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X. El árbol del ahorcado

ALYS
Capítulo Diez

Dado que ya no es un agente de la paz, Coriolanus no ve tanto a Sejanus. Se alegra de ello, aunque le sorprende un poco que su antiguo compañero de clase ahora parezca preferir la compañía de gente como Billy Taupe y ese tal Spruce. Sería gracioso si no se vieran tan sospechosos aquí en el Quemador, donde todos bailan o beben mientras ellos están encorvados en un rincón oscuro.

Desde antes de que Alys pagara su baja había notado que Sejanus tramaba algo, pero lo había dejado pasar con pequeñas advertencias aquí y allá. Ahora, con la distancia entre ellos creciendo, Coriolanus no puede deshacerse de un persistente malestar. El cambio en las alianzas de Sejanus era algo más que un simple cambio en los círculos sociales; era una metamorfosis que parecía insinuar cosas más oscuras.

Alys, siguiendo su mirada, susurró: —¿Crees que tiene problemas?

Coriolanus vaciló, sopesando sus palabras. —O tal vez sea él quien los cause. —La gravedad del pensamiento pesa entre ellos. Los pensamientos de Coriolanus se aceleran, los recuerdos se entrelazan con la sospecha. —Siempre fue un idealista—comienza, con la voz apenas por encima de un susurro. —Y un tonto.

Alys aprieta su mano. —¿Deberíamos advertirle?

Coriolanus mira profundamente a los ojos de Alys, dividido entre una borrosa lealtad a un viejo conocido y la seguridad de su propio futuro. —Todavía no—murmura. —Bailemos.

Acercando a Alys, Coriolanus la conduce en medio de los bailarines que se arremolinan, utilizando la animada atmósfera como tapadera de sus susurrantes preocupaciones. El ritmo de la música, la dulce voz de Lucy Gray y las coloridas luces les distraen momentáneamente de las sombras que acechan en la esquina donde permanecen Sejanus y sus nuevos compañeros.

Mientras se mueven, Coriolanus susurra al oído de Alys: —Vigílalos. Y no confíes en nadie. —Alys asiente, con la misma determinación que él.

Por ahora, giran abrazados y ríen hasta que les duele la barriga; su alegría genuina contrasta con la tensión subyacente. El mundo que les rodea se desdibuja mientras se pierden en el baile, encontrando consuelo en la presencia del otro en medio de la incertidumbre.

Lentamente, mientras la mano de él se curva sobre la cintura de ella y ella le sonríe radiante, mirándole con esos grandes ojos grises suyos, él siente que algo le aprieta dentro del pecho. El nombre de ella zumba en su corazón. Coriolanus piensa que esto es lo que significa amar.

La quiere así: feliz, sonriéndole dulcemente y no como era en casa, con sus sonrisas amargas, sus ojos tristes y su rostro trágico. Cree que esto es vivir. ¿Cómo no creerlo cuando su pelo rojo forma un halo cobrizo alrededor de su cara, cuando su suave vestido amarillo gira a su alrededor en suaves bamboleos? Ella es como una puesta de sol, roja e intensa, y él es más bien un amanecer, más blanco y auroral.

Pero de vez en cuando, la mirada de Coriolanus se desvía hacia el rincón sombrío, donde Sejanus y las otras figuras oscuras permanecen. La noche puede estar llena de música y alegría, pero se avecina una tormenta, y él presiente que sus vidas están a punto de cambiar irrevocablemente.

Alys, sintiendo su distracción, le aprieta suavemente la mano, recordándole el momento presente.

—Pase lo que pase—susurra, —lo afrontaremos juntos.

Coriolanus asiente, acercándose a ella, apreciando la calidez y el consuelo que le ofrece.

Sus ojos azules se entrecierran cuando ve a Sejanus desaparecer por un oscuro pasillo y da un ligero golpecito a Alys para que le siga. Ella parece casi preocupada, pero obedece, caminando detrás de él a un paso más moderado.

La penumbra de la sala contrasta con el animado ambiente que han dejado atrás. El murmullo distante de las voces se hace más tenue a medida que se adentran, y el peso de sus pasos resuena ligeramente. Alys se aferra al brazo de Coriolanus, su anterior resolución ahora teñida de aprensión.

