Vol.1 Capítulo I: Un Nuevo Comienzo
En el momento que abrí los ojos, sabía que había algo diferente en mí, me sentía cansado, con el cuerpo entumido y casi sin fuerzas.
Todo lo contrario a como me sentí cuando Caos nombró mis dominios divinos. Entonces pensé que no había nada más que un sueño, que esa lucha a muerte con la contraparte de mi padre no había sido más que un simple sueño, o una pesadilla para ser más específico.
Esa teoría rápidamente murió cuando ví un rostro el cual conocía muy bien, solo había un pequeño detalle el cual no cuadraba... Y es que era más joven a lo que recordaba.
A mí lado estaba Annabeth Chase, hija de Atenea, diosa de la sabiduría, y los más importantes, mi querida listilla, la cual sonreía de una manera ligeramente burlona mientras sostenía una cucharada en su mano derecha.
En el momento en que notó que había abierto los ojos ella pregunto:
—¿Que ocurrirá en el solsticio de verano?
—¿Que?— apenas logré decir con voz ronca, ya sea porque mí cuerpo se sentía exhausto o por el hecho de que aún no creía que en serio había logrado viajar en el tiempo.
Completamente ajena a lo que pasaba por mí cabeza, Annabeth miro a su alrededor, como si estuviera asustada de que alguien la oyera.
—¿Que pasa? ¿Que fue robado? ¡¿Nosotros solo tenemos unas semanas para recuperarlo?!— pregunta tras pregunta, ella exclamó, haciéndome sentir ligeramente abrumado.
—¡W-woah e-espera...!— traté de decir —. Yo...
No pudo terminar ya que alguien llamo a la puerta, por lo cual Annabeth rápidamente lleno mí boca con el pudín que había en su cuchara.
Luego de eso, el cansancio volvió a hacer acto de presencia y terminé por desmayarme.
/-/
Cuando volví a abrir los ojos Annabeth ya se había ido, en su lugar se encontraba Argus quién vestía tal y como recordaba la primera vez que lo conocí.
Lamentablemente mí cuerpo aún no quería cooperar conmigo, por tanto, parais desgracia no pude hacer otra cosa más que abrirle nuevamente los brazos al reino de la inconsciencia.
Ugh, esto se está volviendo realmente molesto.
/-/
Cuando finalmente pude despertarme correctamente noté que al igual que la primera vez, estaba en la enfermería, no había nada extraño a los alrededores, me recosté nuevamente en la silla de playa donde mí aún fatigado cuerpo descansaba.
Hice una ligera mueca cuando sentí como mí boca estaba completamente seca y los dientes me dolían ligeramente.
Moviendo mí cabeza hacia un costado, divisé el vaso lleno de nectar el cual tenía el mismo aspecto que el podía recordar:
Un vaso de vidrio completamente transparente, un popote verde y finalmente una sombrilla de papel la cual atravesaba una cereza de marrasquino.
Extendiendo una de mis manos traté de tomar el vaso con nectar para aliviar su pobre garganta.
Para mí desgracia y mi siempre presente mala suerte, al igual que la primera vez mí mano, y todo mí cuerpo en general se sentían tan débiles que casi dejo caer el vaso, lo cual me hizo murmurar unas cuantas maldiciones.
—Cuidado— dijo voz familiar, la cual pude reconocer casi al instante.
Mí mejor amigo Grover Underwood, se veía tal y como lo recordaba antes de que asumiera su cargo como el nuevo señor de lo salvaje.
Actualmente estaba apoyándose contra el porche de la verja, luciendo como si no hubiese dormido en una semana. Debajo de su brazo estaba la caja de zapatos la cual contenía el cuerno del minotauro, el segundo monstruo al cuál había matado antes de llegar al campamento.
"Y después de eso tuve que matarlo dos veces más, porque parece que el hijo de puta guarda más rencor que el propio Hades"— pensé ahogando un gemido de sufrimiento, ese maldita bastardo era realmente persistente.
"¡Hey Percy!, si yo fuera tu cuidaría mi lenguaje~, ¿es que acaso besas a tu madre con esa boca?"— caturreo de manera burlona mi amiga valquiria.
Apreté los labios, sofocando un gruñido de irritación.
"¡Oh, cállate Hjör, hasta donde se, tu no eres mejor que yo!"— me defendí.
"Si, pero al menos yo soy una deidad de más de mil años apesar de mi apariencia, por lo cual puedo maldecir todo lo que yo quiera"— se jacto la guerrera de la espada —. "Tu por otro lado, no tienes excusa alguna".
Su palabra me hicieron soltar un resoplido interno, decidí no continuar con la discusión, y en su lugar volví a centrar mí atención en mí buen amigo sátiro.
Grover llevaba los mismos pantalones vaqueros azules, un par de zapatos Converses y la característica camiseta naranja brillante con el nombre de: CAMPAMENTO MESTIZO. La cual el usé por gran parte de su vida desde que descubrí mi herencia divina.
—Tu salvaste mi vida— comenzó diciendo Grover, sacándome de mí tren de pensamientos —. Yo... bueno, pensé que lo mínimo que podía hacer era... volver a la colina ya que pensé que podrías querer esto.
Respetuosamente, colocó la caja de zapatos en mí regazo.
Dentro de ella estaba el primer trofeo de guerra que había ganado luego de derrotar al hijo de Pasifae. Un cuerno de un color blanco y negro muy parecido a la de un toro común y corriente, aunque no fuera de uno.
La base era irregularmente rota debido a que me había visto obligado a arrancarlo de la cabeza del minotauro para poder usarlo como arma y por eso mismo pude ver cómo la punta de este estaba salpicada de sangre seca.
—El Minotauro— comenté en un suave murmullo.
—No pronuncies su nombre Percy...
—Asi es como lo llaman en lo mitos griegos, ¿verdad?— pregunté fingiendo ignorancia —. El Minotauro. Mitad hombre, mitad toro.
Grover se removió incomodamente por mí diatriba.
—Has estado inconsciente por dos días— comenzó diciendo, mirándome con preocupación —. ¿Que tanto recuerdas?— pregunto Grover.
