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VII. De pájaro a serpiente

ALYS
Capítulo Siete

Ella había tomado un cuchillo en la mañana para protegerse de Volumnia Gaul, no para matar a un niño. Alys lo había matado a él y no a ella. Pero el chico había estado tan cerca y había dado tanto miedo... Y ahora, irónicamente, la que cose su piel es Gaul. Quiere reírse hasta ahogarse.

Ambas están sentadas en el laboratorio de la mujer, donde hay mutos por todas partes. Ten cuidado, le había murmurado Coryo al oído antes de dejarla entrar, así que ahora tiembla de miedo, de nervios, no importa. Mientras Gaul sigue cosiendo la herida, Alys no puede evitar la ironía de haberse armado contra las amenazas del Capitolio sólo para encontrarse bajo el cuidado de Gaul.

—Empecé dedicándome a la medicina, ¿sabes? A la obstetricia, para ser exactos.

«Qué horror —piensa Alys—. Que tuvieras que ser tú la primera persona del mundo que viese un bebé al abrir los ojos».

—La verdad, no era lo mío —continúa la doctora Gaul—. Los padres siempre esperan que los tranquilices, aunque a veces sea imposible. Que les digas lo que les depara el futuro a sus hijos. ¿Cómo iba a saber yo lo que les esperaba? Como tú, esta noche. ¿Quién iba a imaginarse que la hija perdida de Typhon Rivers acabaría luchando por su vida en la arena del Capitolio?

Alys se estremece.

Apenas recuerda a su padre, solo hay cosas vagas. Un uniforme naval verde, cabello oscuro y grandes ojos azules. Somos dioses, le había dicho él antes de ir y morir en el océano.

—¿Cómo ha sido? —preguntó la doctora Gaul—. En la arena.

—Horrible —dice Alys en voz baja.

—Está diseñada para eso. —La mujer le apunta a los ojos con una luz para comprobar el estado de sus pupilas—. ¿Y los tributos?

El resplandor provoca que le duela la cabeza.

—¿Qué pasa con ellos?

La doctora Gaul pasa a examinar los puntos de sutura.

—¿Qué te han parecido, ahora que no van cargados de cadenas? Ahora que han intentado matarte. Porque tu muerte no les habría supuesto ningún beneficio. Tú no eres del Capitolio. Eres de los distritos.

Eso era cierto. Los tributos habían estado lo suficientemente cerca de ella como para reconocerla como la chica que llevaba comida para Lucy Gray. Sin embargo, se habían dedicado a perseguirlos a ella, a Coriolanus y a Sejanus (a Sejanus, que los había tratado tan bien, que les había dado de comer, que los había defendido, ¡que incluso se había apiadado de sus difuntos!) cuando podrían haber aprovechado la ocasión para matarse entre ellos.

—Me parece que había subestimado hasta qué punto odian al Capitolio —dice Alys.

—Y cuando te diste cuenta, ¿cuál fue tu reacción?

La pelirroja piensa en el niño que mató, en la fuga, en la sed de sangre que se había apoderado de los tributos incluso después de que ella se hubiera puesto a salvo tras los barrotes.

—Deseé verlos muertos. A todos ellos.

La doctora Gaul asiente con la cabeza.

—Bueno, misión cumplida con ese pequeño del Distrito 8. Lo hiciste papilla. Habrá que urdir una historia para que ese payaso de Flickerman se la cuente a todo el mundo por la mañana. Pese a todo, qué oportunidad tan extraordinaria para ti. Transformadora.

—¿Usted cree?

Alys recuerda la expresión enfermiza en la cara de aquel niño. Es un caso clarísimo de defensa propia.

Pero, entonces, ¿qué? Lo ha matado, sobre eso no cabe ninguna duda. Nada podrá borrar ese hecho. Jamás recuperará esa inocencia. Se ha cobrado la vida de otra persona.

— ¿Lo que has visto en la arena? —habla Gaul—. Así es la humanidad, descarnada. Los tributos, tú misma... Así de fácil desaparece la civilización. Tus exquisitos modales, tu educación, la historia de tu familia, todo aquello de lo que te enorgulleces arrebatado en un abrir y cerrar de ojos para desvelar lo que eres en realidad. Una chica armada con un cuchillo que apuñala a otro. Así es la humanidad en su estado natural.

La idea, expuesta de esa manera, le parece perturbadora, pero intenta reírse para disimularlo.

—¿Realmente somos tan malos?

—Yo diría que sí, desde luego. Aunque todo es cuestión de opiniones. —La doctora Gaul saca un rollo de gasa del bolsillo de su bata de laboratorio—. ¿No crees?

Alys traga saliva, sintiéndose muy nerviosa de repente. — No lo sé.

Gaul suelta una pequeña risa y continúa con el procedimiento.

— Me pregunto qué harás cuando recojas el dinero que te dejó tu padre — murmura la mujer en el oído de la pelirroja mientras coloca la gasa sobre su herida. — ¿Te volverás ebria de poder? ¿Ayudarás al señor Snow? Oh, tantas posibilidades.