De repente, oyen voces elevadas más adelante. Coriolanus le hace señas a Alys para que no se acerque mientras él se asoma cautelosamente por la esquina. A través de las sombras, ve a Sejanus en una acalorada discusión con Billy Taupe y el enigmático Spruce. Sus gestos son frenéticos, sus voces bajas pero intensas.

Retrocediendo, Coriolanus le susurra urgentemente a Alys: —Tenemos que oír lo que dicen.

Juntos se acercan, tratando de captar fragmentos de la conversación.

— Esto no era parte del plan —dice alguien.

Y es entonces cuando Coriolanus sale de las sombras, colocándose frente a la pelirroja que lo acompaña.

— Basta — su voz corta el aire, haciendo que todos los involucrados paren. Coriolanus avanza hasta que sus rodillas chocan con una mesa de madera llena de rifles. — ¿Qué están haciendo? ¿Armas, Sejanus?

—Yo no sabía que habría armas, Coryo— repone el joven de cabellos rizados. —Ellos mintieron.

— Dios mío— susurra Alys.

— Dijiste que eran honestos — murmura el rubio, mirando a los demás de reojo. — Hay agentes de la paz allá afuera —señala la puerta.

—Hay uno aquí adentro también — dice Spruce, seguro de sí a pesar de que Coriolanus no tiene puesto su uniforme.

— Yo ya no soy...

—Es como mi hermano —replica Sejanus—. Me cubrirá las espaldas cuando nos vayamos. Para ganar tiempo.

Coriolanus no le prometió hacer nada por el estilo, pero asiente con la cabeza.

—Oigan, chicos... — la voz dulzona de Lucy Gray se apaga cuando los ve a todos.

Coriolanus la pone atrás de Alys con un brazo a duras penas, tratando de erguirse sobre sí mismo para cubrir a ambas mujeres.

— ¿Invitaste a todo el pueblo, Plinth? — pregunta Spruce mientras se acomoda el rifle en los brazos.

—Está bien, Spruce —dice Sejanus—. Se unirá a la causa.

La hija de la alcalde, Mayfair, frunce el ceño y se separa de Billy Taupe.

— ¿Ella qué?

— Cállate, Mayfair, te explicaré luego — le susurra el chico que viene con ella.

Una expresión fea se apodera de la joven, torciendo sus facciones.

—Creo que ya no quiero oír tus explicaciones. Ella no irá a ningún lado. Y tampoco tú.

Con esas palabras, se suelta del agarre de Billy Taupe con un tirón.

— Mi papá va a encerrarlos a todos — finalmente añade con expresión desdeñosa.

El alboroto comienza ahí con exclamaciones ahogadas y Spruce levantando su rifle en su dirección.

— ¡Hey! ¡Tranquilo! — escupe Coriolanus con los brazos extendidos.

Spruce levanta más el rifle. — Le dirá a todos, hará que nos cuelguen.

—No lo hará, Spruce —le asegura Billy Taupe—. Solo ladra, pero no muerde.

Mayfair se ríe pero Coriolanus duda que sea por diversión.

— ¿Qué opinas, Lucy Gray? —pregunta la hija del alcalde. —¿Ladro mucho, pero no muerdo? ¿Qué tal estuvo el Capitolio?

La cara de Lucy Gray palidece, casi poniéndose gris bajo las luces mientras Coriolanus siente que Alys sale de detrás de él.

— A veces hay que sacrificar a los perros — dice Alys en un tono venenoso que casi sorprende al rubio. — Sobre todo si son perros rabiosos.

La cara de Mayfair se tuerce.

— Los veré en el árbol del ahorcado.

La puerta emite un suave crujido, y Coriolanus presiente que Mayfair está retrocediendo, a punto de huir en cualquier momento. Con ella se desvanecería su futuro. No, más que eso, su misma vida. Si denunciaba lo que había oído, todos podían darse por muertos.