Escarbé mis recuerdos, tratando de recordar lo mejor posible el curso que tuvo está conversación la primera vez.
—Mi mamá. ¿Ella está realmente...?
No me atreví a terminar esa frase, el simple recuerdo de mi madre género un nudo en mi garganta. El amargo recordatorio sobre el como le había fallado tanto a ella como a mi hermanita y al resto de mi familia en general todavía pesaba en mi corazón.
Grover hizo una mueca de tristeza mientras miraba hacia abajo.
Mientras la enfermería quedaba en un profundo silencio, no pude resistir el hechar un vistazo a través del prado, era tal y como lo recordaba:
Hermosas arboledas de árboles, una corriente sinuosa, acres de fresas propagadas debajo del cielo azul. El valle que estaba rodeado de colinas ondulantes y en la más alta la cual estaba directamente en frente de ellos estaba un enorme pino en la cima. El cual lucía hermoso a la luz del sol.
Un extraño sentimiento de nostalgia me invadió, está había sido de las primeras vista que había tenido del campamento, el cual, con el pasar de los años cambio, tanto para bien como para mal.
También era un recordatorio de que, en este momento, habían campistas, cuyas vidas aún no habían sido tomadas por Thanatos.
Y tenía la intención de que eso no ocurriera en el corto plazo.
El gemido de lamentó de Grover me devolvió a la realidad.
—Lo siento— ahogó un pequeño sollozo —. Soy un fracaso. So... Soy el peor sátiro en el mundo.
El sátiro soltó otro gemido mientras pisaba fuertemente con el piso de le enfermería, tal fue la fuerza que su pezuña se desprendió del zapato el cual estaba lleno de poliestireno, excepto por el hueco donde mí amigo anteriormente tenía su pezuña.
—¡Oh, Styx!— murmuró por lo bajo.
El trueno retumbó a lo lejos, a lo cual tuve que resistir el impulso de poner los ojos en blanco.
"No importa que época sea, Zeus siempre será una reina del drama."
"Eso no es nada si lo comparamos con el Zeus de mi universo"— se quejó mi amiga valquiria —. "Te lo juro, ese viejo bastardo siempre disfrutaba causando problemas, ya sea queriendo iniciar una guerra o tratado de meterse en la bragas de alguna mujer."
Mi rostro de desfiguró en una ligera mueca de disgusto.
"Eso no era algo que necesitaba saber, Hjör"— me quejé, voy a necesitar conseguir alguna especie de blanqueador para el cerebro.
Mientras tenía una agradable conversación con mí compañera de almas, Grover se sorbio la nariz. El sátiro mantuvo la mirada gacha, preparado para cualquier tipo de castigo.
—No fue tu culpa— notando el semblante de mi viejo amigo, traté de tranquilizarlo.
Si no me enojé con el antes, definitivamente no puedo enojarme con el ahora.
En respuesta Grover nego con la cabeza.
—Si lo fué. Se suponía que debía protegerte.
—¿Te pidió mi madre que me protegieras?— pregunté inclinado la cabeza.
Estaba tratando que mis palabras fueran lo más exactas a la línea de tiempo anterior, me tomé muy enserio la advertencia de Caos, tengo que ser muy cauteloso si quiero evitar joder el futuro, debo de asegurarme de que mis palabras y acciones no difieran mucho a las de mí pasado.
Afortunadamente, con un poco de ayuda de Hjörþrimul, puedo tratar de que mis palabras sean la más exactas posibles, respetando lo que Caos llamó: La línea de tiempo canon.
Volví mi atención a mi amigo cabra, quien hizo una mueca de incomodidad.
—No. Pero ese es mi trabajo. Soy un guardián— Grover me respondió, su expresión se tornó sombria y agrego —: Oh al menos... lo era.
—Pero, ¿por qué...?— comencé diciendo, solo para detenerme repentinamente cuando una sensación de mareo me invadió, tuve que apretar los dientes para sofocar una maldición.
Ugh, realmente odio mi condición actual.
—No te esfuerces demasiado— me dijo Grover con preocupación —. Aquí— me ayudo a sujetar el vaso y poner el popote en mis labios.
Retuve un suspiro ante el sabor, era mismo sabor de siempre, galletas con chispas de chocolate azules que mamá preparaba para mí. Bebí hasta la última gota del nectar, pude sentir como mí cuerpo comenzaba a calentarse y llenarse de energía, incluso podría haber jurado sentir el suave y cariñoso toque de mi madre, haciéndome sentir cómodo y seguro.
—¿Estuvo bueno?— pregunto el sátiro.
En respuesta, asentí con la cabeza con una pequeña sonrisa.
—¿A qué sabía?— pregunto con tristeza mi amigo cabra.
En mí anterior línea de tiempo en un principio llegué a pensar que su tono de voz era porque me había terminado todo el néctar.
Pero luego me enteré de que en realidad se debió a qué tanto el néctar como la ambrosía tendían a tener el sabor a la comida que más disfrutarás y la cual te traía recuerdos felices y nostálgicos.
Debió haberse sentido culpable, ya que, probablemente, me había hecho recordar que había perdido a mi madre.
—Galletas con chispas de chocolate— murmuré con calma —. La receta de mi madre para ser más específico.
Grover soltó un ligero suspiro antes de mirarme nuevamente.
—¿Y como te sientes?
Solté una suave risa ante su pregunta.
—Como si fuera capaz de arrojar a Bobofit a más de cien yardas— respondí con total honestidad.
Aunque también me preguntó si podía convertirla en una marsopa con un simple pensamiento, tal y como mi padre, ese pensamiento dibujo otra sonrisa en mi rostro.
—Je, eso es bueno— dijo mi guardián también soltando una pequeña risa. Antes que se su expresión cambiará a una de completa seriedad —. Pero no debes arriesgarte a beber mas.
—¿A qué te refieres?— fingí no saber a qué se refería mí mejor amigo.
Aunque eso también plantó una nueva duda en mi cabeza.
