I. Nosotros los nobles
ALYS
Capítulo Uno
Ha nacido como serpiente.
Alys Rivers.
Desde el Distrito 4, la familia Rivers se une a la rebelión, gritando más fuerte que la mayoría, sus voces resonando más fuerte que las olas rompiendo contra la orilla. Se rumorea que los Rivers nacen con el siseo de la guerra en sus venas turquesas y en gran parte es cierto, ya que son conocidos por sus proezas en los barcos de guerra.
Uno a uno, se hunden.
La gente murmura que Alys y su madre también lo harán. Ella también lo cree hasta que un hombre rubio entra en su casa.
—Belle —la llama con voz seria.
Alys quiere correr, pero la mano de su madre la detiene. Su madre, Belle, mira al hombre con ojos tristes, trágicos.
—Crassus —respira, suavemente.
El hombre, Crassus, mira entonces a Alys. —Te llevaré a casa.
Ella quiere decirle que ya está en casa, que no se va a mover, pero permanece callada bajo los atentos ojos grises de su madre. Alys traga saliva y se acerca a él. Es alto, etéreo e imponente.
—No quiero irme, mamá—susurra, sin apartar la mirada de ese hombre extraño en su casa.
Su madre la gira, tomándola por los brazos y la mira a los ojos. Gris contra gris. Asegura un pin plateado en su abrigo negro y Alys se da cuenta de que debe de ser grave. Es el escudo de su familia. Una serpiente.
—Hay una guerra —su madre le acaricia la cara como si eso explicara algo y la entrega al hombre de los ojos helados.
Él la coge de la mano y ambos corren por las calles, pero ella no entiende, no comprende.
Al final, su madre también se hunde.
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Alys frunce el ceño ante los niños de su nuevo hogar.
Hay un niño y una niña, ambos con ojos claros y pequeñas sonrisas tímidas. Alys ya los ha mirado bastante. Ambos siguen intactos de la guerra. Son terriblemente jóvenes, con las mejillas redondeadas y los labios rosados. Ella los odia.
La abuela de los niños le echa un vistazo y se gira con la nariz en alto. —Ella es de los Distritos, Crassus.
El hombre, ese ladrón, mira a Alys a los ojos. —¿Eres de los Distritos?
Ella sabe lo que pasará si dice «sí».
—No.
Crassus Snow le sonríe por primera y última vez. —¿Ves? Ella no es de los distritos.
Madre e hijo continúan hablando, dejando a Alys sola con los niños.
—Me llamo Tigris—se presenta la niña en un susurro.
—Alys—responde ella escuetamente.
—Yo soy Coryo—ofrece el niño de brillantes ojos azules.
Alys resopla, ajena a la mirada fascinada del rubio.
Este se tropieza con ella y le agarra un mechón de su pelo rojo, mirándola con asombro.
— Es como el fuego — musita él con expresión profana.
Alys recuerda las palabras de su madre en ese momento. Las lágrimas no son la única arma de una mujer.
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Alys crece con las mejillas hundidas y el estómago vacío. Buscan comida en las calles y ellos, siendo niños, casi acaban siendo la comida de otro.
Grita cuando un perro casi le muerde el brazo.
—¡Corre! —Coryo la aparta de un tirón, con el miedo grabado en el rostro. Alys tropieza sobre adoquines desiguales, con el corazón palpitante, mientras escapan de las hambrientas garras de los desesperados carroñeros. Las calles son implacables y la supervivencia se convierte en un juego despiadado.
Coryo, un niño de apenas diez años, llora cuando se ponen a salvo.
Alys le hace callar y le acerca, aspirando el olor a ceniza de sus rizos dorados. Desearía que Tigris les hubiera acompañado, pero están solos.
Se acurrucan en una alcoba oculta, los ecos de sus respiraciones perseguidas se desvanecen lentamente. Alys acaricia el pelo de Coryo, un débil intento de calmar el terror grabado en su rostro. La ciudad se extiende ante ellos, una dura amante a la que deben enfrentarse.
Ella le coge de la mano y ambos siguen corriendo.
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Alys crece, más rápido de lo que cualquier chica tiene derecho a hacerlo. Tiene dieciséis años.