En un abrir y cerrar de ojos, Spruce levanta la escopeta dispuesto a disparar contra ella, pero Billy Taupe baja el cañón hacia el suelo de un golpe. En un acto reflejo, Coriolanus coge el fusil y aprieta el gatillo mientras apunta en dirección a la voz de Mayfair. Esta deja escapar un grito, y la oyen desplomarse en el suelo.

—¡Mayfair! —Billy Taupe cruza el cobertizo corriendo y llega al umbral donde yace la chica. Regresa a la luz tambaleándose, con la mano reluciente de sangre, escupiéndole a Coriolanus como una fiera rabiosa—: ¿Qué has hecho?

— ¡Cállate! — grita Alys mientras se pasa las manos por el cabello. Está angustiada.

Lucy Gray empieza a temblar, igual que había hecho en el zoológico cuando degollaron a Arachne Crane.

Coriolanus ve de reojo como Alys le da un empujón, y los pies de la otra muchacha se dirigen hacia la puerta.

—Vuelve. Sal al escenario. Esa es tu coartada. ¡Corre!

—Oh, no. ¡Si me cuelgan, ella se columpiará conmigo!

Billy Taupe se abalanza sobre la figura de Lucy Gray que aún está atrás de Alys y Coriolanus solo puede pensar en la cama ensangrentada en la que murió su madre. Sin vacilar, descarga la escopeta contra el pecho de Billy Taupe. La fuerza del impacto lo empuja de espaldas, y cae desmadejado en el suelo.

En el silencio subsiguiente, Coriolanus oye la música procedente del Quemador por primera vez desde que Lucy Gray terminó su número. Maude Ivory tiene a todo el almacén cautivado, cantando a coro con ella.

Hay que mirar el lado bueno, siempre el lado bueno,

—Te conviene hacerle caso —le dice Spruce a Lucy Gray—. Antes de que te echen en falta y a alguien se le ocurra buscarte.

Lucy Gray no logra apartar la mirada del cadáver de Billy Taupe. Coriolanus la agarra por los hombros y la obliga a mirarlo a él.

—Marchate. Alys y yo nos encargamos de esto —le dice mientras la empuja hacia la puerta.

La muchacha la abre, y se asoman juntos al exterior. No hay moros en la costa.

El Quemador al completo prorrumpe en vítores mbriagados, lo que significa que la canción de Maude Ivory ha acabado ya. Tienen el tiempo justo.

—Tú no has estado aquí—susurra Coriolanus al oído de Lucy Gray al soltarla. Trastabillando, la muchacha cruza el asfalto y entra en el Quemador. Él empuja la puerta con el pie y la cierra.

Sejanus comprueba si Billy Taupe tiene pulso.

Spruce vuelve a guardar las armas.

—No te molestes. Están muertos. Yo no pienso soltar prenda. ¿Y vosotros?

—Lo mismo, por supuesto —dice Coriolanus. Sejanus los mira fijamente, todavía conmocionado—. Él tampoco. Yo me encargo de eso.

—Deberías replantearte lo de venir con nosotros. Alguien va a tener que pagar por esto.

Spruce coge la lámpara y sale por la puerta de atrás, con lo que deja el cobertizo sumido en la oscuridad.

Coriolanus camina a tientas hasta encontrar a Sejanus, tira de él y de Alys y sigue los pasos de Spruce. Barre el cadáver de Mayfair con la bota para meterlo en el cobertizo y usa el hombro para cerrar con firmeza la puerta del escenario del crimen. Listo. Ha conseguido entrar y salir del cobertizo sin tocar nada con la piel.

Salvo el arma con la que mató a Mayfair y a Billy Taupe, claro, cubierta sin duda con sus huellas dactilares y su ADN; pero Spruce se la llevaría cuando abandonara el Distrito 12, para no regresar jamás. Lo último que necesita es repetir el error del pañuelo. Aún puede oír al decano Highbottom burlándose de él...

«¿Lo oyes, Coriolanus? Es el sonido de un Snow al caer despatarrado».

Dedica unos instantes a inhalar el aire nocturno. Unas notas musicales, alguna pieza instrumental, llegan flotando hasta ellos.