"Oye Hjör, ya que ahora que soy técnicamente un dios, ¿soy capaz de ingerir tanto nectar y ambrosía como yo quiera?"— pregunté mentalmente.
"Mmm, honestamente no estoy segura ya que nuestro estado actual es algo nunca antes visto, por lo cual no puedo darte una respuesta exacta"— respondió Hjörþrimul.
"Ya veo, entonces por el momento será mejor no arriesgarse, por lo que seguiré ingiriendo las cantidades de nectar y ambrosía que normalmente soporta un semidiós"— decidí, asintiendo con la cabeza.
Mientras Hjörþrimul y yo teníamos nuestra conversación mental, mi viejo amigo sátiro coloco el vaso vacío de nuevo en la mesa con suma precaución, como si este fuese a explotar en cualquier momento, una vez termino regreso su atención hacia mí.
—Vamos— me llamo Grover, sacándome nuevamente de mí conversación mental —. Quiron y el señor D quieren hablar contigo— me informo, a lo que tuve que retener un gemido de sufrimiento.
"Genial, lo último que quería hacer el día de hoy, lidiar con el bastardo borracho, no tan borracho, del señor D"— me quejé mentalmente.
Apesar de mis quejas internas, me dispuse a seguir a mí buen amigo sátiro fuera de la enfermería del campamento con el rumbo fijo en dirección a Casa Grande.
/-/
El viaje hacia la Casa Grande fue de lo más pacífico, en mi mente repasé los miles de escenarios posibles de mi reunión con Quirón y Dionisio.
Desgraciadamente, el tener que recorrer una distancia tan larga hizo que mis piernas flaquearan levemente, lo cual me hizo ahogar una cuantas maldiciones ante el estado actual de mi joven cuerpo de doce años de edad.
"Voy a tener que entrenar mucho si quiero volver a estar en mi apogeo antes de la batalla de Manhattan"— reflexioné, comenzando a trazar una rutina de entrenamiento en mi mente —. "Ugh, esto de pensar a largo plazo es realmente un dolor de cabeza".
"No olvides también que debes de entrenar las nuevas habilidades que obtuviste al convertirte en una deidad"— Hjörþrimul, amablemente, me recordó —. "También debes hacer todo lo que este a tu alcance para no exponerte antes de tiempo".
Deje escapar un gemido silencioso.
"No me lo recuerdes" — le suplique —. "Ya es bastante malo que tenga que preocuparme por no cambiar demasiado el futuro y terminar empeorando todo".
Grover se había ofreció para transportar la caja con el cuerno del Minotauro, pero lo rechacé amablemente, alegando que prefería mantenerlo cerca de el.
Todavía recordaba el como aquel trofeo de guerra me había salido caro la primera vez que me enfrente al Minotauro, cuando pensé que había perdido a mí madre y llegué a pensar que tendría que vivir con el bastardo de Gabe Ugliano.
Eso me recuerda, una vez toda esta travesía del Rayo Maestro de Zeus terminé, Ugliano y yo tendremos una agradable charla.
Nunca debió de haberle levantado la mano a mí madre.
No más señor amable.
¡Su muerte será lenta y dolorosa!
/-/
Cuando giramos en la esquina de la casa, inspiré hondo.
Justo al lado de la casa, el valle se fundía con el agua, la cual destellaba a lo largo de la costa.
Era tal y como lo recordaba en mí primer día en el campamento.
El paisaje estaba moteado de edificios que eran arquitectura griega antigua, un pabellón al aire libre, un anfiteatro, un ruedo de arena, pero con aspecto de recién construidos, con las columnas de mármol blanco relucientes al sol.
En una pista de arena cercana había una docena de chicos y sátiros jugando al voleibol. Más allá, unas canoas se deslizaban por un lago cercano.
Había niños vestidos con camisetas naranja como la de Grover, persiguiéndose unos a otros alrededor de las 12 cabañas entre los árboles. Algunos hijos de Apolo disparaban con arco a unas dianas. Otros cuantos semidioses montaban en pegasos, siendo liderados por Silena Beauregard, hija de Afrodita, por un sendero boscoso.
Al final del porche había dos hombres, cuyos rostro conocía de memoria, sentados a una mesa jugando a las cartas.
Annabeth, quien casi me había ahogado con pudín... otra vez, estaba recostada en la balaustrada, detrás de ellos.
El señor D se veía como siempre, pequeño pero gordo, de nariz enrojecida y ojos acuosos, con pelo rizado negro azabache.
Sabía de antemano aquella apariencia era únicamente para molestar a su padre, ya que, durante la fiesta de victoria contra el ejército de Kronos, había tomado su forma original para estar al lado de su esposa, bebiendo una copa gigantesca de vino, aprovechando que su castigo había sido levantado temporalmente únicamente durante la fiesta, esto mismo se repitió luego de nuestra victoria contra Gaia. Y pese a toda mí experiencia tratando con dioses, aún no me había acostumbraba a como estos podían cambiar su apariencia o incluso su sexo.
Como aquella vez que Apolo tomo la forma de una mujer, —por favor no pregunten el cómo, o el porque sé ésa información—, y luego está Dionisio, quien en los mitos se describe con un hombre joven, hermoso y atlético, ahora no parecía más que un querubín llegado a la mediana edad en un camping de caravanas.
Vistiendo su típica camisa hawaiana con estampado atigrado, sabía que, al igual que la primera vez, prácticamente habría encajado perfectamente en una de las partidas de póquer del bastardo de mí primer padrastro, —a quien voy a darle la peor paliza de su vida cuando lo volviera a ver—, salvo el hecho que sabia que el dios de la locura sin duda habría desplumado a Gabe el Apestoso incluso de su ropa.
"Muchas gracias por poner esa imagen en mi cabeza Percy"— Hjörþrimul gimió —. "En serio estoy empezando a odiar poder ver todos tu pensamiento en alta definición.
Miré discretamente en su dirección, enviadole una mirada de disculpa.
"Lo siento Hjör, olvide que muestras mentes ahora están unidas"— hice una ligera mueca de disgusto —. "Si te sirve de consuelo yo también tardaré en sacar esa imagen de mi cabeza".
