Capítulo V
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noticia devastadora...
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El ambiente en la habitación, que antes estaba lleno de risas suaves y conversaciones tranquilas, cambió en un instante cuando el hombre de aspecto militar entró. Su expresión era grave, y todos los presentes se quedaron en silencio al notar su presencia.
—¿Puedo hablar con... Awita? —preguntó con voz solemne, mirando alrededor de la habitación.
Awita se enderezó en la cama, el corazón latiéndole con fuerza. Algo en la mirada del hombre lo llenó de temor.
—Soy yo... —respondió con un hilo de voz, mientras Elo y los demás se acercaban a él, como si quisieran protegerlo de lo que estaba por venir.
El hombre suspiró, bajando la mirada por un momento antes de continuar.
—Lamento mucho tener que darles esta noticia... Jardred... —hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Murió en combate. Salvó a uno de sus compañeros, pero... ambos perdieron la vida.
El mundo de Awita se detuvo. El aire parecía haberse escapado de la habitación. Por un instante, no podía procesar lo que acababa de escuchar.
—No... —murmuró, negando con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas—. No puede ser... Jardred no... Él prometió volver...
Los demás también estaban devastados. Turbo se llevó las manos al rostro, sollozando en silencio. Clemente apretó los puños, luchando por no derrumbarse. Deep bajó la cabeza, mientras Elo se acercaba a Awita, colocándole una mano en el hombro, tratando de consolarlo aunque él mismo sentía el corazón roto.
—Tiene que haber un error... —insistió Awita, su voz quebrándose—. Él no puede haber... no puede...
El hombre negó con pesar.
—Lo siento mucho. Era un hombre valiente... y lo siento más aún por ustedes, que lo esperaban.
Awita rompió en llanto, llevándose las manos al rostro. Todo su ser temblaba. Jardred, el amor de su vida, el padre de Aurora, no regresaría. Nunca conocería a su hija, nunca volvería a abrazarlo, a besarlo, a decirle cuánto lo amaba.
Los chicos se acercaron, formando un círculo protector alrededor de Awita, mientras este lloraba inconsolablemente. Sabían que, aunque estuvieran ahí para él, el vacío que dejaba Jardred sería imposible de llenar.
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