Supone que Lucy Gray ha subido de nuevo al escenario, aunque quizá aún no ha recuperado la voz. Agarra a a sus dos acompañantes por los codos, los conduce detrás del cobertizo y examina el paso que entre los dos edificios.
Vacío. Corren hasta el lateral del Quemador y esperan un momento antes de doblar la esquina.

—Ni una palabra —sisea.

Sejanus, con las pupilas dilatadas y el cuello de la camisa empapado de sudor, repite:

—Ni una palabra.

Cuando Coriolanus se gira hacia Alys, ella luce conmocionada con los ojos llenos de lágrimas.

— Tenemos que huir — murmura ella con una expresión desencajada. — Tenemos que irnos.

Sin embargo, él la calma lo suficiente como para volver a entrar al Quemador y se olvida momentáneamente del tema. Pero ella no lo hace.

Poco a poco, los días pasan y es como la calma antes de la tormenta hasta que Spruce es capturado. Él y Alys asisten al ahorcamiento como espectadores con Lucy Gray y la Bandada sin Sejanus, lo que preocupa a Coriolanus. Una vez allí, el comandante les informa a todos que uno de los suyos ha sido declarado culpable de traición y va a ser ahorcado. El soldado Sejanus Plinth.

Alguien los ha traicionado

El cuerpo del rubio se entumece.

Cuando pasa junto a él, Coriolanus clava la mirada en Sejanus, pero lo único que ve es al pequeño rechoncho de los distritos que se le había acercado por primera vez con su acento de palurdo y una bolsa de gominolas en la mano. Solo que este chico está mucho, mucho más asustado. Los labios de Sejanus forman su nombre, «Coryo», y su rostro se crispa de dolor.

Alys emite un pequeño sonido de angustia a su lado.

Los agentes de la paz colocan a los condenados juntos encima de las trampillas. Otro soldado intenta imponer su voz a los gritos de la multitud para leer la lista de cargos, pero lo único que entiende Coriolanus es la palabra «traición». Aparta la mirada cuando los agentes de la paz se acercan con las sogas, y se descubre contemplando las facciones consternadas de Lucy Gray. La muchacha está a su izquierda, con un viejo vestido gris y el cabello oculto bajo un pañuelo negro, con lágrimas rodando por sus mejillas mientras observa fijamente a Sejanus.

Al iniciarse el redoble de tambores, Coriolanus cierra los ojos con fuerza, deseando ser capaz de bloquear también el sonido. Pero no puede, y lo oye todo. El grito de Sejanus, el golpe seco de las trampillas y la última palabra de Sejanus, que los charlajos capturan y repiten una y otra vez, estridentes, bajo el sol cegador.

—¡Ma! ¡Ma! ¡Ma! ¡Ma! ¡Ma!

Cuando Coriolanus vuelve a abrir los ojos se da cuenta de que Alys ya no está a su lado.

Es entonces cuando cae en cuenta de que ella es la traidora. Y Lucy Gray debe darse cuenta también porque suelta un llanto que le hiela la sangre.

El mundo alrededor de Coriolanus parece desvanecerse. El grito repetido de "¡Ma!" de Sejanus resuena en su mente, mezclándose con el eco distante de los tambores y los murmullos de la multitud. Una oleada de comprensión y horror lo invade cuando se da cuenta de la verdad.

Rápidamente, busca a Alys entre la multitud, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. La ve a lo lejos, alejándose a toda prisa, su figura borrosa entre la multitud que se dispersa. Sin pensarlo dos veces, Coriolanus se abre paso entre la gente, ignorando las miradas y los susurros que lo rodean.

—¡Alys! —grita, pero su voz se pierde entre el caos.



NOTA:

Gente, feliz Navidad. Espero que este capítulo lo cuenten como un regalo de mi parte. Igualmente les agradezco sus felicitaciones por mi cumpleaños.

Lamentablemente esta historia ya casi llega a su fin, por lo cual quiero divertirme un poco.

CUÉNTENME TODO LO QUE ESTÉN PENSANDO JAJJAJA.

De todo corazón espero que ustedes estén bien y les agradezco por su apoyo.

🩷

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