Grover se aclaró la garganta, llamando mi atención.
—Ése es el señor D— me susurró mí amigo —. El director del campamento. Sé cortés— tuve que resistir el impulso de poner los ojos en blanco, podía contar con los dedos de una sola mano la cantidad de dioses con los cuales fuí realmente cortéz, y este bastardo alcohólico no es uno de ellos —. La chica es Annabeth Chase; sólo es una campista, pero lleva más tiempo aquí que ningún otro. Y ya conoces a Quirón— señaló al mítico entrenador de héroes, a quién en más de una ocasión ví como una segunda figura paterna. Sentado su silla de ruedas vistiendo su querida y chaqueta de tweed, su pelo castaño y ralo, y una barba espesa.
—¡Señor Brunner!— exclamé, volviendo a mí papel de niño ignorante.
Mi viejo profesor de latín se volvió y le sonrió. Sus ojos tenían ése brillo travieso que aparecía a veces en alguna de sus clases, o durante los entrenamientos.
—Ah, Percy, qué bien— dijo el entrenador de héroes —. Ya somos cuatro para el pinacle.
Me ofreció una silla a la derecha del dios del vino, quien me miró con los ojos inyectados en sangre y soltó un resoplido.
—Bueno, supongo que tendré que decirlo: bienvenido al Campamento Mestizo. Ya está. Ahora no esperes que me alegre de verte.
"Uy qué carácter"— la valquiria resoplo.
"Y eso que no has visto nada Hjör, te sorprendería ver al viejo cabrón cuando está enojado o simplemente de mal humor"— bufé, recordando cuando el dios en cuestión hacia una rabieta.
Hjörþrimul me miró con incredulidad.
"¿Quieres decir que el no está de mal humor ahora?"— ella pregunto con la ojos bien abiertos.
"Ni siquiera cerca"— resoplé —. "Esa es su personalidad de siempre, así que es mejor que te acostumbres."
Deteniendo mi conversación mental, me volví a mi segundo dios menos favorito.
—Vaya, gracias— me aparté un poco del dios, había tenido suficientes interacciones con el tipo cómo para querer comenzar una discusión con el, —y por defecto revelar mí tapadera como viajero en el tiempo—, y más sabiendo que el maldito bastardo se comportaba como un mocoso desde que Zeus lo castigo por perseguir a una ninfa a la que muy probablemente el dios del cosmo quería en su cama.
En serio, ¿por qué tuviste que cederle tu trono a este idiota, tía Hestia?
—¿Annabeth?— llamó Quiron a mi querida listilla, haciendo un gesto en mi dirección —. Annabeth cuidó de ti mientras estabas enfermo, Percy— algo a lo que ya estoy acostumbrado mi buen maestro —. Annabeth, querida, ¿por qué no vas a ver si está lista la litera de Percy? De momento lo pondremos en la cabaña once.
—Claro, Quirón— contestó la hija de Atenea.
Tenía el mismo aspecto cuando tenía doce años, medio palmo más alta, no saben cuánto maldigo el ser más bajo que el promedio para mí edad actual y solo comenzaré a crecer realmente a los catorce, y desde luego su aspecto era mucho más atlético. Tan morena y con el pelo rizado y rubio, era casi exactamente lo que y o consideraba la típica chica californiana.
Sus ojos deslucían un poco la imagen: eran de un gris tormenta; bonitos, pero también intimidatorios, y lo digo por experiencia propia, había perdido la cuenta de cuántas veces recibió ese tipo de miradas de mi listilla cuando hacía algo verdaderamente estúpido, analizando la mejor manera de derribarme en una pelea.
Echó un vistazo al cuerno de Minotauro y me miró directamente a los ojos. Sabía de primera mano lo que venía a continuación, no obstante no pude evitar reprimir una sonrisa traviesa, después de todo, un pequeño cambio no hará daño, ¿verdad?
La hija de Atenea me miró y sin más dijo:
—Cuando duermes babeas.— Estaba apunto de salir corriendo como la última vez, pero mi voz la detuvo.
—Huh, ¿en serio?, ¿deberia estar preocupado por eso? No es normal que una chica se le quede mirando a un chico mientras duerme, ¿sabes?— pregunté. Una sonrisa torcida floreció en mi rostro —. Pero bueno, no es como si me estuviera quejando de tener a una linda chica velando por mi sueño.
El rostro de Annabeth se torno escarlata. Grover me miró con la mandíbula en el suelo. Quiron me dió una miró con curiosidad, aunque tenía un brillo divertido en sus ojos. Y el señor D simplemente resoplo, si era por diversión o molestia, nunca lo sabremos.
—¡Pudrete!— exclamó Annabeth, aunque su voz salió más como un chillido que no pude evitar encontrar sumamente adorable.
Sin más la hija de Atenea, aún con la cara roja como un tomate, emprendió carrera hacia el campo, con el pelo suelto ondeando a su espalda.
"Suave Jackson, realmente suave."— La guerra de la espada dijo con una sonrisa divertida, materializandose a mi lado.
"Oye, no puedes culparme por querer mofarme un poco de ella"— me encogí de hombros.
—Bueno— comenté para cambiar de tema —. ¿Trabaja aquí, señor Brunner?
—No soy el señor Brunner— dijo mí ex-profesor de latín —. Mucho me temo que no era más que un seudónimo. Puedes llamarme Quirón.
—Vale.— Fingiendo estar perplejo, miré al director —. ¿Y el señor D...? ¿La D significa algo por casualidad?— tuve que hacer esfuerzos monumentales para ocultar una sonrisa burlona.
El dios del vino dejó de barajar los naipes y me miró, como si acabara de decir una grosería.
Meh, honestamente ya estaba acostumbrado a cabrear a los dioses desde... Bueno desde siempre.
—Jovencito, los nombres son poderosos. No se va por ahí usándolos sin motivo.
—Ah, ya. Perdón.— Resistí el impulso de resoplar.
—Debo decir, Percy— intervino Quirón —. Que me alegro de verte sano y salvo. Hacía mucho tiempo que no hacía una visita a domicilio a un campista potencial. Detestaba la idea de haber perdido el tiempo.