Odia a los Snow por todo lo que fueron, son y serán. Odia que, como ella, ahora sean pobres y desgraciados, cuando antes eran privilegiados y hermosos y tenían más que suficiente para comer. Odia que el padre de ese niño rubio al que ahora llama Coryo la sacara de casa y la salvara de la agonía de los Juegos del Hambre sólo para que ella acabara siendo una sirvienta glorificada, obediente y cumplidora.
Yo era mejor que tú, quiere gritar a veces cuando la abuelatriz la regaña con voz severa. Deberías arrodillarte ante mí y pedirme perdón, pero ella no lo hace porque le gusta tener algo que comer para llenar su estómago.
Tigris es simpática y amable y le incomoda a Alys de una forma cruda. Le recuerda demasiado a su madre y a sus suaves manos antes de entregarla. Coriolanus es mejor, supone ella, aunque sólo sea porque es tan malo como ella. Sólo tiene trece años, todavía es un bebé, todavía es un niño. Pero hay algo en él que ella no puede determinar.
Coriolanus, a pesar de su edad, emana un extraño carisma que repele e intriga a Alys. Hay un entendimiento compartido entre ellos, un reconocimiento de las duras realidades a las que se enfrentan. En los silenciosos momentos en que intercambian miradas, Alys ve un reflejo de su propio fuego en los ojos de Coriolanus.
Mientras navega por la intrincada danza de la servidumbre, Alys descubre un peligroso juego que se desarrolla en el hogar de los Snow. Recuerdos largamente olvidados acechan en las sombras, y Alys, con sus agudos instintos perfeccionados en las implacables calles, se convierte en una jugadora involuntaria en un juego de poder. Cada día, el resentimiento se agrava, alimentado por los recuerdos de una vida que una vez le perteneció.
Sin embargo, en la tranquilidad de la noche, mientras se ocupa de sus deberes, Alys sueña con un día en que las tornas cambien, en que pueda recuperar algo de la vida que le robaron. Hasta entonces, actúa con cautela, como una rebelde silenciosa en medio de la opulenta fachada de la otrora gran mansión de los Snow.
—Ven aquí—le dice Coryo, no, le ordena, mirándola con esos ojos azul aciano suyos, acariciando el lado de su catre. —Tengo algo para ti—murmura con picardía, una pequeña sonrisa curvando sus labios. Casi le cae bien.
Alys se sienta a su lado y espera. Él arquea una ceja y se toca la pálida mejilla con un dedo. Alys fuerza una sonrisa en sus labios y besa su fría y pálida piel, sonriéndole lindamente hasta que él cede. Coriolanus la mira a través de sus pestañas doradas y Alys casi se encoge ante el calor que emiten sus ojos azules claros. Siempre había pensado que sus ojos eran fríos como el hielo, pero había olvidado que el fuego también era azul.
Él le da una hogaza de pan tibio por su beso.
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Coriolanus sólo acepta intercambiar besos en la boca por información.
Así es como empieza a captar la atención de Alys, la ambiciosa ferocidad que acecha en el helado remolino de sus iris, el filo de la inteligencia animal y el fuego depredador que se agita en sus profundidades. Detrás del azul hay peligro, crueldad y suave cálculo, y ella se siente atraída sin poder evitarlo, hipnotizada por el ardor. Se ve a sí misma reflejada: una versión más joven, menos hastiada, con todo el poder del mundo tan cerca y a la vez tan lejos, escurriéndose entre sus dedos como la ceniza.
Es joven, muy joven, pero ahí hay potencial, potencial para la grandeza.
Te odio, piensa mientras él va a la Academia y ella se pudre en la mansión. Te arrancaré el corazón.
Alys agacha la cabeza cuando Coryo se va, pero enseña los dientes cuando él vuelve a casa.
Cuando están solos.
Ella exige saber lo que él sabe, leer lo que él lee.
Él accede. Por un precio.
—¿Qué quieres? —Ella había susurrado esa primera vez.
Alys sabía que debería haber estado aterrorizada.
En lugar de eso, sintió algo totalmente distinto.
El deseo floreció en lo más profundo de sus entrañas, haciendo que la humedad se extendiera por el vértice de sus muslos. Su corazón latió erráticamente con cada centímetro que él se acercaba, hasta que pudo oler el hambre en su aliento.
Sus ojos se encontraron con los de ella y sonrió. —Creo que los dos sabemos lo que quiero.
Su beso fue contundente, igual que su tacto.
