━━𝑷𝑹𝑶𝑳𝑶𝑮𝑶
❝EL SACRIFICIO DE UNA MADRE ES EL MÁS FUERTE PODER QUE EXISTE❞
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CAPÍTULO CERO
LA PROFECIA SELLADA
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FRÍA Y HÚMEDA ERA LA NOCHE EN EL GODRIC'S HOLLOW EN DONDE LA FAMILIA POTTER SE ENCONTRABA TRANQUILA EN SU HOGAR, SIN SABER QUE SERIA SU ULTIMA NOCHE JUNTOS ANTES DE QUE OCURRIERA TODO AQUELLO QUE TERMINARÍA CON TODOS LOS AÑOS DE TERROR QUE VIVIO EL MUNDO MAGICO. El frío chocaba contra las ventanas demasiado fuerte, provocando que se sintiera un poco adentro de la pequeña casa de los Potter. Sin embargo, la chimenea que esta poseía, lograba trasmitir el suficiente calor para llenar la casa de una embriagadora calidez de hogar, manteniendo a los hijos de la pareja cómodos y calientitos. Los pequeños mellizos Potter jugaban con sus juguetes de madera utilizando sus manos pequeñas para moverlos de un lugar a otro, siendo observándose por sus padres desde el sofá. Lily analizó a los sus pequeños hijos, estando de acuerdo consigo misma de que Harry era más idéntico a su padre en lo físico a excepción de los ojos, que eran color esmeralda como los suyos a excepción de su hija Amelie que se parecía a ella físicamente menos en los ojos de color almendra y en las ligeras facciones que compartía con su James. La mujer pelirroja sonrió al observar cómo su pequeña niña se mantenía quieta dirigió sus ojos a su hermano sin importarle jugar con sus juguetes, esta quería la atención de su mellizo en ella, pero Harry estaba muy entretenido en hacer una torre con sus cubos de madera que no se percató de que era observado por su melliza y madre.
Lily no pudo evitar sentir una sensación de familiaridad en el comportamiento de Amelie, esta solo quería la atención de su mellizo en ella. Recordó sus años en Hogwarts, cuando James hacía lo mismo de verla para obtener su atención a pesar de tantas veces que lo rechazaba e intentaba ignorar, pero sabía que solo una pequeña atención suya lograba tener algún efecto positivo en su amado James, algo que noto que venía de familia. El hombre de cabello castaños se tomó un momento apreciando la escena, estos momentos creía que debían ser apreciados de cualquier manera, sacó su varita y con un leve movimiento nubes de humo de colores salieron. Ambos niños reían e intentaban atrapar el humo con sus pequeñas manitas que elevaban encima de sus cabezas.
Sin saberlo a fuera de su casa se encontraba un hombre vestido con una túnica oscura observaba desde la ventana aquella escena, James se acomodó sus lentes para mirar el reloj en la pared notando que ya era hora de que los mellizos se fueran a dormir, retiro su brazo de la cintura de Lily antes de levantarse del sofá. Caminó hacia ambos mellizos absortos en su juego, arrodillándose a su lado para levantar a su pequeña en sus brazos, acunándola contra su pecho, Lily se acercó para cargar a Harry. Un estruendo sonó por toda la casa atrayendo la atención de James y Lily quienes estaban aterrados al ver a Voldemort delante de ellos interrumpiendo en su casa, James en ese momento le entrego a Amelie a su esposa, puesto que ninguno estaba preparado para un combate. Al momento de intentar buscar su varita, noto que esta no estaba en su bolsillo de suéter, recordando que la dejo en el sofá de la sala. Lily se dirigieron a las escaleras con demasiada prisa manteniendo a ambos hijos en sus brazos, hasta que pudiera llegar a la habitación del fondo del pasillo que era iluminado por la suave luz de las velas, escuchando detrás suyo a su esposo gritar.
—¡Lily, corre y llévate a los niños lo más lejos posible! —gritó James, antes de que pudiera tomarla o atraerla con magia no verbal. — ¡Corre, vete! ¡Yo lo contendré!
—¿Contenerme?, ¿Sin una varita en mano? —preguntó irónico, antes de soltar una risa y lanzar una maldición. — ¡Avada Kedavra!
La luz verde inundó la sala de estar, al momento en que su frío cuerpo cayó al piso, Voldemort pudo escucharla los ruidos que la mujer hacía. Al entrar la mujer a la habitación, bajó suavemente a los mellizos en una de las cunas, no llevaba su varita mágica por lo que a pesar de no tener muchas fuerzas pudo mover muebles para atascar la puerta en un intento de poder detener a Voldemort. Lily tomó asiento delante de la cuna mirando a sus hijos, como pudo le dio un beso a cada uno de los mellizos por los barrotes de madera.
—Harry, Amelie.. —susurró, colocando su mano en los barrotes. —Harry, Amelie los amamos...Harry mami te ama, también te ama mami a ti Amelie y papi también los ama a ambos...mis niños, por favor cuídense mucho y sean fuertes.
La mujer pelirroja observó por un breve tiempo a sus hijos sintiendo una punzada en su pecho al saber que no los volvería ver crecer.
—Harry protege a tu hermana... —susurró. —Tu hermana, tu responsabilidad...se un buen hermano mayor.
Un estruendoso ruido sonó en la puerta destruyendo la junto con los muebles que estaban, la mujer pelirroja giró su cabeza hacía la puerta levantándose del suelo de inmediato, se colocó delante de la cuna en un modo de protección. Voldemort entró a la habitación recordando la petición que Severus Snape le había hecho de que no matara a Lily Potter, quien estaba extendiendo ambos brazos intentando apartar la vista del Señor tenebroso de la cuna para conseguir que la eligiera a ella
—¡Mis hijos no! ¡Mis hijos no! ¡Mis hijos no, por favor!
—Apártate, necia. Apártate ahora mismo...
—Mátame a mí, no a mis hijos —suplicó. —¡Pero a ellos no!
—Te lo advierto por última vez...que mi paciencia tiene límite...
—¡Ellos no, por favor! ¡Por favor...tenga piedad...tenga piedad! ¡Mis hijos no!
—Apártate. Apártate, estúpida...—mencionó por última vez. —Solo vine a asesinar a tus hijos, no a ti.
Su paciencia se había logrado consumir por lo que le pareció más prudente acabar con todos de una vez. La luz verde estalló en la habitación y Lily se desplomó al igual que su esposo. Ambos niños no habían llorado en todo ese rato; ya se sostenían en pie, sujeto los barrotes de la cuna, y miró con expectación a los intrusos, quizá creyendo que su padre se escondía bajo la capa haciendo más luces bonitas, y que su madre se levantaría en cualquier momento, riendo.
Con sumo cuidado, apuntó la varita a la cara de los niños: deseaba poder capturar cada detalle en su memoria de como destruiría a ambos que lograban ponerlo en peligro. Los pequeños rompieran a llorar, comprendiendo que aquel no era su padre, por lo que al Señor tenebroso no le gustó ese ruido fastidioso que estaban haciendo decidido levantó su varita y con palabras claras dijo la maldición.
—¡Avada Kedavra!
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