—¿Visita a domicilio?— pregunté, fingiendo ignorancia.
—Mi año en la academia Yancy, para instruirte. Obviamente tenemos sátiros en la mayoría de las escuelas, para estar alerta, pero Grover me avisó en cuanto te conoció. Presentía que en ti había algo especial, así que decidí subir al norte. Convencí al otro profesor de latín de que... bueno, de que pidiera una baja.— Traté de recordar el principio del curso. Pero habia pasado tanto, incluso si para este cuerpo no fueron más que unos cuantos meses, no lo fue para mí mente, afortunadamente tenía a Hjörþrimul para ayudarme a recordar... sí, tenía un recuerdo vago del otro profesor de latín durante mí primera semana en Yancy. Había desaparecido sin explicación alguna y en su lugar llegó Quiron bajo el nombre del señor Brunner.
—¿Fue a Yancy sólo para enseñarme a mí?— pregunté.
Quirón asintió.
—Francamente, al principio no estaba muy seguro de ti. Nos pusimos en contacto con tu madre, le hicimos saber que estábamos vigilándote por si te mostrabas preparado para el Campamento Mestizo. Pero todavía te quedaba mucho por aprender. No obstante, has llegado aquí vivo, y ésa es siempre la primera prueba a superar— explico el mítico entrenador.
—Grover— dijo el señor D con impaciencia —. ¿Vas a jugar o no?
—¡Sí, señor!— Grover tembló al sentarse a la mesa, retuve un suspiro, juró que te ayudaré viejo amigo, juntos, mejoraremos tu confianza en ti mismo.
—Supongo que sabes jugar al pinacle.— El dios de la locura me observó con recelo.
—Si se como jugar— respondí encogiéndome de hombros. Había tenido unas cuantas partidas con Quirón luego de ayudarlo a entrenar a los semidioses más jóvenes.
—Si se como jugar, señor— puntualizó él dios.
Ugh, que pesado.
—Señor— repetí. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no soltar un bufido.
—Bueno— asíntio satisfecho —. Junto con la lucha de gladiadores y el Pac-man, es uno de los mejores pasatiempos inventados por los humanos. Todos los jóvenes civilizados deberían saber jugarlo.
—Afortunadamente el muchacho dijo saber jugar, incluso si solo es lo básico— intervino Quirón.
—Vale dejando de lado esto, alguien podría explicarme, ¿qué es este lugar? ¿Qué estoy haciendo aquí? Señor Brun... Quirón, ¿por qué fue a la academia Yancy sólo para enseñarme?— fingiendo tener un colapso mental, le pregunté, llevándome las manos al cabello para vender mejor mí acto.
El señor D resopló y dijo:
—Yo hice la misma pregunta. — El director del campamento repartió las cartas.
Grover se estremecía cada vez que recibía una carta. Como solía hacerlo en la clase de latín, Quirón me sonrió paternalmente, con aire comprensivo, dándome a entender que todo estará bien y que todas sus preguntas serán respondidas a su tiempo.
—Percy, ¿es que tu madre no te contó nada?— preguntó el centauro.
—Dijo que... — recordé los ojos tristes que mí madre solía tener al mirar el mar, aquella mirada melancólica que solía tener antes de conocer a Paul —. Me dijo que le daba miedo enviarme aquí, aunque mi padre quería que lo hiciera. Dijo que en cuanto estuviera aquí, probablemente no podría marcharme. Quería tenerme cerca.
—Lo típico— intervino el borracho con desgano —. Así es como los matan. Jovencito, ¿vas a apostar o no?
"Imbécil"— siseo Hjörþrimul, sus ojos verde esmeralda se clavaron en el dios, fulminandolo con la mirada.
Estuve de acuerdo de todo corazón con esa declaración. Noté como el dios se disponía a tomar otro trago de su Coca-Cola, por lo cual, sintiéndome un poco vengativo, chasqueé los dedos disimuladamente. Casi de inmediato, todo el refresco salió disparado de la lata impactando de lleno en la cara del dios de la locura.
Grover se atragantó con el aire ante eso, noté que hacía un esfuerzo monumental para no reírse a carcajadas, Quirón simplemente inclino la cabeza con curiosidad.
—¿Qué demonios?— murmuró él señor D, parpadeando unas cuantas veces, su rostro totalmente empapado por Coca-Cola.
El hijo de Zeus frunció el ceño con clara irritación y gruño por lo bajo.
—¡Maldito seas, Hermes!
Por mí parte, simplemente sonreí inocentemente mientras hacía mí apuesta y miraba mis cartas.
A mí lado, la figura fantasmal de Hjörþrimul rodaba por el suelo, riendo a carcajadas, sosteniendo sus costados y derramando lágrimas de alegría.
—Me temo que hay demasiado que contar— repuso Quirón, recuperándose de su sorpresa inicial —. Diría que nuestra película de orientación habitual no será suficiente.
—¿Película de orientación?— pregunté, honestamente tenía un poco de curiosidad sobre como era realmente dicha película.
—Olvídalo— dijo Quirón —. Bueno, Percy, sabes que tu amigo Grover es un sátiro y también sabes— señaló el cuerno en la caja de zapatos —, que has matado al Minotauro. Y ésa no es una hazaña menor, muchacho. Lo que puede que no sepas es que grandes poderes actúan en tu vida. Los dioses, las fuerzas que tú llamas dioses griegos, están vivitos y coleando.
Hizo una ligera mueca de desconcierto, tratando de hacerle creer a mi viejo entrenador que no estaba del todo seguro de su afirmación.
—Ah, ¡matrimonio real! ¡Mano! ¡Mano!— rió con jubiló Dionisio mientras se apuntaba los puntos.
—Señor D, si no se la va a comer, ¿puedo quedarme su lata de Coca-Cola light?— preguntó Grover tímidamente.
—¿Eh?— el hijo de Zeus parpadeó unas cuantas veces, luego miró la lata a su lado con el ceño fruncido, su anterior alegría se evaporó tan rápido como vino, muy probablemente por el recuerdo de haber sido traicionado por su propia bebida hace unos minutos —. Ah, vale.