Su boca fue explorada por su lengua mientras sus manos recorrían su cuerpo, explorando lugares inéditos. Sus manos se aventuraron por sus caderas y cintura, acariciando los costados de sus pechos.
En su boca, sintió su jadeo cuando notó una firmeza contra su muslo. El deseo de Coriolanus ya no se escondía en miradas fugaces; lo percibía exigente y ardiente sobre su propia piel.
Sus dientes mordieron su labio, provocando que brotara sangre. La lengua lamió la herida, y el sabor metálico llenó las bocas de ambos.
Luego, la intensidad disminuyó.
Donde antes su tacto era áspero, se volvió suave. Sus manos se dirigieron al rostro de ella, acariciando la piel de sus mejillas. Era casi dulce, como un beso inspirado en las canciones que su madre solía cantar.
—Alys—había murmurado, como si su nombre fuera su salvación y su condena a la vez. —Alys.
Ahora tiene unas ganas locas de reírse del horror, ¿qué dirían sus padres si pudieran verla ahora? ¿Qué pensaría la madre de Alys, su niña querida?
Estarían horrorizados, lo sabe, una especie de oscura diversión la invade al pensarlo, horrorizada por las profundidades de la depravación a las que se ha hundido sólo para seguir viva.
Quiere que Coriolanus Snow sea perfecto.
Es justo después de lo que ha tenido que soportar.
No tan alto, Alys. Mantén la cabeza baja, Alys. Mantente a salvo, Alys. Sólo quieren una cosa, Alys. Será mejor que no se lo des, Alys. Mantén las piernas cerradas, Alys. Mantén la boca cerrada, Alys. ¿Por qué tan tímida, Alys? Eres tan aburrida, Alys. Qué provocadora, Alys. No seas básica, Alys. No seas como otras chicas, Alys. Aprende tus señales, Alys. Ríe cuando te lo ordenen, Alys. Sonríe, Alys. ¿Qué pensabas que pasaría, Alys? ¿Qué llevabas puesto, Alys? Aprende más rápido, Alys. Mantén el ritmo, Alys. Perdona y olvida, Alys. Los accidentes ocurren, Alys. Asume la culpa, Alys. Cúbrete, Alys. Eres demasiado atrevida, Alys. Te lo estás buscando, Alys. ¿Por qué no bailas, Alys? ¿Por qué no sales de casa? Arréglate la cara, Alys. La belleza es dolor, Alys.
Anticípate a las necesidades, Alys. Sacrifica, Alys. No destaques, Alys. No encajes, Alys. Complace a todos menos a ti misma, Alys. Sonríe y aguanta, Alys. Te dije que sonrieras, Alys. No seas grosera, Alys. No seas necesitada, Alys. No quieras demasiado, Alys. No comas demasiado, Alys. ¿Cómo has adelgazado tanto? ¿Cómo te volviste tan callada?
—¿Qué sabrás tú? —Coriolanus siempre se sonroja cuando ella lo corrige. —Tú no sabes nada.
Es demasiado joven para entenderlo, pero Alys es mayor y quiere sobrevivir aunque sea aferrándose a él. —Sólo intento ayudarte, Coryo.
Ella intenta ayudarse a sí misma.
La mirada de Coryo oscila entre el desafío y la vulnerabilidad, atrapado en la enmarañada red que ella teje. Alys le acaricia la cara, deja que la abrace, que aspire su aroma. Los límites entre la manipulación y la preocupación genuina se difuminan en momentos como éste.
Su vulnerabilidad se convierte en su ventaja.
El mundo exterior puede exigir su silencio, su sumisión, pero aquí, en las sombras con Coriolanus, ella dicta las condiciones. Casi siempre.
Mientras le acaricia el pelo, se pregunta si ésta es la única apariencia de control a la que puede aferrarse en una realidad que la menosprecia constantemente.
Él la mira, ladeando la cabeza, curioso. Un rizo rubio le cae entre los ojos.
Alys sonríe. Suavemente, con manos suaves como la lluvia, algún día lo estrangulará.
NOTA:
Escribir una historia de un fem! OC siendo una buena persona para después dejar de lado su moral porque ama a Snow: 💀❌
Escribir una historia de un fem! OC siendo una mala persona que se encuentra a Snow y ambos creen que manipulan al otro: 🙂✅
Aviso de una vez, en el mejor de los casos Alys es un personaje gris.
Nos leemos pronto 🫶🏻
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