La cara de Alys pierde todo el color. — ¿Cuál dinero? — pregunta finalmente con la boca seca.

Gaul se ríe fríamente, un sonido que provoca escalofríos en Alys. —Oh, querida Alys, ¿no te has dado cuenta? Tu querido padre te dejó una fortuna en una cuenta sellada. Una pequeña póliza de seguros, por así decirlo. No te habría dejado para que te comieran los lobos.

Los ojos de Alys se abren de golpe. La revelación la golpea como un puñetazo en el estómago. La riqueza oculta de su padre siempre ha estado ahí y ella ha estado trabajando como una sirvienta hasta que le sangraron los dedos.

—Sin embargo, tu madre siempre fue un poco tonta—continúa Gaul, con un tono que destila condescendencia —.¿Dejarte al cuidado de su amante? No fue una buena idea, ¿verdad?

Alys traga saliva, el peso de su nuevo conocimiento se asienta incómodamente. Durante años ha vivido así, hambrienta de más, y el dinero siempre ha estado ahí... La rabia la invade y la hace enrojecer. Las palabras de Gaul la hieren profundamente, dejando al descubierto heridas que no sabía que existían.

Ahora que lo sabe, no tendrá que pedir limosna, no tendrá que casarse con Ren, no tendrá que ser pobre. Tendrá lo que se le debe.

—¿Cómo lo sabes? —Ella pregunta finalmente.

—Los charlajos siempre estuvieron destinados a ser espías —explica Gaul mientras señala a unos pájaros negros que están en jaulas de metal en el laboratorio. —Y tu padre era muy importante para los rebeldes. Un almirante, si no recuerdo mal.

Alys siente que se le cierra la garganta, al darse cuenta de la verdad. —Espiaban a mi padre.

—Sí—ríe la otra mujer y deja que Alys vuelva a ponerse el vestido. —En la guerra, ¿sabes de qué color eran las bengalas con las que tu familia llamaba a sus marines a la guerra?

Alys mira el vestido, el vestido de la madre de Coriolanus. Es verde esmeralda.

—Eran verdes —susurra la pelirroja.

Gaul se ríe. —Muy apropiado, ¿no?

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De camino a casa, Coriolanus intentó hablar con ella en vano, pero sólo ahora que Tigris acaricia sus cabellos rojos, Alys solloza. Llora por el niño que mató, por la niña de manos inmaculadas que solía ser y, sobre todo, por el padre que no recuerda.

Todos estos años, Alys ha estado pensando en su madre, aferrándose a sus palabras para sobrevivir y ¿dónde la ha llevado eso? Todo lo que su madre le ha traído es sufrimiento y lágrimas amargas porque su madre era una cobarde, una mortal y una conformista. Así que intenta pensar en su padre y en su rostro borroso. Un guerrero, un dios y un rebelde de corazón.

—Lo hiciste para sobrevivir—dice Tigris y parece tan seria que Alys llora más.

Coryo la lleva al baño y le quita el vestido ensangrentado.

—Siento haber estropeado el vestido de tu madre—le dice ella en un susurro mirándole con ojos llorosos.

Él se gira y se arrodilla para enjabonarle los brazos y el cuello. Sus ojos azules se centran en ella y ella jadea. Nunca le había visto tan amable y vulnerable.

Coryo sonríe, con los labios temblorosos.

—¿Me amas?

Las definiciones de amor de ambos son retorcidas, pero Alys entiende lo que quiere decir. ¿Me quieres como yo te quiero? ¿Estás obsesionada conmigo? Y ella ha matado por él, así que la respuesta debe ser obvia.

—Sí.

Alguien como Coriolanus no creería en el amor a menos que la otra persona se lo demostrara con sangre. Alguien como ella no creería en alguien como él sin recibir algo valioso a cambio. Así que cuando ella está seca y caliente en el catre, él le da un chal naranja.

Ella lo coge con dedos cuidadosos y lo huele, el aroma a rosas inunda su nariz.

—Era de mi madre—el rubio explica en voz baja.

La madre que es una diosa en la mente de Coriolanus, la madre a la que aún ama.

Si esto no es una declaración, entonces Alys no sabe lo que es.

Así que se ciñe el chal y cierra los ojos. Coriolanus la abraza por detrás y se marcha cuando el sol sale por el horizonte. Al amanecer, Alys se despierta en un catre vacío, todavía con el calor del abrazo de Coriolanus.

Al salir el sol, pintando el cielo con tonos dorados y rosados, Alys elige vestirse de negro en señal de luto por todo lo que ha perdido. Las calles son las mismas de todos los días, pero algo parece diferente. Ella se siente diferente. Alys se detiene a la entrada del banco, mirando con asombro los arcos de piedra blanca que lo adornan.

Esta grandeza es lo que le deben. Y lo tendrá o morirá.

Por eso no traga saliva cuando el banquero le da un bolígrafo y ella firma con su nombre el documento que transfiere el patrimonio de la cuenta sellada de su padre. La tinta en el papel consolida su nuevo poder, un paso tangible hacia la recuperación del control de su destino.