El satiro dio un buen mordisco a la lata vacía de aluminio y la masticó lastimeramente.
—Entonces— comencé diciendo, mirando a Quirón —. ¿Me está diciendo que existe un ser llamado Dios?— le cuestioné con falsa incredulidad.
—Bueno, veamos— repuso Quirón —. Dios, con D mayúscula, Dios... En fin, eso es otra cuestión. No vamos a entrar en lo metafísico.
—¿Lo metafísico? Pero si ese fuera el caso, ¿entonces, no sería el Caos primordial el equivalente a Dios en la mitología griega?— pregunté está vez con genuina curiosidad.
De repente, el ambiente se volvió un tanto denso, y el aire se volvió ligeramente pesado.
Grover se atragantó con el aluminio en su boca.
Los ojos se Dionisio adquirieron un brillo amenazante.
Quirón tosió unas cuantas veces, sorprendido por mi pregunta.
—Ejem... bueno, en teoría no estarías equivocado Percy, pero debo pedirte encarecidamente que no pronuncies el nombre del creador del todo, sobre todo luego de la advertencia sobre que los nombres tienen mucho poder— me advirtió.
—Ah.— Fue mi única respuesta.
El centauro reanudó nuestra conversación anterior.
—Bueno retomaron nuestra conversación anterior, los dioses, en plural viven en nuestro planto terrenal. Me refiero a seres extraordinarios que controlan las fuerzas de la naturaleza y los comportamientos humanos: los dioses inmortales del Olimpo. Es una cuestión menor.
—¿Menor?— incliné la cabeza con duda
—Sí, bastante. Los dioses de los que hablábamos en la clase de latín.— Respondió Quirón.
—Poseidon, Artemis, Apolo, Hermes, Hestia ... ¿Se refiere a ésos?— cuestioné, está vez, optando por nombres diferentes a los de mi tiempo anterior.
Y allí estaba otra vez: un trueno lejano en un día sin nubes.
"Sip, el viejo caratrueno de siempre"— resoplé internamente.
—Jovencito— intervino el señor D —. Yo de ti me plantearía en serio la advertencia de éste viejo caballo y dejar de decir esos nombres tan a la ligera.
Pues era eso o dicir: "¿Se refiere a mí padre, mis primos y mí tía?".
—Pero son historias— continúe diciendo —. Mitos... para explicar los rayos, las estaciones y esas cosas. Son lo que la gente pensaba antes de que llegara la ciencia— por alguna razón, a mí mente vino la imagen de un hombre joven de cabello castaño, el cual estaba sentado en una escalera resolviendo lo que parecía ser un complicado problema matemático.
—¡La ciencia!— se burló el dios —. Y dime, Perseus Jackson, qué pensará la gente de tu «ciencia» dentro de dos mil años? Pues la llamarán paparruchas primitivas. Así la llamarán. Oh, adoro a los mortales: no tienen ningún sentido de la perspectiva. Creen que han llegado taaaaaan lejos. ¿Es cierto o no, Quirón? Mira a este chico y dímelo.
"Puedo preguntar, ¿por qué siquiera salvaste a estos idiotas en primer lugar?"— Hjörþrimul me preguntó —. "Porque si todos los dioses son iguales a este cabrón, tu mundo está realmente jodido Perce".
"Bueno, eran ellos o los titanes, y mal que me pese los dioses son un mal menor a comparación de Kronos y sus seguidores"— dije honestamente.
"Geez, tienes razón en eso último compañero"— suspiro mi valquiria.
—Percy— dijo Quirón, atrayendo mí atención —. Puedes creértelo o no, pero lo cierto es que inmortal significa precisamente eso, inmortal. ¿Puedes imaginar lo que significa no morir nunca? ¿No desvanecerte jamás? ¿Existir, como eres, para toda la eternidad?
—Seria un infierno en mi opinión— dije, atrayendo la atención de mí viejo maestro —. Nacer, crecer, envejecer, morir— enumeré con mis dedos —. Eso es lo que le da la belleza a la vida, la inmortalidad en mi opinión no es más que una maldición, ¿de que sirve vivir eternamente?, al final, tarde o temprano perderás a quienes amas, destrozando lentamente tu corazón y tu alma, el constante recuerdo de que nunca podrás unirte a aquellos a los que llegaste a amas en la siguiente vida, es, en mi opinión, un castigo digno del infierno.
Fue por esa misma razón por la cual rechacé la divinidad luego de vencer a Kronos, las leyes de los dioses son demasiado estrictas, limitando en contacto con la gente del plano terrenal, ya sean mortales o semidioses, y por extensión me mantendría alejado de mi madre y mis amigos en el campamento, y eso era algo a lo cuál no quería estar atado.
"Ése fue... un pensamiento realmente profundo Percy"— comentó mi compañera de almas.
"Lo sé, he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre mi vida luego de la Segunda Gigantomaquia"— me encogí de hombros —. "Quiero decir, si, la divinidad y la inmortalidad suenan suenan increíbles y todo eso, pero si tengo que sacrificar el estar lejos de madre y mis amigos entonces no vale la pena".
Hjörþrimul hizo una ligera mueca.
"Si sabes que de todas formas ya no importa, tomando cuenta que, lo quieras o no, ahora eres inmortal, ¿no?"— pregunto la valquiria.
Suspiré profundamente.
"Lo sé Hjör, creeme que lo sé"— dije con desgano, ordenando distraídamente mis cartas.
/-/
Un profundo silencio inundó las palabras de la Casa Grande ante las palabras del joven Percy Jackson.
Dionisio miró fijamente al joven semidios con leve sosayo, Grover con curiosidad y Quirón con preocupación.
El mítico entrenador no la había notado antes, pero los ojos de Percy eran muy diferentes a los que tuvo hace solo unos días en Yancy, todavía conservaba ese brillo travieso tan característico suyo, pero parecía ligeramente atenuado, también había destellos que denotaban experiencia en el campo de batalla, así como el cansancio que está dejaba.
