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Prólogo

El hombre frente a mí llevaba varios días viéndose ansioso, como si no lograra comprender qué había salido mal en su plan. Para alguien acostumbrado a tener todo bajo control, debía resultarle molesto encontrarse en esta situación. Cada mirada suya revelaba una sombra de confusión e inquietud que se arremolinaba en sus ojos.

Balanceé mis pies que colgaban desde el escritorio. Tomé algunos documentos que había sobre la mesa y los miré; no les dediqué más de un minuto. Solo leí aburridas palabras como "estados financieros", "crecimientos porcentuales" y "variaciones significativas", algo que no era de mi interés.

Él andaba de un lado a otro mientras hablaba por su móvil. Era alto y muy guapo; cualquier mujer habría hecho lo que fuera por tenerlo. Sus ojos azules se posaron en mí con una advertencia de que dejara su anillo de matrimonio en el lugar que lo había encontrado.

Algunas veces él se lo quitaba, y era el único momento en que podía tomarlo en mis manos, probármelo y jugar con él. Era pesado y muy costoso. Siempre había querido saber de dónde salieron las piedras que estaban ancladas a los anillos gemelos. El de su esposa era mucho más hermoso que este.

Suspiré, sintiendo celos. También quería algo así, único y exclusivo.

Su expresión cambió a una de enojo mientras ladraba órdenes por el móvil, evidentemente insatisfecho con lo que sea que le hubieran dicho. Ladeé la cabeza y lo miré directo a los ojos, logrando unos segundos después que me diera una suave sonrisa.

Imaginé cómo era capaz de ocultar todo de su esposa, cómo lograba esconderlo todo cuando estaba pasando en su propio hogar. ¿Qué haría ella cuando se diera cuenta de todo? Estaba bastante segura de que "callada" no sería la palabra que definiría su reacción.

—No has dormido en días, deberías apagar eso y hablar conmigo—le dije.

Sus ojos se posaron nuevamente en mí, pero no respondió. Miré el reloj en mi muñeca, apenas eran las cuatro de la tarde. Este día había sido tan largo que deseaba que terminara pronto. Él también lo necesitaba, sabía que no había dormido bien en días.

—Sabes, realmente deberías escucharme a mí. No soy una tonta, sé cómo solucionarlo— me costó captar su atención. Odiaba cuando no lo hacía. —Yo... debería ir lejos por un tiempo, si estoy lejos puedes tener tiempo para encontrar al responsable y de paso puedes seguir engañando a todos— el tono de mi voz era firme y seguro, aunque en realidad no me sentía así. No quería estar lejos de él.

—No vas a ir a ningún lado, no voy a ponerte en peligro.

Aunque sus palabras eran una negación, pude notar un cambio en su expresión. Sabía que era una idea que ya había considerado.

—Por si no lo notaste, ya estoy en peligro. Además, cuando ella lo sepa, no podrás hacer nada.

—Te amo, no voy a dejarte ir como si nada. No sé dónde tienes la cabeza para sugerir que esa sea una solución.

Me gustaba cuando decía que me amaba. Me hacía sentir muy cómoda y mimada. Alargué mis brazos hacia él y fui aceptada con un cálido abrazo y un beso en la frente.

—Lo es y lo sabes. Es la cabeza de las dos o la de nadie, pero tienes que decidir ahora. Sabes que ya no hay tiempo.

Comprendía que, si no lograba persuadirlo ahora, la idea no volvería a cruzar su mente. Aunque dudaba de mi preparación para estar lejos, estaba consciente de que necesitaba un respiro, al menos hasta que pudiera comprender la complejidad del estúpido triángulo amoroso en el que me encontraba.

—Si vas lejos, no puedo cuidarte. Yo necesito poder cuidarte.

—Encontrarás la forma de cuidarme. Solo serán unas semanas; no creo que sea tan difícil vivir sin mí ese tiempo —bromeé —. No tiene que ser tan lejos, y no haré nada para llamar la atención.

—No sé qué hacer. No puedes estar aquí tan expuesta, y lejos será peor. No sé quién está detrás de todo esto y han pasado semanas —su voz cargada nuevamente de preocupación.

Lo observé, notando la angustia en sus ojos. Sin embargo, mi determinación era firme, debía abordar situación con franqueza.

—Lo sé, por esa razón debes admitir que mi presencia aquí solo complica las cosas. Aléjame de esto, al menos temporalmente. Si me quedo, van alcanzarme y... ya sabes a qué me refiero.— Continúe, tratando de persuadirlo. —El mensaje fue muy claro, si desaparezco podrás desviar la atención y protegernos a todos.

Él asintió, aunque renuente, aún le costaba aceptar la idea de que estuviéramos lejos. Sus ojos brillaron por un segundo, casi imperceptible, haciéndome dudar si realmente fue así. Tomó una bocanada de aire que soltó lentamente, se preparó mentalmente para lo que venía.

—Ella va a matarnos cuando se dé cuenta de lo que hemos hecho.

—Corrección, ella va a matarte a ti, y yo no estaré para presenciarlo.


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