su expresión cambió, pasando de sorpresa a una ternura indescriptible.

—¿Eres... tú? —preguntó, arrodillándose para estar a su altura—. ¿Aurora?

La niña asintió y corrió hacia él, envolviéndolo en un abrazo fuerte.

—¡Sí, soy yo! —exclamó con una risa alegre—. ¡Te estaba esperando!

Jardred la sostuvo, riendo y llorando al mismo tiempo.

—Perdón por tardar tanto... pero estoy aquí ahora.

Elo, Clemente, Andrea, Turbo y Deep intercambiaron miradas incrédulas, antes de sonreír ampliamente. Nadie podía creerlo, pero no había dudas: Jardred había vuelto, contra todas las probabilidades.

La noche, que ya era especial, se transformó en algo inolvidable. Para Awita y Aurora, la familia que había estado incompleta por tantos años finalmente estaba completa otra vez.