Era la mirada de un guerrero que había visto los horrores de la guerra en más de una ocasión, y que había recorrido el mismo infierno.
Eso ciertamente desconcertó y preocupo enormemente al centauro.
Percy exhaló un suspiro mientras tomaba otra carta.
—Mira Quirón, puede que probablemente lo que este diciendo sea verdad. Pero debes entender que es mucho para procesar, yo no creo en los dioses— respondió el joven semidios.
—Pues más te vale que empieces a creer— murmuró el señor D —. Antes de que alguno te calcine.
Percy miró al dios del vino inexpresivamente antes de encogerse de hombros.
—Eres libre de intentarlo, pero si lo que dijiste hace un rato es cierto, entonces dudo que quien sea mi padre este feliz con eso— eso... ciertamente llamo la atención de Quirón, el chico hablaba como si supiera quien era su padre divino.
El señor D miró duramente a Percy, tratando en intimidarlo, y por un breve instantes Quirón temió que el chico entrará en combustión.
—P... por favor, señor— intervino rápidamente el joven Grover Underwood —. Acaba de perder a su madre. Aún sigue conmocionado.
—Menuda suerte la mía— gruñó el director del campamento mientras jugaba una carta —. ¡Ya es bastante malo estar confinado en este triste empleo, para encima tener que trabajar con chicos que ni siquiera creen!
Hizo un ademán con la mano y apareció una copa en la mesa, como si la luz del sol hubiera convertido un poco de aire en cristal. La copa se llenó sola de vino tinto.
Quirón apenas levantó la vista de sus cartas.
—Señor D, sus restricciones— le recordó.
Dionisio miró el vino y fingió sorpresa.
—Madre mía. ¡Es la costumbre! ¡Perdón!— gritó mirando al cielo cuando un trueno resonó a la distancia.
Volvió a mover la mano, y la copa de vino se convirtió en una lata fresca de Coca-Cola light, la inspecciono durante unos minutos temiendo ser sorprendido nuevamente.
Suspirando con resignación, abrió la lata con poco de cautela, una vez que no paso nada, volvió a centrarse en sus cartas.
Quirón le guiñó un ojo al joven semidios, el cual tenía la cabeza ligeramente inclinada, con la duda escrita en su rostro.
—El señor D ofendió a su padre hace algún tiempo, se encaprichó con una ninfa del bosque que había sido declarada de acceso prohibido.
—¿Una ninfa del bosque?, ¿pero no sé supone que es un hombre casado?— pregunto mientras señalaba el anillo de oro en el dedo del dios, aunque por breves instantes miró la lata de refresco, como si se debatiera por algo.
—Sí— reconoció el dios de la locura —. A Padre le encanta castigarme. La primera vez, prohibición. ¡Horrible! ¡Pasé diez años absolutamente espantosos! La segunda vez... bueno, la chica era una preciosidad, y no pude resistirme. La segunda vez me envió aquí. A la colina Mestiza. Un campamento de verano para mocosos como tú. «Será mejor influencia. Trabajarás con jóvenes en lugar de despedazarlos», me dijo. ¡Ja! Es totalmente injusto— el señor D habló como si fuese un niño de seis años, quejándose como si su juguete favorito le fuese arrebatado —. ¡Ah! Y sobre mi vida marital, no es algo que te incumba mocoso— agrego como una ocurrencia tardía
—¿No se suponía que su padre era el dios de la justicia? Quiero decir, se le dio ese título por algo, ¿no?— Percy preguntó, aunque había un brillo divertido en su mirada —. Estoy seguro que si hubiera acatado las órdenes del señor de los cielos no estaría en su situación actual— bueno al menos el chico había aprendido sobre la importancia de los dioses y sus nombres.
La cara del señor D de comenzó a tornarse púrpura, mientras sus ojos emitían un resplandor amenazante, comenzó a filtrar un poco de su energía divina mientras miraba al semidios.
Para sorpresa de Quirón, Percy no parecía estar perturbado en absoluto, era como si el niño ya hubiese visto y experimentado cosas peores que las que Dionisio podría mostrarle.
—¿Quieres comprobarlo mi poder, niño?— preguntó el director con el ceño.
—No, señor— respondió Percy, aunque Quirón notó como el chico arrastraba sus palabras con ligero desgano.
El dios lo miró por unos segundos más antes de volver a la partida.
—Me parece que he ganado— dijo el hijo de Zeus.
—Un momento, señor D— repuso Quirón. Mostró una escalera, y contó los puntos —. El juego es para mí.
—Lo siendo Quirón, pero creo que está ronda la ganó yo— Percy le sonrió mostrando su propia mano de cartas. Flor imperial.
Quirón tuvo que parpadear unas cuantas veces para comprobar que, efectivamente, Percy decía la verdad.
—¡Bueno, está es una gran sorpresa, no mentías cuando dijiste que sabías jugar chico!— se rió entre dientes el centauro.
Mientras tanto el señor D se limitó a bufar, mirando con cierta molestia al semidios, no es como si estuviera acostumbrado a que ganara un semidios, —sobretodo uno muy joven—, en pinacle.
El propio Quirón estaba impresionado, no es que fuese arrogante, pero hace mucho que no perdí una partida de pinacle.
El dios se levantó, y Grover lo imitó.
—Estoy cansado— comentó el señor D —. Creo que voy a echarme una siestecita antes de la fiesta de esta noche. Pero primero, Grover, tendremos que hablar otra vez de tus fallos.
La cara de Grover se perló de sudor.
Quirón no pudo evitar mirar con lástima al pobre sátiro.
—S-sí, señor— su voz salió casi como un agudo chillido.
El señor D se volvió para mirar al joven semidios.
—Cabaña once, Percy Jackson. Y ojo con tus modales— gruñó. Claramente molesto por haber perdido ante el.
Sin más se metió en la casa, seguido de un tristísimo Grover.
Quirón solo podía rezar para que el dios del vino no fuese tan duró con el pobre sátiro.
/-/
—¿Grover estará bien?— le pregunté a Quirón, quien asintió, aunque parecía algo preocupado.