—¿Cambiarás el sigilo de tu familia? —le pregunta el hombre.

Alys sonríe.

—Añádele una rosa roja.

La pesada puerta del banco se abre y Alys sale a las bulliciosas calles del Capitolio, con el chal naranja colgado elegantemente sobre los hombros. Con pasos seguros se dirige a la casa de Ren y abre la puerta sólo para encontrar al susodicho poniéndose su uniforme gris.

—Alys, llegas tarde—le dice lentamente, mirándola.

—No trabajaré más para ti. —Alys se muerde el labio inferior, sus ojos grises se encuentran con los de él. —Y no me casaré contigo.

Ren, desconcertado, intenta procesar sus palabras. —No puedes dejarme así como así. Estás obligada a...

—No estoy obligada a nada—interrumpe Alys, su tono cortando el aire. —Los Rivers siempre fluyen—dice con orgullosa sorna y se quita el anillo de hierro del dedo anular.

A Alys solía gustarle.

Vulnerable, tendida ante él. Estúpida oveja que pensaba que el cazador la salvaría. Pero ahora sabe que no es así.

Cuando se gira, se ve a sí misma en un gran espejo. Para su horror silencioso, no se reconoce. Se ve hermosa. Y fría. Su pelo rojo está trenzado y ni un solo rizo cae sobre su rostro, su expresión es distante y entumecida.

—Amas a tu jefe. —Las palabras de Ren la hacen girarse y ríe, alto y fuerte.

—No—murmura con una extraña sensación en el pecho. —Sólo me quiero a mí misma.

Alys se aleja, dejando a Ren de pie en la puerta con una mezcla de confusión e incredulidad grabada en el rostro. Las bulliciosas calles del Capitolio la reciben como a una nueva aliada, y el chal naranja se balancea con sus pasos decididos.

Se detiene cuando ve fuegos artificiales en el cielo.

Hay un ganador de los Juegos del Hambre.

Alys corre y corre hacia la casa de los Snow.

Y jadea cuando Tigris la abraza, llorando e hiperventilando.

—¿Qué ha pasado? —Logra preguntar, apartando a la rubia de ella con suavidad.

—¡Coryo se ha ido! —Exclama Tigris, secándose las lágrimas de la cara. —Él... él hizo trampa y ellos... —sus palabras se cortan cuando un sollozo brota de su pecho.

El corazón de Alys da un vuelco ante las palabras de Tigris. La revelación sobre el destino de Coriolanus la golpea como un rayo. La incredulidad y la conmoción se apoderan de ella, haciéndole difícil comprender la realidad que se despliega ante ella. Se aferra a la esperanza de que sea un error, un malentendido, pero la mirada atormentada de Tigris dice otra cosa.

—Hizo trampa —repite Tigris entre sollozos, las palabras cargadas de angustia. —Y... le echaron. Al distrito 12.

La mente de Alys se acelera, lidiando con las implicaciones de las acciones de Coriolanus y las consecuencias a las que ahora se enfrenta. El sentido de la justicia del Capitolio es rápido e implacable, especialmente cuando se trata de la venerada tradición de los Juegos del Hambre.

Se apresura hacia la Academia, sus pasos son un borrón, e irrumpe por la puerta. La opulencia de la escuela contrasta fuertemente con la agitación dentro de ella.

En una de las aulas encuentra al decano Highbottom, con una expresión de alivio y satisfacción. El corazón de Alys late con fuerza cuando se enfrenta al hombre que creó los Juegos.

—¿Qué le has hecho? —Alys exige, su voz temblando con una mezcla de ira y desesperación.

El decano la mira con fría indiferencia. —Jugó el juego, querida. Y ahora se enfrenta a las consecuencias.

—Realmente le odias—dice ella lentamente, mirando al hombre con disgusto.

—Lo odio—admite y frunce el ceño. —Pero tú eres igual que él, ¿no?

Algo se agita en su interior al oír esas palabras. Dentro de ella, un animal salvaje araña su caja torácica, atrapado.

Alys retrocede, horrorizada.

—No—intenta negar. —Yo nunca...

Él la interrumpe.

— No eres una Rivers —sus labios se tuercen —. Eres solo una Odair.

Es demasiado, demasiado, así que Alys se da la vuelta.

Si no puede ser amada, entonces será temida.


NOTA:

Buen día, gente. Ya estamos cerca del final, como a 4-5 capítulos más o menos, así que si tienen alguna sugerencia o hay algo que quieren que se vea en el fic, díganlo.

Además, viendo la votación del capítulo pasado, ya saben qué le depara el futuro a Coriolanus. Sin embargo... ¿qué hay de Alys? Siento que en estos dos últimos caps ha tenido un desarrollo notable pero no sé. La muchacha quiere saber qué opinan ustedes.

¿Debería tener un final gris o uno oscuro?

Me encanta leer todo lo que piensan así que no tengan miedo de decir sus opiniones.

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