Habían pasado cuatro días desde que el alfa llego, en ese tiempo se la paso ordenado su cuarto,  ayudando a su abuelita, pero la idea de ir al bosque no salía de su cabeza, solo trataba de ignorar sus pensamientos. En ese momento los dos Choi se encontraban sentados, estaban a punto de comer.

San y su abuela habían tenido un delicioso almuerzo, Dami preparó la comida favorita de su nieto.

Tuvieron una conversación agradable, poniéndose al día con sus vidas, San le contaba de su vida en la universidad y la anciana le contaba sobre algunos cambios que hicieron en el pueblo.

Cuando terminaron de comer se levantaron y San se comprometió a lavar los trastos, su abuela se lo permitió con la condición de que ella los secaría y ordenaría.

La abuela de San salió por un momento, iría a comprar alimentos ya que su despensa estaba casi vacía y con la llegada de su querido nieto tenía que tenerla llena, así le prepararía comidas deliciosas sin ningún problema.

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San se encontraba ordenando su ropa en su antiguo armario. Su pecho se sentía extraño, abrió la ventana y respiró profundo llenando sus pulmones con el aire fresco.

Otra vez fijó su visita en el bosque, su curiosidad le ganó, así que fue a su armario, tomó un abrigo y salió de su habitación. Dejó una nota dirigida a su abuela, pegada en él refrigerador, avisando que saldría al bosque, se adentro a dicho lugar dejando atrás la acogedora casa.

El alfa suspiro, poniéndose feliz al instante, el sonido de pájaros, grillos, ranas y otros animalitos hacían una agradable sinfonía, una sonrisa se asomó en su rostro y la nostalgia se apoderó de él. Recordó que en el centro del bosque había un río y junto a este estaba un gran árbol, ese era su lugar favorito cuando era niño.

 A lo lejos escucho el sonido del agua y su alegría aumento.

Con pasos rápidos se acercó a dicho lugar, pero algo, mejor dicho alguien lo impidió tropezándose en el camino cayendo boca arriba, pudo escuchar un << "Oh, eso me dolió" >>  y alarmado por aquella dulce voz aún tirado en el suelo levanto la vista y sus ojos grises conectaron con unos bellos ojos azules que lo veían con curiosidad.

Rápidamente se levantó, frente a el estaba un chico con cabello morado platinado, un color bastante inusual, llevaba una corona de flores violetas en su cabeza, su rostro era angelical, tenía unas mejillas que incitaban a morderlas y unos preciosos y abultados labios rosados.

El corazón de San dolió un poco y comenzó a latir, algo dentro de él le decía  que aquel chico se le hacía conocido, pero el no recordaba haberlo visto en algún lado. Pero una dulce vocecita lo saco des sus pensamientos.

—Disculpe, ¿se encuentra bien? — el chico pelimorado habló preocupado, ya que la caída fue algo fuerte, pero el joven frente a él lo ignoro, se veía que estaba en un tipo de trance.

San seguía sorprendido, ese chico tenía las características de las hadas de los libros que su abuela le contaba y así era justamente como él se las imaginaba. Despacio y con nervios levanto su dedo y empezó a dar toques en la abultada mejía del otro.

— ¡Detente! me haces cosquillas. —dijo el "hada" con pequeñas y adorables risitas.

— ¡ERES UN HADA, POR LA LUNA ENCONTRÉ UN HADA! — San se levantó y empezó a saltar feliz en su lugar.

El otro chico lo miraba confundido, no entendía nada, entonces se alarmó un poco ya que el pelinegro se acerco de nuevo a él, dio un saltito en su lugar cuando sintió las manos del otro tocar su espalda.

—Tus alas ¿donde están tus alas? Me las puedes mostrar por favor, guardaré el secreto lo juro. —el alfa lo veía con ojitos de cachorro.

Solo pensó que el pelinegro era alguien muy extraño pero tenía algo que hacía que tuviera un poco de confianza en él, además le pareció demasiado lindo, esos pensamientos hicieron que sus mejillas se sonrojaran. Pero tenía que apagar la felicidad del alfa y decirle que él no era un hada.

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