—El bueno de Dioniso no está loco de verdad. Es sólo que detesta su trabajo. Lo han... bueno, castigado, supongo que dirías tú, y no soporta tener que esperar un siglo más para que le permitan volver al Olimpo— me explicó el maestro de héroes.
—El monte Olimpo— dije, haciendo memoria —. ¿Me está diciendo que realmente hay un palacio allí arriba?
—Veamos, está el monte Olimpo en Grecia. Y está el hogar de los dioses, el punto de convergencia de sus poderes, que de hecho antes estaba en el monte Olimpo. Se le sigue llamando monte Olimpo por respeto a las tradiciones, pero el palacio se mueve, Percy, como los dioses.
—¿Quiere decir que los dioses griegos están aquí? ¿En... Estados Unidos?— fingí incredulidad, abriendo exageradamente los ojos.
—Desde luego. Los dioses se mueven con el corazón de Occidente— confirmo Quirón.
—Ah— fue mi única respuesta.
—Venga, Percy, despierta. ¿Crees que la civilización occidental es un concepto abstracto? No; es una fuerza viva. Una conciencia colectiva que sigue brillando con fuerza tras miles de años. Los dioses forman parte de ella. Incluso podría decirse que son la fuente, o por lo menos que están tan ligados a ella que no pueden desvanecerse. No a menos que se acabe la civilización occidental. El fuego empezó en Grecia. Después, como bien sabes (o eso espero porque te he aprobado), el corazón del fuego se trasladó a Roma, y así lo hicieron los dioses. Sí, con distintos nombres quizá (Júpiter para Zeus, Venus para Afrodita, y así), pero eran las mismas fuerzas, los mismos dioses.
"Pues el campamento Júpiter opina lo contrario"— pensé para mis adentros.
"Sabes, todavía es bastante confuso el cómo funcionan las cosas en tu mundo Perce, al menos en mí universo, los dioses Romanos son solo otro nombre para referirse a los dioses de Grecia"— comentó Hjörþrimul, flotando a mi lado.
"Créeme, se pondrá peor Hjör. Espera hasta que conozcas a Octavio"— dije, recordando con disgusto a ese estúpido legado de Apolo. — "Por cierto gracias por la barrera mental contra los poderes del señor D".
Hjörþrimul hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.
"No te preocupe Percy, es mi trabajo ayudarte en lo que pueda, y si puedo cabrear a ese idiota en el proceso, entonces es una victoria en mis libros"— dijo la valquiria.
Sonriendo ligeramente ante sus palabras, me volví hacia Quirón.
—Y después murieron— dije, retomando nuestra conversación.
Mi querido maestro alzó una ceja.
—¿Murieron? No. ¿Ha muerto Occidente? Los dioses sencillamente se fueron trasladando, a Alemania, Francia, España, Gran Bretaña... Dondequiera que brillara la llama con más fuerza, allí estaban los dioses. Pasaron varios siglos en Inglaterra. Sólo tienes que mirar la arquitectura. La gente no se olvida de los dioses. En todas las naciones predominantes en los últimos tres mil años puedes verlos en cuadros, en estatuas, en los edificios más importantes. Y sí, Percy, por supuesto que están ahora en tus Estados Unidos. Mira vuestro símbolo, el águila de Zeus. Mira la estatua de Prometeo en el Rockefeller Center, las fachadas griegas de los edificios de tu gobierno en Washington. Te reto a que encuentres una ciudad estadounidense en la que los Olímpicos no estén vistosamente representados en múltiples lugares. Guste o no guste (y créeme, te aseguro que tampoco demasiada gente apreciaba a Roma), Estados Unidos es ahora el corazón de la llama, el gran poder de Occidente. Así que el Olimpo está aquí. Y por tanto también nosotros.
—¿Entonces quién es usted, Quirón? ¿Quién... quién soy yo?— le pregunté.
Quirón sonrió. Desplazó el peso de su cuerpo, listo para levantarse de la silla de ruedas, y revelar su apariencia de centauro.
—¿Quién soy ?— murmuró el maestro de héroes —. Bueno, ésa es la pregunta que todos queremos que nos respondan, ¿verdad? Pero ahora deberíamos buscarte una litera en la cabaña once. Tienes nuevos amigos que conocer, mañana podremos seguir con más lecciones. Además, esta noche vamos a preparar junto a la hoguera bocadillos de galleta, chocolate y malvaviscos, y a mí me pierde el chocolate.
Resistí el impulso de resoplar, el siquiera pensar que Quirón no amaba el chocolate, era lo mismo que pensar que yo odiaba la comida azul.
Era prácticamente imposible.
Entonces el centauro se levantó de su silla, pero de una manera muy rara. Le resbaló la manta de las piernas, pero éstas no se movieron, sino que la cintura le crecía por encima de los pantalones. Más alto que ningún hombre, reveló la parte frontal de un animal, músculos y tendones bajo un espeso pelaje blanco. Y la silla de ruedas luego reveló ser una especie de contenedor, una caja con ruedas, creada con mágia, porque no había manera humana de que aquello hubiera cabido entero allí dentro. Sacó una pata, larga y nudosa, con una pezuña brillante, luego la otra pata delantera, y por último los cuartos traseros. La caja quedó vacía, nada más que un cascarón metálico con unas piernas falsas pegadas por delante.
Miré la verdadera forma de mí viejo maestro: un enorme semental blanco. Pero donde tendría que haber estado el cuello, estaba Quirón revelando la apariencia por la cual era famoso en los mitos de muchos héroes de la antigua Grecia, la de un majestuoso centauro con gran conocimiento y experiencia.
—¡Qué alivio!— exclamó el mítico maestro, Quirón —. Llevaba tanto tiempo ahí dentro que se me habían dormido las pezuñas. Bueno, venga, Percy Jackson. Vamos a conocer a los demás campistas.
"Bueno, creo que es hora de reunirse con un viejo amigo"— pensé para mí mismo, sabiendo que estaba apunto de reencontrarme con cierto traidor.
No hace falta decir, que, ésto no será un encuentro muy agradable.
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